1. El culto del héroe, eslabón teórico entre el difunto y el dios, nos da el tránsito de los ritos ordinarios a los extraordinarios. (Ya dijimos que esta presentación esquemática de los ritos tiene tan sólo un valor explicativo y no rigurosamente histórico.) Héroes y dioses van dejando inútil la imploración a los difuntos. Engendrado en las ceremonias privadas del ritual fúnebre, el culto del héroe es ya un conjunto de ceremonias públicas, por lo mismo que no se consagra a un miembro de la familia, sino a un jefe místico de la ciudad.
En el paso de las tribus a las ciudades, el príncipe, cuyo culto es más extenso que el del patriarca, se apropia de las honras fastuosas que no podrá retener siempre el difunto. En estas honras principescas está el germen de las honras heroicas. El príncipe es capitán de guerra, y caballero por ser noble y porque posee y maneja caballos. Como la cota de armas en los tiempos modernos, la imagen de su caballo irá a su sepulcro. Y el caballo, en efecto, viene a ser la insignia de muchos héroes, que fueron príncipes algún día. Otros, como vamos a verlo, vienen de humilde origen. La jurisdicción del héroe es, en principio, limitada, aunque varios factores cooperan para encumbrarlo hasta las preeminencias divinas.
El culto de estos personajes sobrehumanos, hombres o mujeres de singular prestigio, se celebra en sus tumbas públicas, o en los templos. El ritual recuerda los rasgos del que se concede a las divinidades ctónicas: víctimas negras —que, en general, no comparten los adoradores—, actos nocturnos de preferencia, libaciones de sangre y otros líquidos en la zanja, en el altar bajo o eschára, y nunca en el altar olímpico o boomós que está más arriba; pero jamás alimentos ni presentes de utilidad material como se ofrecían a los difuntos.
El rito heroico recuerda, en ocasiones, la leyenda que motiva la adoración del héroe. Plutarco describe así la ceremonia que consagraban los delfios a Carila:
A consecuencia de una sequía, los delfios padecían hambre, y acudieron en súplica ante el palacio del rey, acompañados de sus mujeres e hijos. El rey distribuyó algunas raciones de cebada y legumbres entre los ciudadanos más eminentes, pues no había para todos. Pero cuando una muchacha huérfana, una niña apenas, se acercó a importunarlo, el rey le pegó con su sandalia y se la arrojó a la cara. Aunque la niña vivía muy pobre y carecía de amparo, era de temple singular, y en cuanto se alejó de allí, se colgó con su propio cinto. Como aumentara el hambre y, con ella, las enfermedades, la sacerdotisa profética comunicó al rey un oráculo, ordenándole que aplacara a la suicida Carila. Con cierta dificultad pudo averiguarse que tal era el nombre de la niña a quien el rey había castigado. Entonces se dispuso un sacrificio ritual, acompañado de purificaciones, que hasta hoy se sigue celebrando cada ocho años. El rey se sienta en su estrado público y reparte a todos un poco de cebada y legumbres, a extranjeros y a ciudadanos. Cuando todos han recibido su parte, le acercan una muñeca que representa a Carila, y el rey le pega con la sandalia. El jefe de la congregación religiosa se lleva entonces la muñeca hasta unos barrancos donde fue enterrada Carila y, pasándole un lazo al cuello, lo da a las llamas.1
2. Las etapas que conducen de la religión de los muertos a la religión de los héroes sólo se infieren, no se demuestran.
Por lo pronto, Homero ignora la religión de los héroes, lo mismo que elude toda manifestación categórica que exprese el culto a los difuntos. Algunos suponen que el culto a los héroes comenzó poco después de las inmigraciones dorias, cuando los antiguos capitanes fueron idealizados por sólo pertenecer al país y no a la aristocracia invasora, y que sería, en consecuencia, anacrónico hablar de tal culto en la Ilíada o en la Odisea. Ello es que a Homero le hubiera parecido un verdadero desacato invocar a los héroes cuando se puede ya invocar a los dioses. Así vemos que, en Homero, Meleagro asesinó a su tío materno. Altea, madre de Meleagro, pide venganza contra éste; pero no invoca al cadáver de la víctima, sino que encomienda sus maldiciones a las deidades infernales. Y el que se nos diga que Atenea acogió en su propio sagrario a Erecteo, el terrígena ateniense, significa que Erecteo es un dios en el sentir del poeta.
Pero Grecia practica durante mucho tiempo las tres religiones a la vez.
3. Las tres jerarquías —difuntos, héroes, dioses— coexisten en diversos grados del culto. Entre ellas se advierte un movimiento interior, como cuando se mezclan líquidos de densidades distintas. Hay ascensos y hay descensos. Una vez fijados los niveles, los descensos, por lo común, se consideran como desgracias transitorias, si son los castigos de dioses pasajeramente sometidos por Zeus al vasallaje humano, y se consideran como permanentes en ciertas metamorfosis y en las animalizaciones que Hera impuso a sus rivales. Los ascensos, en general, quedan como hechos definitivos, cosa juzgada.
Así, el Oráculo de Delfos —es decir Apolo— admite la canonización del simple difunto, y lo promueve a la categoría de héroe si se comprueba que sus reliquias obran portentos. Cleomedes, atleta nacido en la isla de Astipalea —hacia fines del siglo V—, dio muerte en los Juegos Olímpicos a su contrario Ico de Epidamo. En vez de otorgarle el premio, lo multaron, lo que causó su locura. Sansón griego, mató a sesenta niños derribando la columna que sostenía el techo de una escuela. Perseguido por el pueblo, se refugió en el sagrario de Atenea y se encerró en un cofre que resultó imposible de abrir. Rompieron el cofre: estaba vacío. La desaparición sobrenatural de los restos fue bastante para que el Oráculo Delfio dijera de este lunático homicida: “Cleomedes de Astipalea es el último de los héroes; honradlo con sacrificios como a un inmortal”.
El héroe, a su vez, según lo hemos visto en Héracles, Anfiarao y Asclepio, puede llegar a ser dios. Los Olímpicos, límite máximo, sólo cederán más tarde al Dios Único. Pero si fuera posible trazar la génesis de cada uno de los dioses mayores ¿quién sabe cuántos no resultarían mera síntesis de héroes tribales y diosecillos de andar por casa? ¿Cuántos Apolos, cuántos Héracles bárbaros se habrán fundido en el Apolo y en el Héracles griegos? El caso ha sido ya tratado y no volveremos sobre ello.
En Delos tenemos un ejemplo expresivo de la transferencia de un culto heroico a un culto divino. Dentro de un recinto sacro se encontró una tumba micénica. Resulta que, en la Edad Alejandrina, el sitio fue rodeado por un muro y allí se levantó un altar. Lo más singular es que la tumba haya permanecido intacta durante la gran purificación emprendida en Delos por los atenienses el año de 426, cuando el contenido de las demás tumbas fue trasladado a Renia. Parece que ese sepulcro fue declarado Tumba de las Vírgenes Hiperbóreas, Laódice e Hipéroke, lo que apoya el moderno descubrimiento de otro segundo sarcófago micénico en el Templo Artemisio, que se supone ser tumba de las otras Vírgenes Hiperbóreas, Opis y Arge. Las dos primeras son heroínas convertidas en diosas; las dos últimas no corresponden al mundo heroico, sino al culto mítico del árbol, presidido por Ártemis y Apolo. El hecho de que los sarcófagos ocupan los templos significa la deificación.
4. Adviértase la diferencia entre la conducta de héroes y dioses.2 Los dioses pueden proteger a Grecia contra los bárbaros; pero no siempre les es dable, por su misma jerarquía panhelénica, proteger a unas ciudades griegas contra otras. La Atenea de Atenas no puede, en las luchas históricas, hacer armas contra la Atenea de Tebas, contra sí misma. En la epopeya, orden de la fantasía poética, no hay que pedir el mismo rigor, naturalmente. Atenea tiene sagrario en Troya, pero se permite desoír los ruegos de las damas troyanas y sigue auxiliando a los aqueos. (Aunque Troya sólo podrá ser vencida cuando los aqueos logren robar la estatua de la diosa, o Paladión.) Y los Olímpicos andan repartidos entre unos y otros contendientes, de lo cual ni siquiera es lícito sacar conclusiones sobre el origen étnico de las distintas divinidades. Por lo menos, cada dios es fiel a su bando; aun el odioso Ares que —según lo averiguamos por la charla entre Hera y Atenea— ofreció primero apoyar a los aqueos y luego cambió de parecer. En tiempos históricos, solía entenderse que los dioses abandonaban los templos de las ciudades derrotadas. No así los héroes, generalmente anexos a un territorio. Defensores de su propia tumba, defienden de paso el país en que ella se encuentra.
Los héroes, en consecuencia, resultan especialmente apropiados para sostener unas contra otras a las ciudades griegas, a las patrias chicas de los helenos. Siempre están prontos a pelear por su tierra nativa o por su tierra de adopción. Conviene, pues, tener cerca los despojos del héroe, y mejor en la propia Ágora, a fin de que las Asambleas se celebren bajo sus auspicios. Sólo más tarde se volverá a la idea homérica, y los dioses conducirán en persona las batallas. Lo hizo Asclepio en Isilo, cuando Filipo acometió a Esparta; lo hizo Posidón en Mantinea.
Las cenizas de Solón fueron esparcidas por Salamina y sus contornos, para que nadie pudiera arrebatar esta conquista a los atenienses. En Esparta, donde yacían los Dióscuros —hijos mitológicos de Zeus e hijos “oficiales” de Tindáreo—, uno de ellos se quedaba a la retaguardia con el rey que continuaba en sus funciones civiles, y otro marchaba al frente con el rey que partía a la guerra. En Maratón, el héroe local llamado “Maratón” y las sombras de Teseo y de Butes lucharon al lado de los suyos para rechazar a los persas, y cierto labriego desconocido que hacía proezas en la tropa resultó ser el héroe Échetlos. Antes del encuentro de Platea, los atenienses hicieron sacrificios a los siete héroes de la región. En Delfos, Fílaco y Autónoo persiguieron al persa en el siglo V, como lo harían dos siglos más tarde Hipéroco, Laódico y Neoptólemo contra la agresión de los celtas. En vísperas de Leuctra, la armadura de Héracles desapareció de su sagrario, prueba de que éste se aprestaba para el combate, y nada menos que contra los espartanos, sus ahijados presuntos, acaso por la indebida apropiación que éstos hicieron de su mito. En el monumento que los tarentinos consagraron a Delfos, Taras y Falanto pelean junto a sus protegidos. En Tronis (Focea) el amparo de las guerras era Jantipo, o era Foco. Y abunda el Héroe Desconocido a quien las inscripciones se limitan a llamar solamente “el Jefe”.
De aquí la importancia de rescatar el cuerpo del héroe, cuando ha caído lejos de su país. Cimón hizo traer de Esciro los huesos del ateniense Teseo para consagrarle un culto espléndido. El cadáver de Arcesilao, caudillo de los beocios en la Ilíada, fue conducido desde Troya hasta Lebadea.
Los pueblos pueden también prestarse a sus héroes. Para la batalla de Salamina, los atenienses pidieron a los eginetas el auxilio de los Eácidas, de Telamón, de Áyax y otros más, que los eginetas les enviaron simbólicamente a bordo de un barco. Para combatir a los crotoníatas, los locrios de Italia solicitaron la ayuda de Áyax, quien hirió en persona al jefe contrario; y por su parte, los espartanos les prestaron a los Dióscuros o Tindáridas. Poco antes de la Guerra Persa, los tebanos, en pugna contra los atenienses, obtuvieron que los eginetas les cedieran el apoyo místico de los Eácidas; pero como la suerte fue adversa, les devolvieron sus sombras y les reclamaron, en cambio, algún contingente militar.
En algunos casos, se procura sobornar al héroe de los enemigos antes de emprender la campaña, y así fue cómo los atenientes, para lanzarse contra los eginetas, comenzaron por alzar un sagrario a Éaco.
Pero hay más: también se procura robar a los enemigos los restos de su héroe. Los lacedemonios, no sin grandes dificultades, sustrajeron del subsuelo de una fragua en Tegea los imaginarios restos de Orestes, sin lo cual, según sus profecías, no dominarían a los arcadios.
Y adviértase que los héroes no sólo defienden la patria, sino la tierra en que reposan sus restos. Cuatro pueblos se disputaron la honra de dar el último abrigo a Edipo el tebano, y Edipo tuvo cuatro tumbas. Los atenienses se consideraban especialmente protegidos por él, que desapareció del mundo en Colono, y no pretendían por eso ser sus descendientes. Héctor, según cierta leyenda, fue trasladado de Troya a Tebas, para que esta ciudad mereciera su valimiento.
Y sucede, así, que las vicisitudes y emigraciones de los cultos heroicos reflejan los vaivenes políticos. Adrasto, el legendario jefe que atacó a Tebas, único superviviente entre los capitanes que condujeron el primer sitio y única víctima entre los que condujeron el segundo, era adorado en Sición y en Argos. Su adversario Melanipo, defensor de Tebas, recibía un culto semejante entre los tebanos. Clístenes, el déspota de Sición, quiso abolir el culto de Adrasto, pero se lo prohibió el Oráculo Delfio. Entonces solicitó la anuencia de los tebanos para instituir en Sición un culto de Melanipo, y transfirió a éste todos los honores que antes se rendían a Adrasto, con la esperanza de que Adrasto, al verse desairado, se alejara solo del país. Pero Clístenes falleció, su dinastía se extinguió en breve, y los sicióneos reestablecieron la adoración de Adrasto.
Por último, al igual del muerto agraviado, el héroe también solía provocar algunas desgracias, y mayores aún puesto que asumían proporciones de calamidad pública. Taltibio, patrono de los heraldos en Esparta, no perdonó a los espartanos el haber dado muerte a los embajadores de Jerjes, por muy enemigos que fueran. A fin de desarmar su cólera, los espartanos le entregaron dos phármakos, y Taltibio los persiguió hasta en sus hijos, afligiéndolos con un sinnúmero de desgracias. Artaictes, que había profanado la tumba de Protesilao, fue preso al instante por los atenienses y obligado a hacer acto de contrición, antes de que el héroe comenzara a manifestar su venganza.
No nos asiste el derecho de sonreír ante estas preocupaciones mitológicas. Recuérdese que, cuando fue abierta la sepultura de Quevedo, según consta por la edición de sus obras en los Bibliófilos Andaluces (1897), el féretro apareció vacío. Pero, hacia el año de 1917, se consideró aconsejable encontrar otra vez los huesos, por un lejano eco del culto a la reliquia heroica. Las autoridades de Villanueva de los Infantes pensaron que éste era su deber. Recuérdese también la inacabable disputa entre España y la República Dominicana sobre los restos de Colón, y véase cómo andamos todavía a vueltas con los restos de Cortés y Cuauhtémoc. (Ver “Los huesos de Quevedo” en mis Obras Completas, III, pp. 131 y ss.).
5. Como hay héroes, hay heroínas, las cuales generalmente escapan a la función guerrera. Atalanta, por excepción, era virgen de armas y participó en la Cacería del Jabalí Calidonio. Reacia a las nupcias, imponía a sus pretendientes, para concederles su mano, la obligación de vencerla en la carrera o de dejarse matar por ella si eran vencidos. Hipómenes (o Melanión) logró derrotarla. Aconsejado por Afrodita, aceptó la apuesta, llevó consigo tres manzanas de las Hespérides ¡eternas manzanas de las leyendas!— y las fue dejando caer por la pista, una tras otra. Atalanta no pudo resistir el deseo de deternerse a recogerlas… y tuvo que aceptar a Hipómenes por esposo. Las Amazonas, hembras guerreras, no pertenecen a la familia de los héroes. Las heroínas más bien corresponden a la historia de amor, y su encanto romántico —trágico casi siempre— las ha hecho predilectas de la mitología.
6. Son características de los héroes el haber vivido algún día en la tierra o el que así se suponga, el haber sido mortales o el que se los dé por mortales, y el haber después merecido la inmortalidad. Es decir, que su “residencia en la tierra” puede ser real o imaginaria. Son características de los héroes míticos —de que se exceptúan los simples mortales ascendidos a héroes— el ser hijos de héroes o bastardos de dioses.
7. Los distintos tipos de héroes son inclasificables; puesto que no los ha engendrado el sistema, sino la dispersa imaginación colectiva. Pero es dable enumerar los tipos más persistentes.3
1) Dioses arcaicos desvanecidos en la personalidad del Olímpico que los absorbe, pero cuya leyenda propia no ha sido olvidada. Algunos son bastante dudosos, como Helena, Ifigenia, Pasife, Europa, Aridela, Afea, de quienes se piensa que son hipóstasis de Ártemis en su función lunar. Otros son más ciertos, como Jacinto, el atraído por Apolo, o Trofonio, el atraído por Zeus. Estos personajes suelen tener un nombre que expresa su función ritual: “Trofonio” es “el que alimenta”.
2) Héroes panhelénicos, de hazañas fabulosas, encaminados a la deificación, aunque nunca alcanzan la talla olímpica. Héracles, que en Homero no es más que figura legendaria, ya en tiempos de Heródoto recibe, en algunos sitios, culto heroico, y en otros, culto divino. A este grupo pertenecen Asclepio el médico y Anfiarao el del Oráculo.
3) Héroes locales que merecieron renombre general, síntesis de tradiciones en que hasta puede haber rasgos históricos adulterados por el mito, y que concentran el orgullo y la gratitud de un pueblo por haber enriquecido su patrimonio moral y material: Teseo el ateniense; algunos epónimos, como Pélope lo fue del Peloponeso.
4) Estrabón contó hasta 174 epónimos en las solas demarcaciones de Ática, y hoy la epigrafía conoce muchos más. Inútil decir que no todos los epónimos fueron más allá de su aldea. Caso singular el de los Tritopátores o “bisabuelos”, oscuro culto ático de Marathón, dioses-vientos a quienes a veces invocaban los niños en las ceremonias matrimoniales.
5) Algunos héroes se inventaron descaradamente, como Meseno para Mesenia, padrino posterior al bautizo.
6) Otros son hijos de la epiclesis, o adjetivos de la letanía trasmutados en otros tantos seres aparte: explicación que se ha intentado para la Díctina (Britomartis), para la Ilitia (Ártemis), y para muchas figuras femeninas ya mencionadas. Y otros son hijos de los meros gritos rituales, como Peán y como Himeneo, el segundo más indeciso que el primero.
7) Héroes de mera presencia o centinela, aunque sus méritos sean casi invisibles y ni siquiera pertenezcan a la localidad. Cilo, escudero de Pélope, vino a ser el guardián de Lesbos, simplemente porque Pélope le erigió un sepulcro en esa ciudad.
8) Héroes gremiales, patronos de oficios: Falareo, de los marineros atenienses; Kéranos, de los alfareros; Lykos, de los tribunales; Ciametes, de los verduleros, especialmente los vendedores de habas; Matón, de los panaderos espartanos; Cearón, de los cocineros, y el Taltibio de los heraldos.
9) Difuntos más o menos imaginarios, canonizados por sus virtudes benéficas, sus “milagros” o la decisión del Oráculo: Cleomedes, Carila.
10) A partir de cierto momento, los tiranicidas históricos: Harmodio y Aristogitón; los caudillos políticos como Eufrón, un revolucionario condenado a muerte que, al sobrevenir el cambio de régimen, recibió culto heroico de sus compatriotas los sicióneos, quienes lo apellidaron Archeegétees o Fundador, equiparándolo a los Padres de la ciudad. Honor semejante había sido otorgado antes a Brásidas, muerto en la victoria de Anfípolis contra los atenienses. Los espartanos vieron algo de sobrenatural en esta victoria de un agonizante, y ciertamente que Brásidas es uno de los caracteres más nobles que produjo Esparta. Se concedió a sus restos una parcela de tierra, se le consagraron juegos y sacrificios. En Sición también, para las honras de Arato, jefe de la Liga Aquea en el siglo III, hasta hubo representaciones escénicas: Dióniso, dios del Teatro, le prestó un poco de su fulgor. No se confundan estos ascensos a la categoría de héroes con la deificación.
Como se ve, llega un día en que los hombres reales alcanzan, por sus virtudes cívicas y patrióticas, la jerarquía del héroe, lo cual nos acerca ya a las concepciones modernas. No sólo recibieron parecido honor los individuos, sino que hubo también canonizaciones en masa. Tal aconteció con los muertos de las Guerras Persas. Se les otorgaron funerales por cuenta de la ciudad, y se los dejó al cuidado de sus respectivas familias hasta el día de la celebración común. Se los trasladó entonces a un sepulcro enorme, un túmulo estucado al que rodeaban estelas y lápidas conmemorativas con el nombre de cada uno. Pericles pronunció el discurso que Tucídides ha conservado para el mundo —credo de la democracia ateniense—, donde declaró, entre otras cosas, como Esténelo ante los reproches de Agamemnón: “Nosotros valemos más que nuestros padres”. Así pues, el culto de los muertos, y aun el culto del héroe, se han transformado y han cambiado de rumbo.