La cabrona
El lunes vuelve a llover a mares, mi oficina continúa siendo gris y fea y mi jefe, un meapilas, y una voz dentro de mi cabeza empieza a preguntarme «¿Qué haces aquí?» Si no fuera porque hablo cinco idiomas y redacto unos informes bastante decentes, jamás me habrían dado este puesto de trabajo. Yo no sé absolutamente nada de mecánica de aviones, y, lo que es más grave, ni siquiera me interesa. Si proyecto mentalmente mi carrera en los próximos años, lo veo todo igual. Esto no va conmigo.
Sé que todos estos pensamientos han estado siempre ahí, pero he tenido que ignorarlos porque no había más opciones. Pero ahora la situación es distinta. Ahora tengo una puerta abierta que, aunque no sé si quiero entrar por ella, es tan tentadora que no la puedo cerrar. Las palabras de John son veneno en mi cabeza. Veneno que corroe las cadenas que atan los sueños por cumplir. La pregunta del millón es: ¿qué quiero hacer realmente?
A la salida del trabajo, sigo intentando encontrar mi vocación perdida y cojo el metro hasta Chueca. He quedado para tomar algo con Sara en el mercado de San Antón. Mientras espero a mi amiga, que no tiene la puntualidad como virtud, me decido a llamar a John. El fin de semana hemos hablamos muy poco y tengo un mono tamaño gorila.
—Hola. ¿Te pillo mal?
—No, iba a llamarte ahora. Estoy comiendo en la oficina.
—Buen provecho.
—Gracias. ¿Qué tal tu día?
—Bueno… —digo con apatía—. ¿Y el tuyo?
—¿Qué ocurre?
—Nada… Que te echo de menos.
—Y yo a ti, baby, pero no podemos dejar que ese sentimiento predomine sobre el resto, ¿no crees?
—Supongo que sí… —No sueno convincente.
—Cuéntame, ¿dónde estás?
—En la terraza del mercado de San Antón, esperando a Sara. —Como siendo invocada, mi amiga aparece doblando la esquina. Acompañada. De David—. Joder…
—¿Qué?
—Nada. —No sé si hago bien en contárselo, pero…—. Bueno, supongo que te enterarás antes o después. Sara y David vienen juntos; creo que lo están, o algo así —susurro.
—No me sorprende. Dale recuerdos a Sara y dile a David que me llame si aprecia sus pelotas.
—Vale. ¿Hablamos luego?
—Lo estoy deseando.
—Que desmanteles muchas amenazas internacionales, cariño. Un besito. Bye.
Cuelgo con las carcajadas de John todavía en mis oídos y saludo a la extraña pareja. David a la luz del día llama más la atención. Su pelo rubio destaca y su cara de niño bonito resplandece. O lo mismo no es la luz y es el efecto de pasar por la cama de Sara, que, según dice de sí misma, es una diosa del sexo. Él parece un poco cortado, y no sé muy bien qué pinta aquí, pero, en fin, habrá que confraternizar. Es el mejor amigo de John y ahora el rollo de Sara. Me toca olvidarme de brindis malvados y de manoseos indebidos. O no, ya veremos…
Pedimos una ronda de bebidas, le doy a David el recado de John, charlamos sobre el tiempo, que hay que ver lo bueno que hace esta tarde con lo que ha llovido esta mañana, y tonterías varias, hasta que Sara monopoliza la conversación y nos cuenta con pelos y señales su experiencia en Dubái. Ya es la segunda vez que escucho la historia, así que desconecto un poco y me centro en mi Coca-Cola. En cambio, David ni pestañea. Y le entiendo: la pasión con la que Sara lo cuenta encandila a cualquiera.
Cuando llega la segunda ronda, mi amiga centra su atención en mí.
—Bueno, cari, y ¿qué tal por la ciudad de los rascacielos?
Tengo muchísimas ganas de contarle mi semana, pero mi amiga podía haberlo previsto y haber dejado en su casa —que no sé dónde está, ni me interesa— a David. Con él delante no puedo ser lo concreta que me gustaría…
—Pues, en general, muy bien. La ciudad me ha encantado, aunque se me han quedado un montón de cosas por ver.
—Coneja —susurra Sara.
Le pego una patada por debajo de la mesa y nos reímos.
—¿Qué tal fue el supercóctel? —me pregunta—. Ibas taaan ideal con el Dior…
—Bien, aunque un poco aburrido. Mucho senador, mucho diplomático y mucho pez gordo.
—¿Había famosos?
—Pues alguno había —digo recordando—. Vi a un par de actores, e iba a actuar la mujer esta…, la que es un poco hortera…, que canta en plan moñas y va siempre embutida como una morcilla…
—¡Mariah Carey!
—¡Esa! Pero no llegué a escucharla; nos fuimos antes.
David carraspea.
—¿Habláis del aniversario del senador Blunt? —Asiento, y David abre los ojos como platos—. ¿John te llevó?
—Pues claro, hombre. No se iba a presentar ella allí sola —bromea Sara—. ¿Y cómo no la iba a llevar? Con lo guapa que iba y lo lista que es mi niña… Seguro que causaste sensación, cari.
—Bueno… Oye, David, y ¿por qué te sorprende que John me llevara?
—No pienses mal, es que… ¿Estaba April? —pregunta con cautela.
Mmm. David está preocupado. Debe de conocerla bien.
—¿Quién es April? —pregunta Sara.
—La ex de John —le digo.
—¿Y estaba en el cóctel?
—Sí, es la hija de los Blunt. —Sara empieza a atar cabos, y desvío mi atención a David de nuevo—. También estaba su prometido —dejo caer.
—¿Os dijeron algo? —pregunta, tenso.
—Ella no, pero Treymont sí que se acercó, aunque no soltó más que tonterías, la verdad. Por lo visto, son tal para cual. —David asiente convencido, y ya me suelto—. También nos los encontramos otro día en un restaurante y ella me montó un numerito en el baño.
—¿¡Cómo!? —grita Sara—. ¿Se puso en plan ex despechada?
—No, fue más bien en plan «Ojito con John, que no es trigo limpio». —David niega con la cabeza, estupefacto, y añado—: Yo no me creí nada, pero fue muy desagradable.
Y me muerdo la lengua porque no quiero que se me escape que también estoy casi segura de que me ha enviado amenazas. Paso de liarla. No quiero darle el gusto.
—¡No me jodas, cari! Menuda cabrona.
—No lo sabes bien —murmura David.
Las dos nos giramos hacia él y Sara le pregunta:
—¿Muy cabrona?
David duda, se le ve en la cara, pero algún raro influjo debe de ejercer Sara sobre él, porque, al cabo de unos segundos, desembucha:
—Tanto como para estar dispuesta a acostarse conmigo siendo todavía la prometida de John.
Alucina, vecina.
—Pero, a ver, David —digo pensando en lo que acabo de oír—. Eso también implica que tú…
—Yo solo tiré el anzuelo para que picara. —Levanto una ceja con escepticismo, y Sara se ríe—. No me miréis así, no os estoy mintiendo —dice ofendido—. Gracias a aquello se decidió a dejarla.
Si es verdad lo que dice, la que debería dar las gracias soy yo, pero, no sé, ¿y si no es verdad? ¿Y si solo lo dice para defenderse?
—Sé que no tengo por qué dudar de tu palabra, David, pero…
—Si quieres te lo explico y juzgas tú misma —dice sin titubear—. A John no le va a importar que te lo cuente, y tú mereces saber con qué clase de mujer te enfrentas, porque, créeme, Vega: April va a ir a por ti.
—¡Que se atreva! —chilla Sara.
Le aprieto la rodilla y le pido a David:
—Cuéntamelo, por favor.
David pega un trago a su bebida y me dice:
—Fue hace un par de años en Londres. John llevaba unas semanas muy mal por el fallecimiento de su hermano; quería romper con todo, pero no terminaba de decidirse. Supongo que se veía obligado a seguir para adelante con esa relación, aunque ya no era lo que quería, porque, joder, después de llevar cinco años prometido se supone que era lo que debía hacer, ¿no? —Ambas asentimos, y prosigue—: El tema es que April estuvo interesada en mis pantalones prácticamente desde que la conocí. Todos esos años se las ingenió de mil maneras para que yo me fuera a la cama con ella, pero no lo consiguió.
—¿John sabía eso? —Frunzo el ceño.
David sonríe con burla.
—Creo que se dio cuenta antes que yo.
—¿Y no hizo nada al respecto? —pregunta Sara.
—¿Para qué? Ellos no estaban juntos por amor. Se gustaban y se llevaban bien, pero su relación era más… una cuestión de estatus para él y de dinero para ella.
Sara tarda unos segundos en procesar la información y, después, me mira con orgullo. Yo también me siento orgullosa de haber llegado a conectar de verdad con John.
—¿Y qué es lo que pasó en Londres? —le pregunta.
David da otro trago.
—John llegó a la ciudad muy mal, como os he dicho. Necesitaba evadirse, aclararse…, pero April, que de tonta no tiene nada, fue a buscarle unos días más tarde.
—Quería atarle en corto —dice Sara.
David asiente.
—Se presentó en mi casa, preguntando por él, y a mí se me ocurrió… una idea.
Sara sonríe.
—Y tú y yo sabemos el peligro que tienes cuando te pones creativo…
—Y yo —apostillo. David me mira—. Recuerda cómo nos conocimos, majo.
Levanto mi refresco y replico su brindis del Invictus. David carraspea.
—Volviendo a la historia… April se presentó en mi casa y a mí se me ocurrió ponerle una copa para que se relajara mientras me aseguraba de que John estaba en un… club que frecuentábamos.
—¡¿Un puticlub?! —chillo.
El camarero que está sirviendo la mesa de al lado casi bautiza con vermut a su cliente. Sara se ríe.
—Un club privado —dice David—. Y muy exclusivo. Donde solo se paga por entrar, no por el sexo que vas a tener después con los otros socios.
—Entiendo —digo más tranquila. Puedo aceptar que John sea un pervertido, y bien que me lo gozo, pero no que sea un putero.
—Bueno, sigue —ordena Sara a David—. ¿Llevaste a la tiparraca esa al club o qué?
David vuelve a asentir.
—Llevé a April al club, la invité a otra copa y esperé a que apareciera John por el bar. Siempre se tomaba un whisky después de… —Me mira y se interrumpe—. Ella entendió que estábamos en una cita que iba a terminar en alguna de las habitaciones del club. Empezó a acariciarme casualmente, yo le seguí el juego y, cuando su prometido llegó, la encontró agarrándome la polla por encima del pantalón.
—Joder… —musito. Me imagino a John presenciando la escena y se me pone el pelo de punta. Por mucho que en el fondo no la quisiera, no deja de ser tu prometida agarrada al pene de tu mejor amigo—. Un poco heavy, ¿no?
—Con John es lo único que funciona —dice, tajante—. Ha visto de todo en la vida, y está acostumbrado a lidiar con situaciones muy, muy complicadas. Solo podía hacerle reaccionar así. Dándole algo que le impactase.
—Además, le diste la excusa perfecta para romper con April —apunta Sara.
—Eso pensé… Y el tema es que fue lo que utilizó para ello, pero él me retiró la palabra. Varios meses. —Tuerce la boca y después sonríe—. Nos reconciliamos cuando April asimiló que la ruptura era definitiva y tuvo… un par de rabietas. —Las dos le miramos con el ceño fruncido—. Quiso vengarse de mí y causar daño a John a través de alguien querido, pero solo hizo el ridículo. Primero se creó un perfil falso que iba soltando basura en todas mis redes sociales. Tardé en descubrirla una hora. —Se ríe.
—Menuda gilipollas —dice Sara—. ¡Eres policía! ¿Qué pensaba que iba a ocurrir?
—April nunca piensa en las consecuencias. Nunca. Es una niña mimada. No sabe encajar que las cosas no son siempre como ella quiere. Si algo le sale mal, su familia se encarga de arreglarlo.
—Pues con John no ha sido así —digo, levantando la barbilla.
—Claro. Por eso, después del ridículo de las redes sociales, me denunció por agresión sexual.
—No me jodas… —Sara le mira con los ojos muy abiertos—. Hija de puta… Con eso no se juega.
—La denuncia finalmente fue desestimada, pero fui investigado dentro y fuera del Cuerpo. El primero que testificó a mi favor fue John. —Apura su bebida y me mira—. Ahora que April sabe que eres su pareja… —Chasca la lengua contra el paladar—. Voy a darte mi número personal, por si lo necesitas.
—Luego se lo doy yo —le sonríe Sara.
David le devuelve la sonrisa y yo estoy por irme, para dejar solos a los tortolitos y para poder procesar todo lo que acabo de escuchar, pero el de Scotland Yard se me adelanta al recibir un mensaje.
—Tengo que marcharme —le dice a Sara antes de ponerse en pie—. Si termino pronto, te llamo; si no, ¿nos vemos mañana?
Sara asiente y le da un beso. David se dirige a mí.
—Me habría gustado seguir con la conversación. Creo que hay cosas que debes saber y que John no te va a contar porque subestima a April.
—No te preocupes. No me interesa saber nada más de ella. Nada de lo que haga va a conseguir que cambie mi opinión sobre John.
—Me alegra oír eso. — Se inclina para darme dos besos.
Mientras le veo marcharse y Sara babea, mirándole el culo, me surge una duda:
—¿Por qué le has traído? —le pregunto a Sara.
—¿Por qué no?
—Porque no pintaba nada aquí. ¿O es que te has megaenamorado en cuatro días y ahora no te puedes despegar de él?
—¿¡Pero qué dices!? De enamorada, nada, cari. Solo nos estamos… divirtiendo.
—Pues debe de ser la monda para que le lleves enganchado a la falda día y noche…
—No es eso… —dice con voz cansina.
—Entonces, ¿qué es?
—A ver, cari. —Resopla—. Desde mi cumple he quedado varias veces con él, y me ha preguntado mucho sobre ti. No sé si es deformación profesional o porque eres la novia de su colega, o seguramente por las dos cosas, pero el caso es que me decidí a que te conociera y saliera de dudas por sí mismo.
Mmm, está claro que el recelo era mutuo. ¿Instinto de protección con su amigo? ¿Vena policial? ¿Que me pilló enrollándome con Fabio? Cualquiera que sea el motivo me parece válido.
—Ya, vale, ¿pero no será también que te estás enganchando a David para quitarte el mono de Marcos?
—Para nada. Tengo a ese calzonazos superadísimo. —Ya, claro—. David me trata bien, está como un queso y me folla hasta dejarme en coma, ¿qué hay de malo?
—Mujer, pues malo…, nada. Es solo que, no sé…, igual es buena idea que estés sola una temporada… Tienes que reconocer que han sido muchos años de idas y venidas con Marcos, y no pasa nada si necesitas un tiempo para pasar página.
Sara me mira fijamente, estudiando mi proposición.
—No me convences. La mancha de mora con otra verde se quita. Además, con David no sufro peligro de encoñamiento, así que no hay de qué preocuparse.
—Yo no lo diría tan alto… —le advierto.
—¡Anda ya! Pero si vive en Londres y está siempre viajando… —Hago un mohín, y se interrumpe—. Pero no tiene nada que ver con lo vuestro, ¿eh?
—Ya, bueno…
—Te lo digo de corazón. —De repente, se pone muy seria—. El caso es que, cari, creo que estoy a punto de tomar una decisión trascendental sobre mi vida. —Miedo, pánico y terror—. Estoy planteándome seriamente trasladarme a Dubái.
—¿De verdad?
No sé si alegrarme o romper a llorar.
—De verdad. —Asiente—. La semana pasada, en un rato de aburrimiento extremo, me dio por enviarle a la jequesa un mail preguntando informalmente por su oferta, y me ha ofrecido unas condiciones que son casi irrechazables.
—¿Y qué te detiene?
—Pues que está a tomar por culo. Y que son árabes, cari; no sé si me voy a adaptar a vivir allí. Pero el caso es que aquí tampoco tengo nada que me retenga, solo a ti, y sé que tú, antes o después, te irás con John.
—Si es por eso, Sara, yo no sé cómo vamos a poder hacerlo…
—No te engañes. Encontraréis la manera, ya lo verás.
La miro, queriendo creerla, y ella me sonríe convencida.
—Y tú, vayas donde vayas, vas a triunfar, estoy segura.