CAPÍTULO 9

Becca Eckersley

Universidad George Washington

21 de diciembre de 2010

Catorce meses antes de su muerte

Diciembre en el Distrito de Columbia era glacial, con vientos provenientes del río Potomac que trepaban por la espalda y calaban hasta la espina dorsal. Becca se subió la bufanda hasta la altura de los ojos y trotó hacia el edificio Old Main para rendir su último examen antes del receso de Navidad. Sentía mariposas en el estómago. No era por temor al examen final del profesor Morton y la posibilidad de que fuera demasiado parecido al examen robado que había estudiado de memoria, sino por la ilusión que sentía ante lo que le esperaba al final del semestre. Hacía tres años que ocultaba sus sentimientos y los mantenía en secreto. No los había compartido con nadie, ni siquiera con Gail. Pero ahora, por fin, había decidido sacarlos a la luz y dejarlos al descubierto.

Sería necesario dar algunas explicaciones y quizá le esperarían días o semanas incómodas. Pero todo pasaría. Y, en caso de que no fuera así, la graduación aguardaba al final del invierno, ya no dentro de seis meses. Los confines del círculo social que ella había construido a su alrededor ya no la limitarían y, si las amistades se debilitaban, Becca estaba dispuesta a aceptar que así era como funcionaba la vida después de la universidad. En el mundo que la esperaba fuera de la Universidad George Washington, mantener el secreto sobre el hombre que amaba no tendría cabida.

Le había llevado tres años de amistad preparar el terreno y, sobre esa base firme, le resultó fácil entender cómo se había enamorado tanto y tan rápido. Ya estaba a dos horas de finalizar el séptimo semestre. Faltaba solo uno más, y Becca se preguntaba dónde la llevaría ese último período. Se imaginaba la felicidad y la bendición de poder por fin caminar de la mano con él por el campus. De desayunar juntos los sábados por la mañana, sin tener que escaparse de Foggy Bottom y buscar un café desierto, de poder disfrutar de ese momento libremente como cualquier otra pareja. Estaba cansada de ocultárselo a Gail y ya era hora, decididamente, de dejar de escapar sigilosamente de la cama de él temprano por la mañana, antes de que el resto del campus despertara.

Mientras se apresuraba hacia el examen del profesor Morton, Becca sentía que estómago le daba vueltas; pensar en el año próximo intensificaba el revoloteo de las mariposas en su interior.

Durante los diez días de finales, el campus se iba vaciando a medida que los estudiantes rendían los exámenes y se marchaban a sus casas. Algunos tenían menos suerte y debían esperar hasta la última mañana para obtener la libertad. La mayoría de los alumnos había finalizado el día anterior y ya había comenzado el receso de Navidad. Esa noche era especial en el campus: las despedidas, el adiós a un semestre de intenso trabajo. Y para Becca Eckersley y sus tres amigos constituía el tramo final, la última vez que celebrarían el fin del semestre y sus inminentes vacaciones. Era el final de una era. La próxima vez que eso sucediera, ya estarían terminando sus carreras universitarias. No tendrían más vacaciones por delante, salvo el verano previo al ingreso en la facultad de Derecho, algo que probablemente los dispersaría por todo el país.

Se reunieron en el Diecinueve, que se encontraba colmado de estudiantes de la universidad y de algunos profesores jóvenes que vestían suéteres de cuello alto y chaquetas con coderas. Becca y sus amigos estaban sentados alrededor de una mesa alta para cuatro, con una jarra de cerveza medio vacía delante de ellos y los vasos llenos.

—Era exactamente el mismo, ¿no? —preguntó Brad.

Gail esbozó una sonrisita.

—Exacto, exacto. Sin ninguna diferencia.

Becca bebió un trago de cerveza.

—Debo admitir, Brad, que nos salvaste.

Brad respondió imitando una voz aguda de mujer.

—Te seguiré queriendo igual, aunque nos falles.

—Bueno, bueno. Por una vez no nos fallaste y te debemos todo lo que logremos en la universidad, en la vida y en nuestras futuras carreras.

—No sé si tanto —dijo Brad. Levantó la mirada, como pensando—. Aunque, en realidad, es bastante cierto. ¿Tienen algo más que agregar?

—Yo sí —dijo Jack—. Para un examen de dos horas, hubiera quedado mejor que no lo entregaras al cabo de treinta minutos.

Brad rio.

—Cierto, ¿no? Fui el primero en salir y luego siguió una avalancha.

Gail rio también.

—Todos te siguieron en cuanto te pusiste de pie. Era como si estuvieran esperando a que alguien fuera el primero en jugársela.

Becca sonrió ante el comentario de Gail, pero vio la preocupación en los ojos de Jack.

—¿Cuántos más tenían el maldito examen? —preguntó Jack—. Hizo un movimiento circular con los dedos—. Creía que era nuestro secreto.

—Se lo pasé a un par de amigos. —Brad se encogió de hombros.

—Yo diría que la mitad de la clase —dijo Becca—, en vista de la cantidad de gente que se retiró temprano del aula.

Jack meneó la cabeza.

—Bradley, esa es la mejor forma de levantar sospechas.

—Ay, vamos. Morton ni siquiera estaba vigilando. Eran el viejo de la biblioteca y la señora esa… —Brad chasqueó los dedos mientras pensaba—. De la oficina de admisión o algo así. No tenían idea de cuánto debía durar el examen. Ese friki, ¿cómo se llamaba, el de la mitad de la cabeza rapada?

—Andrew Price —dijo Becca.

—Ese tipo sale de todos los exámenes a los treinta minutos.

Jack se introdujo un palillo entre los dientes.

—No cuando los exámenes incluyen responder a la última pregunta escribiendo un ensayo.

—Créeme que, si el profe Morton hubiera estado en el salón, me habría clavado a la silla durante las dos horas completas. Que, por cierto, fue lo que hiciste tú. ¿Qué te pasó? ¿Tanto te inquietaba terminar antes?

Jack se encogió de hombros y bebió más cerveza.

—Quería que todo pareciera normal.

—Eres un buen actor y tienes muchísima paciencia. Yo habría enloquecido de quedarme sentado ahí.

Jack miró a Becca.

—Solo espero que las cosas no se salgan de cauce, no sé si me entienden. Espero que aquellos a los que les diste el examen hayan tenido suficiente sentido común como para dejar algunas preguntas sin responder. Si cincuenta personas con cinco o seis de promedio obtienen la máxima calificación, estaremos bien jodidos.

Brad chocó su pinta contra la de Jack, haciendo tintinear el cristal y derramando cerveza barata sobre la mesa.

—¡Salud, hermano! Deja de preocuparte. En unas semanas, ya sabremos dónde estudiaremos Derecho y, de allí en más, navegaremos en aguas tranquilas. A menos que repruebes una asignatura, las universidades no tienen en cuenta el último semestre. Bebe tu cerveza y relájate. Ya hemos comenzado las vacaciones de Navidad.

—Está muy asustado, ¿no les parece? —preguntó Brad.

Becca arqueó las cejas y levantó los hombros.

—No fue bueno que todos entregáramos tan rápido. Y, en defensa de Jack, coincido en que nos tendríamos que haber quedado solo nosotros con el examen.

—Puede ser —dijo Brad—. Pero, como algunos sabían que yo tenía la llave de Morton, no quería que pensaran que no me había atrevido a usarla. Además, los chicos a quienes se la di la necesitaban de verdad. No habían podido estudiar todo. Un poco como tú.

—Claro, pero, como dijo Jack, si muchas personas con seis de promedio de pronto obtienen un diez en el examen final, resultará sospechoso.

—Pues conozco una chica de seis que sacará un diez.

Becca se encogió de hombros.

—Sí, me resultó muy útil. Me quitó algo de presión.

Jack y Gail ya se habían retirado del bar. Brad y Becca terminaron la jarra antes de dirigirse al apartamento de Becca. Gail estaba profundamente dormida. Becca cerró con cuidado la puerta de su habitación. Ella y Brad se acomodaron en la sala; Becca apoyó los pies descalzos sobre el regazo de Brad.

—Sabes que lo hice por ti —dijo él.

—Shhh —dijo Becca—. No quiero que Gail se entere de que estás aquí.

—No me importa que Gail lo sepa.

—Es que no quiero que se despierte y venga a la sala.

—De acuerdo —dijo Brad en un susurro exagerado—. Sabes que lo hice por ti —repitió.

—¿Qué cosa?

—Conseguir el examen. Dijiste que necesitabas ayuda de verdad.

—Gracias —respondió—. Creo que habría sobrevivido sin ella, pero, como te dije, me quitó algo de presión de encima.

—Pues mira lo asustados que están. Le están dando demasiadas vueltas al asunto. Y me están haciendo preocupar a mí también. Ya me duele la cabeza. —Brad comenzó a masajear los pies de Becca—. Esto me recuerda los viejos tiempos.

—¿A qué te refieres?

Brad no sabía cómo decírselo, no encontraba las palabras para expresar lo que sentía por ella. Sabía que ella tenía sentimientos parecidos y estaba listo para preguntarle por ellos, para dejar que las palabras brotaran de su boca. Tantas veces había pensado en cómo sería la conversación... Las frases “¿Por qué esperamos tanto para admitirlo?” y “Qué feliz me hace no tener que seguir ocultándolo” cruzaban por su mente cuando se imaginaba hablando con ella de sus sentimientos. Allí estaban; había llegado el momento de abrirse y dejar que todo saliera a la superficie.

Pero no pudo. No sabía por qué, pero las palabras no se formaban en su mente.

—¿A qué te refieres? —preguntó Becca nuevamente—. ¿Qué es eso de los viejos tiempos?

El año anterior, había habido noches en las que Brad sintió que se estaba enamorando de ella, pero nunca había tenido el valor de decírselo ni de volver a besarla como en el primer año. Sus sentimientos se fueron macerando y cociendo a fuego lento a lo largo del tercer año hasta el receso de primavera y luego ella y él se dijeron adiós. Los planes tentativos para verse durante el verano no se concretaron y no fue hasta el comienzo del último año cuando por fin la volvió a ver. Para ese entonces, Brad la había echado tanto de menos que tenía la certeza de que la amaba. Pero esa muda atracción y los sentimientos reprimidos les habían jugado en contra durante el semestre transcurrido. Las largas noches de charlas hasta el amanecer en las que terminaban dormidos dejaron de ser frecuentes y ya casi nunca ocurrían. Brad recordaba haber tenido a Becca solo para él aquella noche de la semana anterior, cuando Becca se había quedado a dormir con él, y la de ese mismo día.

—Brad —repitió Becca—. ¿Qué ocurre?

Presionado, y quizá deseando estarlo, Brad sintió que se sonrojaba.

—No lo sé, solo que echaba de menos esto. —Su dedo iba y venía—. Pasarnos la noche hablando. Solíamos hacerlo todo el tiempo, pero este año ha sido raro para nosotros, ¿no?

Vio que los ojos de Becca se movían de lado a lado mientras él hablaba, dando a entender que ella sentía lo mismo. Becca se incorporó y lentamente retiró sus pies del regazo de Brad.

—Brad, sabes que eres uno de mis amigos más queridos, ¿verdad?

—Por supuesto —respondió Brad—, y lo mismo eres tú para mí.

—Entonces, deja de hablar de los viejos tiempos, ¿quieres? ¿Qué somos? ¿Unos ancianos? Seremos amigos para siempre.

—Me gusta escucharte decirlo, porque me gusta ser tu amigo, me gusta estar cerca de ti y pasarnos toda la noche —dijo Brad—. Y esas tontas notas de despedida que me dejas por las mañanas significan mucho para mí.

—¿Qué notas?

—Esas notas autoadhesivas que me dejas cuando te quedas a dormir y te marchas antes de que me despierte. No lo sé, simplemente me gustan. —Señaló la habitación de Gail—. Y no me preocupa que alguien se entere de que nos gusta estar juntos.

No eran las palabras que tanto había practicado. Quería decirle que la amaba. Que no podía imaginarse siendo solamente su amigo el resto de su vida, porque eso significaría que la compararía con cada mujer que se le cruzara y ninguna estaría a su altura. Con todo, a pesar de que no le habían brotado las palabras correctas, le pareció que lo que había dicho era un buen comienzo. Nunca habían llegado tan lejos en lo que se refería a hablar de lo que sentían el uno por el otro.

—Todo el mundo sabe que tú y yo tenemos una amistad muy estrecha, no es ningún secreto —dijo Becca.

—Ya sé que somos muy amigos. Pero mi comentario sobre los viejos tiempos se refiere a que…, no lo sé, siento que ocurrió algo después del verano. El año pasado pasábamos noches enteras hablando y este año casi no lo hemos hecho. Las echo de menos. Nada más.

Becca volvió a apoyar los pies sobre su regazo.

—Mi vuelo no sale hasta mañana por la tarde. Podemos quedarnos despiertos y hablar toda la noche. Me gustaría.

Brad le tomó los pies y comenzó a hacerle masajes. Era la forma perfecta de terminar el semestre, pero sabía que no podría seguir ocultando sus sentimientos durante el semestre siguiente, que sería el último. La conversación poco a poco derivó hacia el padre de Brad; nadie sabía escuchar tan bien como Becca. El padre de ella había sido invitado otra vez a la cabaña de los Reynolds para su cita anual de fin de semana en la que los abogados de trajes elegantes se convertían en amantes de la naturaleza y el aire libre. Brad quería que Becca le contara qué pensaba su padre del suyo. Becca no reveló que él opinaba que el señor Reynolds era insoportable, pero, de todas maneras, el tema los atrapó hasta altas horas de la noche. Durante toda la conversación, Brad pensó en besarla, pero el momento indicado nunca se presentó.

Más tarde, la escuchó respirar dormida a su lado. Brad cerró los ojos e imaginó que eran una pareja.

El siguiente año todo sería distinto.