13

Drake llegó a su apartamento poco después de las cinco de la tarde y Maddox lo recibió en el vestíbulo. Nada más verlo, se dio cuenta de que no estaba de humor y se puso tenso al escrutar la cara de su hombre en busca de señales de lo que lo preocupaba.

—Evangeline ha tenido un mal día —dijo en voz baja.

—¿Qué narices ha pasado? —El miedo se le extendió por la columna—. ¿Por qué demonios me estoy enterando ahora?

—Sus amigas se presentaron aquí justo cuando Justice y yo íbamos a salir con ella de compras. Nos quedamos para apoyarla y ellas se presentaron llorando y montando el numerito y disculpándose por haber sido tan zorras.

Drake entrecerró los ojos.

—Y tú no te lo tragas.

Maddox negó con la cabeza.

—No. Evangeline se disgustó bastante cuando se lo sugerí, pero lo que pretendía decirle era que no quería que quedase con ellas sin tener a alguno de nosotros a su lado.

—¿Cómo está de disgustada? —preguntó Drake.

—Ahora parece que está bien. Justice y yo la entretuvimos y lo pasamos bien juntos. Cuando la dejé en el apartamento hace cosa de media hora se iba a dar una ducha y a cambiarse para cenar contigo. Parecía relajada y de buen humor, pero en aquel momento todo le pasó por encima como un tren de mercancías; casi se cae de culo.

—Joder —maldijo Drake—. No se merece pasar por estas mierdas.

—En eso estamos de acuerdo. Mira, voy a estar pendiente de sus amigas y ver en qué andan metidas. Llamé a Silas hace unos minutos para que ponga a sus contactos a pegar la oreja. Si están tramando algo, Silas se enterará. No se le puede ocultar nada.

Drake asintió.

—Te lo agradezco, tío. Bastante mal lo ha pasado ya por mi culpa. Que me maten si permito que le hagan daño unas putas egocéntricas que pretendan utilizarla para llegar hasta mí.

—Tú hazla feliz —le indicó Maddox sin cortarse.

—Desde luego voy a intentarlo —replicó Drake, en tono neutro—. Buenas noches y gracias por cuidar de Evangeline hoy.

Maddox esbozó una sonrisa torcida.

—Yo encantado. Además, me invitó a desayunar. No se puede pedir mejor agradecimiento que ese.

Le dirigió un saludo militar y salió del edificio a buen paso, Drake fue a coger el ascensor hasta su apartamento. Mientras subía iba soltando improperios al pensar que las excompañeras de piso de Evangeline habían venido a disgustarla. Maddox le había advertido de que iban a ser muchas las mujeres que fuesen a por Evangeline, pero no se le había ocurrido pensar en sus propias amigas. Tendría que haberlo visto venir a la legua y haberse asegurado de que no diesen problemas. Pero lo había dejado estar cuando pareció que habían desaparecido del mapa. Un error que no volvería a repetir.

Entró en el apartamento y buscó inmediatamente a Evangeline con la mirada. Se le aceleró el pulso al instante cuando oyó que lo llamaba al entrar en el salón. Se estaba poniendo unos pendientes de diamantes que él le había regalado y llevaba un vestido de cóctel muy sexi y femenino que apenas le rozaba las rodillas.

Corrió hacia él descalza y con una sonrisa amable en la cara.

—Me pareció oír el ascensor —dijo, sin aliento—, pero no estaba segura de a qué hora llegarías. Perdona que no haya estado aquí para recibirte como te mereces.

Drake levantó una ceja.

—¿Y cómo me merezco? Porque desde aquí la vista es bastante buena. Tengo que decírtelo, nena. Ese vestido no te va a durar mucho puesto en cuanto volvamos de cenar.

Evangeline se estremeció, delicada, contra su cuerpo mientras lo rodeaba con los brazos para darle la bienvenida.

—¿Te parezco muy mala persona si te digo que de pronto estoy deseando que se termine la cena para que podamos volver a casa? —preguntó, sin aliento.

Drake sonrió y atrapó sus labios entre los de él en un beso largo y tierno.

—¿No te he dicho nunca que me encantan las mujeres malas?

Evangeline se mordió el labio y puso cara de preocupación. Drake entornó los ojos, inquisitivo.

—¿Qué pasa, mi ángel? —preguntó bruscamente.

—Tengo que contarte una cosa —dijo en voz baja—. Hoy han venido mis amigas Steph, Nikki y Lana. Ha sido una sorpresa, no tenía ni idea de que iban a venir.

Drake se relajó y la abrazó más fuerte, antes de dirigirla hacia el sofá del salón.

—Maddox me ha contado lo ocurrido. ¿Estás bien?

Evangeline asintió despacio.

—Estoy bien. Ahora. En el momento me pilló totalmente con la guardia bajada y no supe cómo reaccionar.

—¿Qué te dice el sexto sentido? —preguntó, acariciándole la barbilla mientras la miraba a los ojos.

La pregunta pareció sorprenderla. La sopesó un momento y luego suspiró.

—La verdad es que no lo sé —su respuesta era sincera—. Creo que es demasiado pronto para saberlo. Creo que necesito más tiempo para decidirme.

Drake asintió con aprobación.

—Buena chica. No sacar conclusiones hasta que tengas más pruebas no te hace mala persona; te hace inteligente.

Se le subieron los colores a las mejillas por el elogio y por el beso en la nariz que le dio él.

—Dame diez minutos para cambiarme y estoy listo, si tú lo estás.

—Solo me falta ponerme los zapatos —dijo, sin aliento.

—Nos acompañarán Zander y Hartley a la ida y a la vuelta —dijo al entrar en el dormitorio—. Cenaremos solos, pero ellos estarán sentados cerca de nosotros.

Lo dijo como si tal cosa, pero la observó para ver su reacción. Frunció un poco el ceño y la frente se le llenó de arrugas de preocupación.

—¿Tan graves son las amenazas contra ti?

Drake se detuvo y la atrajo hacia sí.

—Me preocupa más que seas tú la amenazada. Por eso insisto en que cuentes siempre con protección y en que siempre salgas del apartamento con escolta.

Evangeline lo miró como si se hubiera quedado sin palabras.

—¿Pero por qué me iban a amenazar a mí?

—Porque me importas mucho y es evidente para cualquiera que tenga ojos. No quiero asustarte y ni de coña quiero darte razones para que no quieras estar conmigo, pero tampoco te voy a mentir. El mero hecho de estar conmigo te pone en peligro.

Acercó la mano de ella a sus labios y los posó sobre la suave palma.

—No permitiré que nadie te haga daño. Protejo lo que es mío y aprecio y valoro lo que es mío. Ahora me perteneces. Eres lo más importante para mí y lo más querido, por encima de todo lo demás.

Aquella declaración la dejó estupefacta. Un centelleo de lágrimas se le reflejó en los ojos mientras lo miraba, completamente atónita.

—¡Ay, Drake! —susurró al fin—. No sé qué decir.

—Di que lo nuestro vale la pena. Que la intromisión en tu vida cotidiana y la molestia de tener siempre a alguien vigilando todos tus movimientos no es un alto precio que pagar por estar conmigo.

Evangeline le echó los brazos al cuello y se puso de puntillas para intentar igualar su altura.

—¡Ay, Drake! ¿No lo sabes ya? Ningún precio es demasiado alto. Haría cualquier cosa por estar contigo. Soy tuya mientras me quieras.

La dulzura de Evangeline le atravesaba el alma y llevaba rayos de sol allá donde tocaba. Partes de él que hacía una eternidad que no recibían calor alguno volvían a la vida con su contacto y florecían como una pradera en primavera. La abrazó con fuerza, absorbiendo la sensación de tener algo tan preciado entre sus brazos y pegado a su corazón.

¿Qué haría sin ella? ¿Cómo había sido su yerma existencia antes de que ella entrase en su vida y le pusiera la cabeza patas arriba? Dios, no podía soportar la idea de perderla. Si alguien le hacía daño alguna vez por causa de él, no descansaría hasta que el último de esos cabrones pagase por ello con sangre.

La fue bajando hacia la cama hasta que quedó sentada en el borde, le cogió los zapatos de la mano y se los puso. Luego le dio otro beso mientras se erguía.

—Vuelvo enseguida, no te vayas a ningún sitio.

Se fue corriendo al vestidor y se puso uno de sus caros trajes formales. Se calzó unos mocasines italianos y volvió a recoger a Evangeline.

—¿Lista?

—¿Dónde vamos a cenar? O, mejor dicho, ¿qué vamos a cenar? —preguntó Evangeline mientras la acompañaba al ascensor.

—Marisco —respondió—. Hay un restaurante excelente en el Midtown, uno de mis favoritos. Tengo reserva permanente y siempre tienen una mesa disponible para mí, de modo que no tenemos que esperar.

—Me encantan los camarones chiquititos —dijo con una sonrisa.

—Eso es porque tú también eres una canija —replicó Drake, dándole un toque con los nudillos en la barbilla.

Cuando salieron al vestíbulo, Zander y Hartley estaban esperando para escoltarlos hasta el coche. Se sentaron en los asientos delanteros, Hartley al volante. Drake ayudó a Evangeline a acomodarse en el asiento de atrás y luego se sentó a su lado.

—Buenas noches, Zander. Hartley —los saludó Evangeline, amable.

—Buenas noches, Evangeline —respondió Zander—. ¿Has tenido un buen día, encanto?

—Sí —sonrió—. ¿Y vosotros?

—Nos habría ido mejor si hubiéramos recibido una invitación para desayunar —la voz de Hartley sonó seca.

Evangeline se puso colorada, pero los ojos le brillaron de alegría.

—¿Qué tal si la próxima vez os invito a todos?

—Trato hecho. —Zander pilló la oportunidad al vuelo.

—Da la impresión de que no das de comer a tus hombres —bromeó con Drake, recostándose contra él.

Drake la abrazó, acercándola a su cuerpo, y se acomodó para el trayecto.

—Es que saben reconocer lo bueno cuando lo ven —replicó—. Y se mueren de celos porque yo lo vi antes.

—La pura verdad —dijo Hartley.

Se abrieron paso entre el tráfico en tiempo récord, unos minutos más tarde Hartley detenía el vehículo a las puertas del restaurante y Zander se bajaba a abrir la puerta a Drake, que salió y se inclinó para ayudar a Evangeline a salir del coche.

No había hecho más que poner los pies en el suelo cuando todo el espacio que la rodeaba estalló en una miríada de flashes. Drake soltó una grosería de las fuertes, que Zander repitió. Evangeline tropezó, pero Zander y Drake estaban allí, rodeándola.

—Quítale la cámara de la cara —ordenó Drake— o te juro por Dios que te la comes.

Hubo ruido de forcejeo, pero Drake se llevó a Evangeline a toda prisa hacia el restaurante y la sacó de la acera donde estaban a la vista de todos. El maître estaba consternado y los acompañó de inmediato a la mesa que los estaba esperando, se deshizo en disculpas todo el camino.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Evangeline desconcertada, cuando por fin se sentó a la mesa.

Paparazzi —ladró Drake.

—¿Te molestan? —preguntó, perpleja.

Drake puso cara de agobio, pero asintió.

—E irá a peor, ahora que me han visto contigo.

Ella le devolvió una mirada afligida.

—Lo siento mucho, Drake. No quiero causarte problemas.

Él extendió el brazo por encima de la mesa, le cogió la mano y se la llevó a los labios.

—Chiss… El problema no eres tú. Es que esto va a ser una pesadez para ti, mi ángel. Son como vampiros y son incansables. Una vez que hacen presa no la sueltan. Nos seguirán a todas partes.

—Me da lo mismo —siseó—. Nunca me harán arrepentirme de estar contigo.

Se encendió un fuego en los ojos de Drake, que le apretó la mano para sujetarla entre los dos encima de la mesa.

—Aquí no nos molestarán. Nuestra mesa es privada y donde estamos sentados no nos pueden sacar fotos por las ventanas.

—Pues entonces disfrutemos de la noche y olvidémonos de esas sanguijuelas. Estoy deseando llegar a casa para llamar a mis padres. ¡Ay, Drake! Se van a poner tan contentos por poder venir a Nueva York en Acción de Gracias…

—Me da que tú también estás bastante contenta —señaló Drake, indulgente.

—Eres tan bueno conmigo, Drake. Nunca olvidaré todo lo que has hecho por mí.

Apareció un camarero, Drake pidió por los dos y eligió un plato variado de camarones para Evangeline. Tras servir vino a ambos, el camarero desapareció para dejarles intimidad de nuevo.

Evangeline se revolvió en la silla y miró a Drake llena de dudas.

—¿Crees que he hecho mal al dejar entrar a mis amigas en nuestro apartamento? Maddox insistió en que no las deje entrar nunca cuando esté sola.

—Evangeline, no me tienes que pedir permiso para invitar a nadie a nuestro apartamento —aclaró, cariñoso—. Es tu casa tanto como la mía y espero que lo sientas así. Creo que has hecho muy bien al escuchar y tomarte lo que te han dicho con cierta incredulidad y también estoy de acuerdo con Maddox en que no deberías dejar subir a nadie a menos que esté yo contigo o haya alguno de mis hombres. Tratándose de ti, creo que es mejor prevenir que curar.

Evangeline suspiró.

—Seguramente crean que soy una zorra rencorosa que no sabe perdonar e incluso que ni siquiera me caían muy bien ya de antes.

—Creo que analizarán su papel en todo esto y se darán cuenta de que tienes miedo de que te vuelvan a hacer daño. Nadie puede tenerte en cuenta que no aceptes sus disculpas de inmediato ni su deseo de retomar las cosas donde las habíais dejado. Creo que a estas alturas ya sabes que eso no es posible. Han cambiado demasiadas cosas.

—Tienes razón, claro —suspiró.

—Yo no lo lamento —dijo, insistente—. Más Evangeline para mí.

—Solo tú podías hacerme sentir que he hecho lo correcto —sonrió—. Está claro que tengo que aprender mucho de ti. A mis amigas siempre las sacaba de quicio que fuera demasiado buena e indulgente. No sé por qué me parece a mí que ya no opinan igual, ahora que se encuentran con que de pronto soy una chica mala y rencorosa.

—Me gusta que seas una chica mala —dijo Drake con una sonrisa sexi y perezosa—. No te cortes de ser todo lo mala que quieras esta misma noche, cuando te quite ese vestido.

Evangeline enarcó una ceja.

—Pensaba que tú te encargabas de mantenerme a raya… Últimamente está descuidando su trabajo, señor Donovan. Empiezo a pensar que tienes fantasías secretas en las que yo soy una dominatrix y he de decirte que esa imagen no es tan sexi.

Drake estalló en una carcajada, divertido. Los ojos le brillaban.

—Así que estoy descuidando mis deberes, ¿eh? ¿Eso es lo que me estás diciendo?

Evangeline había adoptado una pose primorosa en la silla, con las manos sobre el regazo y se dejaba contemplar. De pronto se inclinó hacia delante para que las palabras que iba a susurrar no las oyera más que la persona sentada en su mesa.

—Me has estado tratando como si fuera de cristal. No me voy a romper, Drake. Quiero que me domines. Lo necesito. Ni siquiera me acuerdo de la última vez que me fustigaste o me azotaste. Has sido de una ternura exquisita y no creas que no aprecio que seas tan considerado, pero lo que más deseo es que las cosas vuelvan a ser como eran antes de… de aquella noche. ¿O tú ya no lo deseas?

En aquel momento era completamente vulnerable: le había desvelado sus secretos y sus deseos. Atrapó el labio inferior entre los dientes porque le temblaba, temerosa de haber ido demasiado lejos y haberlo hecho enfadar con sus críticas.

—Mi ángel. —El tono de Drake era tierno, el deseo y la aprobación le encendían los ojos. No había señales de irritación, para gran alivio de ella—. ¿Te has sentido abandonada? ¿No he estado haciendo lo que debería para tener contento a mi ángel?

A Evangeline se le subieron los colores y escondió la cabeza, mortificada por aquellas palabras.

—¡Ay, no, Drake! No es eso en absoluto.

—Nena, me estaba metiendo contigo. —Drake se inclinó sobre la mesa para acariciarle la mejilla—. Mírame, Evangeline.

La autoridad que desprendía su voz hizo que le corrieran escalofríos por la columna vertebral. Le acarició la cara y el vello de los brazos le erizó la piel.

—No me ocultes nunca tus pensamientos, tus necesidades, tus deseos. Tienes razón. He sido discreto contigo últimamente y lo lamento. No podía soportar la idea de forzarte demasiado o de hacer algo que te incomodase conmigo. Estoy pisando terreno desconocido. Nunca me había preocupado demasiado lo que pensase una mujer de mí. Conmigo las cosas siempre han sido «lo tomas o lo dejas». Pero contigo… tú me importas. A ti no quiero perderte. Y ya la he cagado tanto, he estado tan cerca de perderte… Y por eso he sido demasiado cuidadoso contigo y me disculpo por ello.

—No me vas a perder, Drake —dijo con suavidad.

Esta vez fue ella la que se inclinó sobre la mesa para coger la mano de Drake entre las suyas mientras seguía acariciándole cariñosamente la mejilla con la mano que le quedaba libre.

—Quiero ser la mujer que quieres y necesitas que sea. Quiero tu autoridad y tu control. No quiero que cambies nunca quien eres y lo que eres porque no sería real. Te necesito a ti —susurró—. Me quieras como me quieras y donde me quieras. Como sea que me necesites. Quiero ser la que te haga feliz. Es importante para mí.

Le suplicaba con los ojos y la mirada de él se fue ablandando a medida que apartaba la mano de la cara de Evangeline. Tomó sus manos entre las de él y entrelazó los dedos.

—Una vez te dije que no tendrías que volver a suplicarme nada que yo pueda darte, y sigue siendo verdad. Lo que quieras, lo que necesites es tuyo. Yo soy tuyo —el tono de su voz era serio—. ¿Lo entiendes? ¿Lo comprendes? Sí, me perteneces y soy un hombre muy posesivo, pero también soy tuyo, mi ángel, tú también eres una mujer muy posesiva.

Los ojos le brillaban con malicia.

—Me gusta. Tengo que confesar que me excita muchísimo que mi chica sea tan posesiva conmigo —dijo con una sonrisa.

Evangeline se sonrojó y un calor le invadió las mejillas, pero no apartó la mirada de la de él por vergüenza. No había censura en la voz de Drake, ni tampoco reproches.

—Está bien, lo admito: le daría una paliza a cualquier putón que te mirase como no debe —musitó.

Drake ahogó una risa y una sonrisa se asomó a sus labios.

—Entonces estamos en paz, porque yo le daría una paliza a cualquier hombre que te mirase un solo segundo de más. Aunque entienda la necesidad de mirarte con descaro. No podría culparlo por respirar y tener ojos en la cara, pero puedo pegarle una paliza por mirar más de la cuenta y lo haré.

A Evangeline se le escapó la risa por la nariz.

—¡Mira que eres exagerado, Drake! Nunca entenderé lo que ves en mí, pero no me quejo.

Drake frunció el ceño y movió la cabeza en señal de desaprobación.

—Ahora sí que te has ganado unos azotes en el culo. No te menosprecies. No permitiría a nadie que dijese esas cosas de ti, y no pienso consentirte que perpetúes semejante mentira.

Se lo quedó mirando, aturullada, sin saber muy bien qué decir, así que se calló y no dijo nada en absoluto. La prisa que se había dado Drake en reprenderla por hablar mal de sí misma le hizo sentir un cálido estallido en el pecho.

Drake se inclinó sobre la mesa para que solo ella escuchase lo que iba a decir.

—Eres la mujer más hermosa que he conocido —dijo con voz ronca—. Si te crees que tengo por costumbre ir diciendo esas cosas a la primera que se me cruza, no podrías estar más equivocada.

Evangeline jugueteaba con su melena. ¿No les iban a traer la cena nunca? La tensión sexual entre ellos se podía cortar con un cuchillo. Se moría por desaparecer de la vista de todos y volver a su apartamento y a las promesas de Drake.

Este la miró de arriba abajo y le sonrió, como si supiera exactamente lo que estaba pensando. El muy sinvergüenza seguro que lo sabía. Todo lo demás lo sabía.

Justo entonces llegó el camarero y Evangeline casi desfallece del alivio. La comida tenía una pinta deliciosa y olía de maravilla, pero ella no lograba apartar los ojos de Drake, ni tampoco el pensamiento.

—Come, nena —dijo él con una sonrisa—. Luego me encargaré de las necesidades de mi ángel. Lo prometo.

Ella suspiró y bajó la vista a su plato. La noche iba a ser larga.