Una hora después de que Silas se hubiera marchado, Evangeline se encontraba en el cuarto de baño principal, intentando decidirse entre recibir a Drake con un picardías o bien olvidarse de la ropa por completo y esperarlo desnuda en el salón.
En las pocas noches que habían transcurrido desde su regreso al apartamento la costumbre diaria de recibir a Drake cuando llegaba a casa del trabajo había quedado aparcada, y él no lo había mencionado siquiera. De hecho, se había mostrado de lo más cuidadoso en todo lo relacionado con ella. Casi como si tuviera miedo de que decir o hacer la más mínima cosa mal fuese a causar que Evangeline lo dejase.
Pues ya era suficiente. La única forma de olvidarse de una vez de aquella noche horrible era volver a la normalidad lo antes posible. Tenía que hacerle comprender que no pensaba irse a ningún lado y que la única forma de perderla sería que él mismo cortase la relación y pensaba hacer todo lo que estuviera en su mano para darle esa seguridad.
A partir de esa misma noche.
Se probó el retal de seda y encaje que se hacía llamar camisón, pero luego se lo pensó mejor. Quería que Drake la viera en cuanto saliese del ascensor. Que la viera a ella, no lo que llevase puesto.
Quería complacerlo, pero sobre todo quería recuperar a su Drake. Fuerte, orgulloso, completamente dominante. Y contundente.
Se estremeció solo con pensar en su tacto, en el cuero golpeándole la piel. La boca de Drake en la suya. En sus pechos, entre sus piernas.
Con los ojos cerrados, cada vez más inmersa en su fantasía, dejó caer el picardías al suelo y lo apartó con los pies. Luego se cepilló el pelo hasta que brilló al dejarlo caer por la espalda.
Sabía que solo le quedaban unos minutos hasta que llegase Drake. Corrió al salón y se arrodilló en la mullida alfombra de cara al ascensor para que él la viese nada más entrar en casa.
Las ansias le lamían la piel y le corría fuego por las venas. Se le aceleró el pulso y tenía la respiración entrecortada. Cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse se le paró la respiración. Levantó una mirada hambrienta, que lo buscaba. Escrutó su expresión en busca de alguna señal de desaprobación o de que se había equivocado al recibirlo así.
Al ver el fuego salvaje que ardía en los ojos de Drake en cuanto le puso la vista encima dejó salir por fin la respiración que había estado conteniendo. Temblaba de alivio al tiempo que la invadía la euforia.
Drake había esperado con impaciencia que el ascensor llegase al ático. Aunque había salido del trabajo bastante más temprano de lo habitual, seguía pareciéndole que hacía una eternidad que había dejado a Evangeline en la cama por la mañana.
Cada día le costaba más dejar la suave calidez de su cuerpo. Se despertaba cada mañana con ella enroscada al cuerpo en un abrazo posesivo, con la cabeza apoyada en la curva del brazo y el pelo esparcido por todo el torso.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor se le escapó la respiración en una fuerte exhalación que casi lo tumba.
Evangeline.
Lo estaba esperando. Desnuda. La iluminación suave del salón le daba a su piel un brillo angelical. Estaba arrodillada en la alfombra, en una postura de sumisión, con la cabeza un poco inclinada, pero le sostenía la mirada con audacia y con los preciosos ojos iluminados por el deseo.
Percibió un minúsculo destello de inseguridad en su mirada que lo puso en movimiento al instante. Antes muerto que permitir que ella dudase o temiese ofrecerle un regalo tan preciado.
Corrió hasta donde estaba, se puso de rodillas frente a ella y le puso las manos en las mejillas. La atrajo hasta sí y le dio un beso fuerte en los labios.
—Esto es lo que todos los hombres sueñan encontrarse al llegar a casa —murmuró, todavía devorándole los labios.
Lo miró, tímida, cuando por fin le dejó libre la boca.
—Tenía la esperanza de que no te importase. Es que… Es que quería… —se quedó callada, mirando al suelo con una incomodidad evidente.
Él la sujetó por la barbilla y la obligó a levantar la vista hasta que se miraron a los ojos otra vez.
—¿Qué querías, cielo? —preguntó con voz suave.
—A ti —respondió, sincera—. Quiero que las cosas sean como antes…
Se sonrojó y volvió a apartar la vista.
—Tienes que saber que te daría cualquier cosa que quisieras, mi ángel.
—Solo te quiero a ti —susurró—. Como eras antes. Cuando me dominabas.
Aquellas palabras destruyeron el poco control que le quedaba. Un control que no sabía siquiera que había ejercido desde que la había recuperado. Pero ahora se daba cuenta de que estaba allí. El miedo de forzarla demasiado, de obligarla a ir demasiado lejos, demasiado rápido. De perderla. Y, sin embargo, allí la tenía, de rodillas, suplicando con ternura lo que él más deseaba darle.
Con un gruñido ansioso, dejó el maletín en el suelo y la cogió en brazos. La llevó al dormitorio y la depositó en la cama con cuidado. Durante unos segundos interminables se quedó allí de pie, contemplando su hermoso cuerpo. La cálida bienvenida que había en sus ojos.
Estaba en casa.
Ese pensamiento lo hizo sentirse humilde como nunca antes. Ninguno de los sitios donde había vivido lo había hecho sentirse en su casa. Hasta entonces. Su ángel lo había logrado. Daba igual donde viviesen, mientras ella estuviese allí cada día al llegar a casa, siempre sentiría que llegaba a su hogar.
—¿En qué piensas? —preguntó, en voz baja.
—En la suerte que tengo. —La respuesta fue sincera—. En lo preciosa que eres. En lo mucho que deseo hacerte el amor ahora mismo.
Poco a poco, Evangeline se puso de rodillas frente a él en el colchón.
—Pues tómame, Drake. Hazme tuya. Esta noche quiero ser todo lo que quieras y necesites. Solo tuya. Toda tuya.
Drake sintió que le oprimía el pecho una emoción que no lograba identificar. Se quedó sin palabras un instante, contemplando lo que le pertenecía.
—¿Qué es lo que más deseas esta noche, Drake? —le susurró al oído.
Le rozó el cuello con los labios, justo debajo del oído, y luego bajó por la mandíbula hasta llegar a los labios.
Drake introdujo los dedos entre los frondosos mechones de pelo de Evangeline y la sujetó contra él para cubrirla con cada aliento que exhalase.
—Hazme el amor —murmuró Drake—. Esta noche soy tuyo para que hagas conmigo lo que quieras. Lo que ordenes.
—Pues desnúdate para mí —replicó Evangeline en un susurro.
Se apresuró a obedecer, embrujado por la hechicera cautivadora que tenía ante él; se quitó la chaqueta del traje y luego casi se arrancó la camisa de dentro de los pantalones.
En cuestión de segundos se quitó los calcetines y los zapatos, seguidos de las pocas prendas que le quedaban.
Ella clavó la vista en la erección tensa y él a punto estuvo de correrse allí mismo al verla lamerse los labios de puras ansias.
—Soy todo tuyo, mi ángel. Dime: ahora que me tienes, ¿qué vas a hacer con tu hombre?
—No había planeado hablar precisamente —replicó, con voz ronca—. Tengo en mente otras cosas que quiero enseñarte.
Evangeline retiró de un rápido lametazo la humedad que empezaba a acumularse en el pene de Drake, que dejó escapar un torturado gruñido de placer. Ella jugaba a lamer el prepucio, se detuvo en la sensible parte inferior para acariciarla con la lengua hasta obligar a Drake a inclinarse hacia ella, que trataba de penetrarle la boca más profundamente.
Evangeline satisfizo encantada la petición muda y chupó su miembro más adentro. Las mejillas se le hinchaban y luego se le hundían al aumentar la presión e introducirlo hasta la garganta. Drake dejó escapar una especie de protesta gutural cuando ella lo liberó de su boca, pero enseguida lo agarró y tiró de él hacia la cama.
Drake se reclinó y Evangeline lo siguió, ella le pasó una pierna por encima para sentarse a horcajadas sobre sus caderas. La polla de Drake quedó colocada entre la uve de sus piernas para descansar sobre la suave piel de su vientre. La sujetó por las caderas, le clavó los dedos en la piel y le suplicó que lo montase.
Como una diosa, se elevó sobre él y le acercó el pene erecto al sexo. Ambos suspiraron al notar alrededor del prepucio las contracciones húmedas y palpitantes que hacían que se introdujese más y más.
Evangeline cerró los ojos y se aferró a los hombros de Drake en busca de apoyo antes de dejarse caer, haciendo que penetrase más profundamente en su cálido y acogedor interior.
Lo envolvió con su cuerpo al tenderse sobre él para que sintiese cada centímetro de su piel sedosa. Lo acariciaba con la melena y Drake hundió los dedos entre los suaves mechones para besarla.
Sus lenguas se encontraron en un duelo, chocaron, rodaron, se lamieron y chuparon hasta que respiraban el mismo aire. Drake solo la sentía y la saboreaba a ella. Nunca había experimentado nada más dulce que el tacto de un ángel.
Evangeline se separó y, echando la cabeza hacia atrás, inició un movimiento ondulante feroz sobre él. Drake la devoraba con los ojos —el balanceo de sus pechos ante él, el pelo que le caía enmarañado sobre los hombros— y la sentía prieta al montar su miembro arriba y abajo.
—Mírame, mi ángel —dijo, bruscamente.
Ella abrió los ojos al instante para buscar su mirada.
—Mírame cuando te corras. Quiero que solo me veas a mí.
Mientras pronunciaba estas palabras tomó el mando, la sujetó por las caderas y empujó con la pelvis hacia arriba, dentro de ella, para profundizar todavía más. Evangeline afianzó las manos en el pecho de Drake con los dedos extendidos para buscar apoyo en él.
—Suéltalo —gruñó—. Dámelo todo. Entrégate a mí.
Se le contrajeron los músculos alrededor del miembro y todo el cuerpo se estremeció encima del de Drake. Dejó escapar un grito y le faltaron las fuerzas para seguir manteniéndose erguida. Se derrumbó sobre él en el momento en que descargaba todo su ser dentro de ella.
Se acurrucó tan pegada a él como pudo, derretida entre sus brazos, que la rodeaban. Drake la acercó al pecho y enredó la cara en su pelo.
—No sé qué he hecho para merecerte, Evangeline, pero no pienso dejar que te vayas nunca —murmuró.
Evangeline descansó sobre él un momento, sus cuerpos todavía muy unidos, antes de moverse y levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Te he hecho la cena —dijo, tímida—. ¿Prefieres cenar en la cama o en la cocina?
A Drake le aleteó el corazón en el pecho y por un momento fue incapaz de encontrar las palabras para responder.
—Todavía es temprano. Mejor nos vestimos y comemos en la cocina. Luego podemos ver una película en el sofá.
—Me parece bien. —La afirmación iba a acompañada de una sonrisa.
Drake le dio una palmadita cariñosa en el culo, luego rodó sobre sí mismo, la sujetó contra su cuerpo hasta que quedaron tendidos de lado, mirándose cara a cara.
—Dúchate conmigo y luego te ayudo a poner la mesa.
—Mmm… ¡Qué decisión tan difícil! —bromeó—. Me mimas demasiado, Drake.
Él se puso serio y, apartándole un mechón de pelo de la mejilla, dijo:
—No lo suficiente, cielo. Ni de lejos.