Une nouvelle secte de philosophes

 

 

Aquí yacen los despojos del muy ilustre Miguel Nostradamus, el único, a juicio de muchos mortales, digno de transmitir los acontecimientos futuros del mundo entero, con una pluma casi divina y en plena relación con las influencias de las estrellas.

 

Ana Ponsart Gemelle (la mujer de Nostradamus).

 

Nostradamus Bolaño llegó a México como el Jesucristo de Ensor a Bruselas. La Historia era un afiche de la policía, clavado en la puerta de una ensambladora de autos. Las muchachas pobres buscaban el interruptor en piezas oscuras, e imaginaban manos desesperadas atrapando sus senos.

 

Y la luz no se prendía. La Historia, un grito ahogado en tantos gritos que desbordaban la noche de una ciudad perdonada. Y la luz no se prendía. O se prendía una hora después del suceso.

 

Vio la ampolleta inmóvil en el dormitorio lleno de carteles. Vio las modernas cortinas rotas y las persianas que el viento cerraba y abría.

 

Con brújula, pistola y mapas falsos, como un pirata, todo lo recorrió; haciendo del tierno viaje sentimental una Ilíada escrita por novelistas genocidas, poetas cobardes y delgados, dramaturgos dormidos.

 

En el bosque mujeres a caballo lo saludaban desde lejos.

 

La boca roja de la televisión decía: Nostradamus Bolaño, conjunción de astros en tu sandwich, y en tu sillón de flores marchitas, y en tu cerveza que la vieja luna entibia. Es decir, querido, no importa cómo llegues a México, o a cualquier país, si los sentidos están intactos, si no eres capaz de sacarte el cinturón y entrar corriendo locamente, molineando la hebilla en el aire, botando puertas con las patas, a matar al loco que tiene una pistola en la mano y una niña despanzurrada en la cama.

 

Vio la ampolleta inmóvil en el dormitorio lleno de fotografías. Escupió el suelo, se lo tragaron los rincones. Vio las modernas cortinas rajadas, que el viento levantaba y dejaba caer. Bajó las escaleras —principios de siglo— aullando puras porquerías, buscando a gritos un taxi en la noche.