capítulo 23

EL CAMINO DE REGRESO

Alma y Claudia llevaron a Mónica al aeropuerto de San Salvador. “No creo que tengas que regresar antes de seis meses”, dijo Claudia. “Encontramos el testamento original, antes de que la familia obligara a Magnolia a cambiarlo. Podrías terminar con un tercio de Borr-Lac, la casa en San Salvador y Caracol. En cuanto a Fernanda y Marco, a los dos se les revocó la licencia profesional. Es lo máximo que podemos esperar, teniendo en cuenta la red de contactos y dinero sobre la que se apoya la familia. Lo mejor que puede pasar es lograr que los familiares de los pacientes que recibieron el tratamiento con el veneno regresen aquí para rendir testimonio. Sólo te aconsejo que tengas cuidado. Mantente lo más alejada posible de los Borrero. Uno nunca sabe lo que serían capaces de hacer para no perder su dinero”.

“Will quiere ayudarles a cerrar esa clínica a toda costa. Dijo que regresaría diez veces si era necesario”, dijo Mónica.

“¿Quién te va a recoger en el aeropuerto?” preguntó Alma.

“Mi amiga Paige”, dijo Mónica y luego agregó, con voz suave y tímida, “y Will”.

“¿Y Kevin?” preguntó Claudia.

“Kevin y yo terminamos hace unos días”, respondió Mónica. “La hija del alcalde de nuestra ciudad, a la cual conocía desde la escuela, lo invitó a salir. Dijo que me estaba llamando para darme la última oportunidad de pedirle que no saliera con ella. Pero no lo hice. Devolví ese pez al agua, como dicen”.

“Pero ¿por qué?” dijo Claudia. “¿Por qué dejaste escapar a un hombre tan bueno?”

Mónica sonrió. “Kevin... Kevin nació en Milford y se va a morir en Milford. Está muy involucrado en la política local. De hecho, hace mucho tiempo me dijo que le gustaría ser alcalde de Milford, así que, lo sepa o no, esa es la chica con la que se va a casar. Me pareció que era como una señal”.

“Pero ¿tú estás bien?” preguntó Alma.

“Sí”.

“¿Y Will?” preguntó Claudia y miró a Mónica de reojo.

“Estoy segura de que seremos amigos para siempre”, fue todo lo que Mónica quiso decir por ahora. Luego se volvió hacia su madre. “Mamá, ¿recuerdas tu credo acerca de cómo juzgar a un hombre?”

Alma la miró con los ojos entrecerrados. “¿Qué credo?”

“Tú dijiste una vez que las mujeres sólo debíamos elegir hombres que pudieran cambiar el mundo, hacer justicia, salvar lo que era más precioso, traer belleza excepcional al mundo o, al menos, librarlo del dolor”.

Alma sacudió la cabeza. “¿Yo dije eso? ¿De verdad? Pues ya sabemos por qué sigo sola”. La azafata anunció que empezarían a abordar el avión. “Las vacaciones de Navidad”, dijo Alma y agarró a Mónica de los codos. “Piénsalo. Sé que te encantará Costa Rica”.

Mónica sintió una oleada de alivio mientras caminaba hacia el avión que la llevaría de regreso a su casa, en Connecticut. Miró por encima del hombro y vio a las dos mujeres diciéndole adiós con la mano. Se sentía tan frágil emocionalmente que anhelaba ir a casa, estar sola durante unos días, ir de compras, lavar la ropa, limpiar el refrigerador, regresar a la normalidad y examinar los eventos de estas últimas semanas desde la seguridad de la distancia y la soledad. Desde el aire, Mónica miró por la ventanilla del avión. Abajo, la colcha de retazos de las granjas cultivadas y la musculatura de las montañas y los volcanes de El Salvador fueron desapareciendo de su vista y se evaporaron en medio de la neblina.

Durante el viaje de regreso desde el aeropuerto, Mónica les dijo a Paige y a Will que todavía no había perdonado a su madre y que tampoco confiaba totalmente en ella. Pero admitió que había comenzado a sentir algo similar a la paz, después de la ceremonia del bote. “Se veía tan triste cuando arrojó las flores para su madre”, dijo Mónica. “Vi en su rostro un nivel de dolor y arrepentimiento que me hicieron voltear la cara, como si estuviese invadiendo su privacidad. Más tarde pensé: ‘¡Bien, eso debe doler! Solíamos ser una familia’ ”.

 

 

AHORA QUE LA NEBLINA de misterio que había rodeado la desaparición de Alma se había disipado, Mónica sentía que era su deber corregir todos los errores del pasado de la mejor manera posible. Alma había rechazado su papel de heredera y obviamente no se arrepentía de haberlo hecho. Pero Mónica tenía tantos buenos recuerdos de sus abuelos y su infancia (una época idílica a la que se refería como “AD”, “antes del desastre”) que no compartía la misma sensación de repulsión hacia la idea de heredar la fortuna de sus abuelos. En el fondo del corazón, Mónica sabía que sus abuelos nunca tuvieron la intención de desheredar a su única nieta. Habrían estado encantados de saltarse una generación y dárselo todo a Mónica, si hubiesen previsto los eventos que siguieron a la muerte de la abuela.

Los Borrero que quedaban eran un oponente legal muy poderoso, pero entre Bruce, Alma y Claudia reunían un impresionante arsenal de contactos y amistades largamente olvidadas, que ahora ocupaban posiciones importantes y tal vez podían equilibrar la batalla. Mónica estaba en su casa, guardando la ropa limpia, cuando comenzó a planear lo que haría con todo ese dinero.

Quería convertir la tierra alrededor de Negrarena en una reserva natural. Quería recrear su paraíso para que otros niños pudieran vivir lo que ella había vivido. Quería viajartodo lo que quisiera entre sus dos mundos, El Salvador y Connecticut. Tener algún día un hijo. Pasearse por la playa y enseñarle a identificar las criaturas del mar, transmitirle los secretos que esas conchas marinas todavía le susurraban al oído.

Tal vez el destino de Negrarena estaba unido al pasado, al lodazal de errores y traiciones de la familia Borrero. Tal vez no era una coincidencia que su bisabuelo materno hubiese sido médico y que ella fuera fisioterapeuta. Tal vez su destino como hija abandonada era sanar a la familia de su doloso pasado para entrar a un futuro de sencillez, un regreso a los viejos valores de la tierra y el mar.