Plaza de la estación

 

 

Bajo el cielo gris —pero nada es permanente,

cercada o protegida por alerces desnudos

la plaza se introduce en la realidad.

Del surtidor cubierto de musgo apenas sale

un chorro de agua y un arco de hierro

en el otro extremo compone un gesto

vagamente escultórico el soporte perdido

de algo que ya no veremos. Ni la lluvia

es necesaria ni las sombras femeninas

de la mente. La plaza se recompone al alejarse,

su quietud es mérito del viajero. Aquí,

en el páramo quedan las líneas, apenas

los bocetos de su clara disposición agónica.