1. La fundación de ciudades se acompaña siempre de ceremonias religiosas y es uno de los ritos extraordinarios que antes hemos enumerado (cap. IV, I, § 2). Se relaciona especialmente con las expansiones coloniales, o con la creación de comunidades nuevas. Pues la fundación de las viejas ciudades tradicionales sólo ha dejado leyendas y mitos, o vagas memorias sobre el paso de las agrupaciones rústicas a los centros urbanos. Respecto a esos mitos y leyendas, sirvan de ejemplo los casos de Cadmo en Tebas, Tera, acaso Rodas; los demás hijos de Agenor en Cilicia, Tasos, Tracia; o Atamas en Halos. Respecto al paso de las agrupaciones rústicas a los centros urbanos, sirvan de ejemplo, para las concentraciones o fusiones que se han llamado “sinecismos”, el caso de Ática —“las Atenas” de Teseo que parten de la tetrápoli maratoniana—, y para la anexión por conquista, el caso de Esparta que sojuzga a Mesenia.
Prescindiendo de las penumbrosas y románticas vetusteces, la colonización helénica, sumariamente, se nos presenta en cinco aspectos casi sucesivos: 1) En la protohistoria, del siglo XII al siglo VIII, derrames inciertos “que a veces proceden de la fuga, sobre todo hacia el Archipiélago y el Asia Menor”, fuga ante los diversos invasores, pero en que se mezclaban a veces invasores e invadidos (establecimientos de eolios, jonios y dorios). 2) La colonia agrícola —la más asimilada a la metrópoli— del 750 al 500, promovida a la vez por el descontento político interior, la penuria, la escasez de tierras cultivables, el auge mismo de la agricultura doméstica en manos de los mayorazgos, y la sobrepoblación creciente. (Unas 250 colonias —apoikíai— que crean un circuito helénico casi continuo en torno al Mediterráneo y al Euxino, y entre las cuales Mileto, a su vez, dio de sí otras 75 colonias.) 3) La colonia mercante, que sigue de cerca a la anterior y obedece a iguales causas. Por ejemplo, los establecimientos del Ponto Euxino, centros de mera explotación para los griegos, que no se sentían tan a gusto en estos climas ásperos y en estas comarcas sin olivares ni viñas, como podían sentirse en Sicilia o Italia. 4) No debe olvidarse un tipo excepcional de colonia que desde un punto de vista social, tuvo sin duda importancia, aunque su especial carácter le impidió convertirse en centro de Cultura. Puede considerárselo, conceptualmente, como el último tipo de la colonia griega. Tal es la “cleruquía”, casi confinada a Atenas en tiempos del Imperio Ateniense. Las “cleruquías” eran colonias militares con parcelas agrícolas, cuyos pobladores, soldados u hoplitas pobres, no perdían su ciudadanía original. Las “cleruquías” aliviaban a las masas pobres, y servían de guarniciones permanentes en el exterior. Las más antiguas e importantes aparecen por las islas egeas del siglo VI en adelante. Hacia mediados del siglo V, se asegura que sumaban por todo unas 10,000 almas. Con excepción de Salamina, todas estas “cleruquías”, estribos del dominio ateniense, fueron abolidas durante las últimas etapas de la Guerra Peloponesia que puso fin a tal dominio. 5) La colonia alejandrina de nuevo tipo, resultante de las empresas de Alejandro (unas 70 colonias), obra continuada sobre todo por los Tolomeos y los Seléucidas: Asia Menor, Siria, Egipto, los Balkanes, Irán, India, Somalilandia. Se desarrolla de nuevo el sistema de las “cleruquías”. La interdependencia del comercio, cada vez más abundante, encamina hacia el imperio económico, y éste, hacia el imperio político.
Los colonizadores se derraman por varios lugares del Mediterráneo, al oriente y al occidente, donde ya había antiguas factorías comerciales como en Paflagonia y en Cumas. Aun habrá poblaciones griegas colonizadas por otros griegos. Tal ese emprendedor “imperio corintio”, algo despótico, que se atrevió con las islas del Mar Jónico y ocasionó, entre Corinto y Corcira (Corfú), la primera gran batalla naval de la Grecia histórica (664).
En los orígenes de la cultura, descuellan los centros coloniales: al oriente, Jonia, por la épica y la filosofía. Al occidente, por la filosofía, Crotona y Elea; y por la retórica, Sicilia. Chipre, secularmente disputada a los fenicios, contribuyó al menos con su sistema de escritura, que todavía se usaba comúnmente en Grecia por los años de 400.
La mayoría de las colonias fue independiente; las colonias más importantes a su vez fundaron colonias. Como consecuencia de este inmenso ensanche, la evolución de la Polis tomó el paso revolucionario. (Ver “Grecia en el tiempo y en el espacio”, Introducción, c).
Las anteriores líneas recuerdan la importancia de las nuevas fundaciones. Así, paso a paso, la franja de la cultura griega fue orlando —como más o menos dijo Cicerón— los mantos de los continentes bárbaros. Se difundió el espíritu helénico. Las colonias se adelantaron a veces a la madre patria. Además de lo dicho sobre la épica, la filosofía y la retórica, recuérdense los códigos de Zaleuco en la Lócrida y de Carondas en Crotona, verdaderos progresos. El primer experimento eléctrico se observó en Mileto; la primer teoría atómica nació en Abdera (Tracia); la primera investigación en la naturaleza de las fórmulas numéricas para enteder la íntima estructura del universo aparece entre los pitagóricos de Samos que emigraron a Italia; las primeras reflexiones geométricas sobre planos y líneas en movimiento proceden de Taras, colonia espartana, bajo su admirable gobernante Arquitas.
2. Las ligas más intensas entre las colonias y sus respectivas metrópolis eran las ligas religiosas y morales, aun cuando las ligas de orden puramente político hayan podido ser débiles y hasta nulas. Lo cual se explica fácilmente:
a) Porque la fundación de colonias fue en la mayoría de los casos una empresa privada, y entre el grupo de ciudadanos decididos a abandonar su tierra original y el Estado de que procedían no hubo, al principio, ningún pacto oficial; y las relaciones se establecieron de modo tradicional y consuetudinario, sin que dicho Estado tuviera más intervención que el haber recomendado a los futuros colonos un jefe o “fundador”, oikisteés.
b) Porque, cuando las ciudades intervinieron para hacer de la colonización una empresa de Estado, aunque hubo algo como una carta de fundación, ella se limitó a codificar los usos seguidos de tiempo inmemorial y no afectó para nada la independencia política de las colonias; las cuales poseían sus leyes y sus magistrados autónomos, y ni siquiera conservaban obligación alguna de prestaciones militares o financieras para con las metrópolis, aunque algunas usaran el cuño metropolitano en sus monedas con algún signo distintivo. Cuando opuntianas y locrios, hacia la primera mitad del siglo V a. C., fundaron la ciudad de Naupacto, quedaron ipso facto emancipados de toda contribución con respecto a las ciudades maternas. Un ejemplo todavía más expresivo: la orgullosa reivindicación, por parte de los corcirianos, contra las pretensiones dominadoras de Corinto, origen de la batalla naval ya mencionada.
c) De un modo general, sin embargo, las ligas morales de la colonia se manifestaban en su deseo de imitar la vida de la metrópoli, de invitar representantes de esta metrópoli para sus grandes festividades; de pedir a la metrópoli un “oecisto” o fundador cuando a su vez la colonia creaba otra colonia; de solicitar el auxilio de la metrópoli ante ciertos peligros y calamidades públicas; y también en aquel sentimiento filial con que la colonia, rehuía, en lo posible, todo grave conflicto con la comarca nativa.
d) Las ligas religiosas de la colonia se dejan ver en el ritual de la fundación y la imitación de los cultos metropolitanos; lo cual no impedía la institución de cultos locales (Amón, en Cirene), o de cierto rendimiento general a Apolo Arquegetes o a Héracles, deidades fundadoras por excelencia, cuando no era posible establecer el culto mismo del “oecisto” o antepasado fundador. A veces, las colonias participan en las fiestas religiosas de las metrópolis, y desde luego en las Panateneas que atraían generalmente a todos los helenos.
3. El proceso religioso para la fundación de ciudades puede describirse así:
a) Los futuros emigrantes comienzan por escoger a un fundador, a un “oescisto” (oikisteés), generalmente de familia ilustre y conocedor de las tradiciones religiosas aplicables al caso. El consejo gubernamental de la metrópoli, consultado siempre al efecto, suele designarlo, y a esto se reduce casi siempre —como queda dicho— la intervención de la metrópoli en la fundación de una colonia. Este jefe, aunque dotado de plenos poderes, será asistido por unos como ministros o geoonómoi. A veces, disfrutará, en la posteridad, de un culto heroico. Excepcionalmente, las ciudades podrán “cambiar de fundador”, lo que significa una importante mudanza en sus fortunas e instituciones, como cuando Amfípolis, en rebelión contra Atenas, transfiere a Brásidas el antiguo culto de Hagnón. En otros casos, se declaró fundador a un benefactor presente o pasado, como lo hicieron para Adriano varias ciudades y como hoy designamos a los “ciudadanos honorarios”.
b) Los futuros emigrantes consultan a los dioses; generalmente, al Apolo Delfinio, el que condujo a los navegantes cretenses en Crisa, el que cuida de las embarcaciones griegas en todos los mares, y al que, por todo el Mediterráneo, los griegos consagraron numerosas “Apolonias”. El dios indica el camino más recomendable y la región preferible para la nueva población. La experiencia acumulada por el Oráculo —conocedor de las empresas de exploradores y piratas y, hasta cierto punto, confesor de los fieles— lo capacitaba para aconsejar a los emigrantes según las mayores probabilidades de éxito y los intereses del helenismo.
Doricus, cuando resolvió separarse de su hermano Cleómenes I de Esparta, fue de fracaso en fracaso por haber olvidado este requisito previo. Quiso establecerse en Cinyps (norte de África, por la actual Trípoli), y fue rechazado por los cartagineses a los tres años. De allí pasó a la magna Grecia, y tal vez ayudó a Crotona en la destrucción de Síbaris (510 a. C.). Pero, sobre todo, intentó una nueva fundación al oeste de Sicilia, cerca de la Heraclea Minoa, y al poco tiempo los fenicios y los de Segesta dieron cuenta de él y de casi todos sus compañeros.
Por supuesto, las respuestas del Oráculo, a estas consultas conservaban su aire enigmático. Cuando los sibaritas que quedaron con vida de ataque crotoniata pidieron la ayuda de Esparta (que los desoyó) y de Atenas para reconstruir su ciudad, se fundó, ya de acuerdo con las normas políticas y racionales de Pericles, y junto a la antigua Síbaris, la ciudad de Turio. La Pitonisa Délfica, consultada según la costumbre, contestó así: “Debéis fundar vuestra ciudad donde tengáis que beber el agua con mesura y podáis comer sin mesura los panes de cebada”. Los colonos pronto dieron con una fuente que brotaba por un tubo de bronce: medimnos en la lengua de los nativos. Ahora bien, medimnos era en Atenas una medida de los áridos. El enigma quedó resuelto: allí se debía beber el agua por medida. La fuente se llamaba algo así como “la Impetuosa” (Thouría), de donde la colonia “Sybari”, vino al fin a llamarse “Turio”.
Naturalmente que el consultar al Oráculo, requisito previo indispensable según los principios religiosos, no siempre garantizó el éxito histórico. En el siglo VII a. C., los megarenses fundaron, a uno y otro lado del Bósforo, primero la ciudad Calcedonia —lado asiático que prometía ser el más fértil y seguro— y luego la de Bizancio, lado europeo, que parecía el menos prometedor y el más expuesto a las incursiones de los bárbaros. Y sucedió lo contrario: Calcedonia se ofuscó. Bizancio prosperó de modo inesperado. (“Sobre fundación de ciudades”, ensayo recogido en mi libro Junta de sombras, México, 1949, pp. 55-62).
c) Antes de emprender el viaje, el fundador se provee de un brasero transportable, encedido en el fuego pritáneo u hogar urbano de la metrópoli, para que sirva de hogar perpetuo a la futura colonia.
d) Para la fundación misma, se imitan las tradiciones nativas y aun suele convidarse a un sacerdote de la metrópoli.