Enumerar es alabar, dijo la muchacha (18, poeta, pelo largo). En la hora de la ambulancia detenida en el callejón. El camillero aplastó la colilla con el zapato, luego avanzó como un oso. Me gustaría que apagaran las luces de las ventanas y que esos desgraciados se fueran a dormir. ¿Quién fue el primer ser humano que se asomó a una ventana? (Aplausos.) La gente está cansada, no me asombraría que un día de éstos nos recibieran a balazos. Supongo que un mono. No puedo hilar lo que digo. No puedo expresarme con coherencia ni escribir lo que pienso. Probablemente debería dejarlo todo y marcharme, ¿no lo hizo así Teresa de Ávila? (Aplausos y risas.) Un mono asomado en una ventana purulenta viendo declinar el día, como una estatua pulsátil. El camillero se acercó a donde estaba fumando el sargento; apenas se saludaron con un movimiento de hombros sin llegar a mirarse en ningún momento. A simple vista uno podía notar que no había muerto de un ataque cardiaco. Estaba bocabajo y en la espalda, sobre el suéter marrón, se apreciaban varios agujeros de bala. Le descargaron una ametralladora entera, dijo un enano que estaba en el lado izquierdo del sargento y que el enfermero no había tenido tiempo de ver. A lo lejos escucharon el murmullo de una manifestación. Será mejor que nos vayamos antes de que tapen la avenida, dijo el enano. El sargento parecía no escucharle, embebido en la contemplación de las ventanas con gente que miraba el espectáculo. Vámonos rápido. ¿Pero adónde? No hay comisarías. Enumerar es alabar y se rio la muchacha. La misma pasión, hasta el infinito. Coches detenidos entre baches y tarros de basura. Puertas que se abren y luego se cierran sin motivo aparente. Motores, faros, la ambulancia sale en marcha atrás. La hora se infla, revienta. Supongo que fue un mono en la copa de un bendito árbol.