Capítulo 2
Bajamos al comedor y nos acomodamos en la mesa redonda que hay en el interior. Fuera podemos observar a los Ramírez en la mesa del porche y, pondría la mano en el fuego, de que seguro que les están dando el mismo discurso que nos darán en un par de minutos. Parece mentira que, con la edad que tenemos, nos estén sometiendo a estos tratos, pero aquí estamos las tres, dispuestas a acatar los nuevos mandamientos de la mujer de hierro, que claro queda que es mi madre.
Mi madre, a la que quiero por encima de todo y es un buen referente en mi vida. A la que me gustaría parecerme un poco más en ciertas cosas y la que desprende respeto ahí donde va, la que, a pesar de tener una apariencia seria, disfruta de la vida a su manera. Aunque es como el amor hacia mis hermanas: la quiero mucho, pero a veces me pone de los nervios. Y esta es una de las ocasiones, cuando hay que seguir sus reglas y parece que la vida no está hecha para aprovecharla al máximo, sino para seguir unos patrones para no equivocarse. O quizás así lo interpreto yo. Como si para que las cosas salgan bien, tengamos que seguir los pasos que ella marca para nosotras. No tenemos otra salida, es nuestra madre, y como se dice en muchas ocasiones, mientras vivamos bajo su techo, ella es quien manda.
Mi padre, que ya estaba sentado con nosotras, es otra historia. Quizás por eso siempre se han complementado tan bien. Y su amor es envidiable, se quieren como el primer día. Claro que habrán tenido sus más y sus menos, pero los miras y no puedes negar que les brillan todavía los ojos cuando hablan el uno del otro o cuando los dos están en la misma habitación. Envidia sana.
Vayamos a lo importante. Mi madre no trae otra cosa que una caja en las manos y eso es de todo menos buena señal.
—La caja de los móviles, hemos venido a desconectar. — Deposita la caja encima de la mesa y nuestras caras son de sorpresa total. Está bien que tengamos estas chorradas en comidas de Navidad, pero llegar a estos extremos aquí me parece un poco excesivo.
—¿En serio? —mi hermana pequeña no se calla nunca nada—. Necesitas descansar para refrescar esas ideas —se lo dice con respeto, pero con un tono que marca que es más que una queja.
—En serio —su tono tajante no da lugar a duda—. Os dejaremos el teléfono un par de horas al día, antes o después de cenar. —Al mirar a mi padre veo que no están de broma.
—¡Claro que sí! Volvamos a los años cincuenta —mi ironía hace acto de presencia.
—Esa era la época de tu abuelo. —Veo el dolor en la mirada de mi padre. Si le miro a los ojos, puedo ver cómo aún no ha superado ese bache, esa pérdida.
—Vamos chicas, quizás hasta sea divertido —anima la mayor. Claro, que es incapaz de llevarle la contraria a nuestros padres. La hija predilecta.
—A mí pinchadme algo y despertadme cuando nos vayamos.
—Mel deja su móvil en la caja y se levanta con intención de irse a su habitación.
—No hemos terminado —recuerda mi madre.
Y no, no ha terminado, al parecer. Esto es mucho mejor que irse de campamentos. Mis padres no van a interponerse mucho en lo que queramos hacer durante nuestros días aquí, pero con ciertos límites y siempre estando las tres juntas. Nos van a dejar a nuestro aire y ellos harán sus planes para que podamos desconectar un poco también. Tendremos que organizar un plan de mes, donde cada día una elegirá qué actividad hacer y tenemos que hacer cosas distintas para disfrutarlo todo. De todas maneras, creo que lo vamos a ir haciendo sobre la marcha porque sé que seríamos incapaces de seguir algo a rajatabla. Ellos utilizarán el comedor de la primera planta y nosotros podremos utilizar el porche o la habitación del altillo que tiene una pequeña cocina. Podremos ir a conocer algún pueblo vecino o ir a lagos cercanos con el coche de los Ramírez, siempre y cuando dejemos una nota de a dónde vamos y nada de traer desconocidos ni desfasarse en algún garito. Sé que esta última advertencia puede ir perfectamente para mí.
Cuando acaba su discurso, volvemos a adentrarnos en nuestras habitaciones mientras la otra familia de la vivienda se ha comprometido a ir a hacer la comprar por nosotros. No logro entender cómo estaban tan tranquilos y parecían entusiasmados con esta aventura cuando para nosotras parece más un calvario que unas vacaciones, pero las quejas no van a servir de mucho.
Una vez en mi habitación, intento pensar con más claridad. Siempre intento encontrar el lado positivo de las cosas y mis padres no han dejado nunca de recordarme que la vida es mucho más que blanco o negro, que hay una escala de grises que puede ser infinita. Pero por más que hago por convencerme, para mí aquí todo es negro. Si pienso en mis amigas y el súper verano que se estarán marcando, todavía me deprimo más y me lamento de lo injusta que es la vida para mí.
Cuando acabas la carrera ,crees que vas a dar un paso importante en tu vida y que es el último verano en el que vas a poder disfrutar al máximo de tu etapa como estudiante. Tiene que ser un verano diferente porque, una vez te aventuras al mundo laboral, el verano nunca volverá a ser tan largo.
De nada sirve ponerme a pensar en todo esto ahora, en cómo hubiera podido aprovechar el verano de haber tenido este mes para lo que me apeteciera, porque eso no cambiará las cosas. El agosto que tengo por delante es el que es y más me vale asumirlo lo antes posible y hacer que valga la pena.
El paisaje me permitirá pintar, el valle salir a correr cuando y cuanto quiera (me ayudaría a pensar en presentarme a correr un maratón, idea que me ronda desde hace una temporada y nunca tengo el valor suficiente de llevar a cabo). La compañía servirá también para echarse unas risas, podré cocinar o aprender a ello, ver todas esas series que tengo retrasadas y leer, leer todos esos libros que tengo pendientes en mi e-book, de los que me ayudan a creer en muchas cosas. La lectura es otra de mis pasiones, me costó creer que los libros podrían ser una parte de mi vida, pero me alegra que mis padres insistieran en inculcarme el hábito, porque ahora no podría vivir sin ellos. Me encantan las novelas románticas, o eróticas si lo pienso mejor, de esas que me hacen transportarme a otra realidad. A veces, incluso, hablo de los protagonistos como si fueran mis amigos y vivo sus historias desde muy cerca. Así que me ayudará a matar mis horas muertas, sin duda.
Con mi lista acabada de cosas por hacer, empiezo a ver un poco de color en mis vacaciones y, antes de despedirme de mi teléfono móvil, mando un mensaje al grupo de Clara y Julia, mis mejores amigas, para que sepan que voy a estar desaparecida, pero que, si sobrevivo, la fiesta de reencuentro será memorable. Tras enviarlo, decido que es hora de bajar.
Querido agosto, no me lo pongas muy difícil.