Evangeline se sentó frente a Drake en la isla de la cocina a mirarlo saborear la cena que le había preparado. El calor le subió a las mejillas hasta llegar a molestarla cuando él se deshizo en halagos tras probar cada plato.
Cuando intentó restarle importancia explicando que no era más que un plato sencillo de pollo al horno con arroz a las finas hierbas, patatas gratinadas y verduras, Drake la regañó y le dijo que prepararle semejante maravilla de cena no tenía nada de sencillo.
En momentos como aquel Evangeline se permitía aventurarse en territorios peligrosos y fantasear con preparar la cena a Drake todas las noches. Con recibirlo con los aromas de una comida casera y con experimentar con nuevas recetas para él.
No servía de nada decirse que viviera el momento y no se permitiera dar por hecho que existía un mañana. Tampoco tenía mucho sentido castigarse por soñar, ya que estaba viviendo esos sueños, vivía en ellos todos los días. Si llegaba el día en que Drake dejase de desearla, solo le quedarían los recuerdos que hubiese creado mientras todavía estaban juntos, y estaba decidida a aprovecharlos al máximo.
—Silas me ha dicho que Maddox me llevará de compras mañana —dijo Evangeline, sin darle importancia—. Me ha comentado algo de que pretendías llevarme a algún acto público y que estaría bien que me comprase algo adecuado para la ocasión, pero no me ha dicho a dónde piensas llevarme, así que no sé bien qué es lo más apropiado.
Drake parpadeó un momento y se quedó pensativo. Luego fue a por el maletín que había dejado en el suelo al llegar a casa. Sacó tres invitaciones, todas dirigidas a su nombre, y las colocó en la mesa para que las viera Evangeline.
—Lo he dejado en tres posibilidades —dijo, indiferente—. He pensado dejarte elegir la que más te apetezca.
Evangeline cogió las tarjetas de caligrafía florida y las leyó con atención.
—Yo me voy a poner un esmoquin negro, elijas lo que elijas, así que escoge lo que tú creas que vaya a ir bien con él.
Evangeline recorrió con un dedo la que se anunciaba como la inauguración de la temporada navideña del Carnegie Hall.
—Me encantan las fiestas —dijo, melancólica—. ¿De qué va esta exactamente?
Drake cogió la invitación y luego se la devolvió.
—Es un acto benéfico para recaudar fondos para la policía de Nueva York. Lo que se recaude irá destinado a una organización que se encarga de las viudas y los hijos de los agentes muertos en acto de servicio, y también a otra organización que ayuda a los policías heridos en acto de servicio y a sus familias mientras están de baja.
Evangeline lo miró sorprendida.
—¿Colaboras con estas dos organizaciones?
Se le subió el corazón a la garganta porque le estaba sirviendo en bandeja de plata la oportunidad perfecta para formular las preguntas que había estado deseando hacerle sin atreverse a hacerlo. Ahora que se le había presentado la ocasión, estaba nerviosa y preocupada por cómo respondería.
Asintió con indiferencia.
—Hago donaciones a varias buenas causas locales. Tengo toda una plantilla que se encarga del seguimiento de las organizaciones benéficas con las que colaboro. Se cercioran de que sean de fiar y se realice la distribución de fondos según lo acordado.
—¿Sueles ir a esta clase de actos o les mandas un cheque sin más?
Drake puso cara de no sentirse muy a gusto, pero solo un instante.
—No suelo ir. Mis empleados gestionan todas las solicitudes de donaciones y he montado una organización de la que procede el dinero.
—Pero supongo que todo el mundo sabe que tú estás detrás de esa organización, ¿no? —insistió—. ¿Por qué te iban a invitar a ti personalmente en lugar de enviar las invitaciones a la organización?
Había colocado todas las invitaciones boca arriba para que el nombre y la dirección de Drake quedasen a la vista. Este asintió.
—¿Y por qué vas, vamos, a ir a uno de estos actos, si no te gusta dejarte ver en ellos?
—Quiero que todo el mundo te vea de mi brazo —respondió en tono posesivo—. Es justo que te avise con tiempo, mi ángel. Todas las miradas se centrarán en nosotros. Primero, porque pocas veces acudo a esa clase de acontecimientos, y segundo, nunca voy con una mujer del brazo. Me imagino que causarás un gran revuelo.
Evangeline abrió los ojos como platos y el pulso se le aceleró.
—No quiero que te preocupes por eso —la tranquilizó—. Mis hombres vendrán con nosotros y nos rodearán en todo momento. No permitirán que nadie cruce la barrera para llegar hasta ti. Nadie podrá hablar contigo a menos que tú lo invites a hacerlo.
Era la oportunidad perfecta. Tenía la pregunta en la punta de la lengua y, aun así, se la mordió. No quería estropear una noche íntima tan perfecta. La noche en que Drake le había dicho que quería mostrarle al mundo que la había reclamado como suya, algo que, según sus propias palabras, no había hecho con ninguna mujer.
¿De verdad quería estropear algo tan perfecto?
—¿A qué le estás dando vueltas, mi ángel? —preguntó Drake, clavándole la mirada en el rostro.
Evangeline cerró los ojos un momento y se humedeció los labios.
—¿Tan peligroso es a lo que te dedicas? —susurró—. Las medidas de seguridad ya eran extremas antes, cuando nos conocimos, y ahora, después de aquella noche… —Tragó saliva para seguir adelante antes de perder el aplomo por completo—. Me has explicado que dijiste e hiciste aquellas cosas horribles para protegerme porque, según tú, me pondría en peligro que alguien supiera lo que significaba para ti. Pero ahora cambias de opinión y dices que quieres que lo sepa todo el mundo, que es la mejor manera de protegerme, que si todos saben lo importante que soy para ti nadie se atreverá a hacerme daño… pero aun así has triplicado las medidas de seguridad. No puedo salir del apartamento sin que me acompañe todo un contingente de hombres. ¿A qué te dedicas, Drake? Ya sé que tienes un club y un edificio entero en Manhattan que alquilas a otras empresas escogidas a conciencia. Ese edificio es tuyo, ¿no? —preguntó con vacilación.
Drake asintió.
—Pero eso no explica la necesidad de semejantes medidas de seguridad. ¿A qué más te dedicas, exactamente? —preguntó, nerviosa.
Le dirigió una mirada llena de advertencias.
—Cielo, si no estás preparada para escuchar la respuesta, no hagas la pregunta. No tienes que preocuparte por los negocios que hago ni con quién los hago. Eso a ti no te va a afectar nunca, no te va a salpicar. Tú céntrate en complacerme y yo a cambio te mimaré y te pondré el mundo a los pies.
Evangeline abrió la boca para responder, pero Drake extendió el brazo y posó una mano sobre la de ella, estrechándola, entrelazando sus dedos en un gesto protector.
—Déjalo. Hazlo por mí, ¿de acuerdo?
Parecía casi vulnerable. La súplica de sus ojos le llegó muy dentro.
—Sí, Drake. Puedo hacerlo por ti —murmuró.
En aquel momento se dio cuenta de lo que significaba exactamente la decisión que acababa de tomar. Debería sentirse culpable. No la habían educado para ser aquella clase de persona, ni había pensado jamás que llegaría a ser alguien así, y, sin embargo, se sintió aliviada al ver el cariño y la aprobación en los ojos de Drake. Que él también se sentía aliviado al verse libre de las preguntas que le incomodaba responder.
Entonces Drake se levantó, rodeó la isla para acercarse a ella y estrecharla entre sus brazos. Sus labios se fundieron con los de ella en el más tierno de los besos.
—Entonces, ¿voy a llevar a mi ángel al Carnegie Hall? —preguntó y la besó en la frente.
—Me gustaría mucho, Drake —sonrió—, y es por una muy buena causa.
Drake le devolvió la sonrisa, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.
—En ese caso, harán una considerable donación en tu nombre, añadida a la que haga mi organización. Se te van a rifar, cielo. Se van a pelear por tu atención.
La risa se le escapó por la nariz, con muy poca elegancia, al dejarla caer Drake en la cama y dar un botecito.
—Más bien por tu dinero —dijo ella—. Yo no tengo nada que ver con eso.
Le cubrió los labios con los suyos y la besó larga y dulcemente.
—En eso estás equivocada. Es imposible estar en tu presencia más de cinco segundos sin enamorarse de ti. Ya tienes a todos y cada uno de mis hombres en tus manos.
—¿Y si yo no quiero tener más que un hombre en mis manos? —preguntó, con el aliento entrecortado.
A Drake le centelleaban los ojos al desnudarla con manos suaves y cariñosas.
—Creo que podemos decir sin temor que ya lo tienes en tus manos y en todas las partes de tu cuerpo en las que pueda poner las suyas.
Y luego le hizo el amor, dulce, sin prisas. Una y otra vez, hasta que apuntaron las primeras luces del amanecer, la llevó a los cielos. Y ella supo sin ningún género de duda que, pasase lo que pasase a partir de ese día, había tomado la decisión correcta al no forzar a Drake a darle respuestas sobre sus negocios.
Tal vez acababa de sellar su destino y tal vez se había condenado a caer con él, pero era incapaz de arrepentirse de uno solo de los segundos que pasaba con Drake.
Le había prometido que la protegería con su vida, que sus hombres la protegerían con sus vidas y que no la salpicaría ni la afectaría ningún aspecto de sus negocios. Y ella lo creía.
Porque lo amaba.
12
Evangeline se fue despertando poco a poco y se dio cuenta de que estaba tendida sobre Drake, completamente desnuda y débil como un gatito por todas las veces que le había hecho el amor durante toda la noche. Soltó un suspiro contenido al que él respondió pasándole la mano por la espalda y luego por un brazo.
—¿Está bien mi ángel?
Le restregó la cara contra el pecho y pensó que si fuera posible estaría ronroneando.
—Mmm.
Una risita agitó el pecho de Drake, que echó la cabeza hacia atrás para darle un beso cariñoso.
—Tengo que meterme en la ducha, nena. Ya llego tarde y tengo una reunión importante. Maddox ya ha llamado para decir que estará aquí aproximadamente en una hora para llevarte de compras.
—Me encanta despertarme contigo —murmuró ella.
—Me alegro, porque lo vas a hacer todos los días. —Le dio un pellizco juguetón en la nariz.
Drake se levantó, pero le dijo a Evangeline que se volviese a arrebujar en las mantas y la arropó bien. Se la quedó mirando un momento y, para sorpresa de ella, parecía incómodo. Se percató de que quería decirle algo.
—¿Qué te parece si traemos a tus padres por Acción de Gracias? —preguntó en voz baja—. ¿Te gustaría? ¿Crees que les apetecerá?
Evangeline se sentó en la cama como un resorte, con la boca abierta de par en par por la sorpresa. Luego se arrojó a los brazos de Drake, chillando de emoción. Le aterrizó en el pecho y lo tiró al suelo. Muerto de risa, la abrazó mientras ella le cubría la cara de besitos.
—¿Eso es un sí? —preguntó entre beso y beso.
—¡Sí, por Dios! ¡Sí, sí, sí! ¿Lo dices de verdad, Drake?
Se lo quedó mirando, suplicando en silencio que lo hubiera dicho en serio.
—Nunca te gastaría una broma con una cosa tan importante para ti —le reprochó—. Los echas de menos. Veo cómo te iluminas cuando te llaman y también lo triste que te pones cuando hablas de ellos. Tengo medios para traerlos de visita y no sería un buen hombre si no hiciera todo lo posible para hacer feliz a mi chica.
—¡Oh, Drake! Eres maravilloso conmigo —dijo, al borde de las lágrimas—. No sabes lo mucho que significa para mí poder volver a verlos. Ya has hecho tanto por ellos… y ahora esto.
Perdió la batalla por contener las lágrimas, que corrieron libremente por las mejillas. Drake se las enjugó con el pulgar y la abrazó contra su pecho.
—Quiero conocer a esas personas tan importantes para ti que eres capaz de aparcar toda tu vida para ayudarlas. Deben de ser muy especiales. Y como tú eres especial para mí, creo que tus padres y yo tendremos al menos una cosa en común.
Evangeline le pegó la cara en el pecho para reprimir los sollozos, pero se le agitaban los hombros, lo que delataba su emoción. Le echó los brazos al cuello y lo abrazó muy fuerte.
—Eres el hombre más maravilloso del mundo, Drake Donovan —dijo, con la voz ahogada.
—Ni mucho menos. —El tono de Drake era duro—. No lo olvides nunca, cielo. No soy un buen hombre en absoluto. Soy egoísta y posesivo y haría lo que fuera para tenerte feliz para que no te alejes de mí. Pero eso no me convierte en un buen hombre, me convierte en un cabrón interesado.
Le sonrió entre las lágrimas porque no la engañaba su tono brusco.
—¡Estoy deseando darles la buena noticia! ¿Podemos llamarlos esta noche cuando vuelvas a casa?
Drake sonrió al verla tan emocionada y le dio un beso antes de volver a meterla en la cama.
—Disfruta del día de compras. Esta noche te llevaré a cenar y podemos llamar a tus padres después, si quieres. Me encargaré de que los lleven al aeropuerto y mi avión los esperará para traerlos a Nueva York. Diré a Silas y Maddox que los recojan en el aeropuerto y los alojaré en un hotel de Times Square. A menos que prefieras que se queden con nosotros.
Mientras decía estas últimas palabras le lanzó una mirada inquisitiva y ella entendió lo que estaba haciendo por ella. No le apetecía en absoluto que dos desconocidos invadieran su intimidad, pero estaba dispuesto a hacer ese gran esfuerzo para darle a ella y a sus padres una celebración de las que no se olvidan.
—Creo que lo de Times Square les encantará —replicó, como si nada—. Siempre pueden venir a cenar y yo pasaré el día con ellos mientras estás en el trabajo.
Hubo un destello de alivio en los ojos de Drake al que enseguida siguieron la ternura y la aprobación. La besó una vez más antes de meterse en la ducha.
—Me encargaré de todo. No repararé en gastos para que estén lo más cómodos posible —le aseguró.
Evangeline se recostó en la almohada y cerró los ojos, quería saborear el momento. Todo era tan perfecto… Las lágrimas volvieron a aguijonearle los ojos al pensar en ver a sus padres por primera vez tras dos largos años.
Se iban a enamorar de Drake. ¿Cómo no iban a hacerlo, después de desvivirse de aquella manera para hacer feliz a su hija?
Se abrazó y se quedó adormilada, y no volvió a despertarse hasta que Drake se inclinó sobre ella para darle un beso de despedida y decirle que Maddox llegaría en media hora.
Se incorporó, dejó resbalar la sábana hasta la cintura y le echó un brazo alrededor del cuello para devolverle el beso.
—¡Ay! Qué tentado estoy de quedarme en casa y mandar a la mierda los negocios… —dijo con pesar.
—Muchas gracias, Drake. Es el mejor regalo que me han hecho —dijo, sincera.
—Tienes hasta esta noche para pensar unas cuantas maneras creativas de expresar tu gratitud —repuso él en son de broma.
Evangeline entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa malvada.
—No creas que no voy a ser muy pero que muy creativa.
—Lo estoy deseando —murmuró él y la besó por última vez. Luego le dio una palmadita cariñosa en el culo y le dijo—: Mejor que te vayas levantando de la cama, no quiero que Maddox vea lo que solo puedo ver yo.
—Como si tuvieras algo de qué preocuparte —dijo, poniendo los ojos en blanco.
—¿Te crees que hay uno solo de mis hombres que no daría el huevo izquierdo por verte desnuda? —preguntó, incrédulo.
Evangeline soltó un bufido y enterró la cara, que le ardía de vergüenza, en la almohada.
—¡Para, Drake, por Dios! No sé cómo los voy a volver a mirar a la cara…
Drake salió del dormitorio con una risita y le recordó que se verían luego.
Evangeline solo se quedó en la cama un instante más, saboreando la alegría del momento y el saber que estaba enamorada de Drake. Al echar la vista atrás, se dio cuenta de que se había enamorado de él desde el principio. Por eso se había hundido de tal forma la noche que lo había dejado.
Se negaba a dedicar un solo momento más reviviendo la noche más horrible de su vida, salió de la cama y se dio una ducha rápida. Se vistió con algo informal: unos vaqueros y un jersey ancho, se cepilló el pelo a toda prisa para dejarlo secarse al aire mientras esperaba que llegase Maddox.
Después de haber pasado la noche haciendo el amor con Drake, ahora se moría de hambre. Con un poco de suerte, Maddox y quien lo acompañase en su misión de ir de compras no tendrían demasiada prisa. O tal vez se dejaran sobornar con un desayuno…
Confiaba en poder ganárselos con un desayuno casero, conque empezó a sacar ingredientes y en cosa de minutos ya estaba con las sartenes.
Quince minutos después, Edward llamó al interfono para decirle que estaba subiendo Maddox, que enseguida asomó la cabeza por la cocina.
—¡Madre mía! Dime que llega para los dos —dijo, fingiendo un gruñido.
—¡Pasa de él! —dijo Justice, que apartó a Maddox de un empujón—. Yo te quiero más, la comida debería ser para mí.
Evangeline se rio y meneó la cabeza.
—Sentaos los dos. ¿Quién más ha venido? ¿O sois solo vosotros?
—Jax y Hartley están abajo, al control de todo —dijo Maddox.
—¿Entonces tenemos tiempo para comer? —preguntó, ansiosa.
—Cariño, si has hecho bastante para nosotros, puedes tardar todo lo que quieras —declaró Justice.
—Dadme cinco minutos y los sirvo —sonrió.
Los dos hombres se encaramaron a los taburetes de la isla con tales caras de ansia que no le quedó otra que reírse. Meneó la cabeza y empezó a servir las tortillas, hash browns y beicon y jamón fritos. Una vez servido todo, abrió el horno para ver si estaban las galletas caseras y decidió que estaban en su punto.
Las sacó del horno y sirvió varias en los platos de Justice y Maddox y se los colocó delante, sonriendo al ver sus reacciones.
—Me he muerto y estoy en el cielo —dijo Maddox con una exhalación.
Evangeline se había acomodado en un taburete frente a Maddox y picoteaba la comida. Era la primera vez que lo veía desde aquella noche y pensó que no tenía ni idea de si lo había metido en problemas con Drake al haberle dado esquinazo en el apartamento de sus amigas.
De pronto ya no tenía tanta hambre como antes y se dedicó a juguetear con la comida con el tenedor mientras esperaba que los dos hombres terminasen.
—¿Qué te pasa, Evangeline? —preguntó Maddox con voz tranquila.
Ella dio un respingo, sorprendida por su perspicacia. Le echó un vistazo rápido a Justice y se sonrojó ante la idea de tener que airear el asunto delante de él. Sin embargo, él la sorprendió al recoger el plato vacío para llevarlo al fregadero. Luego se fue al salón y dijo que esperaría allí.
Evangeline lanzó una mirada nerviosa a Maddox con la esperanza de que el «nada» que había farfullado le pareciese una respuesta suficiente.
No tuvo tanta suerte.
Maddox frunció el ceño y, para su consternación, se pasó a su lado de la isla y le cogió la mano.
—¿Qué te pasa? —preguntó sin rodeos.
Volvió a fruncir el ceño al observar cómo temblaba Evangeline.
—Lo siento —soltó y dejó caer la cabeza, incapaz de seguir sosteniéndole la mirada.
—¿Y qué narices sientes?
Aquel arrebato explosivo le hizo dar un respingo e intentó apartarse, pero él le sujetó la mano con más fuerza y le acarició la mejilla para obligarla a volver a mirarlo.
—¿Evangeline? ¿Por qué puñetas tienes que pedir perdón?
Tanto su tono como su expresión transmitían abatimiento y conmoción de verdad.
La cara le ardía y le daban ganas de matarse por haber sacado siquiera el tema cuando, al parecer, no había necesidad alguna.
Inspiró con profundidad y se quedó mirando fijamente por encima de su hombro derecho.
—Siento haberte dado esquinazo como te lo di aquella… noche —susurró—. Espero que me perdones y no haberte causado problemas por ello.
A Maddox se le abrió la boca de puro asombro y la mirada se le volvió turbulenta y negra a causa de la furia. Ella se encogió, pero él invadió su espacio y la aferró por los hombros.
—Mírame, Evangeline —ordenó, feroz. Esperó hasta que ella volvió, poco a poco, a mirarlo y entonces se le suavizó la dureza de los ojos—. No tienes que pedir perdón por nada, joder. Mierda, dime que no me has estado evitando todo este tiempo porque tenías miedo de que estuviera enfadado contigo.
Ella se encogió de hombros.
—No estaba segura. Es decir, no sabía. Fue horrible. Ojalá aquella noche no hubiera existido nunca.
Para aumentar su consternación, notó que las lágrimas le rodaban por las mejillas, lo que le dejaba un rastro caliente en la piel. Maddox le soltó los hombros para ponerle las manos en las mejillas y, con toda delicadeza, enjugar la humedad de la cara con los pulgares.
—Escúchame, cariño. Nadie, y quiero decir ni uno solo de nosotros, está enfadado contigo. Nos cabreamos muchísimo con Drake por tratarte así, aunque entendemos por qué lo hizo. Pero en ningún momento hemos pensado nada malo de ti. No merecías en absoluto que te tratasen como te trató Drake esa noche y nadie es más consciente de ello que él mismo. Estuvo insoportable hasta que volvió a encontrarte y te trajo a casa. Pero, nena, escúchame: si no hubiera ido él a buscarte, si no hubiera decidido cerrar filas a tu alrededor y hacer público que cualquier cabrón que intente hacerte el más mínimo daño ya puede darse por muerto, lo habría hecho alguno de nosotros. ¿Lo entiendes? Nunca permitiríamos que te pasase nada malo.
Evangeline lo miró con absoluto asombro y perplejidad.
—¡Pero Maddox! Si casi no me conocéis… No merezco que pongáis en peligro vuestra relación con Drake.
—Y una mierda —dijo, grosero—. Para Drake lo eres todo, pero además eres importante para nosotros. Eres importante para mí. No tengo hermanas, y no te voy a engañar diciéndote que te veo solo como una hermana pequeña porque estoy seguro de que mis pensamientos no se pueden considerar fraternales en absoluto y dudo que sean legales en la mayoría de los estados entre hermanos; pero de haber tenido una hermana pequeña, me gustaría pensar que sería como tú.
Él se le acercó y a ella se le nubló la vista una vez más a causa de las lágrimas. Se le echó a los brazos y lo estrechó con fuerza.
—Gracias —susurró con la voz ahogada—. No tienes ni idea de lo mucho que significa para mí. Nunca he tenido a nadie más que a mis padres y a mis amigas de aquí y ahora… ya ni siquiera las tengo a ellas.
Al decir esto, las comisuras de la boca se le torcieron hacia abajo y le temblaron los labios.
—Nos tienes a nosotros, Evangeline —dijo Maddox con dulzura—. Y estoy seguro de que ayer Silas se encargó de enderezar esas chorradas retorcidas que tenías en esa cabecita tuya.
La miraba tan fijamente que la hizo ruborizarse.
—¿Sabes lo que me dijo? —gimió.
Maddox rio entre dientes.
—No las palabras exactas. No nos hizo una reproducción de los hechos, no es el estilo de Silas, él no es de hablar mucho. Creo que dijo, exactamente, «Le diré que, sean cuales sean las gilipolleces que le están pasando por la cabeza no son más que eso: gilipolleces».
Evangeline gruñó.
—Tiene razón, nena —continuó, sin rodeos—. Tenías en la cabeza un montón de chorradas retorcidas y eso está fatal. Así que quiero que me prometas que lo de pensar chorradas retorcidas se acaba ya mismo. ¿Lo pillas?
—Sí, lo pillo —suspiró.
Maddox le dedicó una sonrisa de aprobación.
—Así me gusta. Ahora, ¿estás lista para ir de compras?
—¡Madre mía! —dijo, presa del pánico—. No tengo ni idea de qué se supone que tengo que comprar. Drake me va a llevar a un acto benéfico de la policía en el Carnegie Hall. Dice que va a llevar un esmoquin negro y que yo me ponga lo que quiera, pero lo que no quiero es cagarla, Maddox. —Le lanzó una mirada de súplica—. Él no va nunca a esas cosas, me lo ha dicho él mismo, pero ahora no solo quiere ir, sino que además quiere que yo vaya con él. ¿Y si lo pongo en evidencia?
—¡Pero, mujer! —exclamó Maddox—. Primero, no podrías ponerlo en evidencia nunca. A Drake le importa tres cojones lo que piensen los demás de él, hazme caso. Si alguien intentase decir algo malo sobre ti y él lo oyera, lo mataría él mismo. Si es que llegaba antes que yo… Segundo, resulta que tengo un gusto excelente en ropa femenina y sé lo que le sienta bien a una mujer preciosa como tú. No te dejaré comprar nada que no te vaya como anillo al dedo. ¿Estamos?
Evangeline volvió a abrazarlo y a estrujarlo.
—Eres el mejor, Maddox. Nunca he tenido hermanos, pero si tuviera uno me gustaría que fuera como tú.
Maddox le dio un beso en la coronilla y le acarició un poquito la espalda.
—Me destrozas la autoestima. Lo que tenías que decir era que si alguna vez Drake desaparecía del mapa te me pegarías como una lapa.
Evangeline se rio y le dio un suave puñetazo en el estómago.
—¿Nos vamos ya de compras o pensáis pasaros toda la mañana aquí de charla? —gritó Justice desde el salón.
—Creo que nos toca —gruñó Maddox—. ¿No te pones un abrigo, nena? Hace mucho frío fuera.
Evangeline fue corriendo hasta el armario de la entrada, que estaba justo al lado de las puertas del ascensor, y descolgó de la percha un abrigo informal. Justice se lo quitó de las manos y lo sujetó para que metiera los brazos en las mangas, cuando de pronto sonó el interfono. Evangeline miró a Maddox y Justice con cara de extrañeza.
—¿Vosotros esperáis a alguien?
—¿Eso es que la que no espera a nadie eres tú? —preguntó Maddox, poniéndose alerta de inmediato.
Evangeline negó con la cabeza y pulsó el botón para contestar.
—Evangeline, tiene visita —dijo Edward por el interfono.
—¿Quién es? —preguntó y lanzó a Maddox una mirada nerviosa.
—Se llaman Lana, Nikki y Steph —dijo Edward, en un tono cada vez más incómodo—. Dicen que son amigas suyas. ¿Les digo que suban o que no puede atenderlas ahora mismo?
Se le abrió la boca del asombro y se quedó mirando a Maddox con una súplica clara de que le dijese qué hacer.
La expresión de este era furiosa.
—¿Esas son las cabronas de tus examigas? —le espetó.
Evangeline asintió en silencio. ¿Qué hacían allí? ¿A qué habían ido? Lana había dejado bastante claro que Steph no era la única con motivos para no estar contenta con Evangeline.
—¿Quieres verlas, Evangeline? —preguntó Justice, cariñoso—. Si no las quieres ver, no tienes más que decirlo y Maddox y yo nos desharemos de ellas. Te juro que no tienes por qué verlas.
Evangeline se retorció las manos y luego las apretó, angustiada.
—No sé —susurró.
—Tú decides —dijo Maddox en voz baja—. Justice y yo estaremos aquí todo el tiempo. No tienes que enfrentarte a ellas sola. Y si en cualquier momento quieres que nos deshagamos de ellas, no tienes más que decirlo y nos encargamos de ello.
Tragó saliva, volvió a pulsar el botón y, dudando, miró una vez más a Maddox en busca de apoyo. Luego dijo:
—Mándamelas, Edward.
Maddox soltó un taco y le dio la mano a Evangeline.
—No me gusta verte tan pálida y asustada de esas zorras. Vete al salón y ponte cómoda. Ya las recibimos Justice y yo, que tenemos que decirles unas cositas.
—No las intimidéis —dijo bajito.
—¿Como te están intimidando ellas a ti, dices? —dijo Justice, sin ambages—. No les debes una mierda después de cómo te trataron.
Evangeline se mordió el labio y se dirigió al salón con una cara nada feliz. Dejó que Maddox la instalase en una de las butacas. Luego la sujetó por los hombros y la miró a los ojos.
—Como te digan una sola cosa fuera de lugar las saco a patadas y les dejo claro que no vuelvan.
Evangeline asintió con las manos hechas un nudo en el regazo, se preparaba para el enfrentamiento que se avecinaba.
Maddox se dirigió a la entrada y ella se quedó allí, esperando ansiosa el sonido del ascensor. Lo oyó llegar un instante después y luego oyó a Justice y Maddox que hablaban en voz baja, pero no consiguió entender lo que decían. Por fin, la espera se le hizo insoportable, se levantó de la butaca y se dirigió hacia la entrada, donde encontró a sus amigas mirando, boquiabiertas, a Justice y Maddox, que tenían cara de pocos amigos.
—¿Evangeline? —dijo Steph, dando un paso al frente.
Las dos mujeres se miraron un momento y luego Steph dio un grito y echó a correr hacia Evangeline. Un segundo después Evangeline se encontró rodeada por los brazos de Steph, que sollozaba ruidosamente en su hombro.
—Lo siento muchísimo, Vangie —repetía sin cesar—. Me porté como una zorra contigo. Perdóname, por favor.
Entonces se le unieron Lana y Nikki, que estrujaron a Evangeline en un abrazo de grupo. Esta se quedó mirando a Justice y a Maddox por encima de los hombros de las demás, con los ojos como platos a causa del asombro.
Lo que les transmitía no se podía interpretar más que como una súplica de ayuda. Las tres amigas continuaban abrazándola y llorando. Por fin, Maddox tomó cartas en el asunto y cogió a Nikki y Lana con suavidad por los brazos, mientras Justice se encargaba de Steph, y entre los dos las conducían al salón para que se sentasen.
—No te vamos a dejar sola, nena, así que no empieces a pensar locuras —dijo Maddox, en voz baja al pasar al lado de Evangeline, camino de la cocina.
Justice se quedó en medio del salón con los brazos cruzados sobre el ancho pecho, con pinta de guardaespaldas arisco mientras que Maddox hacía de consumado anfitrión y les servía a todas algo de beber. Luego se sentó justo al lado de Evangeline, mirando directamente a las mujeres sentadas en el salón.
—Evangeline —susurró Lana—. ¿Qué ha pasado con Drake? ¿Sigues con él? ¿Quiénes son estos hombres?
—Trabajamos con Drake —respondió Justice—. Y sí, desde luego que sigue con Drake.
—¡Ah! —dijo Nikki, con los ojos como platos—. Estábamos preocupadas. Vinimos a buscarte a la mañana siguiente de la noche que llamaste y hablaste con Lana y lo encontramos bastante… bueno, bastante mosqueado con nosotras. Pero no supimos lo que había pasado y seguimos sin saberlo, pero hemos venido a pedirte perdón en persona. Nos portamos fatal contigo —su voz sonó más aguda y le cayó otra lágrima por la mejilla.
—¿Podrás perdonarnos, Vangie? —imploró Steph—. Yo he sido la peor de todas y lo siento muchísimo. Sabes que te quiero y que solo tenía miedo de que se estuvieran aprovechando de ti.
—¡Qué curioso! Eso es justo lo que me preocupa a mí —dijo Maddox en un tono durísimo.
Lana, Nikki y Steph miraron hacia Maddox con asombro. Entonces Steph volvió la vista hacia Evangeline y le habló con la voz convertida en una súplica.
—¡No creerás que estamos intentando aprovecharnos de ti, Vangie! Por favor, dime que no es lo que piensas.
Evangeline movió la cabeza, confusa.
—No sé qué pensar —dijo con sinceridad.
Maddox la rodeó con el brazo para darle su apoyo y le dio un apretón en el hombro. Ella lo miró, agradecida, dándole las gracias con los ojos sin decir nada.
—¿Por qué habéis venido ahora? —preguntó con un susurro apagado—. ¿Por qué no antes, cuando os ne… necesitaba?
Se le quebró la voz y guardó silencio. Se negaba a derrumbarse por la emoción. Sentía que a Maddox la rabia le hacía vibrar todo el cuerpo, pero le puso una mano en la pierna para evitar que echase a sus amigas del apartamento.
Lana se lanzó al suelo desde donde estaba sentada y se arrodilló delante de Evangeline. Le tomó las manos y empezó a suplicarle a la cara.
—Te queremos, Vangie. Nos hemos equivocado. Estábamos preocupadas por ti y nos dolió que no quisieras hacernos caso, pero eso no nos daba derecho a comportarnos como lo hicimos. Nos preguntas si ahora hemos venido a aprovecharnos de ti y la respuesta es no… Pero la verdad es que entonces te subestimamos. En eso sí metimos la pata. ¿Podrás perdonarnos? ¿Podrás volver a ser amiga nuestra?
—¡Ay, Lana! —dijo Evangeline, inclinándose para abrazar a su amiga—. ¡Claro que podemos seguir siendo amigas! Sigo queriéndoos a todas muchísimo y os echo un montón de menos.
De pronto, Nikki y Steph se habían apuntado y las cuatro se abrazaron y se disculparon, montando un buen revuelo. Charlaron durante una hora para ponerse al día y las chicas contaron a Evangeline todos los cotilleos del bar donde habían trabajado juntas tanto tiempo.
Evangeline sabía que posiblemente ya había puesto a prueba los límites de la paciencia de Maddox y Justice, por eso, se excusó y dijo a sus amigas que llegaba tarde a una cita y que podrían quedar en otro momento.
Justice las acompañó a la entrada y Maddox se quedó con Evangeline. En cuanto se hubieron ido, Evangeline volvió a dejarse caer en la butaca, con la sensación de que le había pasado un tren por encima.
—¿Estás bien? —preguntó Maddox, cariñoso—. Ha sido mucho que asimilar de golpe.
—Gracias por estar a mi lado —dijo, agradecida—. No sé qué tal lo habría llevado si me hubierais dejado sola.
Decir aquello la hacía parecer penosa y necesitada, por no mencionar indefensa, pero en aquel momento estaba tan agradecida de no haber tenido que enfrentarse sola a ellas que le daba igual lo que pareciese.
—Prométeme que no las vas a dejar entrar si no hay alguien aquí contigo —indicó Maddox en tono duro.
Evangeline lo miró sin entender.
Maddox suspiró.
—Eres demasiado dulce y confiada, cariño. Me parece un poco sospechoso que justo hayan venido a visitarte ahora. Si han investigado a Drake, y es posible que lo hayan hecho, se habrán enterado de que has pillado a un tío forrado. ¡Qué narices! Ya les pagó el alquiler, ¿quién dice que no andan buscando a ver qué más pueden sacar?
—¿Cómo? —exclamó Evangeline, totalmente desolada por la sugerencia de Maddox—. ¿Crees que todo ha sido un numerito?
Estaba tan horrorizada que Maddox hasta parecía sentir remordimientos por haber sugerido semejante cosa. Pero no retiró lo dicho y eso la afectó mucho. ¿Tendría razón?
Se tapó la cara con las manos y dejó escapar un gemido de angustia.
—Venga, niña —dijo Maddox, con la voz cargada de arrepentimiento—. No me hagas mucho caso. Soy un cabrón muy desconfiado. Es mi trabajo. Sobre todo cuando se trata de la gente que te viene con zalamerías. Puede que sean sinceras. Lo único que digo es que te lo tomes con calma y vayas con cuidado. Ándate con ojo y, como te acabo de decir, no quedes con ellas si no está contigo alguno de nosotros.
—De acuerdo —aceptó, agitada.
Maddox se inclinó para darle la mano y ayudarla a levantarse.
—Venga, voy a buscarte el abrigo para que podamos marcharnos, que Drake quiere que estés de vuelta en casa a tiempo para cenar.
—¿Sabes? Te las das mucho de duro, pero no lo eres tanto —dijo, juguetona.
Él le lanzó una mirada feroz totalmente falsa y refunfuñó:
—Como le digas eso a alguien voy a ser yo el que te dé una azotaina, y no Silas.