—Por Dios, Clara. ¿Por qué has tardado tanto? —susurró Cordelia con impaciencia mientras la tomaba del brazo.
Había salido de su habitación tras el aviso de su doncella, que le había informado que tenía una visita. Clara creía que se trataba de su amiga Amanda, si bien no comprendía por qué todo era tan formal; más cuando estaba acostumbrada a aquella casa y, además, su hermana era la señora de la casa.
Al bajar las escaleras se encontró a su cuñada y a su tía aguardándola; lo que no esperaba era que Cordelia tirara de ella hacia un rincón.
—¡Auch! —se quejó por la fuerza que usó con ella—. ¿Qué sucede? —preguntó al verlas tan alteradas, lo cual no era habitual.
—Ay, mi niña —fue la imprecisa respuesta de su tía.
Clara abrió bien los ojos, estudiando sus rostros durante unos segundos.
—¿Tan malo es? —Era como si temieran darle alguna noticia.
—Puede serlo —corroboró su tía, al tiempo que asentía.
—¿Por qué esa mujer desea verte?
Por fin Cordelia la soltó, aunque seguía hablando bajito.
—¿De quién hablas?
—De la señora Mildred Charlton.
Clara se mostró confundida hasta que escuchó su nombre. Y no pudo sorprenderse más. ¿La abuela de Rowland estaba en su casa? ¡Era tan extraño como inusual! Ellas no mantenían ninguna amistad y, por sus últimos comentarios, ni siquiera compartían simpatías. ¿Qué querría?
—¿Por qué no estáis con ella?
No era propio de ellas dejar a solas a una visita. Lo más hospitalario, aunque fuera una mujer difícil, era hacerle compañía y mantener una conversación agradable.
—Clara, no lo entiendes. Ha llegado en su carruaje, ha pedido hablar a solas contigo, ha rechazado nuestra compañía y también el té. Parecía que tenía una misión o algo así: se ha movido con decisión y no ha dejado de mirar al detalle la casa. Esto es muy extraño. ¿Tienes algo qué tratar con ella?
A Clara no se le ocurrió qué podía ser.
—No. No parece que le guste mucho a esa mujer, así que no sé qué querrá de mí. Tal vez me pida que le ofrezca mi amistad a la señorita Beatrice Digby —supuso—. Llegó con ella como su compañía y somos de edad parecida.
Eso era lo único que tenía sentido. Quizá temiera que pudiera aburrirse en aquel rincón de Hampshire.
—Entonces no la hagas esperar —le pidió su tía—. No creo que esté acostumbrada a ello; y todas sabemos lo gruñona que puede llegar a ser.
Con un ademán, la hizo ir hasta el salón, donde la señora Mildred Charlton la esperaba.
—Buenas tardes —dijo Clara con amabilidad y educación. Sin embargo, de ella solo recibió una mirada desdeñosa—. ¿Desea tomar un poco de té?
—Ya le he dicho a tu tía y a la señora Marlow que no he venido a tomar ninguna bebida caliente —contestó ella un tanto irritada. Clara frunció los labios hasta dibujar una mueca de disgusto. Si deseaba pedirle un favor, ¿por qué se estaba comportando de un modo tan poco educado? No obstante, estaba en su casa, por lo que debía esforzarse en mantener la corrección—. ¿Vas a sentarte o piensas quedarte ahí de pie todo el día?
El disgusto de Clara fue en aumento. La abuela de Rowland la trataba con familiaridad, como si la conociera, pero al mismo tiempo se comportaba de un modo muy grosero con ella.
Tuvo que morderse la lengua para negarse a sentarse aun cuando sentía un deseo enorme de darse la vuelta y marcharse. ¿Acaso debía soportar sus insultos en su propia casa? Sin embargo, no se trataba de alguien cualquiera, sino que era una persona muy querida para Rowland. Solo por ello debía esforzarse y ser cordial.
Clara buscó un sitio en uno de los sofás, a una distancia prudencial de Mildred Charlton.
—¿Deseaba hablar conmigo? —preguntó con educación y una sonrisa forzada.
—¡Por supuesto que quería hablar contigo, niña! —exclamó la mujer con cierta impaciencia—. ¿No lo he dejado bien claro a tu familia?
—Puede empezar cuando quiera —le dijo acompañando sus palabras con un ademán, deseosa de que terminara cuanto antes y así poder marcharse.
—Sé lo que estás tramando —comenzó a decir con cierta altivez—. También sé que mi nieto es un gran partido y que tú crees estar bien posicionada para llamar su atención solo porque tu familia es amiga de los Charlton. Sin embargo, eres una tonta si crees que voy a permitir que engatuses a Rowland. Tú no eres la muchacha adecuada, así que deja de revolotear a su alrededor.
Clara abrió la boca y la cerró de inmediato a causa de la sorpresa. ¡Esa mujer! ¿Cómo se atrevía?
—Usted no sabe nada, señora Charlton —contestó con voz grave y todo el cuerpo rígido.
La serenidad la había abandonado tras escucharla.
—Te exijo que te alejes de él —insistió ella.
—Con todo el respeto, señora Charlton, usted no es nadie para exigir nada —replicó casi sin respirar. No podía quedarse más tiempo callada y permitir que aquella mujer dijera lo que le viniera en gana—. Su nieto es un hombre hecho y derecho. Tiene derecho a elegir. Y el día que decida casarse lo hará por convicción y con quien él crea, sin importar si usted la aprueba o no.
—Mi opinión es muy importante. ¿Cómo puedes dudarlo?
—No voy a renunciar a Rowland —afirmó con firmeza, sin dejar que la voz sonara trémula. Clara se negaba a mostrar el más mínimo resquicio de debilidad a esa mujer. No dijo que en aquel momento su relación con Rowland era un tanto distante y que ni siquiera ella sabía cómo iba a terminar.
Clara no podía permitir que la pisotearan; ni siquiera la abuela de Rowland.
—¡Niña engreída!
—Señora Charlton, debo confesar que estoy haciendo un gran esfuerzo por contenerme. Es usted una mujer mayor, quisquillosa, grosera y metomentodo. Piensa que su familia la tiene en alta estima, pero la verdad es que la temen. Cuando se marcha de la parroquia todo el mundo se siente aliviado.
—¡Eres una niña insolente! —exclamó con un tono de voz muy agudo.
—No lo creo, porque solo digo la verdad. Se ha atrevido a venir a mi casa a faltarme al respeto y también lo ha hecho en casa de su hijo y su nuera. ¿Acaso cree que merece consideración por ello? —Clara se levantó y entrelazó sus manos—. Si me disculpa, tengo cosas que hacer.
Se hizo a un lado, con la barbilla alzada y esperó a que Mildred Charlton fuera consciente de que no era bien recibida. No obstante, su marcha, al igual que su llegada, no pasó desapercibida para los miembros femeninos de la familia Marlow. La mujer salió de la casa con un andar demasiado rápido para su edad, con una expresión de disgusto en el rostro y con la altivez que la caracterizaba. Además, ni siquiera se despidió. Subió a su carruaje, que había estado todo el tiempo esperándola, para partir lo más pronto posible.
La tía Sally y Cordelia se precipitaron al salón, donde encontraron a una Clara meditativa que luchaba por controlar su ira interior.
Ambas mujeres intercambiaron una mirada de complicidad.
—¿Quieres un poco de té? —le preguntó entonces su tía con un tono más suave del que acostumbraba.
—Te vendría bien —opinó Cordelia—. Estás pálida.
Su cuñada la instó a sentarse y ella misma lo hizo junto a Clara. Su tía eligió el sofá de color borgoña que había delante.
Clara, que no había estado prestando atención a ninguna de las dos, volvió el rostro hacia las dos mujeres.
—¿Hablabais conmigo? —Parecía como si la joven hubiera estado absorta en sus propios pensamientos—. Lo siento, no os he escuchado.
Su tía Sally mostró preocupación.
—Pobrecita. Te ha afectado mucho la visita de esa horrible mujer. ¿Qué quería?
A pesar del esfuerzo, al final no había sido muy sutil.
—Nada —contestó Clara encogiéndose de hombros.
Cordelia frunció el ceño, nada convencida por su respuesta.
—¿Era una visita social? Porque no ha querido tomar té —le hizo ver—. Además, se ha marchado muy rápido.
—Y solo deseaba hablar contigo —añadió su tía—. ¿No vas a contárnoslo? Pareces disgustada.
Clara suspiró, sabiendo que al final debería explicar lo sucedido; por lo menos en parte. Todavía no estaba dispuesta a confesar su amor por Rowland, aunque sí lo hiciera frente a Mildred Charlton.
—Ya sabéis cómo es esa mujer: se hace notar allá donde va. —Quiso poner un poco de humor a su voz, aunque no lo consiguió—. No debería sorprender a nadie.
—Exactamente porque sabemos cómo es nos preocupamos por ti. Sospechamos que no habrá sido muy agradable. Ella nunca lo es.
—Lo que no entendemos es por qué ha venido hasta aquí con la fuerza de un vendaval y se ha marchado de igual modo —intervino su cuñada—. Ni siquiera nos ha dejado preguntar cómo están los Charlton.
Clara entendía que estuvieran desconcertadas. En su caso, ella también lo estaría. Pero no podía decirles que mantenía un amor secreto con Rowland y que su abuela lo sospechaba. Las cosas entre ellos estaban distantes, por lo que no tenía caso preocuparlas por algo que tal vez no tuviera futuro.
—La señora Mildred Charlton deseaba hablar conmigo de un asunto —les dijo para tranquilizarlas.
Su tía sintió.
—Sí. Eso lo imaginamos. Pero ¿de qué?
Clara suspiró. No podía prolongar la explicación por más tiempo, aunque ese fuera su deseo.
—Se le ha metido en la cabeza que deseo cazar a su nieto.
El silencio se hizo presente en el salón de los Marlow. Tanto su tía como su cuñada esperaban con ansias que esclareciera los hechos, si bien no era lo que habían imaginado. Y eso las sorprendió.
—¿Te refieres a Rowland Charlton? —preguntó Cordelia con la voz un tanto aguda.
Si la situación fuera otra, Clara hubiera sonreído, pues parecía que ninguna de las dos imaginaba tal situación. Sin embargo, su tía fue más perspicaz.
—¿Y eso es cierto?
Quiso negarlo con vehemencia, pero no tenía sentido hacerlo, pues quizá en el futuro tuviera que confesar la verdad. Así que usó un subterfugio.
—No, no deseo cazar a nadie. Ese no es el modo en el que yo lo veo. El día en que me case será porque ame a ese hombre, no porque el matrimonio suponga ventajas para mí —respondió con convicción. Ella amaba a Rowland por lo que era y por lo que le hacía sentir, no por lo que pudiera tener—. Así se lo he hecho saber. No obstante, ella ve malas intenciones en todos, por lo que no sé si mi alegato habrá servido.
Las dos la escuchaban con atención, como hipnotizadas con su relato.
—Esa mujer es muy testaruda —musitó su tía—. No tiene derecho a venir a nuestra casa y faltarte el respeto.
—Ninguno —concordó una Cordelia molesta—. ¿Qué se ha creído? Eres una joven muy dulce y de buena familia, aunque no poseamos ningún título. Los hombres de este mundo deberían sentirse honrados de que te fijaras en cualquiera de ellos. Por eso no puede acusarte de tratar de cazar a su nieto. Santo cielo, ¡conocemos a Rowland Charlton de toda la vida!
—Estás en lo cierto, Cordelia. Le haré saber a Mary nuestro disgusto —dijo entonces su tía—. Le escribiré de inmediato.
Clara sintió pánico. Su tía y su cuñada estaban indignadas y parecían querer protegerla. No había creído que fueran a implicar a nadie, por lo que no podía permitir que aquello fuera a más. Lo último que deseaba era enfrentar a las dos familias solo porque disgustara a la abuela de Rowland.
—Por favor, no digáis nada. Ni siquiera a Elijah —les pidió.
La dos la miraron sin comprender.
—Debemos defender tu honra.
—No ha sido para tanto. Además, ¿a quién le importa lo que opine de mí esa mujer? Creo que no le gusta nadie de esta parroquia.
Esbozó una sonrisa para suavizar los ánimos, esperando que se calmaran.
—Pero sus ataques han ido en aumento —protestó su tía—. Incluso se ha atrevido a venir a esta casa.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Cordelia, que no sabía nada—. ¿Ha sucedido otras veces?
—Una tarde me preguntó cuáles eran mis intenciones respecto a su nieto. Estábamos haciendo una visita en casa de los Charlton y lo dijo delante de todos.
—Y la otra noche también nos incomodó con sus palabras —añadió su tía—. Fue tan imprudente que Phillip y Mary no sabían qué hacer.
Cordelia puso una expresión de disgusto por todo lo que oía.
—¿Qué dijo?
—Opinó que íbamos con demasiada frecuencia a la casa.
—¡Por Dios! ¿Por qué no me habéis dicho nada? No podemos permitir sus groserías, ni siquiera, aunque sea el modo en el que suele comportarse. Está desdeñando a los Marlow. Ahora que soy un miembro más de la familia, no voy a tolerarlo —dijo con firmeza.
—¿En qué piensas? Porque tienes mi apoyo.
Los ánimos se iban caldeando y Clara no podía permitirlo, así que trató ser la más sensata de las tres.
—Por favor, debéis recordar que sigue siendo la madre de Phillip Marlow, con el que mantenemos una buena amistad. Esa mujer se marchará pronto, así que no dejemos que nos afecte más de lo debido. Yo le he hablado claro; no es necesario más. Y os pido, de nuevo, que no le digáis nada a Elijah. Sabéis que se alteraría mucho.
—Tienes razón —convino Cordelia, masajeándose la sien derecha—. Tu hermano se indignaría tanto que armaría un buen escándalo.
—Suerte que tú eres más cabal —indicó de forma zalamera. Cordelia era muy buena mujer, pero ella sabía que su carácter podía volverse fuerte si era necesario—. ¿Me prometéis que esto quedará entre nosotras tres?
Su tía y Cordelia parecieron pensarlo en silencio. Al final, su cuñada respondió:
—Está bien. Sin embargo, no me olvidaré de ello y estaré preparada por si nos ataca de nuevo. Yo no voy a morderme la lengua.
Con aquel acuerdo quedó enterrado el tema, con Clara teniendo la sensación de haber sobrevivido por los pelos a una posible guerra.