—Enséñanos el anillo, ¿no? —pidió Maddox cuando entró en el apartamento con Silas—. Drake te ha tenido bien escondida desde que te pidió matrimonio en Navidad. Empezaba a preguntarme si volvería a verte cuando nos contó que vendrías al club a celebrar la Nochevieja con nosotros.
Evangeline se ruborizó, pero sonrió de oreja a oreja al extender la mano para que vieran el enorme diamante que le brillaba en el dedo. La piedra era tan grande y cara que vivía con miedo a perderla, así que no se quitaba nunca el anillo.
Maddox silbó, impresionado.
—Drake sí que sabe hacerlo bien cuando da el paso. Creía que no lo vería nunca, pero mira, aquí estás tú: la futura señora de Drake Donovan.
—Enhorabuena, preciosa —dijo Silas en su tono tranquilo y sereno habitual.
—Gracias a los dos —les dijo y los abrazó—. ¿Estáis listos? Tengo que reconocer que después de una semana aquí encerrada con Drake, tengo unas ganas locas de salir y ver gente.
Maddox rio.
—Pues su carruaje la espera, milady. ¿Y puedo decirte lo guapísima que vas hoy? Estoy tentado de pedirte que te cambies porque en cuanto te vea Drake, seguro que me pide que te traiga a casa a cambiarte.
Silas apretó los labios para que no se le escapara la risa, pero reconoció que Maddox tenía razón.
—¡Pero si este vestido me lo compró él! Tendrá que aguantarse —masculló.
—Y entiendo por qué lo compró —observó Silas—, pero creo que pensaba en él mismo cuando te lo compró… y no en los muchos otros hombres que saben reconocer a una mujer bonita en cuanto la ven.
—Anda, vámonos antes de que uno de los dos me obliguéis a cambiarme —dijo, exasperada.
Ya había anochecido cuando el coche que llevaba a Evangeline, Maddox y Silas llegó al club. Pasaron por la puerta principal, donde a pesar del frío y de la ligera nevisca, había una cola que daba la vuelta a la manzana y seguía en la calle siguiente.
—Madre mía, esto estará abarrotado hoy —exclamó ella.
—Es la noche más importante del año para el club —explicó Maddox—. Es una locura. Drake siempre contrata a más personal para Nochevieja.
Ella hizo una mueca.
—Me recuerda a la primera noche que vine.
Silas se le acercó y le apretó la mano.
—Va, no pienses en eso ahora. Hoy es tu noche para brillar y divertirte.
Ella le sonrió.
—Ah, no te preocupes. No me arrepiento de nada de lo que pasó esa noche, salvo que no fui yo la que le dio un puñetazo a Eddie en toda la cara. Eso hubiera sido lo único que la hubiera mejorado. Es la noche que conocí a Drake.
Maddox esbozó una sonrisa.
—Cierto. Y tengo que decir, cariño, que esa noche también está entre mis preferidas.
Aparcaron por detrás junto al elegante coche de Drake, y Silas la ayudó a salir antes de colocarla entre ambos para entrar en el edificio. De camino al despacho de Drake, los saludaron varios empleados. Sabiendo que este ya se habría percatado de su presencia, sonrió y sopló un beso en dirección a su oficina.
A su lado, Maddox se rio.
—Mira que te gusta provocar.
—Moi? —preguntó ella inocentemente.
—Eres una buena influencia para él —dijo Silas en un tono serio.
Ella arqueó las cejas, pero no dijo nada mientras subían en el ascensor. Cuando se abrieron las puertas, la embargó una sensación de déjà vu. Recordó la primera vez que había subido en ese ascensor, completamente avergonzada, y había conocido a ese Drake Donovan y su personalidad arrolladora.
Suspiró de felicidad. Habían cambiado muchísimas cosas desde entonces. ¿Quién hubiera dicho que la mujer que entró insegura en Impulse aquella noche acabaría siendo la futura esposa de Drake?
No habían dado ni tres pasos cuando Drake apareció a su lado con una expresión cómica al verle el vestido.
—Joder, no pretendía que llevaras el vestido aquí —dijo casi atragantándose.
Ella se volvió y levantó las manos.
—¿No te gusta?
—Sabes perfectamente que me gusta —masculló—. Lo que no me hace gracia es que todos mis hombres te vean así.
—Sufriremos en silencio —dijo Justice a su espalda, arrastrando las palabras.
—Sí, mejor —murmuró Drake.
La emoción burbujeaba en su interior como un refresco que se agita antes de abrir.
—Yo también te he echado de menos —dijo con un deje sensual.
Entonces se giró hacia los otros.
—¿Y dónde está el champán? No puede haber fiesta de Nochevieja que se precie sin champán.
—Permíteme —dijo Jax, que se le acercó con una copa alargada llena de champán burbujeante.
Drake la acompañó hasta su mesa, se sentó en su butaca y se la sentó a ella en el regazo. Evangeline se relajó y le dio un sorbito a aquella bebida tan deliciosa.
—Bueno, ¿quién va a bailar conmigo? —preguntó con picardía.
Drake le apretó la cintura.
—Yo seré el único con el que bailes.
—Anda, Drake —hizo un mohín—, ¿no dejarás que bailen conmigo el día que nos casemos?
Su mirada se suavizó un poco, aunque había fuego en sus ojos.
—Tendrán un minuto exactamente en el banquete.
—Vaya, qué espléndido eres, Drake —dijo Zander—. Te llevas a la mujer más guapa y dulce de la ciudad y nos das solo un minuto para bailar con ella. Qué bonito.
—Cierra la boca o te quedas sin su comida también —dijo Drake arrugando la frente.
—Ya me callo, ya me callo —dijo él levantando las manos en señal de rendición.
Durante las horas siguientes, en el despacho reinaba un aire festivo y todos iban rellenando la copa a Evangeline hasta que se empezó a encontrar algo mareada. Ella reía y bromeaba por cualquier estupidez, pero a nadie le importaba. Drake no dejaba de sonreír e incluso le dijo que era muy graciosa borracha.
—¡No estoy borracha! —dijo azorada.
—Yo no estaría tan seguro —comentó Maddox, riendo—. Creo que ahora mismo llevas un buen pedo.
Ella entrecerró los ojos, pero lo malo fue que, al hacerlo, Maddox se multiplicaba por tres. Prefirió no contárselo y optó por no hacerle ni caso.
—Empieza la cuenta atrás —anunció Hartley—. Faltan treinta segundos para medianoche.
Evangeline cogió a Drake de la mano y le dedicó una de sus sonrisas encantadoras.
—Este va a ser el mejor año de todos —susurró.
A él le brillaban los ojos y le cogió el mentón para atraerla hacia sí y besarla.
Detrás de ellos, los hombres empezaron a contar.
—Ocho, siete, seis, cinco…
Llegaron al uno y la pista de baile de la planta inferior estalló en el mismo instante en el que las puertas del despacho se abrían de sopetón y entraban hombres con rifles de asalto gritándoles que se echaran al suelo.
Drake se levantó de la butaca como si tuviera un resorte y empujó a Evangeline a su espalda justo antes de que le apuntaran en la cabeza con dos pistolas.
—¡Al suelo! —vociferó uno de los hombres—. ¡Policía! Traemos una orden para registrar el local.
—Pero ¿qué narices…? —soltó Drake.
Evangeline tuvo que taparse la boca con la mano para no chillar. En ese momento, dos hombres fueron a por Drake, que no había acatado la orden de echarse al suelo, y ella se les abalanzó, llena de rabia.
—¡Ni os acerquéis a él! —gritó—. ¿Qué le estáis haciendo? ¡No podéis irrumpir en su propiedad privada a punta de pistola y maltratarlo así!
Acabaron reduciendo a Silas y Maddox, no sin dificultad. Y cuando uno de los agentes se acercó a Evangeline, Drake estalló y otro agente, el que parecía ser el cabecilla, hizo callar a todo el mundo.
—Dejadla —gritó—. Está con nosotros. Es legal. Dejadla y ocupaos de los demás.
El agente le soltó el brazo, y eso la hizo trastabillar un poco; su cabeza embotada por el alcohol trataba de entender lo que el policía acababa de decir. Mierda, parecía que… Joder, había insinuado que… No. No permitiría que sucediera. No dejaría que Drake pensara que había tenido algo que ver con esto.
Horrorizada, vio como los esposaban a todos y los hacían tumbar bocabajo en el suelo mientras ella permanecía allí de pie. Ningún otro agente le dijo nada. ¿Qué creían que estaban haciendo? ¿Acaso se estaban vengando porque se había negado a ayudarlos a atrapar a Drake? ¿Por eso la implicaban? ¿Por qué? ¿Para qué querían joderla de esa manera? ¿Tanto odiaban a Drake que estaban dispuestos a quitarle todo aquello que le importara?
No, seguro que Drake no los creería. No lo haría porque confiaba en ella. Sin embargo, lo miró suplicante y descubrió que su mirada ardía de rabia y por la traición. La observaba como si la traspasara, como si no fuera nada. Como si fuera la peor persona del mundo.
Cegada por la rabia, se lanzó hacia el agente que tenía más cerca.
—¡Deténganse! —gritó—. ¡Váyanse de aquí! Voy a llamar a su abogado ahora mismo y les juro que los vamos a demandar. ¡A todos y cada uno de ustedes!
—Apártese —dijo secamente un policía—. Tenemos una orden de registro para entrar en el despacho de Drake Donovan en Impulse y confiscar todo lo que pueda ayudarnos en nuestra investigación.
—¡Y una mierda! —chilló—. ¡Conseguiré que le quiten la puta placa!
Estaba tan furiosa que gritaba palabras que, si la oyera su madre, seguro que se pasaría un año entero lavándole la boca con jabón. Pero le daba igual. Era una cuestión de supervivencia. Mierda, Drake la odiaba. Todo el mundo podría vérselo en esa mirada gélida que le lanzaba.
Los agentes pasaron una hora interminable rebuscando y registrando el despacho mientras ella sollozaba, desconsolada. Nunca se había sentido tan impotente, contemplando cómo su vida entera se iba a pique.
Frustrados por la dificultad de hallar lo que andaban buscando, el jefe detuvo el registro. Le quitaron las esposas a Drake y a sus hombres y les dijeron que no salieran de la ciudad en los próximos días y que se pondrían en contacto para interrogarlos cuando hubieran analizado todas las pruebas contra él.
Eso era lo más descabellado que ella había oído nunca. No era abogada, pero así no era como la policía llevaba a cabo una investigación. No irrumpían con una orden de registro para no encontrar nada y decirle a un sospechoso, Drake, qué intenciones llevaban. ¿Lo tomaban por idiota? A menos… a menos que fuera un plan para que Drake hiciera alguna estupidez, como que le entrara el pánico y cometiera un error que los llevara directamente a lo que sea que estuvieran buscando.
Si ese era el mejor plan que habían encontrado para acabar con él, eran unos putos incompetentes. Él nunca se tragaría algo así. Era un plan de aficionados. ¿Y se suponía que debía sentirse a salvo con esta gente protegiendo la ciudad en que vivía?
A medida que los agentes salían por la puerta y dejaban el caos a sus espaldas, Evangeline corrió al otro extremo del salón para abrazar a Drake, horrorizada por el trato al que lo habían sometido.
Estaba hecha un mar de lágrimas cuando lo miró a los ojos y vio su mirada fría.
—Madre mía, Drake. ¿Qué querían?
—No sé, dímelo tú —le espetó.
La apartó de malas maneras, lo que casi la hizo caer por los tacones que llevaba. Hubiera caído de no ser por Silas, que la sujetó a tiempo. La ayudó a recobrar el equilibrio y la miró con inquietud.
—¿Estás bien, Evangeline? —preguntó, con un tono preocupado.
Las atenciones de Silas solo consiguieron cabrear más a Drake.
—Fuera —dijo este—. Sacadla de aquí. Como vuelva a verte por aquí, te juro que te echo a patadas y pido una orden de alejamiento para que no te me puedas acercar a menos de cien metros.
—¡Drake! —sollozó ella, cada vez más desconcertada. Empezaba a notar como el frío le corría por las venas y se filtraba en el corazón—. Drake, por favor. No me hagas esto. Tienes que escucharme. Sé que estás enfadado ahora, pero date cuenta de que esto ha sido una trampa. ¿No lo ves?
—¿Una trampa? Sí, supongo que ha sido eso exactamente —dijo con amargura—. Has desempeñado tu papel de puta madre. Tengo que felicitarte. ¿Te ha hecho sentir especial haber llegado más lejos que cualquier otra mujer?
—Ya basta, Drake, joder —espetó Maddox.
Drake se volvió hacia él.
—No te metas en esto. Ni los demás. —Entonces se dirigió a Evangeline con tanto odio en la mirada que ella se dio cuenta de que él nunca podría amarla; era inútil—. El precio de la traición es todo —dijo con una frialdad pasmosa—. Quiero que te largues de aquí y no te acerques a mi casa, al club ni a ninguno de mis negocios. No quieras saber lo que les pasa a los que desobedecen mis órdenes.
Hablaba en un hilo de voz con un deje muy peligroso, pero a ella no le importaba suplicar ni pasar vergüenza. Si lo perdía, lo perdería todo igualmente. ¿Y qué más daba si ya no le quedaba nada?
Se arrodilló frente a él con una mirada suplicante que le pedía que la escuchara. Que la creyera.
—Drake, por favor, tienes que escucharme. Nunca te he traicionado —dijo apesadumbrada—. Ni una sola vez. Siempre he tenido fe en ti, siempre te he creído y nunca te he cuestionado. Ahora te pido que hagas lo mismo por mí. Te ruego que me creas, que creas en mí hasta que pueda demostrarte que no he tenido nada que ver con esto.
Drake hizo una mueca. Silas y Maddox la miraban a ella con compasión, y a él con mucha rabia.
—Te lo estoy pidiendo de rodillas, aunque me prometí a mí misma que nunca volvería a sentir la humillación que sentí la noche que me degradaste en tu casa. Pero ahora mismo ya no tengo orgullo, no tengo nada si no confías en mí. Por favor, di que me crees. Solo por esta vez, Drake, y te juro que nunca volverás a dudar de mí.
Durante un momento creyó que por fin le había abierto los ojos. No se atrevía a mirar a los demás. Acababan de soportar una hora esposados y ultrajados y si, como Drake, ellos también la culpaban, no hallaría refugio en sus miradas.
Hasta entonces solo había visto las reacciones de Silas y de Maddox y por lo menos parecían dispuestos a darle el beneficio de la duda.
—Escúchala, Drake. No seas tonto —dijo Silas—. Mírala, joder. La tienes aquí arrodillada rogándote. ¿Esto es lo que quieres de la mujer con la que te vas a casar?
Sus palabras lo hicieron estallar. Su mirada se volvió aún más despiadada y gélida hasta el punto de que ella ya no reconocía al hombre que tenía delante y que la observaba como si fuera basura.
—No —espetó Drake—. Tienes razón. No es para nada lo que quiero de la mujer con la que me vaya a casar. Espero que mi esposa tenga lealtad absoluta a mí y a mis hombres. Y no que me seduzca con mentiras para dar chivatazos a la bofia.
Evangeline se quedó blanca como el papel. Las fuerzas la abandonaron y se sentó porque las rodillas ya no lograban mantenerla. Siguió escuchando mientras Drake, que parecía a kilómetros de allí, daba órdenes a alguien —¿quién era?— para que la echara del despacho, que se deshiciera de ella y la llevara donde fuera, pero que se la quitara ya de delante.
—Sacadla, Hatcher, Jax —dijo con dureza—, porque parece que a Silas y a Maddox les cuesta acatar mis órdenes.
—Como la toquéis, estáis muertos —anunció Silas con una voz que parecía de ultratumba—. Apartaos de ella. Ahora —ladró.
Y entonces, como si no acabara de amenazar a dos de sus propios hermanos, la ayudó a incorporarse y soltó otro improperio cuando vio las dificultades que tenía para mantener el equilibrio.
La asió como pudo poniéndole un brazo por encima de los hombros y la acompañó hasta el ascensor. Con unos sollozos que la hacían temblar entera, andaba cabizbaja y con los hombros hundidos en señal de derrota.
Silas se dio la vuelta y lanzó a Drake una mirada fría y dura.
—Mira lo que has hecho, Drake. Fíjate bien en lo que acabas de destruir. Desearía que te fuera todo bien, pero tú mismo has acabado con todas las oportunidades de conseguirlo.
Maddox fue hacia el ascensor y puso las manos para que no se cerraran las puertas.
—Asegúrate de que esté a salvo —pidió a Silas en voz baja—. Me quedaré aquí hasta que averigüe qué mierda está pasando y quién nos ha traicionado. Esto me huele muy mal.
Evangeline levantó la cabeza y miró a Maddox, que se encogió de dolor al mirarla a los ojos.
—Ya habéis oído a Drake —dijo en un tono neutro—. Os he traicionado a vosotros y a él.
—Eso es una puta patraña y los dos lo sabemos —explotó Maddox.
—Pero él no —repuso ella, hecha un mar de lágrimas y con la voz quebrada por el peso de la pena—. Y no lo sabrá nunca ya.
—Mírame, Evangeline —dijo él en un tono que nunca había empleado con ella. Tenía un deje duro, dominante y autoritario. No pudo hacer otra cosa que obedecer—. Al final sabrá que no has sido tú, pero me temo que ahora es demasiado tarde. No te ha creído cuando tenía que creerte. Cuando le lleve las pruebas irrefutables que demuestren tu inocencia, sabrá que ha cometido el mayor error de su vida. Y entonces tendrá que vivir con las consecuencias.
—Cuídalo, Maddox. Hazlo por mí, por favor. Alguien va a por él para hacerle daño y destruirle la vida… y la vuestra. No dejes que se salgan con la suya. Le han contado una mentira sobre mí, lo que demuestra que no son de fiar. No usarán la ley para ir tras él; lo harán a su manera, así que mantenlo a salvo.
—Qué cabronazo —dijo Silas, furioso—. No lo aguanto ni un segundo más. Vámonos antes de que entre allí y acabe con él yo mismo y la pasma tenga una cosa menos de la que preocuparse. Ese capullo la ha humillado de la peor forma posible y no son maneras de tratar a una mujer, y aún menos a una a quien le has pedido matrimonio. ¿Y encima aquí está ella rogándonos que lo cuidemos y lo mantengamos a salvo? Me entran ganas de cargármelo con mis propias manos.
—Es tu hermano, Silas. Dejad que me vaya, por favor. Vosotros hacéis falta aquí…
Volvió a echarse a llorar. Maddox le acarició el pelo y, por un breve instante, ella creyó verle los ojos vidriosos. Pero no, eran solo sus propias lágrimas.
—Cuídate, Evangeline, hasta que volvamos a vernos, porque nos veremos. Tienes mi número, así que si necesitas algo, lo que sea, espero que me llames. Si me entero de que no me has llamado en un momento de necesidad, me voy a cabrear muchísimo. ¿Entendido?
Ella asintió, pero embargada por la tristeza no era consciente de mucho más salvo del dolor y la desesperación que sentía en el fondo del alma.
—Cuídala, Silas —pidió Maddox.
—Ya lo sabes. Y ten cuidado —dijo Silas con un tono cada vez más tajante y enfadado—. Hasta que sepamos quién ha filtrado la información, vigila tus espaldas.
—Y tú… y ella —repuso Maddox con énfasis—. Es un objetivo vulnerable, al menos hasta que se sepa que Drake ha roto con ella, y sería mejor que empezáramos a correr la voz, si eso puede protegerla.
Evangeline se encogió de dolor y se quedó inmóvil. ¿Cuánto más podría estar allí aguantando el tipo mientras se desmoronaba su vida? Y ahora Silas y Maddox, aunque tenían la mejor de las intenciones, se paraban a hablar despreocupadamente sobre filtrar las noticias de su separación como si fuera el parte meteorológico.
Maddox la miró como disculpándose y se acercó a besarla en la mejilla.
—Va, nos veremos pronto, cielo. Vendré a verte en cuanto pueda.
Ella no respondió, con lo que ni confirmó ni negó lo que acababa de decirle. Maddox daba por supuesto que ella tenía dónde ir, que le sería tan fácil como ir a un hotel o encontrar de inmediato otro piso para alquilar. Pero ninguna de las dos cosas era fácil si no se tenía dinero, ni trabajo ni perspectivas de tener nada de eso.
Se abrieron las puertas del ascensor y se dio cuenta de que ni siquiera se había fijado en cuándo se habían cerrado ni en el breve trayecto hasta la planta baja. El club estaba vacío, seguramente por la redada de la policía. El suelo estaba lleno de confeti, copas, matasuegras, gorritos de fiesta, entre otros adornos y basura. Era como si hubiera estallado una bomba. De hecho, era así como se sentía: destrozada.
Silas hablaba por teléfono con alguien y le daba instrucciones, pero ella no lo estaba escuchando: el abismo que se abría en su corazón era cada vez más grande y estaba a punto de tragársela. Ahora ansiaba ese velo de negrura, quería que la envolviera por completo y la llevara a algún lugar donde no pudiera pensar, sentir ni ver a Drake acusarla delante de sus hombres. Un coche se detuvo frente a ellos; las luces la iluminaban, pero ella tenía la vista fija en algún punto distante como resultado del impacto y el entumecimiento general que poco a poco la había invadido.
Por suerte, no tardaría en envolverla por completo y entonces podría dejarse llevar un tiempo. Le daba igual pasar frío y no tener adónde ir ni cómo pagarlo. Esas cosas solo importaban a la gente que tenía… esperanza. Un futuro o expectativas de tenerlo, como ella con Drake. Al menos durante unos meses magníficos había sabido qué era rozar el cielo. Durante ese tiempo anheló un futuro con todo lo que había soñado siempre. Tendría que haber sabido que en algún momento se lo arrebatarían, pero no quería creer más que en la promesa de Drake, la promesa que había roto no solo una vez sino dos y de la forma más cruel posible.
—Evangeline —dijo Silas con tacto, arrancándola de ese abismo mental que amenazaba con engullirla en cualquier momento.
Empezó a enfocar la mirada en él y pestañeó al verlo tan preocupado… y tan enfadado a la vez.
—Le he pedido a mi chófer que nos recoja. ¿Dónde quieres ir?
Sollozó de tal forma que parecía el gemido de un animal. Las lágrimas le resbalaban desbocadas por las mejillas. Quería echarse a reír, pero sabía que si empezaba ya no habría forma de parar. Se pondría histérica y ya no podría recobrar la compostura.
Silas le acarició la mejilla con una mirada llena de tristeza y lástima. Eso era lo peor. Esos dos hombres que no creían que los hubiera traicionado, los que no estaban cabreados con ella y no la odiaban, la compadecían y Evangeline no sabía qué era peor.
—Escúchame, cielo. Drake está muy equivocado. Ni los demás hombres de Drake ni yo creemos que nos hayas traicionado. Y cuando haya tenido tiempo de calmarse y reflexionar, él también se dará cuenta.
—Es demasiado tarde —dijo ella, rota de dolor. Se sentía derrotada y su voz desesperada apenas denotaba vida—. Ha dejado muy claro que ni le preocupo una mierda ni tiene ningún tipo de sentimiento hacia mí. Soy un objeto, su juguetito para entretenerse cuando se aburre. No me cree aunque acudí a él y le conté que el policía me había abordado en el restaurante ni incluso después de decirle que nunca lo traicionaría.
Cerró los ojos un momento porque el dolor de cabeza que había empezado al irrumpir la policía en el despacho de Drake era ahora como un incendio incontrolable. Se llevó una mano a la frente y gimió con los ojos aún cerrados mientras seguía soltando todo lo que querría gritar a Drake.
—No puedo vivir con un hombre que no confía en mí y que me tiene tan poco respeto. Alguien que me pone en evidencia y que me humilla delante de sus colegas y me hace rogar, pero se niega a escuchar lo que le digo. Antes muerta que con él. Me ha machacado y soy imbécil por habérselo permitido. Soy imbécil por quererlo y creer que mi amor bastaba para que él pudiera amarme algún día.
»No tiene corazón ni capacidad de amar. Su desconsideración y el hecho de que ni siquiera se haya molestado en escucharme o en permitir que me defienda demuestran sin lugar a dudas que no me quiere ni me querrá nunca.
Miró fijamente a Silas por primera vez; la rabia la había sacado de esa sensación de aturdimiento. Él apretaba la mandíbula mientras la escuchaba con atención.
—Cualquier mujer puede desempeñar el papel que yo tenía en su vida —añadió con amargura—, porque ninguna conseguirá lo que realmente importa: su corazón, su amor, su confianza. Tal vez muchas se conformen con su riqueza y su influencia, pero yo no —susurró—. Nunca.
El dolor que sentía en la cabeza le estaba poniendo mal cuerpo. Y Silas seguía allí observando cómo desnudaba su corazón roto y esperando que le dijera adónde quería ir. Al infierno. Total, ya estaba allí.
—Odio su dinero y su influencia. Detesto que siempre se haya creído un monstruo y reconozco que antes de hoy, ni me lo creía ni hubiera permitido que nadie lo creyera. Pero lo que acaba de hacer… —Inspiró hondo para tranquilizarse un poco, pero seguía llorando—. Lo que ha hecho no solo demuestra que no tiene fe ni confianza ni amor hacia mí, sino que yo me equivocaba. Que no puedo confiar en él y que no debí regalarle nunca lo único que podía darle: mi corazón, mi amor, mi confianza y mi lealtad. Le di todo lo que no le he dado nunca a otro hombre. Y para él no ha significado nada.
Empezó a sollozar con fuerza y se tapó la cara con ambas manos. Por el dolor le empezaban a entrar náuseas y tuvo una arcada, pero logró no vomitar todo el champán.
—Evangeline, ¿quieres ir a algún sitio en concreto esta noche? ¿A casa de tus amigas, por ejemplo?
—No, por Dios —dijo, horrorizada—. ¿Para que sepan que tenían razón y he sido gilipollas? ¿Otra vez? —Notó un temblor en el ojo y se puso una mano en la frente mientras contenía otra arcada—. No tengo adónde ir, Silas —añadió desesperada—. Ya deberías saberlo, dependía de Drake para todo. He aprendido la lección: no volveré a confiar en ningún hombre en la vida.
El dolor y el pesar se le asomaban a los ojos. Él la vio contraer el rostro cuando los faros del coche que se acercaba la cegaron. Se fijó en que algo le pasaba.
—Evangeline, ¿qué te pasa? ¿Te llevo al hospital? ¿Te encuentras mal?
¿Encontrarse mal? Quería echarse a reír. Se sentía fatal. No volvería a pensar en esta noche sin que se le revolviera el estómago. No la olvidaría en los próximos días… ni décadas.
—Dolor de cabeza —masculló—. Tengo ganas de vomitar. No te preocupes, Silas. Y gracias por llevarme. Ya decidiré adónde ir, pero si no te importa, que siga conduciendo hasta que averigüe qué hacer y adónde ir.
Tal vez, si el chófer accedía, podía quedarse allí toda la noche recorriendo y dejándose llevar por la ciudad.
Silas soltó una maldición; tenía una mirada asesina y costaba mirarlo sin reaccionar con miedo. Siempre se había mostrado amable y compasivo con ella, pero esta noche Evangeline vio lo que nunca había visto en Drake: a un monstruo.
—Te llevaré a mi casa. No te preocupes. Si no estás cómoda durmiendo en mi piso, puedes quedarte en alguno de los dos que hay a cada lado del mío. Están vacíos por privacidad.
Ella arrugó la frente y volvió a notar un pinchazo en la cabeza.
—¿Todo el edificio es tuyo?
Él asintió.
—Sí, y toda la planta superior es para mí. En un futuro, la transformaré y me haré un apartamento entero, pero no he tenido tiempo de hacerlo de momento. Alquilo los pisos de las plantas inferiores. Puedes quedarte en mi piso o en los dos de al lado, lo que te sea más cómodo. —Ella agachó la cabeza, avergonzada—. Evangeline, por favor, no te sientas avergonzada conmigo —dijo con un deje enfadado y apretando los dientes.
—¿Y cómo quieres que me sienta? Dime. Ya no tengo nada, ni siquiera orgullo. Se lo di también y me ha echado sin contemplaciones, ahora solo puedo ir a casa de un hombre que trabaja para él porque me tiene lástima. Soy patética y doy pena, pero no significa que me guste o lo acepte. Si soy así de inútil es porque él me ha hecho así —susurró.
Silas estaba echo un basilisco. Era un hombre de más de metro ochenta, fuerte, dominante… y muy cabreado.
—Te juro que voy a machacarlo por lo que ha hecho —dijo con la mandíbula en tensión.
—No valgo la pena, Silas. Olvídalo —repuso ella, cansada.
—¡Y una mierda! Vales muchísimo más de lo que has recibido. Mereces mucho más de lo que te han dado. Y si te crees que me voy a quedar de brazos cruzados, estás muy equivocada. Ni de coña. ¿Entendido?
Su voz era atronadora y cualquiera que no lo conociera se moriría de miedo. Sin embargo, sabía que no estaba enfadado con ella y por eso le entraban ganas de llorar otra vez.
—Te llevo a mi casa, no hay más que hablar —dijo acompañándola al coche que les estaba esperando—. Hoy duermes conmigo y mañana te daré las llaves de uno de los pisos de al lado. Están amueblados. Llamaré a Maddox para que pase por casa de Drake y te coja algo de ropa.
Ella se puso pálida.
—¡No! Ya lo has oído, Silas. Y aunque no me hubiera dicho lo caro que sale traicionarlo, nunca me llevaría nada que hubiera pagado él.
—Pues entonces te compraré algo por la mañana —manifestó en un tono que no admitía réplica.
—Solo si me dejas que te lo pague en cuanto pueda. Y ya que estamos, no te pases, que sea algo barato: unos tejanos, camisetas y tal vez un abrigo, nada más —aclaró con un hilo de voz.
—Compraré lo que me parezca y ya hablaremos sobre lo de devolverme el dinero en otro momento —le hizo saber mientras cerraba la puerta. Cuando se fue y subió por el otro lado, la miró fijamente—. Ahora no, que estás borracha, te acaban de romper el corazón y no dejas de llorar.
Y sin más, le pidió al chófer que los llevara a su apartamento y el coche se alejó, aquel tempestuoso primer día del año, por las calles desiertas de la ciudad de Nueva York.
Menuda forma de celebrar la llegada del nuevo año.