1. Las celebraciones cultuales son numerosísimas, y los festivales religiosos superabundantes. Llega uno a preguntarse si los griegos estaban exentos de deberes rituales algún día del año.1
Los Festivales se repetían en períodos regulares —cada ocho, cada cuatro o dos años, y algunos anualmente—, la mayor parte durante la luna llena, hacia el duodécimo día del mes lunar, salvo los de Apolo que caían en su aniversario, el séptimo día, y los de su hermana Ártemis, la víspera. La mayoría de estos rituales son predeísticos, mágicos, aunque luego se los aplicó y subordinó al culto de un dios. A veces, un dios mayor se adueñaba del festival que antes había pertenecido a un dios menor, como lo hizo Apolo con las Jacintias, que siempre conservaron un sacrificio inicial a Jacinto, dios prehelénico. La mayoría de los Festivales comenzaron por ser agrarios, nunca perdieron del todo esta intensión y seguían inmeditamente a las cosechas. Al desarrollarse el Estado, los ritos se transformaron y la Polis los reglamentó. Sólo los dioses más insignificantes carecían de Festival.
Desde luego, en todos los Festivales se advierten rasgos comunes: desfiles y procesiones sacras; con frecuencia, concursos deportivos; a veces, carreras de antorchas como en las Panateneas, las Hefestías y las Prometeas atenienses; o, en el Pireo, el festival de Bendis, donde estas carreras se hacían a caballo. El relevo de antorchas corresponde a la preocupación de renovar el fuego sagrado, para que no pierda su pureza. Y si las semejanzas contribuyen a confundir unas y otras celebraciones (como algunas veces ha sucedido), las singularidades tampoco ofrecen un criterio firme para clasificar esta verdadera maraña de actos religiosos.
Se ha intentado ordenarlas según la deidad que las preside. Pero a veces las ceremonias se ofrecen a varios dioses a un tiempo; o bien, como en las Tesmoforias, la consagración al dios es puramente nominal y los ritos se desarrollan por sí solos.
Tampoco es recomendable la ordenación geográfica o por lugares, pues por una parte hay Festivales que se reflejan o repiten de uno en otro sitio; por otro, en una sola región hay Festivales para varios cultos diferentes.
Los solos cultos áticos, por ejemplo, comprenden celebraciones en honor de Atenea (Arretoforias, Procaristerias, Calinterias, Plinterias, Panateneas, Calcias); en honor de Deméter y Kora (Esciroforias, Tesmoforias, Cleas, los Misterios Menores de Agrae y los Misterios Mayores de Atenas y Eleusis); en honor de Posidón (Haloas); en honor de Dióniso (Antesterias, Leneas, Dionisíacas diversas, Oscoforias); en honor de Cronos (Cronias); en honor de Zeus (Diasias, Dipolias, Disoterias); en honor de Apolo (Targelias, Pianopsias); de Ártemis (Muniquias, Brauronias, Tauropolias, Elafebolias), y otras celebraciones menos conocidas, como las dedicadas a las Euménides o a Posidón, y las ya mencionadas que se ofrecían a Prometeo o a Hefesto, etcétera.
Como guía general, conviene recordar que el calendario oficial de Atenas se ajustó a los nombres de los Festivales, y ellos dieron su bautismo a los meses:
El año empezaba aproximadamente a mediados del verano, con el Hecatombeón (julio), mes de los grandes sacrificios o hecatombes en honor de Apolo, tal vez el día séptimo. El día duodécimo correspondía a las Cronias en honor de Cronos. El día 28, a las Panateneas.
Y así en adelante:
Mes de Metageitnion (agosto): las Metageitnias (por Apolo), Las Eleusinias (por Deméter y Kora).
Mes de Boedromión (septiembre): las Boedromia o de los Auxilios (por Apolo); fiestas conmemorativas de Platea y de Maratón; los Grandes Misterios de Eleusis.
Pyanopsión (octubre): Pianopsias (Apolo); Proerosias (Kora); Tesmoforias (Deméter y Kora).
Maimakterión (noviembre): Maimakteria (Zeus Maimaktes o Tempestuoso).
Posidón (diciembre): Posideas (Posidón); Haloas (Deméter).
Gamelión (enero-febrero), segunda mitad del año ático: ¿Gamelias (Zeus y Hera)? Leneas (Dióniso).
Antesterión (febrero, mes de las flores): Antesterias (Dióniso y “Todos Santos”); Diasias (Zeus).
Elafebolión (marzo): Elafebolias (Ártemis); Grandes Dionisíacas (Dióniso).
Muniquión (abril): Muniquias; Brauronias (fecha incierta); Tauropolias (todas en honor de Ártemis).
Targelión (mayo): Targelias (Apolo); Calinteria y Plinteria (Atenea).
Esciroforión (junio, último mes del año): Esciroforias (Deméter y Kora); Dipolias (Zeus Polieus); Soterias (Zeus).
2. Describiremos los festivales más importantes, ateniéndonos —para evitar las posibles confusiones ya señaladas— al solo criterio alfabético: el más pobre, pero el menos comprometedor.
Las Antesterias. Festival de las flores, anuncia la primavera en el mes de Antesterión (febrero), para Atenas y otras ciudades jonias, pero no sólo es una ocasión de regocijo, también de lamentación; pues la germinación de la tierra puede desatar energías peligrosas, y como dice el refrán castizo: “la primavera la sangre altera”. Los espectros de los desaparecidos se inquietan en estos días de Todos Santos y de Difuntos. El 11 (Pithoegia), se destapaban los jarros de vino, exorcismo contra los muertos maléficos, y se hacían libaciones para que aquel jugo misterioso, que ha de transformarse poco a poco en una bebida capaz de perturbar a los hombres, no causara daño ninguno. Al revés de lo que sucede con el Líber de Italia, en Grecia esta conexión entre Dióniso y la elaboración del vino posee carácter excepcional. El 12, Día de los Cántaros o Chóes, con intervención de los funcionarios, cada uno bebía en su propio cántaro, hasta los niños en recipientes más pequeños, en vez de usar la tinaja común. Todas las raciones eran iguales, y el que primero acababa la suya recibía un premio. Notable singularidad, cada uno usaba una mesa aparte. Los atenienses lo explicaban por referencia al regreso de Orestes, cuando fue a Atenas para ser purificado por el asesinato de su madre, y quienes lo recibieron no purificado todavía buscaron un compromiso entre la hospitalidad y el rechazo. Parece que en esta ocasión todos comían con cierta prisa, como para evitar augurios o incidentes funestos, para ganarle al mal hado aunque fuera por unos instantes. Dióniso, sea representado por una imagen o por el Arconte-Basileo, era traído en una navío con ruedas (¿alusión a la aventura de Dióniso con los piratas?); y por la noche, se desposaba en el Bukoleion o residencia oficial con la mujer del dicho Arconte-Basileo, conforme a un rito secreto en que había sacrificios y participaban un grupo de damas juramentadas y cuidadosamente escogidas. En tanto, como los espíritus de los difuntos andaban por las calles, los vecinos (como antídoto o resguardo) masticaban las frutitas de la oxiacanta y untaban de pez los quicios de sus puertas, sea para alejarlos con el mal olor o para que allí se pegaran como moscas sin poder entrar a las casas. Se ve, pues, que el día era una mezcla de ceremonias suntuosas y de pavores contenidos. El 13 se consagraba a los chytroi u ollas, en que se ofrecían a Hermes tortas de granos y frutas, para propiciar a este conductor de los difuntos, como lo hicieron por primera vez los supervivientes del Diluvio griego de Deucalión en beneficio de las víctimas. Cada familia hacía su compota por su lado, a la luz del día, y los sacerdotes no podían probarla. Acaso el difunto, invisible y en compañía del invisible Hermes, venía a compartirla con su familia. Después se recordaba a los espíritus que ya era tiempo de dejar en paz a los vivientes: “¡Afuera, afuera, espectros, que las Antesterias se han acabado!”
Las Apaturias. Festival jonio correspondiente a las Apelas dorias. Las fratrías atenienses lo celebraban en el mes Pyanopsión (octubre a noviembre). Duraba tres días: el primero, cena de media noche o dorpía; el segundo, sacrificio animal o anárrusis; y el tercero, kureótis o adopción de niños, jóvenes y recién casadas en la fratría, mediante tres actos: méion o recepción del niño, kúrion o corte del pelo a los muchachos, y gamelia o acceso de las muchachas.
Las Ayoras. Festivales de la siembra en las campiñas áticas, referidos de algún modo al mito de Icario —que enseñó el cultivo de la vid— y relacionados con las Antesterias. Se reducían a una serie de diversiones rústicas. Los chicos saltaban entre las botijas de vino y las chicas eran remecidas en columpios, lo que se entendía como rito mágico de la fertilidad. Los modernos mitógrafos ven en las historias de las heroínas que se suicidan colgándose, como Fedra, una transformación de estos ritos del columpio, que ya se conocieron en Creta.
La leyenda especial de Ícaro cuenta que éste por primera vez dio a probar el vino a los áticos, quienes, juzgándose envenenados, le dieron muerte. Su hija Erígone, conducida por su perro Maera, descubrió su cadáver y se colgó, desesperada. Las Ayoras se instituyeron en su honor, y mediante este rito, Aristeo logró alejar la peste que se cernía sobre Ceos.
Las Boedromias, fiesta de los Auxilios (mes Boedromión) en honor de Apolo.
Las Brauronias, de fecha incierta, así llamadas por la ciudad de Braurón (costa ática). Festival en honor de Ártemis, donde se sacrificaba un cabrito, y las jovencitas bailaban disfrazadas de oseznas con mantos teñidos de azafrán. Ártemis la Osa recuerda aquí su naturaleza silvestre y su conexión con las fieras.
Las Calinterias. Festival ático de Atenea, en su función de “ama de casa”: kallynein significa asear y barrer la casa, lo que la diosa pudo hacer al fijar su domicilio.
Las Carneas. Festival dorio, al parecer por agosto-septiembre (Karneios), consagrado a Apolo, pero que pudo primitivamente pertenecer a algún vetusto dios Karnos o Karneios (Kárnes: “carnero”). Se servía un banquete, distribuido en nueve tiendas militares de grupos reducidos: nueve comensales cada una, o sea tres para cada una de las tres fratrías. Había una carrera de jóvenes. Uno de ellos llevaba una banda o guirnalda en la cabeza y echaba a correr pronunciando bendiciones para la ciudad. Si los demás lo alcanzaban, se tenía por buen augurio; si no, el augurio era funesto. El nombre de los corredores (stafilodromos) hace pensar a muchos que el festival era más bien consagrado a Dióniso y se refería a la vendimia. En tal caso, sería uno de los pocos festivales de la vid, como las Oscoforias de Atenas.
Lo cierto es que los festivales de la vid más bien escasean en Grecia, y que la asociación entre Dióniso y la vid no es tan constante como la asociación entre Deméter y el cereal. La razón es clara: Dióniso llegó tarde a Grecia, poco antes de iniciarse la época histórica, y la viticultura es en Grecia mucho más antigua, pertenece a la era predeística y de los ritos mágicos. La asociación entre Dióniso y la vid se produjo después y Dióniso —aunque en Homero y Hesíodo es ya el dios de la vid— más bien corresponde al orden general de la fertilidad agrícola (a excepción de los cereales), a diferencia de lo que generalmente se cree, a la primavera, a la fecundidad, a la virtud fálica, y se entendía que el higo también era uno de los presentes que había hecho a la humanidad. (Era el sukátees, del higo, en Laconia, y el meilíchios, de la miel, en Naxos.)
Las Cronias. Festival ático en honor del viejo dios Cronos, padre de Zeus y destronado por éste. El nombre de Cronos, contra lo que suele creerse, no significa nada en griego. El Festival se refiere a las cosechas. La guadaña con que suele representarse al dios, aunque es para la mitología el instrumento con que mutiló a su padre Urano, sin duda alude a las cosechas. El día de las Cronias, los amos servían a sus esclavos y comían con ellos, lo que el mito también interpreta como un recuerdo de la igualdad que reinaba en el Siglo de Oro.
Las Dedalas del Citerón. Ya hemos mencionado las fogatas de estos festivales, acaso alusivas al suicidio de Héracles en el Monte Eta. A veces se arrojaban al fuego muñecos que representaban hombres y mujeres; también animales vivos (cosa poco griega en principio, pero ¿dónde no hay excepciones?), y algunas ofrendas votivas. La ceremonia se relaciona con los ritos de la fertilidad (como el Día de los Cántaros en las Antesterias) y se refiere, especialmente en Platea (Beocia), a la “hierogamia” o matrimonio sagrado de Zeus y Hera.
Las Diasias. Festival ático en honor de Zeus, el 23 de Antesterión. El Zeus que recibe el honor no es el amasador de las nubes, como le llama Homero, sino la hipóstasis denominada Zeus Meilichios, función ctónica que suele presentarse en forma de serpiente. No está clara esta singular transformación. La ceremonia era melancólica. El sacrificio suponía la consunción íntegra de la víctima al fuego (generalmente un cerdo, o bien una torta en forma de animal), y los fieles no probaban bocado. El día consagrado a las Diasias era día festivo, se invitaban huéspedes y se repartían juguetes a los niños. El título del dios parece significar “fácil al ruego”.
Las Didimias. Su centro era Didima (por otro nombre Bránquida), cerca de Mileto, sitio oracular donde, como en Delfos, oficiaba una pitonisa. Gobernaba el ritual la familia hierática de los Bránquidas, descendientes del héroe Branco. El templo fue incendiado por los persas en 494, y Alejandro reorganizó el culto en 334. En el siglo II a. C., el festival gnóstico de las Didimias, celebrado anualmente, asumió carácter panhelénico.
Las Diogenias. Ver Soterias.
Las Dionisíacas. Varios festivales referentes al culto de Dióniso tienen nombres aparte (Antesterias, Leneas). Se reservó el nombre de “Dionisíacas” a aquellos que se acompañaban de representaciones teatrales. Parten de Atenas, se difundieron por varias ciudades, merced a la creciente popularidad de los actos dramáticos. Las Dionisíacas se dividen en dos clases: las rústicas y las urbanas. Aquéllas se celebraban en el mes Posidón (diciembre); éstas en el mes Elafebolión (marzo).
a) Dionisíacas rústicas. Conocidas en muchos demos áticos, toman su nombre de la ciudad de Dionisia. Aristófanes nos ha dejado una vívida descripción de estas alegres procesiones en su comedia de Los acarnienses. El desfile va encabezado por la hija de “Diceópolis” en función de canéfora (la que lleva en un cesto, sobre la cabeza, las ofrendas del sacrificio). Tras ella van dos esclavos portadores del simbólico falo, y luego el propio “Diceópolis” que entona un canto licencioso en honor de Phales, personificación demoníaca del atributo viril. La obra da luces sobre los orígenes de la Comedia, género que parte de las farsas y regocijos aldeanos (kommos). Uno de sus rasgos característicos es el askoliasmós, deporte rústico de los muchachos que, procurando guardar el equilibrio, saltan en los cueros inflados de las cabras.
b) Dionisíacas urbanas o Grandes Dionisíacas. Del día 8 al 13, Dióniso Eleutéreo, dios traído a Atenas por Pisístrato de la aldea de Eleuteria, frontera de la Ática y la Beocia. Llegó a tener dos templos en la Acrópolis, y la orquesta, para las representaciones dramáticas, se encontraba al lado. El teatro de piedra se decía edificado por Licurgo (el hijo de Licofrón y aliado de Demóstenes) en 330 a. C. Había coros líricos cantados por mancebos y adultos, tragedias y comedias. El que la tragedia (siglo VI a. C.) haya tenido su origen en este culto (lamento por el asesinato de Dióniso), después aplicado a otros mitos, se esgrime como argumento contra la hipótesis aristotélica según la cual tragedia y drama satírico nacieron conjuntamente del ditirambo (un canto coral dionisíaco). El Dióniso de Eleuteria es llamado melanaigís o “el vestido con la piel de cabra negra”. La leyenda cuenta que Dióniso apareció durante el duelo entre Janto y Melanto: los atenienses y los beocios estaban en guerra, y decidieron su querella mediante un encuentro individual entre estos dos contrincantes, el primero rey de los beocios, y el segundo un campeón de Atenas. Al avanzar Melanto sobre su adversario, creyó ver que alguien venía oculto tras él, y lo increpó acusándolo de valerse de un ayudante. Janto se volvió a ver quién venía siguiéndolo, y Melanto aprovechó esta distracción para matar a Janto. Este cuento —combate del rubio ‘Janto’ contra ‘Melanto’ el negro— se interpreta como fábula popular de la lucha entre el invierno y el verano. El fantasma que vio Melanto llevaba la famosa piel de cabra negra y era nada menos que Dióniso. Pero las autoridades consideran que estamos a presencia de una mera mojiganga sin sentido religioso, en que el verano vence al invierno valiéndose de una artimaña, pues Dióniso nunca tomó parte en el duelo.
A las Dionisíacas urbanas, que son uno de los festivales más importantes, concurría gente de todos los rumbos. La estatua de Dióniso era transportada a un templo en la Academia, y la epifanía o aparición del dios era objeto de una ruidosa procesión, con los simbólicos falos a cuestas, procesión que paraba en las faldas de la Acrópolis, lado sur, donde se ofrecían sacrificios. Después de lo cual, los efebos, en desfile de antorchas, llevaban la imagen divina hasta el teatro, para que presenciara las representaciones dramáticas. Cuando el teatro se llenaba, el sobrante de las entradas se exhibía en la orquesta, y los hijos de los muertos en combate recibían panoplias como presente. Los honores concedidos a nacionales y a extranjeros se proclamaban de preferencia en las Dionisíacas.
No está por demás advertir aquí que eso de que Melpómene sea la Musa de la Tragedia y Talía la de la Comedia no pasa de ser un desvío erudito. El arte figurado da a las Musas atributos distintivos, pero en el culto y en la imaginación general, cualquier Musa puede inspirar al artista en cualquier manifestación. El mismo nombre de “Musas” (hijas de Mnemósine o la Memoria) sólo se refiere a su don de buscar o suscitar en la mente el recuerdo y la sustancia de lo que se quiere producir. La Comedia quedó organizada algo después de la Tragedia, a la que desde luego se concedió el mayor interés, como lo muestra el hecho de que en las Dionisíacas se representaran doce tragedias y tres comedias. En la gran época del Drama (en torno al siglo V a. C.) sólo había representaciones durante las Dionisíacas, y los Dramas, aunque poco a poco secularizados, siempre conservaron su íntima relación con el culto.
Las Dipolias. Fiesta anual ofrecida al Zeus Polieo, en la Acrópolis ateniense, el 14 de Esciroforión (junio), día de la luna llena el último mes del año griego. La familia hierática encargada del culto del Zeus Polieo era la familia de los Bouzygai (“los que uncen al buey”), quienes seguramente dirigían el ritual. Para los días de Aristófanes (siglo V a. C., auge del período clásico), esta fiesta parecía ya anticuada y no se entendía bien su sentido. Se caracteriza por la boufonía o matanza del buey. Nos quedan de ella cinco descripciones principales: Androción, citado por el escoliasta de Las nubes aristofánicas; Teofrasto, citado por Porfirio; Pausanias, en dos pasajes; y Porfirio en su tratado De abstinentia. Salvo diferencias insignificantes, estos testimonios nos permiten reconstruir las cuatro escenas del sacrificio: 1) selección del buey; 2) matanza del buey, que es comido por los asistentes; 3) resurrección mimética del buey; 4) juicio provocado por el asesinato del buey. (“El sacrificio”, 15-18.)
1) La selección del buey se relaciona con el “incidente del pélanos”. El pélanos es una mezcla de harina y miel que se dejó sobre la mesa o el ara para ser ofrecida a la divinidad, y se supone que fue robada por el buey. Un sujeto llamado Taulón o bien Sópatros dio muerte al buey para castigar su profanación. En adelante, el buey escogido al caso es traído ante el altar donde lo espera el pélanos o alguna mixtura de cereales. A veces se traen varios bueyes, para sacrificar al primero que caiga en la tentación.
2) Matanza y manducación del buey. Afilada convenientemente el hacha, el bouphónos, como le llama Pausanias, abate al toro, arroja el hacha y finge que huye a ocultarse. Tal vez lo acompaña un auxiliar que remata la obra con un cuchillo. Los presentes comienzan a distribuir las tajadas de la víctima, la cual en un principio se comía cruda.
3) El simulacro de resucitar al toro, llenando el cuero con la grasa, se relaciona con los ritos de la renovación vegetal, de la lluvia fertilizante, y acaso conserva un eco del sacrificio ofrecido a Zeus por Prometeo. Este simulacro de buey es uncido al yugo, para fingir que continúa abriendo surcos. Algunos suponen que se comenzó por sacrificar un toro salvaje —lo que daría a los actos previos cierto aire de tauromaquia—, y que el uncirlo al yugo indica que al fin se lo ha domesticado: meras conjeturas.
4) Pausanias dice que el juicio contra los útiles de la matanza (en que descargan su culpa los matadores, como lo hemos visto al tratar especialmente del sacrificio) se reduce a una suerte de proceso contra el hacha, la cual es absuelta. Teofrasto dice que la culpa se descarga al fin sobre el cuchillo, el cual recibe el castigo de ser arrojado al mar. Sin duda a estas prácticas pueden referirse las ociosas conversaciones de Pericles y Protágoras que, según los murmuradores de Atenas, se pasaban buenos ratos discutiendo en quién debía recaer la responsabilidad de la muerte por el accidente causado en una competencia de jabalinas (A. R., La crítica en la edad ateniense § 98; Obras Completas, XIII, pp. 63-64).
Mucho después, en el siglo II a. C., encontramos en Magnesia, al comenzar la siembra, un festival que celebraba la paz con Mileto, donde también hay una suerte de boufonía ofrecida a Ártemis Leukophryene, a Apolo Dídimo y a Zeus Sosípolis. Es ya una de tantas aplicaciones políticas de los ritos, características de la época.
Los fanáticos del totemismo creen hallar en estos sacrificios un argumento para su causa —de tan dudosa aceptación en el mundo griego—, como si hubiera residuo de esta noción prehistórica dondequiera que aparece un animal doméstico, aunque sea un loro en su estaca.
Las Elafebolias, por Ártemis “cazadora de ciervos”. Los ciervos ofrecidos en sacrificio eran panes y tortas que simulaban a los animales. Ceremonias en que, como dijimos, se establece la ecuación del fuego y la vida. Se las celebra en Yámpolis y en Lafria —derivadas éstas de Calidón. Pausanias cuenta que los focios, en lucha con los tésalos, se daban ya por perdidos. En su desesperación (“la desesperación focia” se volvió frase hecha: phokiké apónoia), hicieron una enorme pira, donde amontonaron todos sus bienes, juntaron allí a sus mujeres y a sus niños, salieron a la campaña y ordenaron a algunos guardias prender fuego a la pira si es que eran derrotados, dando muerte antes a las familias. (¿Un eco en la Eneida, cuando Eneas abandona a Dido?) Plutarco añade que al fin los focios quedaron vencedores, e instituyeron por memoria las Elafebolias de Yámpolis, donde se hacían fogatas y se arrojaban muñecos, etc. La anécdota histórica puede entenderse legítimamente como cuento etiológico para explicar la costumbre universal del fuego vivificador, las Hogueras de San Juan en varias partes del mundo. A ello se refiere también, sin duda, el mito de la autocremación de Héracles en el Monte Eta (ver: “Dedalas”).
Las Eleusinias. Festival del mes Metageitnión que no debe confundirse con los Grandes Misterios de Eleusis y que consistía en procesiones y sacrificios en honor de Deméter, acompañados de algunos juegos cuyos premios eran cereales. Se celebraban cada dos años.
Las Esciroforias. Festival ateniense también llamado Skira que se celebraba el 12 de Esciroforión (junio-julio) en honra a Deméter y a Kora. Algo acarreaban las procesiones que ya no sabemos si eran parasoles o grandes baldaquinos blancos, bajo los cuales se guarecían del sol los sacerdotes de la Atenea Políade y los de Posidón-Erecteo en su paseo desde la Acrópolis hasta un sitio llamado Escira. Los ritos eran semejantes a los de las Tesmoforias. Las ofrendas, lechones y tortas en forma de serpientes u órganos masculinos que se arrojaban a los pozos como en las Tesmoforias.
Las Gamelias. Festival incierto, referido a la hierogamia o nupcias —no de ayer, no de algún pasado mítico, sino renovadas todos los días para que no pare la obra de la naturaleza— entre Zeus y Hera, entre el impulso masculino y la cautela femenina, entre el Padre Cielo y la Madre Tierra. Pudiera ser que las menciones de esta celebración no sean más que menciones al tema que anda por ahí más o menos disimulado o explícito en otros Festivales.
Las Gimnopedias. Nos hemos referido a este Festival —uno de los más importantes de Esparta y que pone algo de amenidad en aquel ambiente tan lúgubre— para recordar que el soltero, siempre perseguido y postergado en aquella tierra, no era admitido a estos regocijos públicos. Plutarco habla de la decencia y naturalidad con que ellos se desarrollaban —exhibiciones del nudismo lacedemonio sin duda relacionados con la inmensa preocupación cívica de la eugenesia. También nos dice Plutarco que este Festival se debe a Taletas de Gortina, Jenódamo de Citeres, Jenócrito de Lócrida, Polimnasto de Colofón y Sácadas de Argos, los grandes músicos, todos extraños al país, a quienes correspondió inaugurar la lírica lacedemonia, después por desgracia tan decaída.
Las danzas y los ejercicios corporales eran los principales elementos de las Gimnopedias. El Festival conmemoraba la victoria de Tireatis, donde Esparta logró —hacia 550 a. C.— redondear la frontera de Lacedemonia. La lucha había de decidirse entre Argos y Esparta, mediante el combate entre los trescientos campeones escogidos de cada bando. Se dice que, de los seiscientos, sólo tres quedaron con vida: un espartano y dos argivos; y que, mientras estos dos salieron rumbo a su tierra a todo correr para anunciar su triunfo, el espartano —llamado Otríades— permaneció en el sitio y se apresuró a erigir un trofeo. Como uno y otro bando se declaraban vencedores, hubo que volver a las armas, y esta vez los argivos fueron derrotados sin discusión. A partir de ese día, Esparta no disputó más territorios a los vecinos, sino que se consagró a reafirmar su influencia en el Peloponeso.
La celebración de las Gimnopedias consistía en cantos y danzas para los niños, los jóvenes y los ancianos; unos ofrecían sus esperanzas; los otros se jactaban de sus proezas, y los últimos recordaban sus glorias de ayer. A veces, los éforos en persona conducían los coros. A los niños tocaban las primeras horas de la mañana, cuando aún no había mucho sol.
Hacia mediodía, el turno pasaba a los jóvenes, que hacían ver su resistencia al calor. Sin duda —se infiere— el atardecer correspondía a los viejos, cuando ya las primeras sombras comenzaban a refrescar el ambiente. El jefe de cada cuadrilla lucía un extraño y vistoso revestimiento de hojas de palmera (o según otros afirman, de plumas). Parece que las fiestas duraban unos cinco días, y acababan en un magno desfile. La mayoría de los documentos insisten en que los ejecutantes, incluso las jóvenes que participaban en las Gimnopedias, danzaban y desfilaban desnudos. Alguien ha creído que más bien debemos entender: “desnudos de todas armas”. Entonces se admiraban aquellas variadas combinaciones de anapalas o bailes de combatientes, embaterios y enoplias o marchas militares al son de la flauta, hipoquermas en que participaban las doncellas y que se consagraban al dios Apolo, hormos o collares enlazados de hombres y mujeres, dipodas reservadas a las muchachas, briálicas que también bailaban las muchachas honrando a Ártemis y a Apolo y en que acaso se usaban máscaras, canéforas o mujeres tal vez con el cesto a la cabeza, dimaleas de hombres disfrazados de sátiros y que solían saltar en ronda, itimbias consagradas a Baco, hipogipones de viejos con sus cayados (nuestra “danza de los viejecitos”), gipones de velos transparentes, tirbasias y otras danzas miméticas, acaso motones en que los ilotas fingían presentarse ebrios para dar ejemplo contra el vicio (sea o no verdad que algunas veces los embriagaban de veras con este fin) y otras posibles invenciones que sólo en aquellos días se admiraban. Parece que las Gimnopedias, como las Jacintias y las Ortias, atraían numerosa concurrencia de otras ciudades.
Las Halieas. Fiestas rodias en honor de Helios —culto excepcional en Grecia— que se celebraban anualmente con sacrificio de cuatro caballos arrojados al mar, y cada cuatro años, con mayor riqueza y aparato. También los sacrificios de caballos eran excepcionales. Rodas conoció otros cultos (Atenea era honrada en Lindos con ofertas de fuego), y algunos festivales menores a Cronos, Posidón, Apolo Esminteo, Dióniso y tal vez los Dióscuros. Los festivales más atractivos eran el de los muchachos en Lindos, a la llegada de las golondrinas —en que había colecta de limosnas—, y las Tlapolemias (por Tlepólemo, o Tlapólemo en el dialecto local), donde había agones y competencias.
Las Helotias. Culto relacionado con las reliquias sagradas (ya restos del cuerpo de la deidad, ya objetos de su uso). Era un festival en honor de Atenea, donde los devotos paseaban a cuestas una enorme guirnalda o trenza vegetal (hellotis), en la que se suponía iban envueltos los huesos de Europa, la amante legendaria de Zeus, madre de Minos y Radamantis, y en versión posterior, también de Sarpedón, después desposada con el rey cretense Asterio, y finalmente deificada
Las Hereas. Festival de Argos en honor de la “nativa” Hera; procesiones anuales al Hereón, hecatombes, competencia de jabalinas. El premio para el vencedor es un escudo. El desfile armado y el escudo —rasgos no frecuentes en el ritual de una diosa— la asocian con las adoraciones minoico-micénicas a la Diosa Madre y Guerrera.
Las Haloas. El vigésimo sexto día del mes invernal de Posidón presenciaba el Festival de las Haloas, en honra de Deméter. Parece que la palabra misma esconde un significado etimológico alusivo a la tierra arable. Los ritos que entonces se practicaban, todos referentes a la fertilidad y en que sólo intervenían las mujeres, son a veces algo indecentes a nuestros ojos. Para esa fecha, el tiempo solía ser frío y nublado. Dos cenas lo alegraban en lo posible, una para los ciudadanos, servida en algún lugar poco notorio, y otra para las mujeres en los terrenos sacros de Eleusis, donde no se debían comer ciertos frutos, ciertos pescados, gallinas ni huevos. Se bebía el vino nuevo, que ya empezaba a madurar. Había también un desfile consagrado a Posidón, aquí entendido como el Olímpico esposo de la diosa cereal, una de sus más arcaicas funciones —el agua fertilizante— más que el dominio de los mares. En este festejo se descubren tabús y extrañezas que acaso vienen de antiguas costumbres aqueas y parecen llevarnos hasta las regiones septentrionales, algo menos apacibles y benignas, de donde llegaron los inmigrantes de Grecia.
Las Jacintias. Jacinto, dios pre-helénico adorado en Amiclea, fue absorbido en la personalidad olímpica de Apolo. El mito dice que el mismo disco de Apolo, empujado por su rival Céfiro, hirió a Jacinto en la cabeza y causó su muerte. De la sangre del joven dios brotó la flor que lleva su nombre y en la cual va inscrita la palabra con que, en las Jacintias, se lamentaba su desaparición: aiai, fábula semejante a la de Áyax Telamonio. Las Jacintias, Festival apolíneo, acaso deba considerarse como un rito lacedemonio, más ortodoxo en su carácter de competencia gimnástica que los ritos de la Ártemis Orthia, aunque no dejan de ofrecer con ellos ciertas analogías. Las Jacintias se celebraban también a mediados de mayo. Si las Orthias exhalan un inconfundible olor micénico, las Jacintias parecen ya una expresión más auténticamente griega: el primer día se daba a la lamentación, el segundo era de regocijo: himnos, música de lira y flauta, danzas arcaicas, desfiles ecuestres, carreras de carros para mujeres.
Las Kalameas. Festival de las cosechas de que hay pocas noticias, aunque al parecer fue muy difundido. Se supone que su nombre se deriva de kálamos, caña de trigo; se celebraba en junio y se consagraba a Deméter.
Las Lafrias. Festival de la Ártemis de Patras, celebrado anualmente con holocaustos de animales silvestres y aves y presidido por una sacerdotisa acarreada en un carro de ciervos, como el que a veces se atribuye a la diosa.
Las Leneas. Festival dionisíaco de Atenas (las Lenas son secuaces de Dióniso), que se celebraba del 12 al 14 del mes Gamelión, llamado Leneón en algunas ciudades jónicas (enero a febrero). Ha sido un error querer confundirlas con las Antesterias y considerarlas como el equivalente urbano de las Dionisíacas rústicas, celebradas durante el mes anterior en varios lugares, y hay que rectificar en este sentido la excelente Introducción al estudio de Grecia de A. Petrie.2 Se conocen poco sus ritos, salvo que se celebraban en el santuario de Dióniso al oeste del Acrópolis, que había una procesión, que los presidía el Arconte-Rey en persona, y que los dádouchos de Eleusis eran jueces de los concursos. Pues su elemento más importante estaba en las representaciones dramáticas, a que ya nos hemos referido para Los babilonios de Aristófanes. En un principio al menos, se prefirieron las comedias a las tragedias.
A ellos correspondía también dar la bienvenida, en nombre de las deidades terrestres, al nuevo dios de la fertilidad, Dióniso, aquí invocado bajo el nombre de Baco, que suena casi como el Iaco de los Misterios Eleusinios. Los griegos eran muy dados a estas mezclas y fusiones de los dioses nuevos con los viejos. Baco, por su parte, se suponía que a su vez pagaba con ofrendas simbólicas la hospitalidad que le dispensaban Deméter, Kora y Hades.
Las Maimakterias (por noviembre) eran un Festival no muy importante en honor de Zeus Tempestuoso (Maimaktes), que parecía destinado a defenderse contra las tormentas otoñales.
Las Metageitnias. Muy poco sabemos de este Festival: que se celebraba en el mes Metageitnion (agosto), aunque ignoramos el día exacto, que traía consigo un sacrificio al dios Apolo y que, a juzgar por la etimología, alguna relación tenía con el trato y las obligaciones entre vecinos (geítones).
Las Munichias del 16 de abril (Munichión), eran una conmemoración anual de la victoria de Salamina (480 a. C.), aunque ésta fue algo posterior, y acaso la conmemoración se fundió más tarde con un festejo ya existente en honor de Ártemis. Su rasgo sobresaliente era un desfile naval.
Las Oscoforias (textualmente “acarreo de ramas”) celebradas por octubre en Atenas, es una de las pocas fiestas de la vendimia que encontramos en Grecia. (Recuérdese lo dicho a propósito de las Carneas), donde no falta el acostumbrado concurso de carreras. Una rama con sus racimos se suspendía en el pórtico del templo. Aunque este culto parece desde muy pronto asociado a Dióniso, los cuidados de la ceremonia quedaban a cargo de los oficiantes de Salamina, porque el templo de la Atenea Skiras se hallaba en el Oschophorión, donde la procesión terminaba, y el culto de la Atenea Skiras se consideraba fundado por el héroe Skiros de Salamina. El arconte de esta ciudad era también el que designaba en estas fiestas a los “oscóforos” y “dipnóforos”. Todo ello se interpreta como uno de los esfuerzos de Atenas para ganar la adhesión de Salamina. (Esfuerzos que, como se sabe, ni siquiera se detuvieron ante una posible falsificación de los textos homéricos: Ver “Dos conunicaciones, I” en mi libro Estudios helénicos. México, 1957, pp. 199-203).
Las Panateneas. Festival ateniense que se celebraba cada año, y con mayor pompa cada cuatro años (Grandes Panateneas), el 28 de Hecatombeón (julio-agosto), considerado como el día aniversario del nacimiento de Atenea. Es decir, que las ceremonias comenzaban la noche del 27, puesto que para los griegos el día comenzaba con la puesta del sol. Procesión, acaso desfile de antorchas, sacrificios, juegos y danzas en la sagrada colina del Acrópolis eran sus rasgos característicos. En la procesión figuraban hombres, doncellas de ilustres familias que acarreaban objetos sagrados y rituales (cáneforas), jóvenes que conducían a las víctimas animales, metecos o residentes extranjeros, gente de a pie y gente montada en vistosos trajes de fiesta, carros y caballos para las carreras. En un barco de ruedas, izado a manera de vela, se llevaba hasta el ara de la diosa un peplo bordado, lo que ha hecho referir a este Festival, ya como prefiguración para unos eruditos, ya como recuerdo para otros, la ofrenda del peplo y los sacrificios de las mujeres troyanas a la diosa Atenea (Il., VI). El manto era un rasgo tradicional, y así se ve que Dione y Dodona poseían un rico guardarropa. En el caso, la efigie o el sacro objeto que la representaba debía revestir el nuevo manto para evitar el frío que por entonces se dejaba sentir a media noche. El navío alude al poder marítimo de Atenas, que salvó al país cuando la guerra contra los persas. El manto, bordado por matronas y doncellas de alcurnia, representaba historias guerreras, Dioses contra Titanes y Gigantes, y a la propia Atenea en su gallarda actitud de combatiente. No podemos menos de pensar en el manto que labraba Penélope. La carne de los sacrificios se distribuía entre los asistentes. Los premios consistían en aceite de los sacros olivos, guardado en ánforas donde aparecían figuradas la diosa armada de su lanza y una representación de los distintos juegos. Los de Salamina sacrificaban una puerca, en prenda de su lealtad a Atenas, y las colonias áticas y las aliadas (Eretria, Brea, etc.) enviaban reses o panoplias como presentes a la deidad. Según la tradición, Teseo instituyó las Panateneas como símbolo de la unidad política, al realizar el “sinecismo” ateniense, y éste fue para siempre el sentido de estos Festivales. Otras fábulas atribuyen a Erecteo o a Erictonio la organización de estos actos religiosos.
Las Paniquias eran ciertos Festivales nocturnos y, en general, de carácter licencioso, ya en honor de Deméter (las Haloas), ya de Ártemis (las Tauropolias), y aun de Dióniso. Se dice que las celebraban las mujeres, que poseían sus Misterios propios, un acentuado simbolismo sexual, ciertas semejanzas con las Tesmoforias y alguna relación con el trabajo de los jardines y de las viñas por diciembre. Las noticias son bastante confusas. El personaje Pannykis aparece como servidora de Afrodita y el nombre era usual entre las hetairas.
Las Pianopsias. Festival del mismo tipo de las Talisias y las Targelias que ocurría en el mes Pyanopsión, a fines de otoño y celebraba también los primeros frutos. Se suponía que Apolo en persona concurría al solemne banquete y compartía el plato de legumbres y harinas. La procesión sacra paseaba el “Árbol de Mayo” (ramas de olivo y laurel), adornado a diversos modos, con frutas, panes, tarros de miel, frascos de vino, ampollas de aceite: el eiresióne de que acaso proceda el tirso de las Ménades que viene a ser su miniatura, que solía también erigirse a la puerta de la recién casada y que bien puede referirse a la Ártemis Korythalia de Esparta (el korythale es otro nombre del “Árbol de Mayo”), en cuyo honor se ejecutaban danzas lascivas. El eiresióne era acarreado por niños que juntaban contribuciones de los vecinos. Queda un eco de esta festividad en un himno homérico referente a Samos. Se colgaban ramas a las puertas como nuestras “palmas benditas” y se conservaban de un año a otro. Otra rama —rito que se decía instituido por Teseo— se entregaba a un niño que no debía ser huérfano de padre ni madre, para que la colgara en el pórtico del templo de Apolo.
Las Plinterias tienen el mismo sentido que las Calinterias ya mencionadas.
Las Posideas, en honor de Posidón, se celebraban el octavo día del mes invernal que lleva el nombre del dios acuático.
Las Proerosias, el 5 de Pyanopsión (octubre) vienen a ser la fiesta de la primer labranza o la “primera erosión” como lo dice ya su nombre. Plutarco nos dice que éste era uno de los tres actos de labranza que solían celebrarse en tres distintos sitios de Ática, y en los cuales se invocaba a Kora, la joven diosa raptada por Hades que pasa parte del año en las honduras subterráneas (invierno) y parte del año en la superficie de la tierra (verano).
Las Rodias. Ver Halieas.
Las Soterias (de Sooteér, salvador o amparador). Fiestas de distinto alcance, más bien locales y conmemorativas, comparables con las Eleuterias de Platea, Siracusa y Samos, de que dan ejemplo las Diogenias de Atenas en el siglo II, y que se desarrollan singularmente en la Edad Helenística: así, en Delfos, para conmemorar la derrota de Breno y sus celtas, invierno de 279-8 a. C., a que ya nos hemos referido. Poco después de la retirada de los galos, los Anfictiones instituyeron una Soteria anual, y los etolios la resucitaron más tarde.
Las Talisias. Rito en que se ofrecen a la deidad los primeros frutos, no muy caracterizado en la antigua Grecia. Solía hacerse una mezcla o confitura llamada panspermia. El rito se relaciona con las Pianopsias y las Targelias. El thalysion arton o primer tajada del cereal amasado es llamado thargelos en Atenas. Pertenece a la costumbre general de dar “albricias” o participación sobre lo ganado (aparchai), rompe el tabú impuesto a la fruta verde y asegura un año fértil. (Supervivencia en el actual uso eclesiástico: kálluba.) Otros refieren este rito a la trilla y consideran que, así como las Pianopsias se refieren propiamente a la cosecha de fruta, las Talisias son más bien una celebración de la cosecha cereal.
Las Targelias. Festival jonio consagrado a Apolo el 6 y 7 de Thargelión (mayo-junio) y también conocido en Hipponax (Asia Menor), Abdera, Massalía o Marsella. Se relaciona con las Talisias y las Pianopsias. La frecuente aparición de Apolo en el calendario griego se explica por ser el padre de Ion, patrono de todos los jonios, a quienes Atenas preside en cierto modo: vagos prolegómenos del “racismo” político.
En este Festival se acostumbraba azotar con ramas verdes al Phármakos (rito floreal), y a veces se lo apedreaba y aun quedaba muerto “por accidente”. En verdad se usaban dos “fármacos”, escogidos entre los hombres más feos y se les ponían unos collares de higos secos: negros para el representante de los hombres y blancos para el delegado de las mujeres. Cuando Aristófanes quiere denostar a sus enemigos, los malos políticos de su tiempo, declara que no servían ni para “fármacos”.
El tárgeela, fruto aún no maduro o primer torta del cereal, se ofrecía un poco antes de la cosecha, en parte para protegerla y en parte para fomentarla.
Las Tesmoforias. Quedan suficientemente descritas en referencia anterior (“Las supervivencias”). El ritual ocupaba del 11 al 13 Pyanopsión. Las mujeres, únicas admitidas a esta celebración, levantaban enramadas y se sentaban en el suelo. El segundo día ayunaban. El tercer día (kalligéneia) se consagraba a solicitar la fecundidad de los hombres y de la tierra. Los restos putrefactos de los lechoncillos sacrificados (ver las Esciroforias) se mezclaban con las semillas y se dejaban en el ara. El mito del porquerizo Eubuleo, tragado al igual de su piara cuando Hades abrió la tierra para raptar a Kora, es un mito etiológico cuyo objeto es explicar el ritual. Entre las ofrendas hay también pinos e imágenes fálicas. Ya hemos dicho que, aunque nominalmente ofrecida a Deméter y a Kora —en toda Grecia, Cirene y Sicilia— la celebración parece adelantar por sí sola sin tomar en cuenta a las diosas, aunque el uso de los pozos es típico del culto a Deméter. Era éste el Festival más difundido por todas las ciudades griegas. Deméter y su hija eran designadas con el epíteto de “tesmoforias” (casi “donadoras de ricos presentes”), acaso para indicar que la agricultura da ley y asiento a la vida civilizada. Y se supone que el hecho de excluir a los hombres es mero recuerdo de los días en que el cultivo de la tierra estaba confiado a la mujer, aunque esta explicación mal se aviene con el uso, siempre masculino, del arado y los bueyes. Basta, por toda explicación, recordar que es la mujer, como la tierra, la que da de sí los frutos de la fertilidad natural. Durante el festejo, aunque las oficiantes eran damas de alta posición social, se permitían entre sí burlas y procacidades inseparables de estos ritos.
Las Tlapolemias. Ver Halieas.