14

Creyente

Huele a café.

Noto cómo el delicioso aroma invade mis fosas nasales, estiro los brazos por encima de la cabeza y abro los ojos. Todo está oscuro. Muy oscuro. Me siento en la cama, confundida. Intento que mis neuronas se espabilen agitando la cabeza. ¿Dónde estoy?

Una explosión de imágenes sacude mi mente: el vuelo, Ginebra, mi hotel, John, la cena, el coche…

¡Mierda!

¿Dónde está John?

Enciendo la lamparita que encuentro en la mesilla y miro bajo la sábana de hilo gris. El conjunto de Agent Provocateur sigue en su sitio, pero nada más. La cama está bastante revuelta, demasiado para haber dormido sola. Huelo la funda de la almohada y el aroma de John todavía está presente. ¡Re-mierda! He dormido con él y me lo he perdido.

Inspecciono la habitación en busca de mi ropa y la encuentro en el respaldo de un butacón blanco. Me levanto de la cama, estudiando la estancia. Las paredes son marrón chocolate, hay varios cuadros abstractos, un secreter y dos butacones, el que sostiene mi ropa y otro gemelo que hace lo propio con la de John. Cojo el mono que llevaba anoche y, al ir a ponérmelo, me doy cuenta de que va a parecer que quiero irme si salgo tan vestida de la habitación, así que vuelvo a colocarlo donde estaba y busco el cuarto de baño.

Tras desmaquillarme y hacer mis cositas, me pongo un albornoz blanco, doblo las mangas hasta que mis manos aparecen y respiro hondo. Allá voy.

Abro la puerta —de lo que espero que sea un salón— y una luz intensamente cálida me ciega. Con los ojos entreabiertos solo puedo divisar un sofá estampado, una televisión plana gigante y un tío guapísimo sentado a la mesa ante un suculento desayuno, con un iPhone en la mano.

—Buenos días.

—Buenos días —murmuro avergonzada por ser una marmota.

—¿Un café? —me pregunta abandonando el teléfono junto a su taza.

—Sí, por favor.

Me hace un gesto con la mano para que me siente en una silla a su lado y me sirve un café. Doy unos pocos pasos, descalza, sobre la mullida moqueta y me siento.

—¿Leche?

—No, gracias.

Le sonrío con timidez, me pasa la taza, le pongo un poco de azúcar y le doy un trago. Mmm, sabe tan bien como huele. Y esos bollitos tienen una pinta estupenda…

—¿Has dormido bien? —me pregunta acercándome el plato que estaba mirando.

—Sí, gracias, y ¿tú?

Menuda conversación de besugos, pero es que ¿cómo se dice finamente «siento haberme dormido en tu coche como una ceporra y haber jodido la noche»?

—Yo también he dormido bien, aunque he recibido alguna patada. —Disimula una sonrisa.

¡Mierda! Vega Piernas Inquietas volvió anoche. Le dejo sin polvo y luego le pego. Soy una joyita, está claro.

—Lo siento —susurro.

—No te disculpes: los cardenales desparecerán antes o después —bromea.

Qué mono es. Después de todo, y aquí está, buscando mi sonrisa y sirviéndome el desayuno. Podría acostumbrarme…, y eso no es bueno. Nada bueno.

—John, respecto a lo de anoche, siento mucho…

—Shhhh. —Pone su dedo índice sobre mis labios—. No quiero oír ni una disculpa más. No hacen falta. —Me acaricia el labio inferior.

Beso su dedo por instinto, y, en ese mismo momento, veo cómo sus pupilas se dilatan. Mi pulso se acelera. Nuestras respiraciones se entrecortan. Juraría que los dos somos conscientes de lo que el contacto nos provoca. También juraría que voy a tener el mejor desayuno de mi vida…

John desliza su dedo índice por la comisura de mi boca y baja por mi barbilla y por mi cuello. Despacio, muy despacio. Prolonga su leve caricia hasta mi escote, entre mis pechos. Se muerde el labio inferior cuando su dedo se hunde entre ellos y me mira. Yo jadeo. Deshace el nudo de mi albornoz con sus hábiles dedos y lo abre hasta dejar una gran franja de piel desnuda. Su mirada se clava en mis pechos. Mis pezones se endurecen debajo del fino encaje del sujetador. Él inspira profundamente.

Su dedo regresa al centro de mis pechos y desciende sin prisa hasta mi ombligo. Espira pausadamente y acerca su cabeza hacia mi vientre. Me contraigo, no respiro.

Noto su lengua tomar el testigo de su dedo y deslizarse desde mi ombligo, tortuosamente lenta, hacia mi pubis. Al llegar al borde de la braguita dibuja una curva por mi cadera, mete su cabeza entre mis piernas y lame la parte interior de mi muslo. Suelto el aire que capturaba en mis pulmones de golpe emitiendo un sonoro gemido. Sonríe contra mi piel cuando tiemblo.

Me agarra de las caderas con firmeza y me recoloca a su antojo en la silla; acerca su nariz a mi sexo y lo huele. Me desmadejo. Él ronronea, casi gruñe. Me besa el pubis por encima del encaje negro, me mira a los ojos y se deshace de mi ropa interior mientras me dice:

—Llevo tantos días queriendo hacerte esto… ¿Te apetece?

Asiento sin dudarlo y él sonríe. Dirige su mirada hacia mi sexo y traga saliva. Veo claramente cómo su nuez viaja arriba y abajo en su garganta. Me toca con las yemas de los dedos, despacio, separa mis labios y hunde su boca entre ellos.

Su boca es… es… es… el cielo.

Empieza a lamerme, sin prisa, casi degustándome. Roza con la punta de la lengua mi clítoris y un espasmo involuntario me recorre el vientre.

—Eres tan receptiva… Feel it. Quiero que lo sientas todo, baby. Todo.

Continúa torturándome con su lengua, dando pequeños lametones en mi centro de placer, y me introduce un dedo, lo que me arranca un largo gemido.

—Eso es… Suéltate.

Vuelve a hundir su boca en mi sexo y añade un segundo dedo. Su lengua empieza a ejercer más presión sobre mi clítoris y el ritmo de su mano se intensifica.

Mi cuerpo responde dilatándose y lubricando, pero mi mente está bloqueada. Es tal la cantidad de sensaciones, algunas completamente desconocidas, que soy incapaz de procesarlas. Solo puedo sentir. Es como cuando estoy debajo del agua. Me meto en mi burbuja y me centro en la calidez de su boca, en el olor a sexo, en la electricidad que se forma en mis entrañas y se va expandiendo por todo mi cuerpo. Me relajo, deslizo las manos hasta mis pechos y los aprieto. Los siento plenos y sensibles aun debajo del sujetador. Gimo. John levanta su mirada hacia mi cara y sonríe.

Fuck. Sí, tócate… Tócate, Vega.

Y vuelve a enterrarse entre mis piernas, haciéndome perder la razón con su boca celestial. Bajo una de las manos hasta su cabeza y se la sujeto mientras empujo hacia arriba con las caderas. John recibe a la perfección el mensaje y succiona con insistencia mi clítoris y me masturba más rápido, más fuerte. Estoy llegando. Estoy a punto. Empiezo a despegar cuando noto cómo gruñe contra mi sexo. Abro los ojos y le descubro mirándome con lujuria, con ansia, y esa mirada es justo lo que detona mi éxtasis.

Grito, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados con fuerza. Grito para sacar de mi interior la bola de energía que está saturando mis sistemas. Grito para liberarme. Y lo consigo a través de un brutal orgasmo que me sacude entera y me deja fuera de combate unos segundos.

Poco a poco voy recuperando los sentidos, volviendo a la Tierra, y abro los ojos.

John sigue besándome, alimentándose de hasta la última gota de placer que sale de mi cuerpo. Destenso los dedos que se aferran al pelo de su nuca y le acaricio. Levanta la cabeza y, sonriendo, avanza por mi cuerpo dejando un camino de besos a través de mi vientre y de mi pecho que culmina en mi boca.

Me dan ganas de darle las gracias, lo prometo, pero por fortuna entro en razón y solo le digo:

—Ha sido increíble, John.

—My pleasure.

Se pone de pie y me tiende la mano. Está para comérselo, con su pelo castaño revuelto, una camiseta negra de algodón y unos pantalones del mismo color que no pueden ocultar su excitación. Su mirada me atraviesa, cargada de promesas obscenas, y siento cómo mis entrañas vuelven a contraerse. No me sacio de este hombre, es asombroso.

Le doy la mano y tira de mí hasta pegarme a su cuerpo. Inspiro profundamente sobre su pecho y me abrazo a su cintura. Su intenso aroma me invade y consigue que me relaje. John desliza su mano arriba y abajo por mi espalda y besa mi pelo.

Me estoy poniendo tontorrona, y eso no formaba parte del plan. Me arengo mentalmente para romper el rollo cursi y le propongo:

—¿Nos damos una ducha?

—Vale —dice con voz aguda, en una pésima imitación de mi persona.

Le pego un pequeño puñetazo en el pecho, al que él responde con un sonoro azote en el culo. Me carga sobre su hombro y cruza el salón en dirección al baño.

—¡Bájame! ¡Puedo andar, ¿sabes?! —le grito entre risas.

—Anoche no ponías tantas pegas cuando crucé medio hotel contigo en brazos. —Me suelta sobre la encimera del lavabo.

Siento cómo toda la sangre se concentra en mi cara y en mis orejas y bajo la mirada. John me agarra del mentón y me levanta la cabeza hasta ponerla a la altura de la suya, me acaricia la mejilla y sonríe con ternura.

—Estabas tan bonita… ¿Cómo iba a despertarte?

Se me forma tal nudo en la garganta al oírle que me bajo del lavabo huyendo de su caricia. Estoy preparada mentalmente para muchas cosas, pero no para que el sentimentalismo aparezca de la mano de John. Eso no formaba parte del plan. No sé cómo manejarlo. Será mejor que obvie el comentario y me centre en devolverle el favor que me ha hecho en el comedor.

John se acerca a la ducha doble que hay en la pared de enfrente y manipula los mandos hasta que el agua comienza a invadir el espacio. Me tiende la mano, en un gesto que empieza a ser muy familiar, y yo la acepto encantada. Agua y John: no se me ocurre mejor combinación.

La ducha es espléndida; las paredes son de mármol blanco y el suelo es de madera oscura laminada. Dos grandes alcachofas cuadradas dominan el techo. Al fondo hay estantes con cantidad de artículos de aseo y toallas.

Me coloco desnuda debajo de uno de los chorros y me concentro con la sensación que provoca el agua sobre mi piel. Está templada, incluso un poco fría para mi gusto, pero esa temperatura ayuda a que mis terminaciones nerviosas se aviven, mi piel se tense y la neblina de mi mente comience a dispersarse. Mientras tanto John se enjabona a mi lado, abstraído en sus pensamientos. Le observo deslizar las manos por sus fuertes muslos, por su perfecto abdomen, por su espectacular pecho y sus definidos brazos, frotando mecánicamente cada músculo y rincón de su cuerpo. Su expresión no dice nada, su mirada está perdida en algún punto del suelo de madera; sigue siendo tan azul y preciosa como siempre, pero ahora está vacía. No hay ningún brillo especial, ninguna arruga adorna sus ojos, ni asoma su bonito hoyuelo. Su boca es una dura línea, no la delicia hecha carne que suele ser. Se nota que está lejos, y yo le quiero de vuelta.

—¿Te ayudo con la espalda? —le pregunto.

John levanta la mirada hacia mí, me atraviesa con ella, y poco a poco su rictus cambia. Sus ojos se dulcifican, pero aparece una sonrisa diabólica en su boca.

—Mejor me ayudas con otra cosa.

El agua cae resbalando por todo su espléndido cuerpo. John posa su mano derecha encima de su trabajado pectoral y la desciende sin prisa hasta sus abdominales.

Si tuviera bragas, se me habrían caído.

Sigue deslizando la mano por su cuerpo torneado hasta que llega a su miembro, lo agarra con firmeza y empieza a masturbarse sin dejar de mirarme. Me acerco, hechizada por el erotismo de sus movimientos, y me arrodillo ante él. Físicamente, metafóricamente, espiritualmente y todos los «mentes» imaginables. Ahora creo en dios, y se llama John Taylor.

Miro hacia arriba, ofreciéndome, más que dispuesta a recibir en mi boca su gloriosa erección, y él me pide:

—Abre la boca.

Ni un nanosegundo tardo en hacerle caso. Me sonríe y desliza su miembro por mis labios, impregnándolos de su sabor. Me relamo y gimo. Esta sensación también es nueva. Nunca había apreciado en exceso el sexo oral, ni darlo ni siquiera recibirlo, pero con John se trata casi de una necesidad. Quiero degustarle, saborearle y, por supuesto, darle tanto placer que grite mi nombre hasta pasado mañana. Abro un poco la boca y me introduzco su glande despacio, presionando con los labios. Noto un pequeño espasmo, y una minúscula gotita cae sobre mi lengua.

Yes —sisea, mientras suelta su miembro y me coloca una mano en la parte posterior de la cabeza.

Me crezco ante su reacción y abro más la boca. La meto dentro de mi boca todo lo que puedo y empiezo a mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás, despacio, recorriendo toda su extensión. Vuelvo a notar un pálpito y abro los ojos. John me mira con lascivia, y agarra con más fuerza mi cabeza.

—Lo haces jodidamente bien, baby. Sigue, please, justo así.

Aumento el ritmo. Succiono con más intensidad, con más profundidad. La boca se me llena de saliva. Lamo su glande. Cuando John echa la cabeza para atrás y jadea de la forma más erótica que he oído nunca, me la meto de golpe hasta el fondo de la garganta.

Fuck —gruñe, y me agarra con las dos manos la cabeza, lo que me inmoviliza unos segundos.

Me sorprendo.

Me ahogo.

Me asusto.

Me encanta.

Tira de mí hacia arriba y comienza a besarme frenéticamente. Invade mi boca con su lengua y muerde mis labios mientras sus manos bajan por mis costillas y mis caderas hasta mis nalgas; las amasa y aprieta con fiereza.

—Me vuelve loco tu culo.

Me da un azote que me pone como una moto. En un hábil movimiento me agarra por debajo de los muslos y me coloca alrededor de su cintura, sosteniéndome a pulso con los brazos. Me aferro a sus inmensos hombros y me muevo buscando algo de fricción. Acabo de correrme, pero con este hombre eso no cuenta. Quiero más. Necesito más.

Baby… —murmura mientras muerde mi cuello—, aquí no tenemos condones.

Mierda. ¿Y ahora qué? ¿Uso el sentido común y cortamos el rollo buscando un puto preservativo? ¿O me sincero con lo de la píldora, me lo tiro a pelo y mando al carajo los principios del sexo seguro?

¿Adivináis?

—Tomo la píldora… ¿Puedo fiarme? —pregunto en un susurro, buscando sus ojos.

Me mira con seriedad, asiente y dice un escueto «Clean». Y yo le creo. ¿Por qué? Porque estoy loca por follármelo, seguramente, pero le creo, al fin y al cabo, así que le pido:

—Fuck me, John. Fuck me hard.

Él gruñe con satisfacción y agarra su miembro. Lo coloca en la entrada de mi sexo y de un solo empujón lo hunde hasta el fondo, muy al fondo, al igual que la primera vez. La marca de la casa. Jadeo, agradecida de tenerle dentro, y me abrazo a su cuello.

—Hard enough? —pregunta con voz ronca—. ¿O quieres más? —Sale despacio y repite la embestida. Profunda. Ligeramente dolorosa. Potente. Gimo con la boca pegada a su hombro—. Contéstame, Vega. —Se abre paso de nuevo con su firme erección, cada vez más fuerte, más adentro—. ¿Quieres más?

—Más —logro pedir, incapaz de centrarme en otra cosa que no sea en nuestros sexos en contacto directo.

—Great.

Avanza un par de pasos y mi espalda toca la fría pared de mármol. La sensación es deliciosa. Estoy entre dos bloques duros: uno frío que me mantiene alerta y otro cálido, de boca sucia, que me hace abandonarme.

Las embestidas empiezan a ser cada vez más rápidas, más duras. Me clava los dedos en las caderas y gruñe palabras incomprensibles en inglés enterrado en mi cuello. Trato de ahogar mis gritos contra su hombro y lo muerdo con desesperación. Estoy en el límite, la sensación es insoportable, no puedo atraparla en mi cuerpo y… ¡estalla! Siento un par de embestidas más y John también detona, con un grito animal, primitivo, que me lanza de nuevo a las alturas y me conecta con su placer más allá de los niveles de la consciencia.

Nos deslizamos por la pared hasta el suelo de la ducha. John me lleva hasta su pecho y me abraza. Y yo estoy en algún lugar que se parece mucho a este, pero donde los efectos de la gravedad no se sienten, porque sigo flotando.

—Eso ha sido… —dice John, y exhala una gran bocanada de aire —. So intense, baby.

—Mmmm —contesto, incapacitada para articular palabra alguna.

Noto cómo su pecho se mueve arriba y abajo. Debe de haberle hecho gracia…

—¿Te vas a volver a dormir?

—Mmmm.

Ahora son mis oídos los que captan su risa. ¡Su risa! El mejor de los sonidos.