Autorretrato

 

 

Jefe de banda a los 8 años, nadie sospechó

que el que tenía más miedo era yo.

El pelirrojo Barrientos y el loco Herrera

fueron mis más fieles capitanes

en aquellas mañanas rosadas de Quilpué

cuando todo a mi alrededor se desmoronaba,

pero Bernardo Ugalde fue mi más sabio amigo.

Vísperas del Mundial del 62

Raúl Sánchez y Eladio Rojas nos amparaban

en la defensa y el medio campo: los delanteros

éramos nosotros.

Valientes y audaces, como para no morir nunca,

mi pandilla siguió peleando

mientras los autobuses mataban a los niños solitarios.

Así, sin darnos cuenta,

lo fuimos perdiendo todo.

 

 

(La verdad es que ya no recuerdo si Bernardo se apellidaba Ugalde, Ugarte o Urrutia; ahora me parece que el nombre era Urrutia, pero quién sabe.)