Antes de morirme me será dado recordar el árbol
de mi estirpe: un abuelo valiente
y un padre cariñoso y cobarde.
Yo, que viví como hombre entre hombres
ahora me sumerjo por un instante
en la corriente
de las imágenes.
Y así puedo ver otra vez, o tal vez por vez primera,
los caballos y las peleas, los trenes y los rostros
de las mujeres que amé.
Libros leídos, libros escritos, los amigos,
la fama.
Puedo ver el dolor de los años que viví en esta tierra
y la cuota de sufrimiento que causé
y que me pertenece.
El árbol de mi estirpe y de la implacable ley.
Pero sé que la última imagen que verán mis ojos
no será la de una mujer ni tampoco la de un valiente
(conocí a muchos y sin duda yo también lo fui)
sino el rostro de mi padre en los años en que yo tenía seis
inclinándose sobre mi rostro huraño:
cuán atento, con cuánto amor,
y dándome un beso.