El deseo

Relato erótico

Toma una cerveza de la nevera y la golpea con el dedo índice. Es una vieja costumbre que tiene desde que se tomó sus primeras cervezas cuando era adolescente. El sonido de la cerveza abriéndose hace eco a través de la cocina y el piso vacío. Eddie vive solo. Le gusta estar solo.

Se sienta junto a la mesa de la cocina en la silla de oficina y se da la vuelta hasta colocarse frente a la ventana. Un gato negro con patas blancas cruza la calle. Eddie siente una extraña predilección por los gatos. Le encantan. Saben disfrutar de la vida y de la libertad.

Se recuesta en la silla, pone los pies en la repisa de la ventana y toma su primer sorbo de cerveza. Deja que su mirada pasee por las ventanas de las casas que hay al otro lado. El sol arroja su luz sobre la pared de enfrente, como si fuera un gran foco, convirtiéndola en un escenario. Él hace de público, escondido en la sombra.

En el piso de enfrente, todo lo que puede ver es la luz de la pantalla del televisor, el cual es enorme y ocupa la mayor parte de la pared. En la siguiente ventana puede ver una cocina oscura con una mesa de madera rodeada de cuatro sillas. Un mantel de ganchillo, papel tapiz cubierto de flores y pequeñas figuras de porcelana en un estante en la pared. Probablemente sea el hogar de una persona mayor. La siguiente cocina está vacía. No hay cortinas en la ventana. No hay mesas ni sillas, pero la luz está encendida.

Eddie tose al tragar un poco de cerveza por el lugar equivocado.

Una mujer con una postura protuberante camina por la habitación vacía, vestida con un camisón muy fino y corto que cuelga de sus hombros gracias a unas finas correas; es de color rosa pálido y casi transparente. Sus grandes senos rebotan conforme se mueve. Sus muslos se ven fuertes. Su piel es marrón avellana. Parece que proviene de América del Sur, tal vez de Brasil. Su cabello es salvaje y desordenado. Llena la habitación con su presencia y con su feminidad sin complejos, con confianza. Su rostro es hermoso con rasgos delicados y afilados. Además, parece ser reservada. Parece feliz. Se inclina sobre la repisa de la ventana para mirar hacia la calle y gira la cabeza al ver algo, tal vez el gato. Sus pechos se hinchan en su escote. La tela de su camisón es tan delgada que se pueden ver sus grandes y oscuros pezones a través de ella. Eddie descansa su lata de cerveza contra su labio inferior.

Un hombre de la misma edad que la mujer entra en la habitación. Son jóvenes, unos treinta años. Ella no lo ha escuchado, tampoco lo ha visto. Todavía está inclinada sobre la repisa de la ventana mirando lo que sea que ve allí abajo. El hombre camina lentamente hacia ella extendiendo sus brazos. Luego la agarra por detrás y la mujer salta de la sorpresa.

Parece que está gritando. Tal vez esté enfadada, pero él la abraza con fuerza y coloca su mejilla contra la de ella, escondiendo su rostro en su cabello oscuro y salvaje. La mujer se relaja mientras él mueve sus manos hacia su cuerpo. Ella se da la vuelta y lo abraza junto con un beso intenso y largo.

Él aprieta uno de sus senos, pero es tan grande que no puede con una sola mano.

Es un beso apasionado. Eddie incluso puede ver sus lenguas bailando entre sí. Ella cierra los ojos y arquea la espalda. Mueve sus caderas tan lenta y grácilmente como una bailarina de la danza del vientre. El hombre comienza a tirar de su camisón. Eddie los mira con entusiasmo, como si estuviera allí.

El hombre, que parece realmente impaciente, agarra la parte delantera del camisón de la mujer y lo estira firmemente hacia abajo. Sus senos rebotan.

El camisón cuelga de sus hombros desgarrado. Eddie está hechizado.

Los senos de la mujer se aprietan entre sus delgados brazos cuando pone sus manos en la repisa de la ventana que hay frente a ella para sostenerse. Eddie se baja rápidamente los vaqueros y agarra la base de su polla rígida.

La mujer mira hacia la calle, sus ojos vagan de ventana en ventana. De repente parece tensa y se da la vuelta para decirle algo al hombre. A él no parece importarle.

A modo de réplica, su mano desaparece entre sus piernas. Ella se estremece de sorpresa y placer. Deja de hablar, arquea la espalda y empuja su trasero hacia atrás. Todo su cuerpo se balancea. Abre la boca, descansa la cabeza sobre su hombro y cierra los ojos. Su rostro irradia placer.

¿Ya la está penetrando?

Al abrir los ojos se puede observar que está realmente cachonda. Se inclina hacia delante y sus senos se mueven hacia arriba y hacia abajo. Ella usa una mano para sostenerse mientras él la empuja por detrás y su otra mano busca algo al lado de la ventana. Antes de que Eddie comprenda lo que está sucediendo, el hombre gira algo entre sus dedos y la cortina se cierra. Baja las persianas y ya no se ve nada de lo que ocurre en el apartamento. ¡Mierda!

Eddie sigue masturbándose, sin éxito. Se siente frustrado como cuando una avispa aparece para fastidiar una preciosa mesa de desayuno en verano. Suelta su polla y baja la cerveza.

Al menos ahora sabe quiénes son sus nuevos vecinos. Se acerca a la nevera para tomar otra cerveza. Luego camina hacia la sala de estar, en la que hay un sofá y una mesa, pero no tiene televisor. También hay latas de cerveza vacías, botellas de refrescos, papeles y todo tipo de basura por todo el suelo. En la pared hay dos grandes cuadros pintados por él. Uno es un collage de senos en miniatura en diferentes tonos de piel que juntos forman un par de senos enormes y bien formados. El otro es un cuadro de una mujer semidesnuda en lencería sensual con la frase Baise moi, que significa «fóllame» en francés, tatuada en la parte inferior de su espalda.

Se sienta en el sofá y mira entre los cojines. Encuentra algo de dinero y se lo guarda en el bolsillo, pero eso no es lo que está buscando. En uno de los cajones de la mesa tiene una gran pila de revistas viejas. Cuando levanta una de ellas, hace un sonido pegajoso. Se le pega un trozo de papel y se lo quita. La mitad del papel se pega a la revista y al pequeño trozo de papel que tiene en la mano. Solo tres de los números son legibles.

¡Mierda! Quiere tirar algo por la ventana, pero se detiene. Intenta recordar el número, pero no puede. Está pensando en cómo volver a encontrarla, pero ¿cuáles son las probabilidades de encontrar de nuevo a una persona aleatoria en una de las ciudades más grandes de Suecia?

Se pone una chaqueta vaquera y se dirige afuera. Hace frío a la sombra y el sol le quema la cara y el cuello. Las calles están llenas de gente. Cuando llega a la calle principal, está tan llena de gente que tiene que reducir la velocidad. Un sonido de los tacones altos contra el hormigón le hace darse la vuelta. La mujer que lo adelanta tiene las piernas largas y una falda corta. Sus caderas se mueven de forma seductora de un lado a otro y camina tan rápido que su cabello se balancea junto al viento que corre detrás de ella. Es un día encantador.

La agradable sensación del alcohol se está desvaneciendo y tiene hambre. Busca un buen restaurante. No tiene ganas de elegir uno, así que entra en el primero que ve que tiene mesas fuera.

A muchas gente le encanta elegir, pero son una maldita carga. Cada vez que haces una elección, pierdes otra oportunidad. Si en lugar de tomar decisiones te dejas llevar, tendrás el mundo en tus manos. Se sienta en una mesa en la esquina de una terraza. Puede ver la calle, pero también puede ver la entrada al restaurante. Siempre elige una mesa con esas vistas, ya que así puede tener la espalda contra la pared y al mismo tiempo ver todo lo que sucede. Echa un vistazo al menú. Tomará salmón y una cerveza. Perfecto.

La camarera se acerca a su mesa con su bloc de notas, parece estar pensando en algo.

—Hola, ¿qué puedo ofrecerte? —le pregunta.

Él la mira. Es muy linda y tiene una boca pequeña con labios rojos regordetes. Es difícil ver los contornos de su cuerpo debajo de su uniforme, pero parece que es un poco más grande que él, por no hablar de sus curvas. Es muy atractiva, muy guapa. Cuanto más la mira, más bella se vuelve. Le pide la comida y ella lo escribe en su libreta. No puede creer que casi se le había olvidado lo que quería. Sus ojos son verdes y brillantes, como un gato. «La haré ronronear», piensa sonriendo.

Viene otra camarera para traerle la comida, pero espera que sea la anterior quien le traiga la cuenta.

Se come el salmón despacio. Tiene un sabor maravilloso y lo está disfrutando tanto que se olvida de ella durante un instante. Se limita a esperar el momento adecuado. Cuando ella camina hacia su mesa, ya sabe que viene a preguntarle si le ha gustado la comida, por lo tanto, le dice:

—Esto es lo mejor que he comido en todo el día”.

Ella sonríe.

—Me alegra escuchar eso. Se lo diré al chef.

Su plan es seducirla, pero cuando la mira a sus ojos verdes, de repente se queda sin palabras. Tiene que decirle algo.

—Me encantan tus ojos verdes.

—Vaya. Gracias.

—Son extraordinarios.

—Sí…

—¿Sabes que otra cosa me gusta?

—No. ¿Qué te gusta?

—Las peleas de almohadas.

Comienza a reírse.

—Vaya —dice ella, y retuerce un mechón de pelo entre sus dedos.

—Pero el mejor momento para una pelea de almohadas es obviamente por la mañana, después de una noche de sexo maravillosa —continúa.

Ella se sonroja, mira alrededor del restaurante, se endereza y lo mira de nuevo. Le sonríe.

—¿Prefieres tener sexo por la mañana o por la noche? —le pregunta.

—¿Tengo que elegir? —le responde ella.

Ahora es el turno de Eddie para reírse.

—No, no tienes por qué. Solo sigue tu instinto.

—¿Es eso lo que estás haciendo ahora? —le pregunta.

—Siempre hago lo que me sale de dentro. Siempre es la mejor elección.

—Siempre haces lo que te sale de dentro —dice ella sonriendo.

Ambos permanecen en silencio durante unos segundos hasta que ella dice:

—Puedes apuntar mi número.

—Lo siento. No tengo teléfono.

Ella levanta las cejas y lo mira con incredulidad.

—¿No tienes teléfono?

—No. ¿A qué hora sales de trabajar?

—Hasta las cinco no salgo —mira el gran reloj de la pared—. Es decir, en más de dos horas.

—Genial. Esperaré.

—¿Te vas a quedar aquí sentado esperándome?

—No, el sol se irá pronto y aquí hará frío. ¿Ves esa cafetería de allí? —señala el edificio al otro lado de la calle. En la terraza de la cafetería hay un par de mesas y sillas, parece que hay sitios libres—. Allí el sol sigue reluciendo por la tarde. Una escena preciosa. Me sentaré allí y después puedes unirte a mí si quieres. Te guardaré un asiento —dice mientras toma un sorbo de cerveza.

Ella comienza a darle vueltas a la cabeza: «Es muy arrogante. ¿Quién se cree que es? Espero que no esté jugando conmigo. ¿Qué quiere decir con esperar? ¿Va a estar esperándome durante horas? ¿Me he duchado esta mañana? ¿Qué pasará si voy? Seguro que esos labios besan muy bien. Me pregunto cómo será su culo. Tengo que comprobarlo cuando se ponga de pie. ¿Qué quiere decir con que no tiene teléfono? Parece una excusa barata». Finalmente, respira hondo y dice:

—Está bien, si tú lo dices. Pero ahora tengo que volver al trabajo.

Pero no se mueve. Parece que todavía tiene algo que decir. Lo mira de nuevo, se da la vuelta y se aleja.

Mientras, él se bebe la cerveza lentamente y mira a las personas que pasan por la calle. En su cabeza reproduce la conversación con la camarera. Lo que él dijo, cómo reaccionó ella, qué la hizo hecho reaccionar, etc. El análisis se realiza automáticamente, ya que así es como funciona su cerebro. Pero se aburre. No quiere preocuparse por eso ahora. Agarra el vaso frío, toma un gran sorbo y se concentra en lo bien que sabe.

A un par de metros, un niño suelta accidentalmente un globo rojo. Su papá no lo ve, está ocupado hablando con otro hombre. Eddie observa que se han topado accidentalmente y que realmente no quieren hablar. Su lenguaje corporal los delata. Sonríen de forma educada y sus pies están listos para volver a caminar. Parece que una correa invisible los arrastra en diferentes direcciones. Mientras tanto, el niño mira el globo que está desapareciendo lentamente hacia el cielo azul.

Eddie sonríe para sí mismo, evita gritar y se pone de pie.

Camina hacia la cafetería al otro lado de la calle y pide una cerveza. La camarera, cuyo nombre es Frida, lo mira de vez en cuando. Solo una mirada, ya que ella tiene que trabajar. No es una tarde ocupada para ella, pero no puede simplemente quedarse mirando.

Le parece atractivo allí sentado al sol. Siente un hormigueo por dentro. Luego se pregunta a sí misma: «¿Quién va solo a un restaurante? ¿No tiene vida? ¿Amigos? Pero también es valiente. Para mí habría sido muy difícil. Está tranquilo y confiado, pero ¿estará aburrido? Debería ignorarlo, ya que tengo ganas de llegar a casa, pero…».

Ella se da cuenta de que no le dijo su nombre o le preguntó por el suyo. En ese momento, decide que irá ahí al terminar su turno. Al menos quiere saber su nombre.

Eddie sonríe al verla venir hacia él. Ella disimula como si fuera en aquella dirección de todas formas.

—¿Quieres beber algo? —le pregunta.

—Sí, me voy a tomar una cerveza—responde.

Pide una cerveza y charlan un rato. Él no habla mucho, pero escucha con atención. Cuando pasa un tiempo se da cuenta de que le ha contado mucho sobre sí misma.

A Eddie le gusta el sonido de su voz. Se fija en la caída de su pelo sobre sus hombros y en la forma en que se mueven sus dedos cuando habla. Observa sus ojos verdes, que parecen brillar cuando se emociona por algo. Ella le hace preguntas generales, pero él siempre responde de forma escueta.

Se quedan en silencio por un instante y él dice:

—Ven. Vamos a dar un paseo.

Cruzan el puente sobre el canal, pasan por una plaza y salen a una calle sin tiendas llena de casas antiguas con grandes puertas.

Ella descansa la cabeza sobre su hombro por un segundo y aprieta su brazo.

De repente, Eddie pone sus manos sobre su trasero y la levanta en el aire. Su grito de sorpresa resuena entre las paredes. Él la baja de nuevo.

—¿Qué estás haciendo? —dice ella sonriendo.

—Te he salvado. Ibas a pisar ese charco.

—¿Qué… qué charco?

—¡Mira allí! —dice señalando un pequeño charco. Parece que alguien ha derramado un vaso de agua.

—Vaya. Gracias, supongo.

—No, solo estoy bromeando. Estaba buscando una razón para tocarte.

Ella sonríe, mira hacia abajo y se muerde el labio. Lo golpea en el pecho. Parece que está en forma, o al menos eso piensa. Se pregunta cómo será su torso desnudo. Él da un paso hacia ella y acerca su rostro justo frente al de ella. Su cuerpo se llena de calor y todavía puede sentir el peso de su mano sobre su trasero. La besa suavemente en la mejilla y mueve los labios hacia arriba a lo largo de su cuello.

El pecho de Frida se mueve hacia arriba y hacia abajo. Ella coloca lentamente su mano detrás de su cuello. El beso es rápido, pero hace que todo sea más fácil. Se apoyan contra la pared y ella agarra su trasero. Intenta decirle que tenga cuidado y que vaya más despacio, pero su voz se apaga con el siguiente beso. Le gusta. Y a Eddie le encanta la forma en que sabe, su aroma y las suaves curvas de su cuerpo. No se siente para nada incómodo. Siente orgullo y emoción. Nada más.

La levanta y le aprieta las nalgas, enfundadas en sus pantalones estrechos. Frota su pene contra ella. Parece que ella se está relajando y calentando a la vez. Se miran y sus ojos dicen exactamente lo que quieren hacer.

—Ven —dice él agarrando su mano.

Entran por la puerta más cercana y suben tres escalones. La puerta pesada cruje cuando la abren y la escalera interior está vacía y silenciosa.

Eddie presiona a Frida contra la pared. Ella desea sus manos. Él la mira y ella comienza a desabrocharle los pantalones, saca su polla y comienza a mover su prepucio hacia adelante y hacia atrás.

—¿Y si viene alguien? —susurra ella.

—Lo escucharemos. Este lugar está tan vacío que oiríamos caer un alfiler.

—¿Quieres follar ahora?

Él asiente.

—Esto es una locura.

Mira hacia abajo y ve cómo su mano se mueve hacia arriba y abajo alrededor de la cabeza húmeda del pene de Eddie. Está sorprendida de sí misma, de lo que está haciendo y de lo que quiere hacer, porque realmente quiere hacerlo. Sus gemidos le hacen mover su mano más rápido y pegarse a él. Sin decir una palabra, su cuerpo le ruega que la lleve contra la pared.

Él le pasa la mano por las bragas, está empapada. Sus gemidos resuenan en la escalera vacía. Él le da la vuelta y le baja los pantalones hasta los muslos. Frota su pene erecto contra ella y hace que gima. Ella lo ayuda para que la penetre. Es exactamente lo que quiere sentir en ese momento y es completamente increíble. Ambos se mueven juntos.

Con las manos apoyadas contra la pared, siente cómo la folla duro. El sonido de sus cuerpos chocando reverbera a través del edificio. Ella gira su rostro hacia él y cuando lo mira a los ojos siente que está teniendo una experiencia increíble que la deja sin palabras, como si estuviera en un sueño. Eddie quiere saborear desesperadamente sus labios y presiona contra ella hasta casi perder el equilibrio. Ella está atrapada entre él y la pared. Ambos respiran enérgicamente, mejilla contra mejilla, además de estar sudando. Cuando la besa, ella le muerde el labio.

Él mordisquea su oreja y su cuello. Ella siente fuegos artificiales, confeti y mini orgasmos por dentro. La sensación comienza en su cabeza y se extiende por su cuello y su espalda. La presión entre su polla, su cuerpo y la pared es perfecta. Ella sabe lo que viene, y viene a toda pastilla. Lo siente en los dedos de los pies y en su estómago. La sensación la inunda y todo su cuerpo se electrifica. Se pierde en el orgasmo. No está en ninguna parte, pero a la vez está en todas partes. Ahora lo conoce mejor. Él sigue empujando y cada vez se siente más cómodo.

—Ya casi estoy —murmura.

Se da la vuelta y él se separa. Ella agarra su pene hinchado y caliente en su mano y comienza a correrse. Sale semen hacia todas las direcciones: sobre ella, sobre la pared, sobre la palma de su mano, etc. Con un ligero toque, exprime las últimas gotas y se limpia la mano en la pared mientras él jadea de placer.

La petite mort, la pequeña muerte. Rápidamente se vuelven a poner la ropa. Poco a poco, la realidad vuelve a ellos. La escalera vacía y oscura. El conocimiento de que eran extraños hace solo unos minutos.

Frida mira al hombre frente a ella. No tiene idea de quién es. Lo mira y disfruta de su experiencia. Un recuerdo dorado que llevará consigo como un pequeño tesoro.

Eddie comienza a sentirse inquieto nuevamente. Algo más está esperando a la vuelta de la esquina, está seguro.

—Quizás deberíamos irnos. Seguro que hay personas mayores pobres escondidas detrás de sus puertas, casi muertas de miedo, preguntándose si deberían llamar a la policía o unirse a nosotros.

Frida se ríe tan genuinamente que Eddie comienza a reír también.

Es de noche cuando salen del edificio, pero el cielo todavía está azul y hace calor.

—Me voy a casa —dice Frida—. Pero tal vez nos volvamos a ver —saca una tarjeta de negocios de su bolsillo con su nombre, su correo electrónico y su número de teléfono. Eddie se da cuenta de que es fotógrafa.

—Podemos hacer una sesión gratis si quieres, no es nada serio. Simplemente me gusta la fotografía, no soy una profesional. Es solo un pasatiempo, pero como no tienes teléfono, con esta tarjeta ya sabes cómo volver a ponerte en contacto conmigo —dice para finalizar la conversación.

Eddie no puede evitar sentirse halagado. Ella es increíble: vulnerable e insegura. La besa y se mete la tarjeta en el bolsillo. Piensa en cómo decir adiós. ¿Nos vemos en la próxima vida, quizás?

—Tendrás que mostrarme tus fotos un día de estos—dice.

—Por supuesto.

Ella levanta la cabeza, lo mira y se marcha. Van por caminos separados en la calle vacía. Hasta que él no dobla la esquina y está completamente solo de nuevo, no se alegra. Hasta entonces no se permite mostrar sus emociones. Corre directamente hacia una bandada de palomas y las aves vuelan con pánico hacia una nube oscura en el cielo. Se ríe a carcajadas. Entonces, a lo lejos, al otro lado de la plaza, ve a los nuevos vecinos, la pareja de la ventana. La increíble brasileña sensual. Recuerda sus senos rebotando arriba y abajo en la ventana. Ahora lleva maquillaje y está tan guapa que no puede mirar hacia otro lado. Su cabello es brillante, desordenado y rizado. Se pueden escuchar sus tacones altos contra el pavimento. El hombre, un tipo guapo, lleva una camisa con las mangas enrolladas. Su postura es excelente y se ve fuerte y poderoso sin ser enorme. Camina con la cabeza bien alta. Realmente parecen la pareja perfecta.

Eddie los observa desde la distancia. Cuando van a doblar la esquina, él se apresura a seguirlos hasta que puede verlos nuevamente y luego disminuye la velocidad. En este momento, no le importa lo que acaba de pasar en la escalera vacía ni le importa la tarjeta de presentación en su bolsillo. Evidentemente lo recordará con una gran sonrisa en su rostro justo antes de que esté a punto de quedarse dormido esta noche, pero en este momento lo ha olvidado por completo.

La pareja da la vuelta a otra esquina. Eddie ve la puerta de un club de estriptis, una pequeña puerta con un letrero de neón rojo. Algo discreto, pero aun así obvio. Pasan junto a él. Está tan cerca de ellos que tiene que detenerse. Finge que está esperando a alguien. Cuando los mira de nuevo, los ve entrar por una discreta puerta negra. Corre hacia allí y los sigue adentro.

Entra en una habitación oscura, tenuemente iluminada por bombillas rojas. La música es sensual y el ambiente es muy íntimo. Las paredes son negras y el suelo está pegajoso.

—Lo siento tío, solo invitados esta noche —el gorila es enorme y se ve muy duro, pero la expresión de sus ojos revela simpatía.

—Pero conozco a la pareja que acaba de entrar —dice Eddie.

—Lo siento, no me han dicho nada al respecto.

—Deben de haberse olvidado. Les dije que estaría aquí más tarde, pero finalmente los alcancé. Supongo que no me vieron.

El gorila lo mira con recelo.

—Oye, por cierto, te he visto en el gimnasio —dice Eddie rápidamente—. Ahora te reconozco. Tú haces peso muerto sin levantar correas ni nada. No se ve eso todos los días. La auténtica vieja escuela, lo respeto. Pero mira, no estoy aquí para pelear. Lo entiendes, ¿verdad? Conozco las reglas. Esas personas que acaban de entrar son mis amigos y me dijeron que me uniera a ellos para ver de qué se trata este lugar. Solo estoy aquí para mirar, nada más.

Eddie da un paso adelante cuidadosamente, con confianza. Mira al gorila y sonríe.

—Vale. Te dejaré pasar. Pero no hagas ninguna estupidez.

—Gracias, tío —dice Eddie colocando una mano sobre el enorme hombro del portero—. Que tengas una buena noche.

Lo siguiente que ve le deja boquiabierto. Una mujer rubia está acostada en un pequeño escenario abriendo las piernas y exponiendo su coño para que todos lo vean. Se mueve lentamente, de forma elegante. Otra mujer se mueve a su lado, una pelirroja. La pelirroja lame el muslo de la rubia, cada vez más cerca de sus partes íntimas para acabar aterrizando con la cara. Los gemidos se mezclan con la música.

En un sofá, una mujer le saca el pene a un hombre de sus vaqueros y lo comienza a sacudir. Ambos miran a las mujeres en el escenario y luego, de repente, inclina la cabeza hacia abajo y con hambre se lo mete en la boca.

Eddie ve unas escaleras que conducen al sótano y continúa hacia el cuarto oscuro. Se adentra en una atmósfera sudorosa y lujuriosa, el aroma excitante del sexo. Una vez más, se queda impresionado por lo que ve. En la esquina de la habitación de abajo ve una cama con forma de corazón que está dando vueltas. Está girando lentamente y sobre ella hay un hombre grande y moreno follando de espaldas a una mujer delgada y pálida. Su piel oscura brilla y sus grandes manos en sus caderas lo hacen parecer un gigante. Ella gime y lo mira con deseo. No parece que les importe que las otras personas que hay en la sala los estén mirando.

Unas diez personas se encuentran sentadas en los sofás que rodean la cama y dos de ellos son los vecinos. Eddie se sienta al lado de la pareja, junto a ella. Su corazón se acelera, se siente como si estuviera soñando. Mantiene una distancia correcta, pero gradualmente se acerca a ella, como si el sofá estuviera lleno y no tuviera otra opción. Puede sentir cómo su fuerte aroma llena sus fosas nasales. Está obsesionado. Puede sentir su hombro desnudo y su muslo contra él. Es eléctrico.

Observan a la pareja que hay frente a ellos en la cama desde un lado. Eddie mira a la mujer brasileña. Su respiración es pesada. Su pecho se mueve hacia arriba y hacia abajo. Cuando todos los demás observan el culo tenso y sudoroso del hombre en la cama, Eddie prefiere mirar los muslos de la mujer brasileña. Se pega a ella y esta no se mueve.

Eddie coloca el dorso de su mano sobre su muslo. Ella no hace nada. Da la vuelta a su mano. Su piel se siente suave y cálida bajo la palma de su mano. Luego lo mira y sus ojos están llenos de deseo. Es tan hermosa que Eddie no sabe si está cachondo o enamorado, tal vez ambas cosas, pero lo que siente es más fuerte y puro que lo que está sucediendo frente a ellos y más fuerte que cualquier otra cosa en la sala.

Ella puede ver a través de él. Está cachonda y no le importa quién sea, pero quiere algo de él.

Toma su mano y se vuelve hacia su novio. Ella le susurra algo y sus ojos se iluminan. Él mira a Eddie durante un tiempo, besa a su novia, se levanta y se va.

El corazón de Eddie late con fuerza en su pecho. La mujer brasileña lo mira y sonríe. Sus ojos le dicen que ella tiene las mismas fantasías que él. Aprieta su muslo y mueve su mano hacia su entrepierna. Toca su bulto y comienza a trabajar para liberarlo de su ropa. Ella sonríe de nuevo y se inclina hacia delante, pero se detiene justo encima de su erección. Ella duda. ¿Puede ser que huela a coño?

Ella continúa con cuidado besando la punta, probándola. Luego abre la boca y la cierra alrededor de su polla. La chupa entera. Su lengua rodea la cabeza por un momento y luego se llena la boca de nuevo. La cara de Eddie muestra que está caliente. No puede evitar gemir en voz alta. Es lo suficientemente buena como para hacer que su corazón dé un vuelco.

Lo mira con sus grandes ojos marrones y se conectan por completo.

Él pone su mano dentro de su vestido, agarra uno de sus senos y navega en el océano salvaje de la euforia sexual.