PRÓLOGO

SERÍA impropio de esta obra el dar una bibliografía completa, cuyo examen es precisamente lo que nos proponemos ahorrar al lector. Sin embargo, conviene mencionar aquí, entre las numerosas obras consultadas (y aparte de los autores antiguos, siempre a la vista) aquellas para con las cuales reconocemos una deuda especial: H. J. Rose, A Handbook of Greek Mythology; L. R. Farnell, The Cults of the Greek States y Greek Hero-Cults and Ideas of Inmortality; The Oxford Classical Dictionary; W. K. C. Guthrie, The Greeks and their Gods; P. Grimal, Dictionnaire de la Mythologie Grecque et Romaine. La Introducción debe sugestiones al prólogo del prof. W. Jaeger para el libro de G. Schwab, Gods and Heroes, traducción inglesa de O. Marx y E. Morwitz.

Los Dioses llevan a los Héroes y viceversa. Los mitos constantemente se entrelazan. Al referirse a los Dioses, no es posible pasar por alto algunas fábulas de los Héroes; al tratar de los Héroes, suele ser indispensable retroceder para señalar algunos rasgos del Dios. Mucho más fácil que distinguir en concepto las personalidades divinas de las heroicas es distinguir las respectivas prácticas rituales, y aun los altares y los templos que a unas y a otras se consagran; pero nada de esto compete al estudio de la mitología. Aun suele haber confusiones, como sucede con Héracles (hombre–héroe–dios) y con otros entes de condición doble o vacilante.

Para abarcar, pues, la imagen cabal de cada mito, lo mejor es acudir al índice alfabético que aparece al final. De uno a otro libro, las figuras van completándose, aunque para ello haya habido que consentirse, sin remedio, algunas repeticiones, sin las cuales sería incomprensible el relato, pues no hay que confiar demasiado aun en la memoria del más atento de los lectores.

El fondo auténtico de las fábulas y leyendas griegas, la verdadera mitología de aquel pueblo, además de su constante e incalculable movilidad en el tiempo y en el espacio, ha sufrido cuatro principales refracciones:

1) La más aceptable y legítima, porque en rigor representa la vida del mito en los más altos niveles de la mentalidad antigua, se debe a las interpretaciones personales de los poetas griegos y aun de los romanos.

2) La segunda se debe a las falsificaciones y torsiones traídas por el sistema órfico, que pretendió cargar de sentido, y aun de sentido oculto, muchos mitos, transformándolos y convirtiéndolos a su modo, pero que sin duda recogió en sus acarreos algunas especies, más o menos errabundas, de la imaginación popular, ya griega, ya tracia, ya frigia.

3) La tercera refracción procede de los complementos o retoques artificiosos a las personas y a las fábulas en las épocas que desbordan ya la frontera clásica y empiezan, por una parte, a perder el respeto a la tradición, y por otra parte, a contaminarse de influencias asiáticas y exóticas en general: los alejandrinos, los decadentes, los bizantinos.

4) La cuarta y la más frecuente, fuera de los centros de especialistas, es la que proviene de considerar siempre el mito griego a través de la adaptación romana, que procuró hacer un remedo de Grecia donde carecía de material propio.

Ningún mito nos ha llegado en su forma primitiva, es cierto, ni sería posible fijar el estado y el momento originarios de una leyenda o fábula que empieza a crearse. En general, los mitos helénicos se nos presentan, todos ellos o la mayoría, después de haber sufrido tres transformaciones: la de la edad épica, la de la edad trágica y la de la edad filosófica o sofística. La épica organiza las fábulas en relato; la tragedia nos ofrece algo como la meditación o reflexión sobre un episodio mítico; la filosofía o la sofística (sin dar necesariamente a esta palabra su mal sentido, sino el sentido técnico que le corresponde como aplicación social de la filosofía) aprovecha los casos míticos y legendarios como símbolos, alegorías y hasta lecciones con moraleja. Un día los estoicos les pedirán la revelación sobre la naturaleza del mundo, considerando la mitología como un código en que puede descifrarse el enigma de las cosas. Otro día, los epicúreos —que niegan la intervención divina en las cosas humanas— los interpretarán sólo como enseñamientos para la conducta. Ya veremos que las doctrinas místicas, coincidiendo en esto con los estoicos, se esfuerzan por arrancar a los mitos algunas verdades secretas. Ya veremos que algunos espíritus escépticos se esfuerzan por “reconciliarlos” y entenderlos como versiones deformadas de acontecimientos ordidinarios, según las reglas que procuró establecer Palefato, quien parece ya anunciar, a través de los siglos, a Fontenelle y su Historia de los oráculos, y de cuyos métodos es sólo un caso particular el conocido sistema de Evhemero, al reducir Dioses y Héroes a benefactores humanos divinizados luego por la gratitud de la posteridad. Los tratadistas que ofrecen mayor garantía para el conocimiento de los mitos canónicos, o aceptados en general por los griegos, son los que podemos llamar “puristas”, y lo son hasta donde en esta materia cabe la pureza.

Hay puristas del mito y hay eclécticos del mito. Estos últimos podrán ser muy amenos y variados en sus relatos, pero falsean un tanto la visión clásica. Ejemplo, el que empieza contándonos los orígenes del mundo con las historias órficas de Eurínome, Ofión y el Huevo Original, en lugar de apegarse a Hesíodo. Los eclécticos adulteran todas las perspectivas. Si aquí debemos prescindir de muchas variantes que no llegaron a tener trascendencia en la representación definitiva de la mitología (¡y ya recogemos demasiadas, pues en este asunto todo es variantes!), también prescindimos de muchos relatos o versiones órficos, alejandrinos, decadentes, bizantinos, romanos, cuando no vemos el objeto de mencionarlos. En contados casos, y siempre con un guiño de inteligencia al lector, nos permitimos alguna observación de sentido moderno, casi a título de humorada.