27

¿No os había dicho que no me despertarais?

Me enciendo un cigarro en cuanto salgo a la calle, y tengo que reprimirme para no emprenderla a patadas con los contenedores de la basura que hay junto a la acera. ¡¿Pero es que Drago se ha vuelto loco?!

John aparece, buscándome con la mirada.

—Estoy aquí —murmuro.

Acorta con un par de zancadas los pocos metros que nos separan, me quita el cigarrillo y se apoya en la pared.

—¿Estás bien? —Le da una calada honda.

«¡De puta madre! ¿No me ves?», me apetece contestarle, pero él no tiene la culpa de que Francesco haya sufrido un cortocircuito cerebral.

—Estoy que muerdo, John.

Da otra calada y suelta el humo con fuerza.

—Te confieso, baby, que es la primera vez en mi vida adulta que no sé cómo actuar. Lo que me pide el cuerpo es entrar en el restaurante y explicarle a tu amiguito un par de cosas sin palabras, pero, precisamente porque es tu amigo, no me resulta tan buena idea… ¿Suele comportarse siempre así?

—No lo sé. Le conozco menos de lo que pensaba… —Expulso el humo y le paso el cigarro—. Pero no. Conmigo es la primera vez que lo hace. No entiendo qué le ha podido pasar.

—¿Puede estar celoso?

—Hombre, pues… no sé. Le parecerás guapo, seguro, pero…

John me mira con los ojos muy abiertos y yo… Yo me quiero morir.

—John, no te he dicho nada, ¿vale?

—Claro que no, ¿de qué hablas? —pregunta con media sonrisa. Tira el cigarrillo al suelo, lo pisa con la punta del zapato y me tiende la mano—. Ven.

Me acerco a él sin dudarlo y me cobijo entre sus brazos. Me quiero ir con él y olvidarme de todo, pero he dejado a Sara dentro y… ¡¡He dejado a Sara dentro con Drago!!

Me separo de John con cara de pánico, y ni tiempo me da a regresar al restaurante cuando Sara es acompañada a la puerta por uno de los camareros.

—¡Que me la pela que seas un tío! ¿Eh? ¡Que sé defensa personal y te rompo las pelotas en un solo movimiento!

—¡Sara!

—Suelte a la señora, nosotros nos encargamos —le dice John al camarero en un tono que no admite réplica.

—Yo, encantado de librarme de esta loca. Toma, toda tuya. —Empuja a Sara en medio de la acera.

—A mi amiga no la tratas tú así —me encaro con el empleado.

—Ya está bien. Vámonos —sentencia John.

Nos conduce hasta el coche, que nos espera junto a la acera. Nos acomoda a las dos en el asiento de atrás y él hace lo propio en el del copiloto.

—¿Dónde vives, Sara? —pregunta.

—En la calle Desengaño —responde ella.

John le pide al conductor que arranque y saca su móvil del bolsillo interior de la chaqueta.

Miro a mi amiga por el rabillo del ojo y ella a mí, y nos empieza a entrar la risa tonta. A ver, nos hemos visto en situaciones peores —si no, que pregunten a los seguratas de los cines Callao, pero, bueno, esa es otra historia—, aunque esta vez estamos avergonzadas, porque John ha tenido que ejercer de adulto responsable con nosotras. Si de esta no sale corriendo por las colinas, va a ser verdad que le gusto. Y mucho.

—¿Qué le has hecho a Drago? —le pregunto a Sara por lo bajini, pegándole codazos para que no se ría.

—Nada… Bueno, le he puesto la jarra de margarita de sombrero, ¿qué pasa? No se merecía menos.

—Ya, Sarita. A mí también me han dado ganas, pero vaya circo hemos montado… —digo mirando de reojo a John, que sigue enfrascado en su móvil—. ¿Qué coño le habrá ocurrido a Drago? Estaba tan contento y, de repente, le ha entrado el siroco y ha empezado a atacarme como un descosido… O por lo menos yo lo he sentido así…

—Ha sido así. No es cosa tuya, cari —asiente—. No sé, yo creo que son celos.

—A ver, Sara, que ya te lo he explicado, que Drago y yo no tenemos ese tipo de relación…

—No tienen que ser celos amorosos, cari.

Mmm, no es mala teoría.

Drago puede estar celosillo, porque desde que John ha vuelto no le he prestado mucha atención. Y las semanas anteriores tampoco, porque con toda la mierda de las amenazas y la prensa y la madre del cordero, no he podido dedicarle el tiempo que quizá necesitaba… En fin, tengo que hablar con él, está claro, pero no pienso ser yo la que dé el primer paso. El que se ha salido del tiesto ha sido él, ¿no? Pues ya sabe cuál es mi número de teléfono.

Dejamos en casa a Sara, que promete llamarme mañana, y John aprovecha para sentarse en la parte de atrás del vehículo. Esta vez soy yo quien se desabrocha el cinturón de seguridad en cuanto nos ponemos en marcha y me pego a él.

—¿Estás enfadado conmigo? —susurro.

—No.

—Vale —digo no muy convencida, y me acurruco bajo su brazo.

No tengo por qué dudar de su palabra, pero cualquiera diría que miente, viendo su semblante. Está serio. Muy serio. Lo mismo es cierto que no está enfadado y lo que le sucede es que se ha dado cuenta de que se ha encaprichado de una niñata que tiene unos amigos jodidos de la cabeza que van montando espectáculos circenses por el mundo. Y lo malo es que no le faltaría razón.

—Vega —dice al cabo de un rato—. Me voy a Londres mañana.

—Ah. —Mierda, mierda, mierda. No huye por las colinas, pero se aleja de mí en avión, que es peor—. ¿Tu viaje tiene algo que ver con lo de esta noche?

—En absoluto. ¿Por qué piensas eso? —Se gira hacia mí y me levanta la barbilla para que le mire.

—No sé, lo mismo te han dado ganas de salir corriendo después del numerito…

—Vega, nada ha sido culpa tuya, ¿de acuerdo? —Asiento—. Y yo no voy a salir corriendo para alejarme de ti, ¿vale?

—Vale. —Le doy un besito, pero sigo sin convencerme—. Entonces ¿qué es lo que te pasa, John?

Suspira profundamente.

—Creo que no voy a poder quedarme mucho más en Madrid.

—¿No?

Niega con la cabeza.

—Lo de Londres es para preparar una cumbre en Israel. No está cerrado todavía, pero seguramente deba viajar a Oriente Medio en breve.

—¿Cuánto tiempo?

—Eso nunca se sabe. Pueden ser un par de semanas… o alargarse y tener que establecerme allí unos meses, no lo sé.

¡Meses! Madre mía…

—Vaya…

—Sí, vaya. —Baja la mirada y murmura—: Intentaré venir todo lo que pueda, pero no quiero crearnos falsas esperanzas.

—Esto va a ser siempre así, ¿verdad? —pregunto, rezando a todos los santos para que diga algo como: «¡Qué va! Si este verano me jubilo».

—Seguramente —responde, y su abrazo se estrecha.

Creo que los dos pensamos lo mismo. Sabemos la verdad que subyace en sus palabras, pero, quizá, si no lo decimos en alto, no pase, ¿no? Cosas más raras se han visto…

Llegamos a la suite con el ánimo por los suelos. Nos desnudamos despacio y nos metemos en la cama sin decir una sola palabra. Nos tumbamos de lado, todo lo cerca que podemos para seguir mirándonos a los ojos. Enredamos nuestras piernas y las caricias empiezan a volar por nuestra piel. Trato de grabar en mi memoria el momento, formar un recuerdo sólido en el que abrigarme cuando no pueda sentir su calor.

—Vega, yo… —dice dubitativo—. No puedo pedirte que me esperes.

—¿Estás rompiendo conmigo? —pregunto aterrorizada.

—No, baby.—Me aprieta contra su cuerpo—. Es solo que… me siento egoísta.

—¿Por qué? —Frunzo el ceño.

—Porque mi forma de vida está marcando el ritmo de nuestra relación. Porque no puedo ofrecerte una fecha de retorno. Porque nunca voy a ofrecerte la seguridad de un horario previsible… Me atormenta la idea de que vayas a malgastar tu tiempo esperándome.

Otra vez aparece esa angustia en John, y, otra vez, mi respuesta es la misma: me obligo a ser fuerte.

—Yo… quiero estar contigo, John. Claro que me encantaría tenerte en Madrid siempre, pero, si nuestra relación es así…, aprenderé a esperarte.

—Haré que merezca la pena. —Me abraza con fuerza.

No quiero que esta noche sea triste. Bastante feas serán ya las que nos quedan por pasar separados. Hay que aprovechar el momento.

Deslizo la nariz por su cuello. Acaricio los contornos de los músculos de su espalda y acerco mis caderas a las suyas. Siento sus manos resbalando por mis costados hasta que atrapan mis nalgas desnudas. Dejo pequeños mordiscos en su mandíbula y beso su mejilla y la comisura de sus jugosos labios. John intenta atrapar mi boca, pero me alejo, juguetona, y me subo a horcajadas sobre él. Coloco las palmas de las manos sobre sus duros pectorales y me froto contra su miembro, que empieza a despertar. Me inclino sobre su pecho y lamo y mordisqueo sus prominentes músculos, su cuello, sus suaves mejillas. Después, deslizo su erección dentro de mí. De una vez. Hasta el fondo. Como a John le gusta. Como a mí me gusta.

Baby —gruñe entre dientes, cerrando los ojos con fuerza—. Estás tan mojada…

—Tú lo provocas, cariño.

John abre los ojos de golpe y levanta sus caderas, sujetando mi cintura para que no pueda moverme. Sale despacio de mí, casi al completo, y vuelve a entrar de un solo envite que me corta la respiración. Gimo fuerte:

—Me llenas.

—Tú me completas. Míralo. —Dirige su mirada a nuestros sexos unidos—. Así es como debe ser. Solo nosotros.

Sus ojos recorren mi vientre y mis pechos y, al llegar a mis ojos, comienza de nuevo a moverse. Agarrado a mi cintura, entra y sale de mí, sin prisa, alargando cada movimiento, haciendo arder cada centímetro de mi piel. Me acompaso a sus embestidas y él baja la mirada hasta mis pechos, que se mueven al compás de sus caderas.

—Nunca había deseado tanto a nadie —dice entre jadeos.

—Yo tampoco. —Busco su boca, necesito besarle.

John se incorpora, moviéndonos a los dos, y apoya su espalda en el cabecero de la cama. Muevo las piernas y las abrazo a su cintura. Le siento en el fondo de mi sexo y gimo complacida. John ataca mi boca y comienza a moverse más deprisa.

Y nos corremos, sin explosiones ni viajes siderales. Solo nos elevamos juntos más allá de nuestros cuerpos y conectamos como estoy segura de que nunca podría hacerlo con otra persona.

Como intuí la primera vez que le vi, mi vida ya nunca volverá a ser la misma.

Una hora más tarde, después de ducharnos, lavarnos los dientes y demás tareas de higiene personal, estoy sobre la cama secándome el pelo con una toalla y John está buscando ropa limpia para dormir. Todo es tan natural, tan normal, me siento tan cómoda…, que voy a echar de menos hasta la suite. Miro alrededor, intentando que todos los detalles se queden grabados a fuego en mi memoria. El verde y dorado de las cortinas, la madera de nogal de las puertas del baño y de…

—Oye —le digo a John—. La puerta misteriosa esa ¿qué es? ¿Donde ocultas tus reservas de uranio enriquecido?

—¿Qué puerta? —pregunta con una sonrisa, y me pasa una camiseta negra: mi nuevo camisón preferido.

—Esa. —Le señalo la puerta que hay en la pared que tengo a la izquierda.

—Ah, esa —dice vistiéndose—. Es la puerta de mi cuarto sado. Hablando con Leticia el otro día, me recomendó un par de cosas… —Me río. Está de broma, evidentemente. ¿O no?—. Pero si no quieres probar, no pasa nada. Puedo devolverlo todo —dice, serio.

—Te estás quedando conmigo —afirmo, pero, como no termino de convencerme, me levanto de la cama y abro la puerta.

Madre…, ¡qué pedazo de vestidor!

Es más grande, si cabe, que el de Sara. Todo revestido de madera oscura y con millones de cajones, estantes, zapateros, repisitas y esas cucadas para tenerlo todo ordenado. Está lleno de la ropa de John, como es lógico, y huele a su delicioso aroma con notas cítricas.

—¿Puedo vivir aquí cuando te vayas? —bromeo, asomando la cabeza por la puerta.

—¿En la suite?

—No, aquí, en el vestidor.

—No puedes vivir en un vestidor. —Sonríe y niega con la cabeza mientras se mete en la cama.

—En este sí —le aseguro.

—Anda, loca, ven aquí. —Da unas palmaditas al colchón, y me subo a la cama de un brinco—. ¿Te gustaría vivir conmigo? —me pregunta.

—¿Y yo soy la loca?

Me apretujo debajo de su brazo y le doy un par de besitos en el pecho.

—Hablo en serio, Vega.

—Imposible.

—¿Por qué? —Tira de mi barbilla para que le mire.

—Porque tú no vives en ningún sitio, eres… un nómada. Y tiene su punto guay, no me malinterpretes, pero…

—¿Quieres ser mi compañera nómada? —me pregunta en voz baja, y en sus ojos aparece una luz que me deja fuera de juego.

—¿Te importaría no ser tan jodidamente tentador?

—¿Eso es un sí? —pregunta comidiendo una sonrisa.

Inspiro hondo.

—Eso es un «no sé ni por dónde empezar a plantear ese tema». —Suelto el aire de golpe—. ¿No te parece demasiado pronto para…? —No puedo terminar la frase por miedo.

—No me parece pronto, pero… —Él no puede terminar la frase porque alguien llama a la puerta de la suite—. ¿Has pedido algo? —me pregunta extrañado. Niego con la cabeza—. Qué raro. —Sale de la cama para abrir la puerta. Me incorporo y agudizo el oído. Se oyen voces de fondo. Creo que es un hombre con quien habla. Las voces se elevan. Sí, es un hombre, y me suena… De repente, escucho un golpe seco.

¡Pam!

Corro hacia el salón y… ¡¿Pero esto qué es?! John tiene agarrado a Drago por las solapas del traje. Le ha estampado contra la pared de la entrada. Le habla muy cerca de la cara, en un tono amenazador que nunca le había oído utilizar.

—Te he dicho que no me empujaras. No vas a verla. No estás en condiciones de ver a nadie.

—¡Suéltame, cabrón!

John se inclina sobre Drago.

—Suéltale, John, por favor.

John aprieta la mandíbula, pero me hace caso: abre las manos y da un paso atrás.

Drago se estira la ropa y se acerca a mí a trompicones.

—Muy bien, perrito —masculla.

John da un paso hacia él. Yo pego un grito:

—¡Ya está bien, joder! —Los dos se quedan quietos. Miro a Drago, profundamente decepcionada—. ¿Qué coño estás haciendo?

Los ojos oscuros de mi amigo deambulan por mi cara unos segundos. Después, agacha la cabeza y empieza a sollozar.

—No lo sé, bella. No lo sé…

Miro a John.

—Tengo que hablar con él.

Asiente con la cabeza.

—Te espero en el dormitorio.

—No, no te vayas.

No quiero que se sienta excluido después de haber sido tratado a empujones e insultado por mi amigo. Me acerco a Drago y le tiendo la mano. Él la agarra y se deja llevar hacia los sillones.

—¿Quieres un poco de agua? —le pregunto.

—Mejor un copazo.

—¿No entrenas mañana?

—No. Estoy de vacaciones —dice crípticamente.

—¿Desde cuándo? —pregunto sorprendida.

—Desde que acabó la liga.

—Pero te estabas preparando para el Mundial…

—No me van a seleccionar. —Rehúye mi mirada—. Bueno, ¿me pones esa copa?

—No. Ya has bebido demasiado. Tú no eres tan irresponsable.

—¿Estás segura? —pregunta con ironía.

—Mira, de lo que estoy segura es de que estoy haciendo un esfuerzo titánico para mantener la calma y hablar contigo y que tú no estás colaborando mucho. Haz el favor de sentarte en el puto sofá y contarme de una vez lo que te pasa.

Nos sentamos, Francesco en el que está de espaldas a la entrada y John y yo en el más grande, a la izquierda. Durante unos minutos no se oye ni una mosca. Mi amigo no arranca, solo se muerde las uñas, y yo no tengo ni idea de por dónde empezar, así que le pregunto:

—¿Por qué no dices nada?

—Es que… —Mira a John de refilón.

—Él lo sabe —murmuro avergonzada.

—¡Joder, Vega!

—Lo siento mucho, de verdad. Se me escapó al salir del restaurante. Estaba tan cabreada que no controlaba lo que soltaba.

—Lo que dice es cierto —murmura John.

Francesco me mira fijamente, suspira y deja caer los hombros.

—Bueno, supongo que no puedo culparte, después de la que te he montado…

—Sí que puedes, Fran. No tiene nada que ver. Aunque preferiría que no nos descentráramos.

—Ya. Bueno. A ver cómo te lo cuento… —Traga saliva—. Erik, el del Bayern de Múnich, me escribió para felicitarme cuando se enteró de que iba a recuperar la titularidad en mi equipo —dice nervioso. Su frente despejada está llena de gotitas de sudor—. Y, bueno, a partir de entonces empezamos a hablar y la cosa iba más o menos bien, con historias que quedaban pendientes entre nosotros, pero parecía que podíamos, no sé, arreglarlo y empezar de nuevo… —Se explica con dificultad, y vuelve a tragar saliva. Está rarísimo—. Y, de repente, ¡a tomar por culo todo! Salieron nuestras fotos y tuvimos una bronca. Y después, las declaraciones de Ania y la volvimos a tener, pero esta vez fue gordísima. —Se ríe nerviosamente—. Erik no me cree, y no le culpo: le he mentido tantas veces… Pero, ¡joder!, es que esta vez es cierto. Ni follo contigo ni me he follado a Ania. Ya no sé cómo decírselo…

—¿Por qué no me lo habías contado antes?

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Empezamos de nuevo tan bien que me dio miedo creérmelo, y enseguida llegó lo de Ania y no sé… —Traga saliva de nuevo—. Esta noche, mientras cenábamos, estábamos escribiéndonos y hemos empezado a discutir otra vez…

Va a ponerse a llorar, y decido abreviar.

—Resumiendo, que estás jodido y lo has pagado conmigo, ¿no?

—No es solo eso. —Mira a John y me dice—: Desde que volvió apenas… apenas te he visto.

—A ver, Fran. —Me sujeto el puente de la nariz—. ¡Es que lleva en Madrid cinco putos minutos! Llegó el sábado y hoy es lunes…

—Si lo entiendo, pero… no sé. Supongo que me he sentido abandonado, no lo sé. —Se muerde las uñas. Está demasiado nervioso. Vale que se le haya juntado todo, pero hay algo que no termino de pillar—. Y luego ha pasado lo del dinero… Que ahora resulta que vas a donarlo porque Sara te ha convencido a la primera, no porque a mí me hayas hecho caso. Eso me ha sentado como una patada en los cojones.

—¿Y qué quieres que te diga, Drago? Sara es mi amiga desde hace tanto tiempo que ni me acuerdo.

—Si ya lo sé…, ya lo sé. —Agacha la cabeza y se la sujeta con las manos—. Pero, de repente, he sentido que no pintaba nada en tu vida. Ni en la de nadie. —Me mira con los ojos enrojecidos—. Tú no me necesitas como yo a ti. Tú tienes a John, a Sara y a Leticia, y yo… Yo no tengo a nadie.

Drago rompe a llorar y yo contemplo cómo se hunde en la autocompasión.

—¿Puedo preguntarte algo? —le dice John.

Drago levanta la cabeza con el ceño fruncido, pero asiente. John adopta un tono formalmente ensayado.

—¿Cuándo has vuelto a consumir cocaína?

Drago se aparta las lágrimas a manotazos y se yergue.

—Yo no…

—No me importa lo que hagas, solo necesito saberlo por ella. ¿Lo entiendes?

Mi amigo agacha la cabeza de nuevo. Se muerde las uñas. Me mira unos segundos y regresa la vista a sus manos.

—Ha sido solo esta semana.

¿¡Cómo!?

—Sigues mintiendo —dice John—. Te recomiendo que pidas ayuda profesional.

—Gracias, tío. Nunca se me habría ocurrido —se burla Drago antes de ponerse en pie—. No os molesto más.

Me mira de reojo y se marcha ante mi falta de reacción. Pero es que no puedo ni cerrar la boca, que tengo abierta de par en par, desde que he oído la palabra «cocaína».

John resopla cuando se cierra la puerta de la suite.

—¿Cómo lo has sabido? —le pregunto.

—Muchos de mis clientes tienen o han tenido problemas con esa mierda. —Me mira a los ojos—. ¿Tú consumes?

—¡No! Bueno, pacharán y algún porro en Nochevieja o así, pero me sientan fatal —bromeo, pero John está muy serio—. John, no pensarás que yo…

—No, Vega, confío en ti. Pero en Francesco no. Y no me gusta que ande a tu alrededor en ese estado.

—Hablaré con él. No tengo ni puta idea de lo que voy a decirle, pero tengo que hacer algo para que reaccione.

—Lo mejor que puedes hacer por él es convencerle para que entre en un centro de desintoxicación.

—Pero eso terminaría con su carrera…

—Mejor terminar con su carrera que con su vida, ¿no crees?