Evangeline se despertó envuelta en el calor intenso y balsámico de unos brazos fuertes que la amarraban a un cuerpo firme. Tardó unos instantes en ordenar los recuerdos borrosos y la confusión inicial. No estaba en el camastro del minúsculo cuarto de la limpieza del hotel en el que le habían habilitado un espacio donde dormir. Tampoco la aplastaba la desolación de la soledad y la desesperanza.
Poco a poco se fueron filtrando los acontecimientos del día anterior. Drake que se presentaba en el hotel donde trabajaba. La llevaba a casa. Le hacía el amor. Unas horas de siesta y luego una tarde tranquila viendo películas en el apartamento. Habían pedido algo de cenar y se había quedado dormida en el sofá, acurrucada en sus brazos y eso era lo último que recordaba.
Obviamente, la había llevado a la cama sin que ella se diera ni cuenta.
La estela blanca que el sol pintaba en las ventanas a través de las persianas la hizo parpadear y entonces se alarmó al descubrir que había demasiada claridad. Se apoyó sobre un codo, se incorporó a toda prisa para mirar el reloj de la mesilla de noche por encima del cuerpo de Drake.
Mierda. Se había quedado dormido. Eran casi las nueve y a esas horas siempre se había levantado y había salido.
Drake la sujetó con el brazo por la cintura y la atrajo hacia el calor delicioso de su cuerpo.
—Vuélvete a dormir —musitó.
Evangeline lo miró a la cara y a los ojos, todavía cerrados, ansiosa. Le tocó un hombro para llamar su atención. Drake, perezoso, entreabrió los ojos para estudiarla con el deseo reflejado en su oscura mirada.
—Son casi las nueve —dijo, con urgencia.
Él siguió mirándola con cara de pereza, sin reaccionar a sus palabras en absoluto, y luego sonrió.
—Sé perfectamente qué hora es.
—¡Pero llegas tarde!
Drake siguió sonriendo.
—El jefe tiene la prerrogativa de llegar tarde en algunas ocasiones, y esa ocasión resulta que es esta mañana, que prefiero pasar en la cama con mi chica y luego llevarla a comer a un buen restaurante. En cuanto al resto del día, ya iremos viendo, pero estoy seguro de que se me ocurrirá algo que hacer con el tiempo.
Evangeline se estremeció por la descarada insinuación de su voz. Al decir esto último, Drake tiró de las sábanas que ella sujetaba contra los pechos para bajarlas hasta su cintura, dejándole los pezones a la vista.
—Así da gusto despertarse —dijo, con voz de seda.
Se inclinó hacia ella, le rodeó con los labios uno de los sensibles botones y lo sujetó entre los dientes mientras lo chupaba. Evangeline suspiró y toda la piel del cuerpo se le puso de gallina. Los dos pezones se pusieron duros al instante y la entrepierna se le contrajo de deseo.
—Ponte encima de mí —gruñó Drake—. Venga, ahora mismo.
¡Cuánto le gustaba recibir órdenes de él! Evangeline se regocijó en secreto de que el Drake dominante no hubiera desaparecido para siempre.
Obediente, se puso de rodillas y pasó una pierna por encima de las de él, moviéndose para sentarse a horcajadas sobre ellas. Se desplazó con un contoneo del cuerpo hasta que la polla dura de Drake quedó enmarcada por la uve de sus piernas y apoyada contra su tripa.
—¿Estás lista para mí?
—Sí. ¡Oh, sí! —respondió sin aliento.
—Demuéstramelo.
Un poco cohibida, deslizó una mano entre sus cuerpos y la introdujo en su zona más sensible hasta que notó la entrada de su sexo. Metió un dedo para que se mojase bien y luego le ofreció la mano a Drake para que lo evaluase.
—La pregunta es si tú estás listo para mí —dijo, con una chispa de desafío en los ojos.
Drake enarcó una ceja ante su audacia y luego acercó la cabeza para chuparle el dedo hasta dejarlo limpio.
—Delicioso. —El sonido de su voz resonó desde su pecho como una especie de ronroneo—. Estoy más que listo para mi chica. Tómame, mi ángel. Toma a tu hombre y móntalo fuerte y mucho. No tengas piedad.
—No tengo ninguna intención de ser delicada. —Le faltaba la respiración—. Te he echado tanto de menos, Drake. Solo me siento completa cuando estoy contigo.
En respuesta a sus palabras apasionadas, Drake le agarró la cabeza y fundió su boca en la suya, devorándole los labios en un beso que la dejó sin aliento. Sus manos recorrieron el cuerpo de ella con ansia posesiva, lo acarició con firmeza para volver a reconocer cada centímetro de la piel de Evangeline.
A ella le temblaban los brazos cuando se inclinó para afianzar las palmas de las manos en los hombros de él. Liberó uno de ellos para bajar la mano y guiar el miembro de Drake y entonces este la detuvo.
—Déjame hacerlo. Sujétate a mí, nena, que no te dejaré caer. Voy a cuidarte siempre.
Ella accedió, arqueó el cuerpo para levantar la pelvis de forma que él pudiese colocar el capullo entre sus labios. Casi no podía respirar cuando notó que entraban tan solo un par de centímetros y luego Drake se detenía. En lugar de penetrarla más profundamente, apartó las manos, dejó los brazos descansar a ambos lados de su cuerpo y la miró fijamente con los ojos centelleando de deseo y ganas.
—Soy todo tuyo —ronroneó—. Tómame fuerte. Tómame despacio y con mimo. Muéstrame tu belleza y dame tu placer.
Incapaz de esperar un momento más, Evangeline se dejó caer con un movimiento rápido y fuerte, gimiendo por la sensación súbita y abrumadora de plenitud al notar que la ensanchaba hasta lo imposible.
—No me dejes hacerte daño —gruñó.
—Sé que no me lo harías nunca —replicó con suavidad Evangeline al inclinarse sobre él para besarlo mientras su vagina palpitante se cerraba como un puño alrededor de la polla hinchada de Drake.
Contrajo los músculos del interior de la vagina para exprimirla con cada oleada de movimientos. El bufido ansioso de placer y deseo desesperado de su amante la llenó de confianza. Le encantaba saber que tenía poder sobre aquel hombre dominante, que la dejaba sin aliento. Reunió valor y comenzó a moverse sensualmente sobre él, se elevaba y arqueaba hasta casi liberar el miembro para volver a bajar despacio y metérsela entera de nuevo.
Drake se aferraba a las sábanas con tal fuerza que los nudillos se le ponían blancos. Empujaba hacia arriba moviendo las caderas, ajustando el ritmo al de ella. Entonces, como si no pudiera controlar más la necesidad de tocarla o dominarla, la agarró por las caderas y hundió los dedos en la carne para tirar de ella hacia abajo con energía.
—Joder, qué preciosa eres. —Su voz era casi áspera—. No te dejaré ir nunca, ángel. Le pido a Dios que estés conmigo porque no puedo dejarte ir. Te necesito.
A Evangeline le dio un vuelco el corazón, oprimido por un sentimiento arrebatador. Las lágrimas le aguijoneaban los párpados, y se inclinó hacia delante hasta poner la cara a la altura de la de él y lo miró con ternura.
—Yo también te necesito, Drake. No pienso irme a ningún lado. Soy tuya mientras me quieras.
A Drake le brillaron los ojos con una satisfacción feroz.
—Bésame —le ordenó.
Posó los labios en los de él y los lamió, forzándolo a separarlos y profundizó, saboreándolo, absorbiendo su esencia. Drake soltó una mano de la cadera y la enredó sin miramientos en el pelo de Evangeline para amarrarla a su boca y que no pudiera escapar.
—Eres perfecta —dijo, con la voz ronca y ahogada—. No te merezco. Después de todo lo que te he hecho… pero, Dios, no puedo dejarte ir. Aunque te lo compensaré, ángel, aunque sea lo último que haga. Te lo compensaré.
—Ya lo has hecho —susurró—. Viniste a buscarme.
La abrazó de pronto y rodó sobre ella, la colocó debajo, aplastándola contra el colchón con su peso. La penetró profundamente, lo que le separó las piernas todavía más. Luego se las colocó sobre los hombros, estaba indefensa, aunque ella no tenía ninguna intención de defenderse.
—Ya me falta poco —dijo, apretando los dientes—. ¿Cómo estás tú, nena? Quiero que te corras conmigo.
Ella acercó la mano para acariciarle la firme línea de la mandíbula.
—Estoy contigo, Drake. No pares.
Con los ojos cerrados, tomó aire, hizo una breve pausa, entró en lo más profundo del cuerpo de Evangeline y empezó a moverse con fuerza y furia. El sonido del roce de ambos cuerpos llenó la habitación.
Todos los músculos se le tensaron, se preparaba para el orgasmo. Crecía y crecía hasta hacerla sentir como un arco listo para disparar, tan tirante que le parecía que iba a explotar. Cerró los ojos, pero obedeció al instante la orden seca de Drake de que los abriera y lo mirase; la fuerza de la mirada de él la cautivó, cada vez más intensa a medida que él también se aproximaba al clímax.
—Ahora —jadeó—. Córrete conmigo. Suéltalo. ¡Ahora!
Atacó su cuerpo con furia, lo empujó con tanta fuerza que Evangeline se dio en la cabeza con la cabecera de la cama. Ella se estremeció y tembló de los pies a la cabeza. Estaba a punto de soltar un grito cuando, incapaz de contenerse, lo dejó escapar, agudo como si el mundo estallase a su alrededor. Dejó el cuerpo inerte, la euforia le recorrió las venas y los músculos quedaron laxos.
Placer. Tantísimo placer. Un placer dulce e indescriptible la transportaba en oleadas. Volaba, flotaba entre las nubes, completamente ingrávida. Le resbalaban las lágrimas por las mejillas, no de tristeza, sino de un gozo y de una satisfacción inmensos.
—No llores —susurró Drake, quien sorbió y besó los regueros de las mejillas para hacerlos desaparecer—. No llores nunca, mi amor.
—No puedo evitarlo —replicó con voz temblorosa—. Es todo tan bonito… Lo más bonito que me ha pasado. Soy tan feliz ahora mismo, Drake. Y pensar que creía que no volvería a ser feliz nunca…
Aquella sincera afirmación era una tortura para él. Drake pegó el cuerpo al de ella, la abrazó fuerte y siguió besándole las lágrimas.
—A partir de ahora van a cambiar las cosas, mi ángel —dijo con total sinceridad—. Te lo juro por mi vida. Eres mi única prioridad. Tú estás antes que nada. Tu felicidad y tu seguridad están primero que nada. Mis hombres y yo nos encargaremos de que así sea. Volverás a confiar en mí con el tiempo. Tú dame la oportunidad.
—¡Ay, Drake, si ya confío en ti! —Apretó la mano contra su mejilla—. Tienes que creerme, por favor, aunque sea la única cosa que creas. Ya te he perdonado. Olvidémonos del pasado y centrémonos en el futuro.
Aquello superó a Drake, que dejó caer la frente sobre la de ella, respiró con pesadez y, sin abrir los ojos, le cubrió los labios de besos tiernos.
—No te merezco —repitió, afligido, por lo que acababa de decir—, pero que me maten si te dejo escapar.
—No te voy a permitir que me dejes escapar —dijo Evangeline—. Te necesito, Drake. No puedo vivir sin ti. No quiero vivir sin ti.
La apretó contra sí, el cuerpo sacudido por la emoción. La abrazó con los ojos todavía cerrados.
—¡Menos mal! —susurró—. ¡Menos mal!
Se quedaron tumbados un rato más y luego Drake la liberó de su peso, a desgana, haciendo que ambos quedasen acostados de lado, cara a cara.
—Voy a pasar el día contigo —anunció, para sorpresa de ella.
Si bien era cierto que llegaba tarde al trabajo, había dado por hecho que se iría en algún momento, conque no pudo contener una mirada de sorpresa.
—Te voy a llevar a comer y luego daremos un paseo en calesa por Central Park. Después he pensado que podríamos ir al mercado a por provisiones. Me gustaría que me hicieras la cena y que pasáramos la noche en casa.
Un calorcito placentero le subió a las mejillas.
—¿Alguna petición especial?
—Sorpréndeme —respondió él y la besó.
La mente de Evangeline empezó a volar de inmediato, pensaba en algunas de sus especialidades que todavía no le había preparado.
—Mañana tengo que volver al trabajo, pero te dejaré un equipo de seguridad para que te acompañe a donde quieras ir.
Se le cayó el alma a los pies. Todavía no estaba preparada en absoluto para ver a los hombres de Drake. Solo de pensarlo le corría la humillación por todo el cuerpo.
—Otro día —murmuró—. No tengo nada en mente para mañana, prefiero quedarme en casa y relajarme.
La besó otra vez antes de rodar hasta el borde de la cama y levantarse.
—Lo que tú quieras, nena. No tienes más que decir lo que sea y se hará.
La ternura y el cariño que se le notaban en la voz despertaron una bandada de mariposas en el estómago de Evangeline. No le estaba dorando la píldora, él no era de esos. Era brusco hasta lo desagradable y no le preocupaban los sentimientos de nadie cuando decía lo que pensaba. Y todo lo que había dicho desde que la había encontrado había sido de una sinceridad total.
Drake no tenía necesidad alguna de recurrir a tópicos ni de alimentar el ego de nadie para conseguir que se cumpliese su voluntad. Con él era siempre «lo tomas o lo dejas». Evangeline admiraba su sinceridad aunque a veces fuera hiriente, pero al menos no tenía que preguntarse nunca de qué iban las cosas con él. No había que andar con adivinanzas, ni dudar si de verdad quería que formase parte de su vida.
Todavía le costaba hacerse a la idea de que, de entre todas las mujeres hermosas, sofisticadas y con mucho más mundo que ella que había en la ciudad, hubiera ido a por ella. Y lo había hecho de inmediato, sin andarse con rodeos, nada de juegos, flirteos ni darle vueltas al asunto. Cogió lo que quería y se negó a aceptar un no por respuesta.
Seguramente no le darían el título de feminista del año, pero se deleitaba en su carácter dominante, en su autoridad, en que llevase los pantalones y esperase que ella se hiciera a un lado y lo dejase cuidar de ella de todas las formas imaginables.
Si tuviera que elegir entre ser una princesa malcriada y mimada o una tocapelotas que se negase a permitir que Drake controlase su existencia, no le costaría lo más mínimo decidirse. Drake la hacía sentirse como si fuera la única mujer del mundo para él, la más hermosa de las que habían estado con él. No cabía duda de que había estado con muchísimas y, no obstante, no había rastro de ninguna de ellas. Evangeline, sin embargo, le pertenecía en cuerpo y alma. Eso tenía que ser por algún motivo, ¿no?
Incluso aunque la confianza, algo totalmente nuevo para ella, la acompañaba como no lo había hecho nunca, se recriminó su exceso de seguridad, de arrogancia. Perfectamente podría no ser más que un desafío pasajero para Drake. Una diversión. Y lo mismo podría haber ocurrido con las demás mujeres, lo cual explicaría por qué no había rastro alguno de ellas: porque Drake se había aburrido y había necesitado un nuevo reto, así que se había deshecho de ellas y había pasado a la siguiente conquista.
Se pilló el labio y se lo mordió, consternada. «¡Para ya, Evangeline, por el amor de Dios! Eres una cobarde desgraciada». Si Drake estaba comprometido de verdad con su relación, pero ella se empeñaba en continuar con sus inseguridades y falta de autoestima sería ella la que acabase por apartarlo de sí y no al revés.
«Fue él quien te eligió a ti. Podría haber tenido a cualquier mujer, pero te vio en aquella cámara de seguridad y te eligió a ti. Algo significará eso…».
Aunque Evangeline no había pasado demasiado tiempo en el club de Drake tampoco estaba ciega. Había visto en persona toda aquella gente guapa. Hombres y mujeres, pero sobre todo mujeres. De todos los tamaños, figuras, etnias… algunas bajitas y voluptuosas, otras altas con piernas de infarto y una sonrisa de anuncio, por no mencionar su precioso pelo, la piel, la ropa y el maquillaje.
Y, sin embargo, por algún motivo que todavía no alcanzaba a comprender, Drake se había pegado a ella y la había reclamado desde el primer momento la primera vez que se encontraron en persona. Negó con la cabeza. Esas cosas no les pasan a las chicas de pueblo de Misisipi, como ella. Era patosa, torpe, tímida y muy conservadora, por lo que había perdido la virginidad poco tiempo antes con un hombre que era todo lo que no le convenía. Y también era ingenua. ¡Dios! Seguramente era la mujer más crédula e ingenua del planeta. Entonces, ¿qué demonios veía Drake en ella?
—¿Qué te pasa, Evangeline? —preguntó Drake, con aspereza.
Le subió un rubor de culpabilidad al verse sorprendida absorta en sus pensamientos. Por nada del mundo pensaba contar a Drake lo que estaba pensando, aunque solía escupir la verdad por humillante que fuera. Iba a mentirle por primera vez, y había prometido no hacerlo nunca, pero la verdad solo serviría para hacerlo enfadar y estropear una mañana que hasta entonces estaba siendo perfecta. Se justificó diciéndose que aquella mentira no le hacía daño a nadie. No era como traicionarlo u ocultarle una verdad realmente importante. Pero ni siendo consciente de ello se sintió mejor. Odiaba mentir. Lo odiaba.
—Estaba pensando qué hacer de cenar —dijo, sin darle importancia.
Drake la estudió un momento y las mejillas se le encendieron todavía más porque era evidente que él no se había tragado aquella excusa penosa en absoluto. Sin embargo, para su sorpresa, no se lo recriminó ni le pidió explicaciones.
—Vamos a ducharnos juntos y después a comer algo. Luego te llevaré a dar ese paseo en calesa.
Evangeline suspiró de satisfacción.
—Parece el día perfecto.