Pacharán
John y yo entramos en mi piso, cogidos de la mano, y me declaro culpable de sentir un profundo consuelo. Su ausencia me ha pesado más de lo que debiera reconocer, y, ahora mismo, el simple roce de sus dedos me reconforta.
—Ponte cómodo. —Señalo el sofá —. ¿Quieres tomar algo? ¿Café? ¿Cerveza? ¿Pacharán?
—Pacha… ¿qué? —pregunta con una mueca bastante graciosa.
—Pacharán. —Sonrío—. Es un licor dulce.
—Pues uno de esos, por favor.
Voy a la cocina y regreso, poco después, con dos vasos bajos llenos de hielo y del aromático licor. Le ofrezco uno y me siento a su lado un poco cohibida.
—Mmm.
—¿Te gusta?
—Sí, está muy bueno y es fuerte —dice, paladeándolo—. Creo que me hacía falta. Ha sido un día muy… ajetreado.
—Mierda, John. No sabes cuánto lo siento, de verdad.
—No voy a decirte que no tiene importancia, Vega. —Sus preciosos ojos azules se fijan en los míos—. Estoy enfadado. Mucho. Con el gilipollas que grabó el vídeo, con el baboso del futbolista, con David por no llamarme en cuanto te vio… —Resopla y le da otro trago al pacharán—. Pero sobre todo estoy enfadado contigo y conmigo.
—¿Por qué?
—Porque si lo hubiéramos solucionado antes, nada de esto habría ocurrido.
—Ya.
Bajo la mirada.
John deja el vaso sobre la mesita y me agarra de la barbilla con suavidad levantándome la cabeza.
—No te he llamado estas semanas porque no quería molestarte. —Me acaricia la mejilla—. No quería parecer el típico pesado que no acepta un no por respuesta. Pero sabía que lo nuestro no se había cerrado —afirma, convencido—. Estaba seguro de que volveríamos a vernos y de que todo se solucionaría.
Bufo. Quiero llorar. ¿Cómo he podido ser tan idiota? He estado convenciéndome de que él ya había pasado página, de que si no llamaba era porque ya no le importaba, y resulta que solo me estaba dando espacio. Solo estaba pensando en mí.
No estoy acostumbrada a que me traten tan bien, creo que ese es el gran problema. Soy desconfiada. Y no lo soy por naturaleza, no. Lo soy porque me la han jugado muchísimas veces en la vida y, lo que es peor, lo han hecho personas que han sido muy importantes para mí. Aunque insisto: no voy a hablar de mi padre. Puede sonar a excusa, pero, cuando llevas media vida protegiéndote de los demás, cambiar de rutina no es fácil. No es sencillo olvidar algo que se ha convertido en una herramienta básica de supervivencia. Pese a todo, tengo que intentar bloquear esa parte de mí. Si quiero que lo nuestro funcione, tengo que darle margen a John. Tengo que confiar en él.
—Yo creo que, en el fondo, también albergaba cierta esperanza de que esto pudiera solucionarse.
—¿Y por qué no me llamaste?
—¿Necesitas que responda a eso? —Asiente con la cabeza y suspiro—: Porque no podía ni mirarme al espejo después de haber salido corriendo aquella tarde.
—¿Qué pasó, Vega? Por más vueltas que le he dado, no he llegado a ninguna conclusión.
Ahí está. La pregunta más temida. ¿Cómo le cuento a este hombre tan perfecto que soy un saco de inseguridades con patas sin parecer patética? Me dan ganas de inventarme una rocambolesca historia sobre una nueva intolerancia a las fondues, pero John es demasiado listo para tragárselo, y yo no soy tan tonta como para mentirle y echar a perder lo nuestro otra vez.
—Es difícil de explicar, John. Es algo que tiene que ver conmigo, con mis inseguridades. Me incomoda hablar del tema…
—Comprendo que no es fácil, pero necesito entenderte. Para mí tampoco es fácil empezar algo con alguien que no sé si volverá a salir corriendo en cualquier momento.
Tiene razón; yo en su lugar también necesitaría saber a qué atenerme.
—De acuerdo, ahí voy. —Cojo aire y busco en mi cabeza las palabras adecuadas—. Me dio pánico que tú pudieras sentir algo por mí.
John me mira con incredulidad y, cuando por fin lo comprende, me da un beso cargado de emoción. No hay pasión, ni humedad ni lenguas desenfrenadas adornándolo; pero es un beso tan intenso, tan bonito, tan sincero, que me llega más que ningún otro.
Me relajo entre sus brazos y me doy cuenta de que me he liberado. Ya no tengo la obligación de ser perfecta ni parecerlo. John me acepta como soy. Aunque sigo sin entender por qué tengo la suerte de ser la elegida, no voy a cuestionar su criterio. Nunca más.
Me aprieto contra su torso y profundizo el beso. John gime, pero me aparta con cuidado.
—Quiero explicarte algo antes… —Su rictus se torna serio, casi profesional. Huy, huy, qué miedito me está dando.
—¿Necesitamos más pacharán? —pregunto medio en broma. Si él quiere otro, yo me apunto.
—No. —Sonríe levemente—. Pero a lo mejor necesitarías un abogado…
Pestañeo y cruzo los brazos bajo el pecho. Él se gira, alcanza la cazadora que ha dejado en el respaldo del sofá y saca de un bolsillo su iPhone. Trastea un rato con el aparatito y vuelve su pantalla hacia mí mostrándome una foto, un poco oscura, de una chica despampanante.
—¿¡Estás casado!? —pregunto sobresaltada.
—¡No! —Rompe a reír. Pues yo no le veo la gracia—. ¿Por qué me preguntas eso ahora?
—Pues… porque me enseñas la foto de la tía buena esa y, como no sé quién es, he pensado que podía ser tu mujer…
—Y te iba a enseñar una foto de ella ¿con qué propósito? —Arquea las cejas—. Mírala bien, por favor.
Me centro con más detalle en la imagen y me llama la atención la ropa que lleva puesta la chica. Esos minishorts negros, esa blusa… Pero… ¡Si soy yo!
¡Yo soy la tía buena!
Estoy subida en la tarima del Dark, mirando de lado, con expresión altiva y muy favorecida por la luz. ¡Joder! No sabe el mundo del estilismo lo que ha perdido con Sara.
—¿Ya te has reconocido?
—Soy tonta de remate. —Le miro, ruborizada—. Es de la noche que nos conocimos. Estaba buscando a Sara, justo antes de ser acosada por tu amiguito David.
—Nuestro amiguito —me corrige—. Le debes una por lo de anoche. Y yo también.
—¿Tú?
Levanto una ceja como señal de escepticismo. John se inclina sobre mí y baja el tono de su voz.
—¿Qué habría pasado si no le hubieras visto anoche?
—Eso nunca lo sabremos. —Zanjo el tema.
—¿Te acordaste de mí? —pregunta buscando mi mirada—. Al ver a David, ¿pensaste en mí y ya no pudiste seguir?
¡Pues claro! ¿¡Cómo iba a seguir besando a aquel tipo con estos ojos azules en mi cabeza!?
—Podría haber seguido —le aseguro—, pero habría sido utilizar a Fabio. Habría intentado buscar en él lo que no podía tener contigo, y no habría resultado justo para nadie. —John sonríe con franqueza, y yo reflejo su gesto—. Pero nos estamos desviando del tema. ¿Para qué me has enseñado la foto?
—Esa parte es más… delicada. —Hace una mueca de disgusto—. Te he enseñado la foto para demostrarte que tu imagen me impactó tanto que tuve que guardarla en el móvil por miedo a que mi memoria me fallara. Y me gustaría aclarar que nunca hago fotos a mujeres desconocidas, pero contigo no tuve más remedio. Fue… un impulso.
—¿Voy llamando a mi abogado?
—Espera un poco, me temo que hay más.
—¡Voy a por el pacharán! —exclamo nerviosa. Intento levantarme, pero John es más rápido, y termino sentada a horcajadas sobre él. Mete las manos por debajo de mi sudadera y acaricia mi cintura. Levanta sus ojos hasta la altura de los míos y me dice a media voz:
—Cuando me fui del hotel la mañana siguiente, no podía dejar de pensar en ti.
Oh, qué bonito. Y no bromeo, es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca. Le doy un beso pequeñito en agradecimiento y él se sonroja. ¡John! El que curra de James Bond, el empotrador profesional, ese, ¡se sonroja! Me lo comería, pero él se recompone y prosigue con su confesión:
—Suena muy cursi, pero es verdad. —Cursi, dice. Pues no opinan lo mismo mis braguitas—. No hacía más que pensar en la conversación que tuvimos en aquella plaza y, después, en aquel antro al que me llevaste, en lo diferente que me pareciste, en el beso de dos horas, en cómo temblabas cuando subíamos en el ascensor del hotel, en cada rincón de tu cuerpo que conocí y los que me quedan por descubrir, y, aunque reconozco que está mal, te investigué. Necesitaba saber más de ti.
—¿Y no podías haberme preguntado? —Ladeo la cabeza. Estoy un poco enternecida, y me siento halagada, pero mis derechos siguen vulnerados.
—Yo no… No hago las cosas así. —Aparta la mirada. Cuando vuelve a fijarla en mí, ya no es tan expresiva—. Mi profesión es muy complicada. Mi vida, en general, lo es. Como medida de protección suelo ordenar informes de todo mi entorno. Pero en tu caso… eso es una excusa —me dice con sinceridad—. El único motivo que me movió a obtener información sobre ti fue que esa noche causaste un impacto sobre mí. Uno fuerte. Me removiste algo dentro… —Se señala el pecho—. Y los momentos que he vivido contigo después han sido idénticos. La sensación no desaparece, Vega.
Inspiro profundamente para contener el escalofrío que me baja por la espalda. Por supuesto que la sensación no desaparece, cada vez es más grande, más intensa. Y yo también la siento. Joder. La siento por todo el cuerpo.
—Pregúntame primero la próxima vez que quieras saber algo de mí, ¿ok?
John asiente. Hasta con un ojo morado sigue siendo el hombre más guapo. Acaricio su mejilla y la piel de su mandíbula, siempre tan suave. Él mueve las manos que tiene bajo mi sudadera, las aprieta en mi cintura. Toda mi piel se eriza. El corazón se me dispara. Por decisión propia, mis brazos vuelan hasta su cuello y mis dedos se enredan entre los mechones castaños de su nuca. Él ladea una sonrisa y se acerca a mi boca. Besa despacio mis labios, mi barbilla, mi cuello. Cuando jadeo, sube hasta mi oído.
—Solo quiero saber una cosa más. —Pellizca con los labios el lóbulo de mi oreja—. Anoche… ¿te calentaba él así, baby?
Mi sexo palpita con la pregunta. Gimo una negación. Él acaricia mi cadera, mi espalda, y se aventura por debajo de mi ropa interior, hasta mi trasero; lo aprieta y me pega a su cuerpo. Noto su excitación presionando mi sexo. Vuelvo a gemir.
—No me estás contestando… —Me mueve sobre su regazo. La fricción es deliciosa—. ¿Te ponía él así?
Niego con la cabeza y abro más las piernas. Él desliza una mano bajo mi ropa interior, por la unión de mis nalgas, hasta mi sexo. Introduce un dedo gruñendo.
—Joder, John…
—¿Te mojabas así con él?
Tiro del pelo de su nuca para atraer su boca a la mía. No puedo hablar. Solo necesito besarle. Y que siga moviendo los dedos justo como lo está haciendo.
Nos besamos como animales. Todo lenguas y ganas. Meto una mano entre nosotros y palpo su definido abdomen buscando el cierre de su cinturón. Casi se lo arranco. John me ayuda a bajarse los pantalones lo justo para liberar a su erección, pero solo con su mano izquierda. La derecha sigue volviéndome loca, hundiéndose en mi sexo y apretando mi trasero. Noto un crujido de tela. Fuerte. Creo que ha sido la costura de mis mallas.
John sube mi pierna derecha hasta su costado, echa a un lado mis braguitas y su miembro toma el relevo de sus dedos. De una sola vez. Hasta el fondo. Chillo tan fuerte me duele la garganta. Pongo las palmas de las manos sobre sus hombros. John pega su frente a la mía. Nos falta el aire. Sus dedos se clavan en mi muslo y mi nalga.
—Contesta, Vega. ¿Sentías esto con él?
Retrocede despacio y vuelve a empotrarse en mí.
—¡No! —grito.
—No, claro que no.
Ataca mi boca, exigente, y le devuelvo el beso con todas mis ganas. Adelanto la cadera, acompasándome a su ritmo. No me lo pone fácil. Cada vez se mueve más deprisa. Ya apenas siento la carne que aprieta entre sus dedos. Me folla como un loco. Me maneja como si mi cuerpo fuera el suyo. Y yo le dejo. Encantada. Absorbo lo que tiene para darme y me lleno. Del todo.
John sube la pierna que tengo apoyada en su cadera, abriéndome para profundizar más la penetración. Y, pese a que los abductores me arden, estoy llegando. Le noto tan dentro…
—Te vas a correr —jadea.
Me agarro con fuerza a su nuca sudada y asiento. Su sonrisa crece tanto que aparece hasta su hoyuelo. Me lo como. Literalmente. Devoro sus labios, los muerdo, los lamo, hasta le tiro del pelo. Me siento arder. Necesito más, y a la vez necesito que pare. Todo empieza a ser demasiado intenso. John entra y sale de mí desatado. Me tenso. Tiemblo. Noto su miembro palpitar en mi interior y, con la primera descarga cálida, simplemente… revivo.