Capítulo 11
Son las ocho de la mañana cuando decido que es buena idea bajar a por un café. Yo, que estoy todo el año quejándome de que tengo que madrugar, me levanto más pronto que nunca estando de vacaciones y sin tener nada que hacer. A mi cerebro no lo voy a entender nunca, por eso ya he dado la batalla por perdida. Pero lo que no puedo remediar es mi dosis de cafeína nada más salir de la cama, eso sí que mi cuerpo no lo perdona.
El timbre de la puerta me sobresalta de golpe. ¿Quién se pierde por aquí un domingo a estas horas? Creo que no llega ni el cartero aquí arriba, por decir, ni aparecemos en los mapas. Abro la puerta y no sabría describir mi reacción: Tres hombres, y HOMBRES en mayúsculas delante de mí. Puedo decir que los tres son indescriptibles, pero mis ojos se pierden rápidamente en el torso de uno de ellos. Tengo que parpadear varias veces para asegurarme de que no sigo dormida, de que no estoy sonámbula —no sería la primera vez, creo que hasta he visto al ratoncito Pérez o a Peter Pan en mi habitación en alguna ocasión—, pero no, esto es real. Debe medir casi metro noventa, lleva unos tejanos desgastados, Converse blancas, igual que su camiseta de manga corta que deja ver sus largos brazos musculados. Tiene el pelo corto de color castaño, una mandíbula ovalada perfectamente definida y unos labios finos realmente muy sensuales, puedo observar alguna peca en su rostro, pero no puedo verle los ojos porque las RayBan que lleva puestas no me lo permiten. Pero aseguro que es el ser más perfecto que he visto nunca. Creo que voy a desmayarme. No sé cuanto tiempo llevo embobada, con la boca abierta incluso, cuando Fer me asusta por detrás desde las escaleras.
—Vamos Chloé, ¿has perdido los modales? Déjalos entrar. —Ni me había dado cuenta de que estoy obstaculizando la entrada.
—Claro claro... perdón... la falta de cafeína —no soy muy buena generando excusas, pero me excuso mostrando mi taza en la mano derecha.
Dejo paso y los tres entran hacia el comedor diciéndole cosas a su amigo que ni escucho de lo en mi mundo que estoy. Cuando el ser irresistible pasa por mi lado, levanta sus gafas y su mirada ya me ha vuelto loca:
—No te preocupes, —me guiña un ojo—, yo también necesito cafeína. —Me coge la taza y, de un sorbo, se la bebe.
Creo que he mojado mis bragas al instante. Salir fuera no es buena idea. Pero, un momento. Me miro de arriba abajo y me tapo la cara con la mano. Voy en top y bragas. No se puede ser más patética. Subo corriendo a la habitación y, aunque mis hermanas siguen durmiendo plácidamente, cierro de un portazo, me apoyo en la puerta y les grito:
—¡Me va a dar un infarto!
—Más vale que sea cierto… —Mel mira el reloj de la mesita de noche—. Son las putas ocho de la mañana, si no estás muerta, te mato yo —añade incorporándose en la cama.
—¿Te has vuelto loca? —replica la otra—, no son maneras de despertarnos.
—Debías estar esperando que entrara Jaime por la puerta y te despertara con besitos y un «buenos días, princesa». —Se ríe la pequeña. Tiene mal despertar, pero solo en la primera frase. No puedo evitar reír un poco.
Juraría que los gritos pueden oírse desde el piso de abajo, pero no quiero pensar en ello. Me da igual que estén medio dormidas, la ocasión requiere la atención de estos dos seres, y no miento cuando mi corazón se ha acelerado tanto simplemente por una mirada, eso seguro que no puede ser nada bueno.
—Han llegado los amigos —empezaremos suave por lo que pueda pasar— y no miento si…
—Son los mejores hombres que has visto nunca ¿no? —se adelanta Lorena—. Son amigos de Fer, ¿Esperabas otra cosa? —La verdad es que tiene razón, nunca hemos conocido un orco por su parte.
—Entonces, ¿a qué estamos esperando para bajar a saludar? —La pequeña ya se ha puesto una bata sexy de las suyas.
—No corras tanto, son demasiado mayores para ti. —Siempre poniendo los pies en el suelo.
—Mirar no es ningún delito —le replica.
—Stop, señoritas, yo ya he elegido a uno —mejor advertir para que no haya confusiones.
Bajamos las tres después de habernos vestido con algo mínimamente decente. Llevamos días vestidas con ropa de estar por casa o ropa de deporte, ya que estamos en confianza, pero hoy optamos por parecer personas un poco más civilizadas. Digamos que la visita lo merece y es necesario volverse a sentir una persona aparentemente normal.
Melisa no puede evitar decirme «Tenías razón» en cuanto los ve sentados en los taburetes de la cocina, y yo creo que no voy a poder concentrarme mucho si sigo teniendo ese espécimen cerca. Suerte que estoy de vacaciones. Pero es que es TAN GUAPO. Y añado que estoy en sequía, eso es el doble de duro.
Una vez los hemos alcanzado, Jaime procede a hacer las presentaciones oficiales. Pablo, el rubio con ojos verdosos según la luz, ha estudiado con él empresariales y se conocieron en la universidad, por lo que pudimos deducir que habían compartido todos sus años mozos. Sergio, es un amigo de toda la vida, moreno, con ojos marrones que se esconde detrás de unas gafas de pasta que le hacen parecer interesante, aunque interesante es que siendo un amigo tan cercano y después de tantos años, no hayamos coincidido con él en ninguna ocasión. Nos informa que lleva años viajando por trabajo, pero sí que nos conoció de más pequeñas y, por su tono de voz, seguro que ha presenciado alguna situación bochornosa de las nuestras. Y, por último, Lucas, el que me lleva a la luna con solo mirarlo, ha estudiado en la escuela con Pablo y fue este último quien los presentó.
—Habría que ir a por cervezas —informa Pablo abriendo la nevera—, contaba con que ya tendríais despensa aquí.
—¿No les informasteis a dónde venían? —pregunta Melisa.
—Yo puedo ir a por ellas, hemos visto un súper de camino —menciona Lucas—. ¿Me acompañas? —Se gira mirándome a mí.
—Mmm… Claro. —La cara de tonta permanece todavía en mi rostro.
Su descaro me desconcierta un poco. Se le ve un chico bastante decidido, pero, normalmente, soy yo quien tiene estas ocurrencias con los chicos y no me he parado a pensar qué pasaría si fuera al revés. ¿Me gusta que sea así? No estoy del todo segura de ello, pero es pronto para empezar a crearme películas de las mías. Además, creo que la cara con la que me mira Fer lo dice bastante todo, no he tardado ni dos horas en incumplir nuestro pacto de comportarme y, aunque puedo ver que no está muy conforme con que lo acompañe, sé que prefiere no montar un numerito el primer día. Miedo me da cuando me coja por banda después.
Nos subimos en su coche y temo realmente por un ataque al corazón. A mí me han enseñado que hay que mantener distancias y no estoy preparada para tenerlo tan cerca de mí. No puedo hacerme responsable de mis actos en estas circunstancias. Debe ser que llevo demasiados días sin tener a un hombre cerca, un hombre con el que poder intimar y tengo la libido disparada. Arranca y permanecemos unos cinco minutos en silencio. Cinco minutos que se me hacen eternos y en los que los toquecitos entre mis manos son cada vez más frecuentes. Raro en mí, no acostumbro a ponerme nerviosa ni a quedarme sin palabras con facilidad y nadie lo diría viéndome ahora mismo.
—No hace falta que estés nerviosa. —Posa su mano en mi muslo, a la vez que deshace la unión de las mías.
—Sería más fácil si no te parecieras a Colin Egglesfield —mi cerebro no me da tregua alguna y habla antes de que pueda pensar.
—¿Colin qué? —Me mira sorprendido.
—Nada, déjalo. —Me estoy muriendo de los nervios.