Capítulo 30
Vaya imbécil el Sandro este. Juro que si me llega a contestar algo más, le hubiera pegado el puñetazo de su vida. Tendrá cojones llamarme a mí capullo cuando el que está hablando de la intimidad de Chloé es él y no yo. Admito que lo he querido provocar con mis preguntas, en mi defensa diré que eran respuestas que me interesaba saber. Yo he confesado que he fantaseado con esa mujer, pero me he quedado con la duda de si le intereso o no a ella. Y, para colmo, se acaban de meter juntos en la habitación, así que, claramente, el que ha perdido esta noche he sido yo y bastante, al parecer.
—Creo que vamos a necesitar una copa de chicos —anuncia Jaime invitando a Lorena y Melisa a irse a la cama.
—Yo soy azúcar —reclama la pequeña.
—Anda, petarda, tira para arriba, —la mueve Fer—, que tú lo que eres es un diablillo.
Dicho esto, las dos hermanas se retiran. Desde mi punto de vista, no hacía falta. A mí, por lo menos, no me molestaban. Prefiero tener la cabeza lejos de lo que acaba de pasar, porque ni yo mismo me reconozco. Nunca he sido un chico macarra, siempre me comporto sea cuál sea la situación. Perder los nervios no es uno de mis defectos, pero la soberbia con la que lo he visto venir ha podido conmigo. Quizá haya influido que he sido consciente de su gran atractivo y cómo se lo ha comido Chloé con los ojos, pero no, no puedo perder los nervios de esta manera.
—Si vamos a hablar del impresentable ese, necesito algo muy cargado —rujo.
—Creo que deberíamos empezar por el principio —me invita Fer ofreciéndome su copa.
—Chloé te gusta —dice Pablo.
—Bueno, como a todos —añade Sergio.
—Sergio, no está el horno para bollos —le riñe Jaime.
—Oye, que, porque él sea más sensiblón, ¿ya se merece un trato diferente al que me dais a mí?
—Tú te la quieres tirar —le suelto.
—¿Y tú no?
—Yo quiero conocerla, ¡joder! —Con este tío no se puede.
—Paz —Fer pone orden—. Esto no era lo que esperaba cuando os invitamos a venir.
—Vamos, no me jodas —nos sorprende Pablo—, tú mismo sabes cómo está Chloé. —Si a este también le gusta, se avecina la tercera guerra mundial.
—Claro que lo sé, es la mejor mujer que he conocido nunca y está completamente loca. Es una niña de veintidós años a la que le va el juego como a ninguna con las que he estado y que tiene pinta de saber más que todos nosotros juntos ¿Creéis que no he pensado en tirármela yo? Mil y una vez. He soñado con ello muchas veces.
»¡Joder! ¡Qué hemos compartido hasta la cama! Pero sé mantener la bragueta cerrada cuando toca. Es más, si tuviera que sentar la cabeza, no tendría dudas en que la escogería hasta con los ojos cerrados. Es perfecta en todos los sentidos, pero todos sabéis que no podría hacerle daño, a ella, no, —Y esto es lo que llamo yo una declaración en toda regla.
No habíamos visto nunca a Fer hacer una cosa así. Ya hemos podido comprobar que se preocupa por Chloé más de la cuenta y que podría ser perfectamente la niña de sus ojos, pero en sus palabras hay mucho más sentimiento del esperado. Después, hay un silencio sepulcral. Fer y yo nos hemos bebido nuestra copa de un trago y sin ni siquiera mirarnos a la cara. Si llego a saber todo esto, me hubiera mantenido completamente al margen. Bueno, si hubiese podido porque llega un punto en que ya no soy responsable de lo que pide mi cuerpo. Pero, de pronto, Fer y Jaime se echan a reír a carcajadas.
—Tendríais que haberos visto la cara —se ríe Jaime.
—No sufras, puedes volver a respirar —se sigue mofando Fer.
—Eres un capullo, hasta yo me lo he creído —confiesa Sergio.
—Ahora, en serio, si quieres conocerla, vas a tener que jugar muy bien tus cartas —me informa Fer—. Chloé no es una chica fácil de convencer.
—Para eso cuento con vosotros, ¿no?
—Evidentemente, ahora, como le hagas algo, no solo te las va a ver con mi hermano —me amenaza Jaime.
—Si no te lo hace ella antes —puntualiza Fer.
Y si me paro a pensar en todas las mujeres que han dejado estos por el camino, puedo hacerme una idea de cómo me quedaría yo si me pillara por una tía como Chloé. Un riesgo que, después de todo lo que me ha provocado esta semana con las pocas palabras que hemos intercambiado, estoy dispuesto a asumir.
Acto seguido, Fer y Jaime me hacen un resumen del juego que le puede gustar a ella, aunque me repiten por activa y por pasiva que no deje de ser yo o que se dará cuenta muy pronto de que finjo ser otra persona y ya no servirá de nada. Que actúe natural, que por raro que parezca, quizás, hasta pueda gustarle así. Eso lo hacen para chincharme un poco más, culpa mía que me dejo. Me advierten también que, en el caso de que pase algo, no quieren saber detalles y que más me vale tratarla bien, no como ellos.
—Te aseguro que hoy estará durmiendo la mona, que la actitud de Sandro le habrá parecido penosa —me tranquiliza Jaime.
—Nada de apelativos cariñosos, apunta —se ríe Sergio.
—No te rías. —Le da con el puño Pablo.
—Nunca pensé que daríamos clases de cómo ligarse a una mujer —sigue en su línea—. Al final, me voy a creer lo del máster en seducción que comentaba el otro día.
—No le estamos dando ninguna clase, quiero conocer todos los detalles si alguien se acerca a mi pequeña. —Por suerte, «mi pequeña» ya no me suena tan mal—. Sinceramente, prefiero que sea él quien se la gane.
—Yo hubiera sido un digno candidato en darle mambo. —Que alguien le dé con un martillo en la cabeza, por favor.
—¿Te crees que yo no sabré darle? —Ya me ha puesto de los nervios.
—Chicos, hemos dicho que no queremos detalles al respecto —interrumpe Fer—. Creo que ella también te mira diferente, trátala bien —finaliza la conversación.
Con amigos como estos, todo se vuelve más fácil. No somos de tener conversaciones profundas y menos en todo lo que concierne al amor. Será que ya tenemos a uno bien ligado que los otros nos estamos contagiando, pero se agradece. Hemos podido pasar un rato agradable y así me he sacado el mal cuerpo con el que me iba a meter en la cama. Ahora, por lo menos, podré dormir y descansar sin tener que imaginarme lo que pueda pasar unas puertas más allá. Mañana es nuestra última noche y no pienso desaprovecharla. Afortunadamente, les queda una semana aquí, por lo que no corro el peligro de que pueda encontrar a otro candidato antes de mi ganada cena, pero quiero que se acuerde de mí estos días y que tenga las mismas ganas que yo de ese encuentro.