—Encontradla —ordenó Drake bruscamente. Las noches en vela se reflejaban en su aspecto demacrado—. Es vuestra única prioridad, vuestra única tarea. Encontradla y traédmela.
Había reunido a sus escoltas. Los únicos de su círculo íntimo, un grupo de hombres —hermanos— que eran sus socios y los únicos a quienes confiaba su vida… y la de Evangeline.
Los únicos hombres a los que había permitido que lo vieran en sus momentos más bajos. Totalmente expuesto. Vulnerable. No le importaba nada, ni exponer su debilidad, ni dejar ese control férreo que le había acompañado la mayor parte de su vida. Todos sabían que Evangeline era especial, que era importante. Les caía bien y la respetaban. Ya era raro que sintieran algo así y era inaudito que una mujer les suscitara ambas cosas.
Y por ello estaban todos cabreados con él.
—Joder, Drake —espetó Maddox—. ¿Cómo pudiste? Seguro que había otro modo.
—¡No había otro modo y lo sabes! —bramó Drake, furioso y con una sensación de indefensión que lo carcomía y lo desgarraba por dentro hasta que de él no quedó más que el cascarón vacío de un hombre que, indefenso ante sus hombres, les imploraba ayuda.
Estos intercambiaron miradas de compasión, algunos, y de resignación, otros; se dieron cuenta de que Drake tenía razón. Sin embargo, y sin decir nada, otros lo miraban con rabia por la manera tan ruin en que había tratado, traicionado, a Evangeline.
«Eres una inútil. Ni siquiera sabes mamarla. Solo me sirves en el dormitorio».
Recordó sus crueles palabras y fue como si la herida se abriera y volviera a sangrar, como un recordatorio de las cosas imperdonables que le había dicho. Y todo para convencer a los dichosos Luconi de que ella no significaba nada para él cuando, en realidad, era todo su mundo.
Y ahora no lograba encontrarla.
No podía culparla. La había destrozado. La había hecho pedacitos hasta que le sangraron las heridas verbales que le había infligido. Y ese maltrato físico… Desde luego, el único culpable era él.
Silas había permanecido callado con aquellas facciones esculpidas en piedra, pero los ojos lo delataban y eso no era típico de él.
—No se lo merecía —susurró Silas. No le hacía falta alzar la voz para dejar las cosas claras. Cuando hablaba, los demás dejaban de hablar y lo escuchaban. Era un hombre que infundía autoridad y respeto.
—No, no se lo merecía —repuso Drake con voz ronca—. ¿Te crees que no lo sé? No pasa ni una sola noche sin que la recuerde allí, destrozada, desesperada, hecha un mar de lágrimas y, aún peor, muerta de miedo. Me tenía miedo, miedo por la humillación. Se creyó todos los insultos y todas las palabras que le había escupido para que los Luconi no sospecharan lo que ella significaba para mí. No lo olvidaré nunca. Esa noche se me ha quedado grabada en la mente para el resto de mi vida.
Su voz se volvió grave y despedía rabia a raudales.
—Podría estar en cualquier sitio. Sola. Aterrada. Sus padres no han tenido noticias suyas y esas zorras que se hacen llamar amigas… —Se le quebró la voz y tuvo que recobrar la compostura.
Maddox y él habían ido directamente al piso que compartía con sus amigas y descubrieron que ellas tampoco sabían nada. Después de presenciar aquel paripé, haciéndose las desconsoladas, dieron media vuelta para irse y Lana se derrumbó: les confesó entre lágrimas que Evangeline había llamado aquel mismo día, el día que tenía previsto quedar con ellas para reconciliarse. Y ella le había dicho que no viniera. La culpa se reflejaba en los ojos de todas sus «amigas».
Entonces él cayó en la cuenta de que ella no planificó darle la sorpresa, no le había mentido para hacer de anfitriona. Herida por el rechazo de sus amigas, había decidido volcarse en lo único seguro que tenía, en buscar la aprobación de Drake; la necesitaba porque no tenía a nadie más.
Y Maddox se sentía igual de culpable porque de haber subido con ella al piso, como solía hacer, hubiera sabido que las chicas no estaban en casa y no hubiera dudado en llevarla a otro sitio aquella noche. No esperaba que escapara y volviera al apartamento de Drake para sorprenderlo. Para demostrarle que le importaba. Se lo había jugado todo y él se lo había pagado con una traición tan hiriente, una traición tan profunda que había destrozado algo hermoso e inocente, que no podía pensar en ello sin desatar los frágiles lazos de la cordura.
Justice carraspeó y se pasó una mano por el pelo, dudando, como si le preocupara cabrear a Drake más de lo que ya estaba por lo que iba a decirle.
—Mira, tal vez sea una locura —empezó a decir con recelo—, pero escúchame bien, ¿de acuerdo?
Drake hizo un ruido de impaciencia. Cada instante que pasaba en el despacho, ella lo pasaba en la calle, sola, destrozada y pensando que él le había mentido en todo.
—Que sea rápido —le espetó—. Mientras estamos aquí hablando de ella, la pobre está fuera sola, pasando frío y hambre, con una mano detrás y otra delante.
El pesar lo embargó de nuevo, y tuvo que sentarse en la butaca para no caer. Se tapó la cara con las manos, con lo que se perdió las miradas sorprendidas a la par que incómodas de sus hombres.
—Creo que lo has enfocado mal —expuso Justice en voz baja.
Drake levantó la cabeza de nuevo con los labios fruncidos. Los otros hombres se quedaron mirando a Justice como preguntándose si se había vuelto loco al cuestionarlo o intentar enfadarlo.
—Escúchame bien —repitió este—. La has protegido en todo momento, la has mantenido en secreto por miedo a que la usaran para hacerte daño. Por eso tuviste que hacer lo que hiciste cuando cambió todo y no hubo otro modo de protegerla.
La expresión pensativa de Silas cambió a una de asco, con lo que dejó claro —para Drake y los demás— lo que pensaba sobre lo que «había que hacer» para proteger la vida de Evangeline.
—En lugar de esconderla, de mantenerla en secreto, creo que deberías hacerlo público. Muy público —añadió Justice, remarcando lo último.
—¿Estás loco? —protestó Drake con una voz ronca—. ¿Quieres que la violen, la torturen… la maten?
Justice levantó la mano para pedirle que lo escuchara. Los otros se quedaron callados; de repente sentían curiosidad por saber a dónde quería llegar Justice con eso.
—No, no la escondas —repitió en voz baja—. Conviértela en tu reina. Haz saber a todo el mundo que es tuya y que matarás a cualquiera que la mire mal, que la amenace o que intente usarla para llegar hasta ti. Piénsalo, Drake. Eres el más temido de la ciudad. ¿Crees de verdad que alguien sería tan gilipollas de ir a por lo que más quieres?
—Tiene razón —terció Silas en voz baja. Los dejó a todos sorprendidos—. Podemos doblar y hasta triplicar su seguridad, pero lo que la protegerá más es tu nombre. Piénsalo. ¿Cuándo has hecho público que estabas con una mujer o has dejado claro que cualquiera que le hiciera daño acabaría sufriendo una muerte larga y agonizante?
Drake gruñó, impaciente.
—Tener un equipo de seguridad, por muy buenos que seáis todos, no la protegerá de un francotirador, una bomba o alguien que se le acerque sin más y le dispare a bocajarro.
Maddox soltó un improperio y miró a Drake, nervioso y asqueado.
—Pierdes la chaveta y no eres racional cuando se trata de Evangeline. Matarla es una estupidez porque no conseguirían más que cabrearte y que fueras a cargártelos. Y eso no lo quiere nadie, ni siquiera el más poderoso de tus enemigos. Serían gilipollas porque en cuanto ordenaran la muerte de Evangeline, ya podrían despedirse de sus vidas y sus imperios. Solo podrían usarla para llegar hasta ti si la secuestraran para extorsionarte a cambio de su liberación. Y para llegar hasta ella, tendrían que sortear a su equipo de seguridad y eso no va a pasar.
—Nosotros —interrumpió Justice al tiempo que los señalaba a todos y a sí mismo— no permitiremos que nadie se le acerque lo suficiente para secuestrarla y siempre habrá alguien vigilándola las veinticuatro horas del día si no está en tu casa. Y cuando Evangeline y tú salgáis, un equipo os protegerá a los dos y controlará todos vuestros movimientos.
—El equipo estará siempre con vosotros salvo cuando estéis los dos a solas. Tu apartamento tiene el mejor sistema de vigilancia del mercado. Es mejor y mucho más sofisticado que la mayoría de los sistemas profesionales. Con solo tocar un botón se activa el sistema de cierre de emergencia y, por si fuera poco, tienes una habitación de seguridad que es impenetrable, incluso a prueba de explosiones —añadió Silas—. Lo sé porque yo mismo hice la instalación.
—No quiero que sea una prisionera —dijo Drake con voz angustiada.
—No será tan distinto a antes —comentó Jax, que habló por primera vez—. ¿Cuándo ha salido sola sin que la acompañara alguno de nosotros? Y no parecía que le importara mucho… Le caemos bien, joder. O le caíamos…
Se le apagó la voz con un gesto de remordimiento y de pesar, como si los actos de Drake la alejaran de los demás. Y a juzgar por las miradas de los hombres, debía de ser algo que todos pensaban y que no les hacía mucha gracia.
Sus hombres la adoraban. Ella les caía muy bien y eso no solía pasar. Ahora se veían en la misma tesitura que Drake: Evangeline dejaría de confiar en ellos. A pesar de eso, no sentía celos. Solo sentía culpabilidad porque, a consecuencia de sus actos, Evangeline perdería gente importante para ella, unas personas a las que había ayudado y había hecho sentir especiales, que importaban.
—Solo yo soy el responsable de lo que le ha pasado a Evangeline —dijo Drake en voz baja—. Y sabéis tan bien como yo que Evangeline no es vengativa. Es muy dulce y tiene el corazón más puro y sincero que he conocido nunca. No os odiará a vosotros, solo a mí… y esa es la cruz que debo llevar. No tenéis que sufrir por mi arrogancia y estupidez.
Se quedó callado, reflexionando sobre la conversación y agachó la cabeza, sumido en sus pensamientos: la cabeza no dejaba de darle vueltas. ¿Tan sencillo era? ¿Tan tonto había sido al tenerla aislada de todo por miedo? No, eso solo era parte del problema. La parte egoísta, que no quería compartirla con nadie, ni siquiera con sus hermanos, aunque fuese necesario.
—Tenéis razón —reconoció, cansado—. Joder, tenéis razón y tendría que habérseme ocurrido antes.
Su tono estaba cargado de odio hacia sí mismo. Él, que controlaba cualquier situación, que pensaba en todas las posibilidades… Sin embargo, ella le había puesto la vida patas arriba; por ella era incapaz de pensar con claridad y de forma racional. Como no se centrara, acabarían muertos los dos. Igual que sus hermanos.
Silas carraspeó y, de nuevo, los demás lo miraron sorprendidos. Ya había roto su silencio característico una vez y parecía que aún tenía cosas que decir.
—Hay algo más que has hecho… no muy bien —le indicó él corrigiendo lo que iba a decir, aunque las palabras flotaron por la sala como si las hubiera dicho.
«Hay algo más que has hecho mal».
Lo miró a los ojos sin inmutarse. Silas no tenía miedo de Drake. Drake lo consideraba un igual en todos los sentidos de la palabra; igual de letal o incluso más. No, Silas no le tenía miedo y Drake lo respetaba por eso.
Hubo un silencio pronunciado en la sala; todo el mundo aguardaba a ver lo que Silas se atrevía a hacer: insinuar que Drake se había equivocado en muchas cosas. Y ni siquiera sus hombres de mayor confianza se atrevían a hacer lo que hacía Silas.
—Nunca supo con seguridad qué lugar ocupaba en tu mundo, en tu vida —susurró.
—¿Cómo que no? —rugió Drake, aunque no le gustaba el tono a la defensiva de su propia voz. Era por el sentimiento de culpa; Silas le había tocado la fibra.
—Llegas a casa después de trabajar y te vas antes de que se despierte. Nos envías a llevarla adonde tenga que ir y a atenderla. Eso es cosa tuya, Drake. Es tu mujer y no le has dado ni un solo motivo para creer que te importa más que alguien que simplemente te caliente la cama y te haga de sumisa. Solo existe cuando te conviene.
La rabia le nubló el juicio y solo el hecho de que Silas hubiera dado en el clavo le impidió abalanzarse sobre el hombre al que llamaba su ejecutor, su verdugo. Ese hombre que estaría a la par que él en una pelea porque los dos eran muy parecidos, aunque Drake sospechaba que este tenía algo más.
—Si la encuentras, si está dispuesta a escucharte, a perdonarte o, por lo menos, permitirte que puedas compensar la terrible injusticia que le has hecho, tendrás que demostrarle con tus actos y no solo con palabras, que para ti significa más que una mujer que te calienta la cama unas cuantas noches y a la que luego puedas despachar con un regalo de despedida por el tiempo invertido.
—Sabes perfectamente que no le gusta aceptar mis regalos —rugió Drake—, ya sean detalles, joyas o ropa.
—¿Y a qué crees que se debe? —interrumpió Maddox con una mirada penetrante.
—Porque solo me quería a mí —susurró él.
Y de repente, todo lo que le había dicho Silas cobraba sentido. Cerró los ojos porque las demás piezas empezaban a encajar. Evangeline lo quería a él. Su tiempo. Su corazón. Lo único que no le había dado, lo que no podía darle. Pero eso no significaba que no pudiera demostrarle que significaba algo para él y pasar más tiempo con ella en lugar de encasquetársela a sus hombres.
Entonces soltó un improperio y se pasó una mano por la cara.
—Hay otras maneras de hacerle daño para llegar hasta mí. Sus amigas, por ejemplo, aunque le hayan dado de lado. Claro que eso no lo sabe nadie. Su familia, su madre y su padre, por quienes haría lo que fuera… y ya lo ha hecho, joder. Ellos también deberán tener protección porque si alguien secuestrara a su familia o a sus amigas, Evangeline se quedaría destrozada y me rogaría que hiciera lo que estuviera en mi mano para recuperarlos. —Hizo una mueca y cerró los ojos—. Y yo no le negaría nada nunca, salvo en lo que respecta a su seguridad. Su felicidad es lo primero y si alguien se llevara a sus seres queridos, no sabría qué hacer. No podría volver a mirarla a los ojos si me quedara de brazos cruzados, impotente, si me negara a ceder ante la extorsión y el chantaje, algo que antes ni se me habría pasado por la cabeza.
Algunos de sus hombres lo miraban estupefactos. No se esforzaron por ocultarlo, aunque los más cercanos a él ni se sorprendieron. Había respeto en sus miradas, igual que la determinación de mantener segura a Evangeline… y a todos a los que amaba.
Hatcher cambió de postura; lo miraba incómodo. Abrió la boca más de una vez, pero la cerró igual de rápido apretando los labios como si reprimiera algo que quería decir.
—¿En qué piensas, Hatch? —preguntó Drake.
Este suspiró.
—Mira, no te lo tomes a mal. Evangeline me cae bien. Es muy dulce, tal vez demasiado dulce e inocente, y no me gustaría que se viera envuelta en nuestras movidas y acabara mal parada o muerta.
—¿Pero? —insistió Drake, que sabía que Hatch estaba pensando algo más y no solo pretendía ensalzar sus virtudes.
Hatcher se sentía cada vez más incómodo y empezaba a sudar.
—Mira, solo escúchame —murmuró repitiendo lo mismo que había dicho Justice hacía tan solo unos minutos—. Esta mujer te ha calado demasiado hondo. Hasta ahora nunca te habías planteado estar con ninguna mujer durante tanto tiempo, y aún menos convertirla en tu reina y proclamarlo a los cuatro vientos, que lo sepa todo el mundo. Tal vez… tal vez sea mejor así.
—¿Así cómo? —preguntó Drake tajante y lleno de rabia porque sabía dónde quería ir a parar con eso, y de estar en lo cierto, Silas, Maddox y Justice tendrían que sujetarlo para no matar a Hatcher.
—Pues cortar por lo sano —dijo su hombre con una mirada dura—. Aprovechar esta situación y dejarlo estar. Te hace vulnerable. Ya lo ha conseguido, joder. Estás obsesionado, Drake. Tú no te das cuenta, pero los demás sí. Al final acabarás muerto… y nosotros después. Al final el precio puede ser muy alto.
Hubo reacciones de todo tipo, desde miradas de «Pero ¿qué mierda dice este?» a miradas fulminantes y de furia absoluta de Justice, Maddox, Silas, Hartley, Jax y Thane; las caras, ojos y forma de apretar la mandíbula de estos lo decían todo.
—Ya has hecho o estás pensando en hacer concesiones para cosas que nunca habías permitido antes. Quizá deberías plantearte dejarla en lugar de convertirla en tu reina. Deshazte de ella, pon fin a la relación y que todo el mundo se entere de que se ha terminado y que ya no te une nada a ella. Es lo que siempre has hecho. Es lo que ya has hecho, así que déjalo correr. Nunca te has implicado sentimentalmente así con ninguna mujer, ni has removido cielo y tierra para buscar a alguien que no quiere que lo encuentren. Si quieres que esté a salvo, esto es lo mejor que puedes hacer porque así nadie, sobre todo desde que la humillaras delante de los Luconi, volverá a pensar en ella. Pero si decides hacer pública la relación, la estarás echando a los lobos, y lo sabes.
Drake se lo quedó mirando con tanta frialdad que dentro del despacho el aire se volvió gélido. Los demás estaban visiblemente incómodos porque sabían que Hatch, a pesar de sus buenas intenciones, había metido la pata a base de bien. Claro que tampoco conocía tan bien a Evangeline. No había pasado tanto tiempo con ella como los demás, que sí entendían la obsesión de Drake y sabían que no la dejaría así como así.
—Evangeline es mi vida —afirmó Drake cada vez más enfadado— y si la pierdo, moriré de todos modos. Como vuelvas a sugerir que me deshaga de ella, te juro que te mato con mis propias manos. Tienes que hablar de ella con respeto y tratarla con la mayor deferencia, más que yo incluso. Evangeline será tu… nuestra, prioridad. Así como su felicidad, seguridad y comodidad. Todos satisfaremos sus necesidades y extenderemos a su familia y amigos la misma cortesía y protección que le daremos a ella.
»Lo más importante en mi vida es ella, su seguridad y su bienestar, y espero… no, exijo, que todos los que trabajéis conmigo juréis protegerla y estéis dispuestos a dar vuestra vida por ella como lo haríais por mí. Y si alguna vez hubiera que escoger entre ella o yo, no habrá duda. Hay que salvar a Evangeline a toda costa y os encargo a vosotros, mis hermanos, su seguridad y bienestar si yo ya no estoy. No quiero que le falte nada nunca. ¿Entendido?
Hatcher lo miraba sorprendido por la vehemencia con la que había hablado. Después de un largo silencio, consiguió articular un «sí» acompañado de un movimiento de cabeza. Por como lo miraban los demás hombres, estaba claro que Drake no era el único que estaba planteándose darle una paliza por su «intervención». Drake tomó nota mental para no confiarle a Evangeline sin que alguno de los demás estuviera con él. No hasta que estuviera convencido de la lealtad de Hatcher hacia Evangeline.
Drake ya había oído suficiente y estaba horrorizado porque uno de sus hombres hubiera sugerido que dejara que Evangeline pensara lo peor de él, y que se lavara las manos. La sola idea lo ponía enfermo.
Les hizo un ademán para que se fueran, pero al levantar la mirada vio que Maddox, Silas y Justice seguían frente a él y lo miraban, solemnes.
Nadie dijo nada durante un momento y luego Maddox murmuró:
—Es ella.
Él ni simuló haber malinterpretado lo que acababa de escuchar. Sabía perfectamente a lo que se refería Maddox. Drake siempre había huido de las relaciones y los compromisos como de la peste y nunca había confiado en nadie más salvo en los hombres que estaban en su despacho, y aún menos en una mujer. Había jurado que nunca dejaría que le afectase lo que pudiera sentir por una mujer, no solo porque aún tenía que conocer a una que lo conmoviera lo suficiente para quererla, sino también por el peligro y el riesgo que eso supondría para ella por el solo motivo de estar con quien estaba.
Pero ahora… Sí, Evangeline era la elegida, era única.
Sin embargo, en lugar de contestarle y decirle que sí o que no, les lanzó una mirada resuelta e intensa, muy poco común en sus facciones por lo general frías y distantes.
—No pienso dejarla marchar, aunque eso implique atarla a la cama cada noche. Si alguna vez quiere dejarme, tendrá que convencerme de que no soy lo que quiere y que el estilo de vida que yo quiero no es lo que ella desea, y tendrá que decirme que no es feliz. Pero sé que no querrá otra cosa, pienso asegurarme de ello.
—Nunca habrá nadie como ella —afirmó Silas como si refutara la idea de que ella quisiera irse, pero había algo más en su mirada penetrante. Tal vez quería asegurarse de cuánto sentía Drake por ella, como si supiera que Evangeline lo perdonaría, pero le preocupara que este pudiera traicionarla de nuevo.
—No —manifestó Drake secamente—. ¿Cómo la va a haber? Solo se prueba este tipo de perfección una vez en la vida, y si no haces todo lo posible por conservar algo tan bueno es que no te lo mereces.
Levantó la cabeza y miró a Silas; aún le hervía la sangre de rabia y determinación. No le debía nada a él ni a ninguno, pero esto… Evangeline y lo que significaba para él eran demasiado importantes para que lo jodiera ahora siendo brusco. No podía haber dudas o no se sentiría seguro de que el compromiso de sus hombres fuera genuino. Miró a Maddox y a Justice y se dirigió a todos ellos cuando les dijo de forma vehemente:
—A ver si os entra en la cabeza. Evangeline lo es todo para mí. No hay un Drake Donovan sin Evangeline. Si le pasara algo, sobre todo por mi culpa, me moriría. No querría vivir tampoco. Ella me da un objetivo, un motivo para vivir. Una razón para levantarme por la mañana y enfrentarme a un nuevo día. No se puede descubrir una luz así, permitir que se apague y luego esperar recuperarla así como así.
Sus hombres se quedaron impresionados, pero no por sus sentimientos hacia Evangeline —ellos los compartían hasta cierto punto—, sino porque acababa de desnudar su alma ante ellos. Tras ese impacto inicial, todos lo comprendieron y Silas asintió levemente como si Drake acabara de pasar una prueba de la que no tenía constancia.
Muy bien. Les había abierto los ojos y ahora que había logrado que lo entendieran, sabía que darían su vida por Evangeline. Se interpondrían entre ella y cualquier amenaza porque sabían que, si le llegaba a pasar algo a ella, también perderían a Drake.
—Os protegeremos a ella y a ti con nuestras vidas —prometió Silas.
Maddox y Justice repitieron la promesa de Silas; sus miradas reflejaban seguridad.
Todos habían ido ascendiendo de la nada y habían dejado atrás un pasado dudoso. Nadie les había regalado nada; habían luchado por todo lo que tenían. Eran una familia y habían forjado un vínculo mucho más fuerte que cualquier lazo de sangre.
Y ahora por primera vez ampliarían ese círculo íntimo para incluir… a una mujer. Ninguno había estado con una mujer el tiempo suficiente para que pudiera considerarse una relación. Satisfacían sus necesidades, asegurándose siempre de cuidar bien a la mujer y de darle placer, y eran bastante generosos cuando las dejaban marchar. Sin embargo, ninguna fémina había amenazado con romper los muros que protegían los corazones de estos hombres.
Hasta ahora. Hasta Evangeline.
Algunos de sus hombres sentían envidia; otros, sentían lástima porque ahora Drake se jugaba mucho más que antes. Antes solo tenía que preocuparse por él y por sus hermanos. Era temido y venerado. Nadie se atrevía a atacarlo. Pero ahora Drake tenía una debilidad y podría acabar siendo su perdición. Su inmunidad a cualquier debilidad había imposibilitado que sus enemigos fueran a por él, porque a Drake no le importaba nada ni nadie, pero ahora tenía a una mujer que significaba su mundo entero. Y que nadie se atreviera a rozarla siquiera, porque aparecería cual ángel vengador o diablo del infierno y se vengaría de quienquiera que le hubiera puesto la mano encima a Evangeline. Y lo haría él mismo. No encargaría a Silas que fuera a por ese cabronazo; sería algo demasiado personal. Drake sería imparable y destrozaría a cualquiera que hiciera daño a su mujer.