Evangeline se recostó en los brazos de Drake al colgar el teléfono después de hablar con sus padres y suspiró de satisfacción.
—Se los veía emocionados —dijo Drake, indulgente.
—Lo están —ratificó ella—. ¡Yo también estoy emocionada, Drake! Todavía no puedo creer que te vayas a tomar tantas molestias para traerlos por Acción de Gracias. Te lo agradezco mucho.
Él le dedicó una cálida sonrisa.
—No es nada, mi ángel. ¿Cómo iba a dejar de hacer por ti algo que te hace tan feliz? Además, estoy deseando conocerlos, tengo que confesarlo.
—Los dos se mueren por conocerte —admitió Evangeline—. Te lo advierto ahora: te van a hacer miles de preguntas. Mi padre te va a dar la brasa con cuáles son tus intenciones hacia su niñita, y mi madre nos vigilará como un halcón.
A Drake parecía divertirlo mucho su sufrimiento.
—Creo que podré soportar un pequeño interrogatorio. No te preocupes, mi ángel. Va a ir todo muy bien.
Evangeline se le acurrucó entre los brazos y frotó la cara en su pecho.
—Entonces dime. ¿Cómo de mala he sido y cuál es mi recompensa? —preguntó, inocente.
—No tardará en llegar.
Se separó de él para mirarlo a los ojos.
—¿Qué va a llegar?
—Tu castigo —sonrió—. Mi recompensa. Y tu recompensa también.
—¿Qué es?
Drake le apresó una mano y se la llevó a la boca para besarle la palma abierta.
—¿Te acuerdas de Manuel?
Un cálido zumbido le inundó las venas y se estremeció sin darse cuenta. Asintió en silencio: no se fiaba de lo que pudiese decir en aquel preciso momento.
—Pues esta noche nos va a hacer una visita. Espero que seas una niña muy buena y obedezcas todas mis órdenes sin vacilar.
—Nunca te avergonzaría delante de otro hombre —manifestó, tranquila.
—Lo sé, mi ángel. Ahora vete al baño a prepararte. Pero date prisa, no tardará en llegar y quiero que estés aquí en el salón, de rodillas, para recibirlo.
Se levantó de inmediato y se fue al baño a toda prisa, a cepillarse los dientes y el pelo y a asearse. Tal y como le dijo Drake, empleó solo unos minutos y volvió enseguida al salón para presentarse ante él y esperar sus órdenes.
Él le recorrió el cuerpo desnudo con la mirada llena de aprobación.
—Arrodíllate en la alfombra en el centro del salón —indicó con voz ronca—. Manuel está subiendo.
Obediente, se colocó donde se le había dicho y se arrodilló poco a poco mirando al vestíbulo para que fuese lo primero que viera Manuel cuando se abrieran las puertas.
Tragó saliva, nerviosa, intentó recordar todo lo posible sobre aquella noche, pero la mayoría era un borrón de placer. Apenas recordaba los rasgos de Manuel, su apariencia. Creía recordar que era más o menos de la edad de Drake, tal vez un par de años mayor.
Era un hombre guapo con el pelo negro muy corto con alguna cana. Las suficientes para darle un toque distinguido. Se había mostrado bienhablado y muy solícito con Evangeline aquella noche, pero lo cierto es que ella se había centrado solo en Drake y su placer.
¿Qué tenía Drake planeado para aquella noche? ¿Querría mirar mientras la dominaba otro hombre, como había hecho antes, o querría participar más en aquella ocasión?
Se abrieron las puertas del ascensor y Manuel la vio de inmediato. En sus ojos oscuros centellearon el deseo y la aprobación en cuanto puso el pie en el apartamento. Drake se levantó del sofá para recibirlo y se dieron la mano.
—Evangeline, ¿te acuerdas de Manuel? —preguntó Drake.
—Sí —respondió en tono sumiso y apagado—. Espero que le haya ido bien, señor.
—Qué sumisa tan dulce y respetuosa tienes, Drake —dijo Manuel, al tiempo que devoraba a Evangeline con la mirada sin el más mínimo reparo—. Soy un hombre muy afortunado por ir a recibir un regalo tan precioso.
—Esta noche es tuya —dijo Drake—. Voy a mirar e incluso a participar, pero serás tú quien la dirija, no yo. Como ocurrió la primera noche, lo único que no puedes hacer es besarla en los labios. Todo lo demás está permitido.
—¿Qué límites tiene? —preguntó Manuel sin ambages.
—No tiene.
Manuel levantó una ceja, sorprendido.
—Usa el sentido común y confío en que sabrás hasta dónde puedes llegar, y como yo confío en ti, también lo hará Evangeline. Sabe que nunca permitiría que sufriera ningún daño.
Manuel centró su atención en Evangeline, lo que hizo que se le acelerara el pulso y se le ensanchasen las aletas de la nariz al expulsar el aire atrapado en su pecho.
—Dime, Evangeline. ¿Te gusta el sexo muy duro? ¿Cuánto eres capaz de aguantar? No deseo hacerte daño. Quiero que sea tan placentero para ti como para mí y Drake.
—Quiero lo que decida darme —dijo, mirándolo a los ojos sin vacilar—. Quiero que sea real, no me gusta fingir.
Los ojos de Drake brillaron de orgullo, lo que la llenó de confianza.
—Entonces nos vamos a llevar de maravilla —sonrió Manuel—, a mí tampoco me gustan los jueguecitos. Pero como solo es nuestra segunda vez juntos y esta vez seré yo, y no Drake, el que tenga el control, quiero que pienses una palabra de seguridad y la uses si necesitas que pare.
—No hará falta —dijo, tranquila—. Drake sabrá mucho antes que yo si hace falta que pare. No le permitirá que vaya demasiado lejos. Confío en él por completo.
—Desde luego, para un dominante es un regalo muy preciado que una sumisa tenga semejante fe en él. Drake es un hombre muy afortunado.
—La afortunada soy yo —susurró.
Drake caminó hacia ella y descansó la palma de la mano sobre su mejilla.
—Creo que en ese aspecto tendremos que estar de acuerdo en que no estamos de acuerdo, ángel mío. Sé perfectamente quién es el afortunado aquí. Pero tienes razón: no permitiría nunca que nadie llevase las cosas demasiado lejos. Pero al mismo tiempo, si en cualquier momento, por la razón que sea, quieres que Manuel lo deje, no tienes más que decirlo. ¿Entendido?
—Sí —susurró.
Drake se volvió hacia Manuel.
—Es tuya —dijo, indicando hacia donde estaba Evangeline arrodillada.
Manuel se quedó allí un momento, la contemplaba con la mirada hambrienta deambulando por el cuerpo desnudo de Evangeline. En respuesta, ella se estremeció, los pezones se convirtieron en yemas duras, la vagina tensa y el clítoris latía, palpitaba. Estaba excitada. Más que la primera vez que Drake había invitado a Manuel porque ahora sabía los placeres que la esperaban. La primera vez había estado nerviosa, insegura, inquieta y preocupada de que Drake se enfadase si respondía a otro hombre. Pero él disfrutaba observando su respuesta a otro hombre que él mismo había escogido para ella y una vez que lo había visto y reconocido, se había relajado y dejado ir, sumergido en el éxtasis sensual y retorcido que Manuel, y Drake, le habían ofrecido.
Y, a juzgar por el resplandor de los ojos de Manuel, aquello solo había sido la punta del iceberg. Tenía la impresión de que aquella primera noche había sido una suerte de prueba que había aprobado y de que esa noche no se controlaría tanto.
Lo estaba deseando.
Manuel se bajó la cremallera de los pantalones y sacó su enorme erección, la sacudió con la mano para endurecerla todavía más. Acortó la distancia entre ellos hasta que su polla descansó, deliciosa, ante sus labios.
—Chúpame la polla, Evangeline —dijo, usando el lenguaje brusco que la excitaba—. Espero que estés preparada porque te la voy a meter hasta el fondo de la garganta. Voy a follarte la garganta hasta que no seas capaz de saborear, sentir ni oler otra cosa que no sea yo. Pero primero voy a pedirle a Drake que te sujete porque te quiero totalmente a mi merced para poder ejercer mi voluntad sobre ti y que no puedas hacer nada más que aceptar lo que yo te dé.
Ella gimió con suavidad al sentir que el cuerpo se crispaba y hormigueaba al aumentar su deseo. Inconscientemente arqueó la espalda y empujó los pechos hacia delante, los pezones estaban tan duros que casi le dolían.
Mientras Manuel continuaba deslizando la mano despacio por su miembro, arriba y abajo, tentándola con lo que le esperaba, Drake le sujetó los brazos sin contemplaciones para colocárselos a la espalda y atarle las muñecas bien fuerte. Luego, para su sorpresa, Drake le metió las manos en el pelo para tirarle de la cabeza hacia atrás y palmeó luego los lados. La sujetó bien para que no se moviera mientras Manuel plantaba un pie a cada lado de sus muslos, la montaba así como estaba, arrodillada.
—Abre —fue la orden seca.
Obedeció al instante y él le puso poco a poco la parte de debajo de su erección sobre su lengua, la restregó hacia delante y hacia atrás con un gruñido de satisfacción.
—Sujétala —instruyó a Drake con voz hosca.
Fue la única advertencia que le dio a Evangeline antes de penetrarla con fuerza hasta el fondo de la garganta. El enorme grosor del miembro ahogó el gemido de Evangeline y también le cortó la respiración. Tuvo que usar toda su disciplina para no atragantarse y rechazar aquella invasión, pero se obligó a relajarse y se rindió al agarre de Drake, confiando en que cuidaría de ella.
Manuel se detuvo para mirar hacia abajo con una sonrisa tierna que le indicó que su movimiento casi imperceptible no había pasado desapercibido y lanzó un suspiro.
—Esta te la robaría, amigo —dijo a Drake—. Nunca me había visto tentado de robar su mujer a otro hombre, pero esta te la robaría sin el más mínimo remordimiento. Es un tesoro impagable.
—Puedes intentarlo —replicó Drake en un tono gélido—, pero mataré a cualquier hombre que intente arrebatármela.
—Así debe ser —aprobó Manuel—, yo haría lo mismo.
Esto último lo dijo como con remordimientos y bajó una mano para acariciar una mejilla a Evangeline, con un gesto suave e íntimo. Aminoró el ritmo de los movimientos al tiempo que profundizaba más con cada uno de ellos.
—Tienes lo que desean todos los hombres como nosotros. Espero que sepas bien lo que tienes y que la protejas como corresponde.
Manuel sacó la polla de la boca de Evangeline y dejó el capullo descansar sobre sus labios, mientras la miraba con un brillo de lujuria y de algo totalmente distinto en los ojos. ¿Tristeza?
Se olvidó un momento de sí misma y porque, bueno, era impulsiva por naturaleza, fue incapaz de contener la pregunta antes de formularla.
—¿Has perdido a alguien importante para ti, Manuel? —preguntó en tono suave y amable—. ¿No tienes una mujer que satisfaga tus necesidades?
En cuanto hizo la pregunta se sonrojó, mortificada, con la consternación patente en cada parte de su cuerpo y en su expresión.
Lo miró completamente afligida.
—Lo siento mucho —dijo, horrorizada—. Perdóname, por favor, Manuel —se volvió hacia Drake, presa del pánico—. Perdóname, Drake, me he pasado. No tenía que haber dicho, preguntado, nada. No me corresponde cuestionarte. Mi deber es atender tus necesidades, no meterme en tus asuntos personales. Te suplico que me perdones —repetía, exhalando angustia por todos los poros.
—Mírame, Evangeline —dijo Manuel con voz tierna pero firme. Aunque pronunciada con suavidad, era una orden.
Ella lo miró, horrorizada, con el pecho oprimido por el dolor de haberle fallado, pero, sobre todo, por el de fallar a Drake.
—No pongas esa cara, dulce Evangeline —dijo con una sonrisa tierna—. ¿Cómo podría encontrar falta en una mujer que resplandece de pura belleza y compasión? Tienes un corazón generoso que encandila a todos los que te rodean. Sí, he perdido a alguien y, no, no tengo una mujer fija, ni tampoco la quiero. Al menos desde…
Dejó morir la frase y se le ensombreció la expresión.
—Nadie me ha hablado tan directamente al corazón durante mucho tiempo. Hasta conocerte a ti. Por eso me meto con Drake y le digo que si no fuéramos tan buenos amigos te robaría y no me arrepentiría de ello ni lo más mínimo. Pero tu corazón le pertenece, lo ve hasta el más idiota. Nunca serías feliz con otro hombre.
—No —susurró ella—. Solo con Drake.
Las manos de Drake la sujetaron del pelo con más fuerza y le temblaba todo el cuerpo contra la espalda de Evangeline. Le pasó los dedos entre los largos mechones y luego se inclinó para besarle la coronilla.
Evangeline clavó la mirada intensa en Manuel, sin romper el contacto visual en ningún momento.
—Ya sé que tu corazón pertenece a otra persona, igual que el mío, pero me gustaría mucho poder ser la mujer que te dé al menos una noche de paz. Y de placer. Tómame, Manuel. Me parece bien fingir. Hazme lo que quieras. Haz conmigo lo que quieras. No me quebraré. Puedo con todo lo que me mandes. Yo lo deseo y tú lo necesitas. Déjame proporcionarte consuelo esta noche.
—Nunca intentaría romperte, pequeña. —El cariño y el respeto le suavizaban la mirada—. Quiero darte placer y volver a tocar el sol por un momento.
Volvió a meterle la polla hasta el fondo de la garganta, mientras Drake la mantenía bien sujeta, aunque no era necesario. A pesar de que aquella noche era para ella, instigada por Drake había percibido la necesidad desesperada de consuelo de Manuel. Y se moría por alejar las sombras de la mirada de aquel hombretón.
Diligente, se quedó inmóvil mientras Manuel se detenía, enterrado en su boca hasta el fondo y se quedaba allí, con la cabeza inclinada hacia atrás y con las líneas profundas que el placer pintaba en sus atractivos rasgos.
—¿Qué dirías si te tomásemos los dos a la vez, te poseyésemos una y otra vez esta noche? —preguntó con voz sexi y cargada de pasión—. Drake y yo.
La recorrió un delicado escalofrío y cerró los ojos ante aquella ola de deseo súbita, casi violenta, y la insoportable necesidad que sentía en sus carnes.
Manuel soltó una risita.
—Creo que tenemos respuesta, Drake.
—Desde luego que sí —murmuró Drake, besándole el cuello mientras sus dedos se enredaban todavía más en su pelo—. Mi ángel puede con mucho y yo quiero darle el mundo entero. Esta noche no es más que la punta del iceberg.
Evangeline gimió con suavidad al absorber aquellas palabras de amor como una adicta que necesitase su dosis desesperadamente.
Manuel se retiró y Evangeline se volvió despacito para poder mirar a Drake. Sabía que estaba desobedeciendo, que tenía que responder solo ante Manuel. Que tenía que centrarse solo en Manuel, pero era incapaz de negar las palabras que tenía en la punta de a lengua.
—¿Acaso no lo sabes, Drake? Tú eres mi mundo —dijo, bajito.
Se inclinó para pegar sus labios a los de ella con el fuego de sus ojos convertido en un incendio, le devoró la boca, sin importarle que la polla de otro hombre hubiera estado en ella poco antes. En cierto modo, aquello lo hacía todavía más sexual. El clítoris le palpitaba y los pezones se le pusieron más rígidos.
—¿Todavía tienes el banco de azotes? —preguntó Manuel a Drake.
Drake asintió con un movimiento rápido y se alejó de Evangeline, lo que la dejó con una sensación profunda de pérdida. Manuel la sujetó por la barbilla, dirigiendo su mirada hacia él.
—Había pensado azotarte esta noche —murmuró—. Marcarte esa piel preciosa. Llevarte más allá de los límites de tu control. Forzarte más allá de lo que pudieras soportar. Pero me he dado cuenta de que no tengo estómago para hacerlo. Un banco de azotes tiene muchos más usos, como pronto descubrirás.
El brillo de sus ojos le prometía un placer secreto y el vello se le erizó por todo el cuerpo, lo que le recorrió la piel en oleadas.
Drake regresó enseguida, empujando un aparato que se parecía un poco a una silla de montar a caballo colocada de lado sobre lo que parecía un caballete de carpintero. Pero era lujoso, no como los caballetes de madera astillada que utilizaba su padre en su taller antes de lesionarse. Estaba claro que lo habían hecho para que resultase cómodo. Y erótico.
La oquedad semejante a una silla de montar diseñada para acoger el estómago de una persona era de cuero, grueso y suave. Había anillas de metal en la parte inferior de las patas del artilugio y Evangeline se preguntó para qué servirían.
Manuel se mostró muy solícito con ella al ayudarla a ponerse en pie y al soltarle las ataduras de las muñecas. La sostuvo un momento hasta estar seguro de que no se iba a caer, pero siguió rodeándola con los brazos, tocándola, acariciándola, incrementando su placer. Para ser hombres tan dominantes como Manuel y Drake, eran increíblemente cuidadosos con ella y la trataban como si estuviera hecha de cristal y fuera a romperse si no la manejaban con cuidado. No lograba comprenderlo porque se trataba de dos hombres que tomaban lo que querían sin explicaciones y sin pedirlo. Simplemente poseían.
Le rodeó un pecho por completo con una mano y a continuación le frotó el pezón con el pulgar hasta que casi le faltaba el aire a causa de la sensación exquisita. Pero entonces Manuel le pasó la otra mano por el abdomen, fue bajando y hundió los dedos entre sus tejidos más sensibles para acariciarle y mimarle el sexo.
Dibujó círculos alrededor del clítoris, redondeándolo entre los dedos, con cuidado de no ejercer demasiada presión para no hacerle daño. Luego deslizó el dedo corazón hacia abajo y se lo introdujo en el sexo, acariciando las paredes de la vagina.
Evangeline se puso de puntillas, con la cara henchida de placer y tortura. ¡Estaba a punto de llegar al orgasmo y apenas la había tocado todavía! Manuel introdujo el dedo más profundamente, haciendo presión con cuidado en el punto G; casi se corre en ese momento. Le temblaban las piernas, las rodillas le fallaban y se le doblaban y, de no haberla cogido Manuel, se habría derrumbado.
—Tranquila, pequeña —le dijo—. Tenemos toda la noche por delante, no hace falta apresurarse, ¿verdad?
Retiró las dos manos con el consiguiente gruñido de disgusto de Evangeline. Se rio con suavidad y luego la guio hacia el banco de azotes que Drake había colocado en medio del salón. ¿Dónde narices lo guardaba? No lo había visto nunca. ¿Qué otras cosas de las que ella no sabía nada tendría escondidas en aquel apartamento inmenso?
Los ojos de Drake ardían al contemplar el cuerpo desnudo de su chica y las manos de Manuel que descansaban sobre la piel de ella, posesivas. La aprobación, la lujuria y el deseo que se le reflejaban en las pupilas oscuras le proporcionaron a ella una excitación embriagadora. Se sintió llena de confianza. Sexi. Incluso deseable.
Cuando sus ojos se encontraron con los de él, le regaló una sonrisa misteriosa y sensual que le prometía el mundo, algo que entendió bien.
Drake asintió a Manuel y Evangeline se encontró boca abajo sobre el receptáculo de cuero del lujoso banco. Manuel le separó las piernas mientras Drake la cogía de los brazos y también ayudaba a separarlas. Le ataron las muñecas y los tobillos a las argollas, que la intrigaban. Ahora se daba cuenta de cuál era su función y el pulso se le aceleró por la excitación de saberse completamente indefensa, obligada a aceptar lo que quisieran hacer con ella.
Manuel se restregó suavemente contra sus nalgas, las mimó, acarició, separó, permitiendo que le diera el aire fresco en las partes más íntimas que nunca están expuestas.
—Primero quiero ese coñito —ronroneó— y luego voy a follarme ese culo delicioso. Y mientras te follo, Evangeline, y te voy a follar muy duro, vas a chuparle la polla a Drake. No te puedes correr hasta que lo hagamos nosotros. Si desobedeces mi orden, me olvidaré de mi decisión de no marcarte esa piel preciosa que tienes y te dejaré el culo que no podrás sentarte durante una semana.
Se agitó, los músculos convertidos en gelatina. Cerró los ojos ante la imagen sugerente y tragó saliva. No quería piedad. Lo quería todo. Duro. Fuerte. Quería el dolor que la llevaba al límite antes de transformarse en el placer más exquisito.
Se revolvió, inquieta. Suspiraba con suavidad de la impaciencia por que empezasen.
Una mano se le hundió en el pelo y al principio no estaba segura de si era la de Drake o la de Manuel, pero no, era Manuel, que le tiraba del cabello hasta casi hacerle daño, para encararla a un pene enorme y muy erecto que se proyectaba hacia sus labios.
Drake.
Gimió suavemente y se lamió los labios, deseosa.
El gemido con que respondió Drake ahogó los de ella.
—Me estás matando, mi ángel.
—Abre —ordenó Manuel con una voz que era como el chasquido de un látigo.
Había desaparecido cualquier rastro del amor gentil y suave para dejar lugar a un macho feroz y dominante, investido de autoridad.
Obediente, abrió los labios y Drake entró en ella como una oleada: la llenó de su sabor familiar. Lo lamió, dibujando círculos con la lengua alrededor y a lo largo del capullo a medida que Drake lo introducía más profundamente. Las mejillas se le hincharon para hacerle sitio y la mano que le sujetaba el pelo afirmó su agarre.
—Así me gusta —rugió Manuel—. Trágatela. Trágatela entera. Como estás a punto de hacer con la mía.
De nuevo no hubo advertencia, ni preámbulos, ni calentamiento. La penetró con un empujón brutal que le hizo soltar un grito que envolvió la polla de Drake. Dios, qué dolor. La clase de dolor delicioso, exquisito que a ninguna mujer le importaba sufrir. La ensanchaba hasta lo imposible, pues no estaba completamente preparada para que la penetrase, lo que le tensaba todavía más los tejidos.
Se retiró y volvió a entrar en ella como un salvaje, ella gimió.
—¿Te duele, pequeña? —preguntó con voz sedosa.
—Mmmm…
La risa le retumbó en el pecho, por lo que vibró contra el culo, al estar pegado contra ella, embutiéndola tanto como le resultaba posible.
—Esto solo es el principio —susurró cerca del hombro—. Te voy a hacer mucho más daño, pero te garantizo que vas a disfrutar de cada segundo.
¡Vaya que si iba a disfrutar! No le cabía la menor duda. El dolor mezclado con lo prohibido era una sensación de euforia embriagadora que no había experimentado en su vida. Nunca se había imaginado disfrutar así de la fina línea que separa lo que es demasiado de lo que no es suficiente.
Cuando volvió a clavársela se tensó, todos los músculos se prepararon para el orgasmo que se aproximaba, amenazaba con estallar antes de que ella misma se diera cuenta.
Manuel se despegó del cuerpo deseoso de Evangeline y Drake se lanzó a las profundidades de su garganta. Manuel descargó la mano en sus nalgas, con un golpe agudo, que le llenó la piel de aguijones y la arrancó de la bruma de euforia que la rodeaba.
—No te corras —ordenó, brusco—. O recibirás algo muchísimo peor que esto de mi mano.
Desesperada, inspiró por la nariz para conseguir algo de aire alrededor de la polla de Drake, que no se movía siquiera. Empezó a luchar, pero Manuel le dio un azote en la otra nalga.
—Acéptala. Tú no tienes el control. Eres nuestra para hacer lo que queramos contigo. Lo que queramos, Evangeline. ¿Lo entiendes?
Asintió, o al menos lo intentó. Cerró los ojos y se obligó a relajarse. Se obligó a apearse de la descarga que la incapacitaba, aunque el cuerpo le hormigueaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Drake empezó a follarle la boca con movimientos largos y despiadados, usándola como si fuera el coño. Fuerte, profundo. La mano de Manuel le enrollaba el pelo y tiraba hacia atrás para que no pudiese escapar de los potentes empujones de Drake.
Entonces Manuel le frotó el ano con un gel frío: presionó con el pulgar hacia dentro para lubricarlo.
—No demasiado —le oía reír mientras hablaba—. Quiero que lo sientas cuando haga mío ese culo.
Como si pudiera evitarlo…
Y, al igual que antes, no le dio tiempo para prepararse ni adaptarse. Entró en ella, sin dejar de sujetarle el pelo con fuerza, abriéndole las nalgas con la otra mano antes de clavársela en el agujero estrecho y delicado.
Abrió los ojos de par en par, dilatados por la sorpresa, sabía que apenas había cruzado la entrada y aun así parecía como si le hubieran metido por el culo un bate de béisbol. ¡Señor! No iba a sobrevivir a aquello.
—¡Métetela! —dijo, brusco—. Métetela entera, Evangeline. Métetela ya.
Se lanzó hacia delante, la abrió sin piedad con un empujón brutal, encajándola tan adentro que las caderas quedaron pegadas a las cachas de Evangeline.
Estaba llena por completo: Drake hasta la garganta y Manuel en el culo. Atrapada entre dos machos alfa dominantes.
En el cielo.
Recordaba la orden de Manuel de no correrse hasta que hubiera logrado que ambos hombres se descargasen, conque se dedicó a Drake. Lo consentía con la lengua, aumentó la succión hasta que le agarró la cabeza con fuerza mientras la follaba con movimientos largos y enérgicos.
—Muy buena chica —ronroneó Manuel—. Tu mujer quiere correrse, Drake.
—Ya lo creo que sí. Y ha sido una niña muy muy buena, así que yo diría que deberíamos darle lo que quiere —la voz de Drake tenía un tono áspero pero sedoso que a Evangeline le producía una cascada de escalofríos por toda la espalda.
Sin mediar palabra, los dos adoptaron un ritmo implacable que obligó a Evangeline a boquear por falta de respiración, los sentidos desatados, la habitación desenfocada a su alrededor. El orgasmo floreció, se desplegó como los pétalos más delicados de una rosa de verano, pero ella lo apartó para centrar toda la atención en dar a Drake tanto placer como le iba a proporcionar a ella enseguida.
El miembro de Manuel se había hinchado hasta un tamaño imposible y empujaba fuerte, desenfrenado, a la par que le golpeaba el culo con las caderas. Le aferraba las caderas con las manos, la sujetaba tan fuerte que sabía que las marcas le durarían días. Y, entonces, con un grito que le salía de las entrañas, la hizo gemir por la súbita pérdida de aquella sensación de plenitud arrolladora.
Drake también se retiró de su boca y Evangeline sintió enseguida la salpicadura cálida de semen que caía a chorros en la parte alta y la parte baja de su espalda desde dos direcciones. Era la sensación más obscena y pecaminosa que había experimentado. ¿Quién habría pensado que ella, que hasta no hacía mucho no tenía experiencia en el sexo, estaría haciendo un ménage à trois con dos de los hombres más atractivos que había conocido en la vida?
Y uno de ellos le pertenecía.
Se le atascó la respiración en la garganta al notar la punta roma de… algo que le rondaba la entrada de la vagina y luego los dedos de Manuel, quien le tocaba y acariciaba el clítoris palpitante. Abrió los ojos como platos del asombro al notar como el objeto penetraba en ella, grueso y duro, y se dio cuenta de que debía de ser un vibrador o un consolador o como quiera que se llamasen aquellos juguetes sexuales.
—¿Cómo lo quieres, Evangeline? ¿Suave y lento o rápido y duro? —preguntó Manuel, tranquilizándola.
Le costaba pensar con coherencia, aún más expresarlo en palabras.
—Suave y lento con la mano. Rápido y duro con el… —se atragantó, no sabía qué palabra utilizar exactamente.
Manuel soltó una risita.
—Consolador, Evangeline. Tienes un consolador metido en tu precioso coñito. Y tus deseos son órdenes para mí.
Empezó a acariciarla despacio y con suavidad, como le había pedido, pero al mismo tiempo el movimiento del consolador era cada vez más rápido y fuerte, hasta hacerla gritar y forcejear contra las ataduras que la sujetaban.
Drake se arrodilló frente a ella, las manos enredadas en su pelo, le levantó la barbilla para besarla. Le metió la lengua en la boca para probarla y devorarla. Se tragaba sus gritos, inhalaba su aliento y le entregaba el propio. Y cuando se corrió, le gritó en la boca, que ahogó el sonido con la lengua y los labios.
Temblaba y se estremecía como un cable de alta tensión cuando Manuel le retiró el consolador de la vagina que todavía se contraía en espasmos. Las paredes se aferraron a él, codiciosas, se negaban a dejar ir la sensación deliciosa de plenitud total. Pero aquello no era nada comparado con el original y deseaba las pollas de Manuel y de Drake. Bien dentro de ella. Que se corrieran dentro de ella. La marcaran, poseyeran y la hicieran suya.
A la vez que Drake la besaba y le pasaba las manos por el pelo para luego acariciarle la cara con dedos suaves, Manuel soltó las cuerdas y la liberó. Se dejó caer muerta sobre el banco, sin fuerzas para moverse siquiera. Por suerte para ella, no era necesario.
Drake la cogió en brazos y la sentó en el sofá, la abrazó en su regazo mientras Manuel aparecía con una bebida y dio de beber a Evangeline.
—Bebe —la invitó, amable—. Debes de tener sed. Esta noche hay que cuidar a esta dama. No podemos dejar que se nos desmaye.
Ella sonrió y lo miró de soslayo por debajo de las gafas.
—Eso no va a pasar ni de coña.
Drake la contempló, fascinado, mientras bebía con ansias, maravillado de que el simple acto de beber fuese sexi de cojones. Todo lo que hiciera lo excitaba. Sabía que se estaba metiendo en un jardín tremendo, pero por primera vez en la vida no le importaba.
A veces a un hombre le daba igual que lo atrapasen y lo amarrasen como a un pavo en Acción de Gracias. ¿Qué hombre tenía una mujer como su ángel? Había intuido la desesperación y la soledad de Manuel y había respondido justo como esperaba de ella. Con compasión y tanta dulzura que casi empalagaba. Era la mejor.
La noche era joven y no había saciado su necesidad de Evangeline ni remotamente. Muchos pensarían que era retorcido no solo por permitir, sino por provocar que otro hombre se follase y controlase a su chica. Pensó que le daba igual. Hacía mucho tiempo que había dejado de buscar excusas o explicaciones para los oscuros deseos y necesidades que lo motivaban. Había cosas que eran como eran, y aquello estaba entre ellas.
Que él permitiese a otro hombre tocar a su chica con su estricta supervisión, no menguaba en absoluto su feroz posesividad respecto a Evangeline. Si acaso la aumentaba, porque sabía la gran suerte que tenía de haber encontrado una mujer que lo entendiese. Una dispuesta a ceder a sus perversiones sexuales. ¡Qué narices! Que se deleitaba con ellas tanto como él.
Sabía que Manuel tampoco se había saciado en absoluto y que tampoco lo estaría al final de la noche, pero eso era todo lo que le daría a su amigo. Una noche. Nada de acuerdos estables. Solo según dictara la discreción y el capricho de Drake.
Los dos tenían en común el deseo de satisfacer a Evangeline y darle placer. De llevarla al orgasmo una y otra vez, de escuchar sus suaves gemidos de éxtasis, sus gritos de placer y de ver en sus ojos azules, nublados por la pasión, aquel resplandor cálido de gozo.
Drake intercambió una mirada con Manuel y este se limitó a asentir. Era el momento. Manuel tendió la mano a Evangeline y ella deslizó los dedos por la palma para que pudiera ayudarla a levantarse. Él le recorrió con ellas todo el cuerpo, palpando, acariciando, cada curva y cada turgencia, puso especial dedicación a la plenitud de sus pechos, a su culo, y luego exploró entre sus piernas.
A Evangeline se le nublaron los ojos, las pupilas dilatadas y la pasión que destellaba en su mirada soñadora.
—Date la vuelta —indicó Manuel, que la soltó.
Obediente, hizo lo que le decían, y entonces Manuel la atrajo hacia su pecho y comenzó a caminar de espaldas hacia el sofá. La sentó, pero le plantó una mano firme en la espalda, lo que le indicó sin palabras que se quedara donde estaba. Drake le pasó el lubricante y Manuel se aplicó una cantidad generosa en la polla, movió la mano arriba y abajo hasta que estuvo tan erecto como ya lo estaba Drake.
Solo que lo suyo era culpa de Evangeline. Su polla apuntaba hacia arriba, tensa, descansaba sobre su abdomen y apuntaba al ombligo. Estaba a punto de reventar de ganas de estar dentro de ella, y el saber que ella tendría la polla de Manuel metida en el culo, lo que haría que su vagina resultase increíblemente prieta, hacía que le asomasen gotas de líquido preseminal en la punta de la erección.
—Siéntate encima de mí —la tensión era palpable en la voz de Manuel—. Retrocede despacio, yo te guiaré. Echa las manos atrás y sepárate las nalgas para mí.
Se le encendieron las mejillas y notó una ola que le subía por el cuello hasta que toda la cara estuvo sonrosada. Pese a todo procedió como se le había ordenado, por lo que Drake sintió un orgullo feroz de lo magnífica que era su chica.
Su chica. Le pertenecía a él y solo a él. Y saber que iba a proclamarla, que iba a reconocerlo en público casi lo hizo caer de rodillas. Él, que nunca había llamado «mío» a nadie. Él, que nunca había tenido a nadie más que a sus hermanos. Nadie por quien preocuparse, ni que se preocupase por él.
Lo llenaba de humildad, pero al mismo tiempo enviaba una descarga de adrenalina a las venas. Una asombrosa revelación que jamás había pensado que admitiría ante nadie. Pero sus hombres sabían que había plantado la bandera y la había reclamado para sí; de eso no había duda. Cualquiera que tuviera ojos y el más mínimo sentido común vería que a Drake lo habían atrapado bien y lo más alucinante de todo era que le importaba tres cojones quién lo supiera.
Cuando sus hermanos le habían aconsejado que hiciera pública la relación para que todo el mundo se enterara de que Evangeline era su chica, que la quería y la protegía y que nadie se atreviese a darle por culo, se había mostrado reacio. Dubitativo. Y, sí… asustado. Él, que no tenía miedo a nada ni a nadie. Y, sin embargo, una frágil mujer lo tenía acojonado perdido. Dos meses antes se habría reído en la cara de cualquiera que le sugiriese que lo iba a poner de rodillas una seductora de pelo rubio y ojos azules. Aparentemente, era el dominante, el que tenía el control, pero él sabía la verdad: que no tenía ningún control en la relación con Evangeline porque removería cielo y tierra para hacerla feliz, porque haría lo que fuera por conservarla. A todos los efectos, estaba a merced de ella.
Observó a Evangeline, quien seguía despacio los dictados de Manuel y cómo le permitía aferrarla por las caderas y hacer que se le sentara en el regazo. Ella pasó tímidamente las manos por su culo exquisito y luego separó las nalgas. Se le aceleró la respiración, todavía sonrosadas las mejillas por su lucha con la incertidumbre.
Aunque se sentía cohibida e insegura obedecía todas las órdenes que se le daban. Y lo hacía por él. Aunque se había dejado guiar voluntariamente por la firme mano de Manuel, los ojos los tenía fijos en los de Drake, no apartaba la mirada en ningún momento, como si le dijera «Todo esto es por ti. Solo por ti. Siempre por ti».
El pecho se le ensanchó hasta dolerle y a punto estuvo de desvelar sus sentimientos si se lo hubiera frotado para aliviar la incomodidad. Entonces Evangeline cerró los ojos en el momento que Manuel comenzaba a penetrarla, la evidente tensión reflejada en los pliegues de su ceño, respiraba con sonidos tenues pero claramente audibles.
—Abre los ojos, mi ángel. Mírame a mí. Quiero que solo me mires a mí.
Ella obedeció al instante y él se perdió en las neblinas que daban vueltas en sus ojos del azul más brillante, que le hacían señas para que se adentrase todavía más en ellos.
Ya estaba perdido sin remedio ni posibilidad de volver a encontrar el camino de salida. Ni tampoco ningún deseo de hacerlo.
Evangeline dejó escapar un gemido sobresaltado cuando Manuel tiró de ella y la hizo bajar hasta el fondo, acomodando todo el largo de su miembro en lo más profundo del culo de Evangeline. Se reclinó en el sofá, echó la cabeza hacia atrás y le clavó los dedos en las caderas a Evangeline como un salvaje. Estiró las piernas y las separó, separando las de ella al mismo tiempo y dejando el coño expuesto a los ojos de Drake.
Manuel se arrellanó más en el asiento del sofá, se movió hacia delante de forma que ella quedase apoyada en el mismo borde, en la posición perfecta para Drake. Se quedó inmóvil, el agujero de Evangeline ensanchado hasta el imposible en torno a su polla. No parecía posible que hubiera sitio para él. Aquella postura reducía mucho la entrada de su vagina, tanto que a Drake le costaría trabajo entrar en ella.
Solo de pensar en sus sedosos tejidos tratando de impedirle el acceso y lo deliciosamente prietos que los sentiría lo hacía sudar y lo llevaba al límite. En la punta del glande le asomaban algunas gotas. No era posible que existiese una sensación más increíble en el mundo que las paredes aterciopeladas de su vagina al rodearle la polla, aferrándola y resistiendo sus persistentes intentos de penetrarla.
Joder, si lograba meterla hasta los huevos se correría en dos segundos. No lograría aguantar nada, pese a que era famoso por su rígido control y disciplina. Sin embargo, con Evangeline no tenía ninguna de los dos. Con ella se volvía frenético, irracional, no controlaba en absoluto cuándo descargaba.
Pero vaya que si iba a disfrutar cada minuto, o más bien segundo, de estar hundido hasta los huevos en ella mientras le exprimía cada gota de semen. En esta ocasión no iba a retirarse. Ni tampoco Manuel. Iban a llenarla de su esperma hasta que le resbalase por las piernas como una marca visible de que era de su propiedad y su posesión.
Evangeline no dijo ni una palabra. Era demasiado disciplinada y decidida para decepcionar a Drake y cuestionar su autoridad. Pero podía leerlo en sus ojos con la misma claridad que si hubiera hecho la petición en voz alta.
Por favor.
Como si pudiera negarle nada…
—Sepárale más las piernas —las instrucciones de Drake eran para Manuel.
Evangeline abrió los ojos como platos y miró hacia abajo automáticamente, hacia sus piernas ya despatarradas, preguntándose cómo iba a separárselas más Manuel.
Drake tenía los ojos clavados en el coño, ahora abierto de par en par; en los labios rosas, suaves, inflados que clamaban por su contacto. Quería tocarla por todas partes, saborearla, pero habría tiempo más que suficiente para eso luego. Ahora mismo tenía la polla a punto de reventar por las costuras solo de pensar en el abrazo deliciosamente prieto que estaba esperando su empuje.
La piel sedosa relucía con la humedad que la hacía parecer brillante y de lo más tentadora. Estaba mojada. Empapada. Pese a ello no iba a ser tarea fácil penetrarla. Iba a tener que hacerlo poco a poco a riesgo de desgarrarla, y lo último que quería era causarle dolor.
Estaba el dolor que era placer y luego estaba el dolor de verdad. Nunca le causaría ningún daño para satisfacer sus deseos egoístas.
Se colocó entre sus piernas abiertas y sujetó su gruesa erección en una mano. Frotó el capullo goteante por los labios satinados, arriba y abajo, hasta llegar al clítoris y luego abajo otra vez, para jugar con la entrada a su sexo.
Gimió desesperada y empujó las caderas hacia arriba, pese a que Manuel las tenía sujetas con firmeza, como intentando envainar el pene de Drake ella misma. Por fin él introdujo el glande en el minúsculo agujero y empujó hacia delante, ejerciendo una presión constante. Evangeline abrió los ojos dilatados por la sorpresa, borrosos por el deseo. Buscó la mirada de Drake, que la notó como una sacudida en sus sentidos.
Sus ojos lo decían todo. «Tómame, soy tuya».
Pues claro que era suya, coño.
Con un gruñido empujó hasta el fondo, sudaba y maldecía la resistencia a su avance del cuerpo de ella, que se estrechaba alrededor de su miembro, como si quisiera sacarlo con fuerza. La guerra de voluntades era feroz. Él contra sus defensas naturales. Ganaría él. Claro que ganaría él. No aceptaría ningún otro resultado.
Apretó la mandíbula, retiró los mínimos centímetros posibles y luego empujó con todas sus fuerzas para penetrarla hasta los huevos. Se produjo un coro de gemidos y suspiros, una mezcla de reacciones de Evangeline, Manuel y él mismo mientras luchaban con el perverso límite en que el dolor embriagador se mezcla con el más dulce de los placeres.
En cuanto estuvo dentro del todo, las paredes de la vagina aletearon alrededor del miembro, contrayéndose, humedeciéndose todavía más al aproximarse el orgasmo.
—Córrete, mi ángel —murmuró—. Córrete todas las veces que quieras.
Con un sobresalto y un grito, el cuerpo entró en erupción alrededor de él, se aferró desesperada a la polla, empapada y presa de espasmos. Drake tuvo que apretar los dientes para no correrse él también. Manuel gruñó y maldijo, las manos se movían, inquietas, en las caderas de Evangeline, luchaban también por mantener el control.
Drake empezó a follársela con más fuerza. Daba empujones implacables y potentes, follándola desde el primer orgasmo hasta que sintió que se agitaba y se le tensaba el cuerpo como si fuera a correrse otra vez.
—Joder —masculló Manuel
Ella se volvía loca entre los dos, sacudida, se movía casi inconsciente, giraba la cabeza hacia delante y hacia atrás a medida que la invadía el éxtasis. Ya no controlaba el cuerpo. Le pertenecía a Drake. Estaba a sus órdenes. Estaba a su cuidado. ¡Y cómo cuidaba de ella!
Volvió a llevarla al orgasmo y entonces fue cuando Manuel no pudo soportar más la enorme presión que soportaba y comenzó a empujar con las caderas hacia arriba, la penetró con fuerza desde atrás mientras Drake se empotraba en ella por delante. Manuel se derrumbó en el sofá, sujetando todavía a Evangeline para Drake como una especie de sacrificio pagano. Le acarició el cuello con los labios y le apartó el pelo húmedo de la piel suave para poder prestarle más atención.
Pero Drake no había terminado.
—Uno más. Dame uno más —le ordenó—. Córrete por mí.
—No puedo más —balbució.
—Sí que puedes.
Pese a sus protestas, Drake sintió las ondulaciones de los tejidos de Evangeline y supo que no iba a aguantar mucho, pero estaba decidido a proporcionarle el mayor placer antes. Así que frenó, renunció al ritmo brutal que se había marcado y comenzó a penetrarla con movimientos largos, pausados. Joder, cómo la disfrutaba. La frente se le perló de sudor y sus rasgos se tensionaron, un delicioso tormento que lo lamía desde los huevos hasta la punta de la polla.
—¡Drake! —gritó Evangeline, haciendo un gesto de impotencia con las manos, una especie de aleteo que pretendía decir que no sabía ni qué hacer.
—Abrázame, nena —dijo con voz ronca—. Vamos juntos tú y yo. Córrete conmigo.
Le clavó los dedos en los hombros, sujetándose, frenética, mientras él continuaba empujando hasta apretar los huevos contra el culo de ella. Una vez. Dos veces. A la tercera, Drake sintió que lo bañaba la explosión cálida de sus dulces jugos, lo que inició su propia descarga. Empezó a bombear más fuerte: la llenó con su semilla hasta que se derramó en el coño.
Empujó por última vez y se quedó unido a ella, quieto, mientras la polla le latía y palpitaba al derramar lo que parecía un litro de semen en el coño de Evangeline, quien se agitó, totalmente agotada, sobre el pecho de Manuel, que movía los ojos cerrados.
Fatigado por aquella visión, Drake le besó los párpados, luego la nariz y por último la boca hasta descansar el cuerpo sobre el de ella, que había quedado emparedada entre los dos. Su pecho subía y bajaba, lo que la oprimía todavía más contra Manuel, pero ninguno dijo nada, por miedo a perturbar la bruma de sensualidad que los rodeaba.
—¡Guau! —murmuró Evangeline, arrastrando las palabras, apenas capaz de entreabrir los ojos—. Pensaba que me ibais a matar, pero la verdad es que no se me ocurre mejor forma de correrme. Ha sido… alucinante.
Manuel le dio un mordisquito en el cuello y Drake besó su boca deliciosa.
—Me alegro de que lo hayas disfrutado, cielo, pero te aseguro que el honor ha sido todo nuestro. Esta noche nos has hecho un regalo muy valioso y no creas que no somos conscientes de ello, ni lo vamos a olvidar.
—Jamás —juró Manuel con voz grave—. Eres una mujer muy especial, Evangeline, y Drake es un cabrón con mucha suerte al que más le vale dar gracias por haberte visto y haberte hecho suya antes, o ahora estarías en mi cama.
Evangeline le dedicó una sonrisa torcida, con cara de estar ebria, embriagada de pasión.
No reaccionó a las palabras de Manuel, palabras que Drake sabía absolutamente sinceras —Manuel no era un hombre de esos que dicen las cosas por decir—, sino que se centró por completo en Drake. Con los ojos tiernos y brillantes por el amor y el cariño se acercó a él y le posó la mano en la barbilla, le acarició la piel áspera con las yemas de los dedos, suaves como las de un bebé.
—¿Me doy una ducha antes de volver a empezar? Creo recordar la promesa de que disponíamos de toda la noche y, si los cálculos no me fallan, todavía nos quedan unas cuantas horas…