Kelsey Castle
Summit Lake
9 de marzo de 2012
Día 5
Kelsey despertó temprano y se lanzó a las calles en un trote lento. A pesar de su sueño, o tal vez a causa de él, esa mañana estaba decidida a correr. El pueblo dormía a las cinco y media mientras ella se dirigía al lago, zigzagueando por las aceras y avenidas. Un camino de tierra la llevó más allá del hospital y por la orilla del lago hasta el faro de Summit Lake, a unos tres kilómetros de distancia. Un sendero pavimentado ingresaba en el patio y llevaba hasta la torre del faro. Subió la escalera, una espiral de metal que tintineaba bajo sus pies. Las bombillas de cuarenta watts le ofrecían una débil resistencia a la oscuridad. Kelsey respiraba agitadamente cuando llegó a la cima y salió por la pequeña puerta que parecía pertenecer a un submarino. El viento se sentía con más fuerza en las alturas y Kelsey se aferró a la barandilla para estabilizarse.
Miró hacia el otro extremo del lago. El pueblo comenzaba a despertar y se veían luces en algunas casas; el humo brotaba de las chimeneas y se retorcía en el aire matinal. Caminó hasta el otro lado de la torre, donde el lago se abría en una gran extensión de agua que abarcaba muchos kilómetros. Desde su perspectiva, se veía el horizonte incendiarse en los momentos previos al amanecer. El metal del suelo estaba frío cuando Kelsey se sentó y dejó colgar las piernas entre las rejas de la barandilla. Aferrada a dos de las barras, apoyó la cara entre ambas y contempló el amanecer.
Cuando el sol asomó en el horizonte y trazó una avenida de luz sobre la superficie del lago Summit, la mente de Kelsey se concentró en Becca Eckersley. Si la información que tenía era correcta y Becca se había casado en secreto, ¿por qué lo habría hecho? La lista de posibilidades era larga. Sus padres no aprobaban al novio. La relación era reciente, eran jóvenes y nadie entendería que se casaran tan pronto. Él era mayor —un profesor, quizás, o tal vez un abogado— y había que mantener la relación en secreto.
A pesar del motivo, el resultado era el mismo: los padres de Becca no estaban enterados del casamiento. O, al menos, no lo estaban la noche en que la mataron. Kelsey paseó la mirada por el lago. Podía ver el arco de casas. En un extremo, la de los Eckersley atrapaba la luz de la mañana. Frunció los labios y exhaló lentamente, soltando un leve vapor, visible en el aire fresco. Necesitaba el diario personal de Becca. Si existía, seguramente revelaba la identidad del hombre con el que se había casado. Y si ella había escrito algo la noche en que la mataron, alguien sabía de la existencia de ese diario. Kelsey pasó treinta minutos en la cima del faro repasando los hechos sobre el asesinato de Becca y juntando las piezas de la información que poseía. Finalmente, cuando el sol ya estaba por encima del horizonte, bajó la escalera y regresó trotando por la orilla del lago.
Él le había propuesto encontrarse a las siete de la mañana y habían pasado solo unos minutos de la hora cuando Kelsey dejó de trotar y aminoró el paso. Subió al muelle junto a las casas sobre pilotes y lo vio al otro extremo. Recuperó el aliento mientras caminaba por el muelle y se detuvo delante de la casa de los Eckersley. El comandante Ferguson se le acercó con un cigarrillo entre los labios y lo encendió. Dio una larga calada antes de hablar.
—Buenos días, jovencita. —El humo que le brotó de la boca desapareció en la brisa del lago—. Tiene aspecto de haber tenido un día terrible ya a esta hora.
—Salí a correr temprano. No dormí bien. —Kelsey señaló la casa de los Eckersley—. Gracias por hacer esto.
—No sé qué va a descubrir dentro, pero entremos antes de que alguien en este pueblo despierte y me vea dejando entrar a una reportera en la escena de un crimen.
Pasaron debajo de la cinta amarilla que rodeaba la terraza y se agitaba en la brisa. El comandante Ferguson hizo tintinear unas llaves y las probó en las puertas corredizas de cristal de la terraza. Abrió y Kelsey lo siguió adentro. Caminó por la sala hasta la gran cocina donde sabía que habían atacado a Becca. Kelsey había estado allí en sus sueños la noche anterior. Miró a su alrededor y vio una isla larga con cuatro taburetes. Los armarios de madera de pino llegaban hasta el techo. Los electrodomésticos de acero inoxidable y las encimeras de granito le daban un aspecto elegante al ambiente. Vio que la puerta de la cocina daba a un recibidor y a la puerta por la que había entrado el atacante la noche en que Becca había muerto.
Imaginó aquella noche. El material de estudio de Becca desparramado sobre la isla; Becca sentada en uno de los taburetes. De algún modo el hombre había entrado en la casa, por alguna puerta abierta o porque Becca le había permitido el ingreso. Luego, una lucha. Los nudillos de Becca estaban lastimados y dos de ellos, en la mano derecha, presentaban fracturas. Tenía piel debajo de las uñas y vello facial adherido a las manos. Los papeles y libros habían caído al suelo y había también platos rotos. Mientras revivía la escena en su mente, Kelsey se encontró tensando los músculos y queriendo alentar a Becca para que se defendiera con más fuerza y cambiara el resultado. La lucha, por lo visto, se había llevado a cabo allí donde estaba Kelsey en ese mismo momento. Los restos de aquella noche —platos rotos y muebles patas arriba— seguían presentes. Kelsey notó que una sensación extraña se apoderaba de ella; estaba de pie en el lugar donde habían atacado a otra mujer, algo que le había sucedido a ella misma hacía unas pocas semanas.
Aquella mañana, cuando interrumpieron su trote matinal, Kelsey luchó por su vida al igual que Becca. Y las preguntas que hacía sobre Becca y su vida eran las mismas que merodeaban en los rincones oscuros de su mente. Preguntas sobre por qué había sido atacada y si ella había hecho algo para causar el ataque. Si hubiera podido hacer algo diferente aquella mañana para evitarlo. Preguntas sobre por qué el malnacido la había elegido a ella y no a otra. Sobre cuánto tiempo la habría estado esperando y vigilando y si ella conocía al hombre detrás de la máscara o si se trataba de un desconocido al azar que había elegido a una mujer al azar.
Recorrer la casa de los Eckersley hacía que esos rincones oscuros se iluminaran y todas las preguntas que quería evitar pasaran a un nítido primer plano. Pensó si Penn Courtney, su padre postizo, sabría más de lo que había dicho sobre el caso de Becca. Si sabría que la única manera en la que Kelsey podría derrotar sus miedos era trabajando, y con un caso que la obligara a mirarse atentamente a sí misma y a lo que había sucedido.
Pero, aunque le estuviera adjudicando más mérito a Penn del que merecía, una cosa era segura: existía una razón por la que Kelsey se había sentido atraída de inmediato por esa historia, y en ese momento, allí, en el mismo sitio donde habían violado y asesinado a Becca Eckersley, lo comprendió. Estaba conectada con Becca. Tenía la sensación de saber exactamente por todo lo que había pasado. Qué había sentido aquella noche. De pie en medio de la escena del crimen, Kelsey supo que no estaba simplemente escribiendo un artículo para alcanzar la cantidad de páginas que le correspondían ese mes. Estaba buscando respuestas para devolverle algo de dignidad a una chica inocente que no había tenido la oportunidad de darle un cierre a su vida. Becca Eckersley merecía una conclusión para ese suplicio y si Kelsey podía encontrar esas respuestas y darle esa conclusión, tal vez ella se beneficiaría tanto como Becca. Tal vez podría regresar a su vida y comenzar a darle un cierre a su propia experiencia.
El comandante Ferguson se tomó diez minutos para describir la escena de aquella noche. Kelsey anotó detalles en su libreta, información que por sí sola nunca resolvería nada pero que, sumada a la que ya tenía, contribuía a la historia.
—¿Le molesta si echo un vistazo? —preguntó.
—Se han llevado todo. ¿Qué espera encontrar?
—Respuestas. —Kelsey sonrió.
—Tiene cinco minutos y no toque nada. —El comandante Ferguson se sentó en un taburete de la cocina y tamborileó con los dedos sobre la superficie de granito.
Sabiendo que la cocina era el escenario principal y que habrían recolectado cuidadosamente todas las pruebas, Kelsey caminó por un pasillo hasta un estudio, amoblado con un escritorio, una silla y bibliotecas en una pared. A diferencia de la cocina y la sala, esa habitación estaba inmaculada e intacta. Desobedeciendo las órdenes de Ferguson, abrió silenciosamente las gavetas y revisó el contenido de los estantes. Luego subió a la planta superior y entró en cada uno de los tres dormitorios. Pasó más tiempo en el de Becca. Revisó primero la mesa de noche, luego debajo del colchón. El armario empotrado estaba casi vacío y el tocador no contenía nada valioso. Tras cinco minutos, se quitó un mechón de pelo de la cara mientras paseaba la mirada por la habitación. Era el dormitorio silencioso de una chica muerta que jamás volvería a utilizar ninguna de las cosas que estaban sobre el tocador o en las gavetas o sobre los estantes. Finalmente, Kelsey regresó a la planta baja.
—¿Encontró lo que buscaba? —preguntó el comandante Ferguson cuando ella entró en la cocina.
—No.
—¿Desordenó todo mientras abría las gavetas y armarios que le indiqué que no tocara?
—No.
—Larguémonos antes de que pierda mi trabajo.
Salieron y el comandante Ferguson cerró la casa con llave. Caminaron por el muelle.
—Muy bien, jovencita, ¿qué novedades pude contarme?
—Averigüé el secreto de Becca —dijo Kelsey mientras caminaban.
El comandante Ferguson dio otra calada y levantó las cejas. Con los dedos índice y medio, se quitó el cigarrillo de entre los labios y giró la palma de la mano hacia arriba.
—Pues cuéntemelo.
—Se casó en secreto, sin decirles nada a sus padres.
El comandante dio una nueva calada mientras pensaba en eso. Miró hacia las montañas y Kelsey se dio cuenta de que su mente estaba procesando la información. Este era un detective con un caso sin resolver que todos los días le hablaba y le suplicaba que lo resolviera. Cuando se quitaba el cigarrillo de la boca el humo se elevaba por encima de su labio superior y le entraba por las fosas nasales. Kelsey pensó que podía tratarse de una nueva forma de fumar pasivamente y sintió deseos de mencionarle al gran detective que si la calada inicial no lo mataba, volver a aspirar el humo tal vez lo hiciera. En lugar de hablar, se alejó el humo de la cara.
Eso trajo al comandante de regreso al presente.
—Lo siento —dijo. Apagó el cigarrillo en la suela del zapato y guardó la colilla en el bolsillo. Alejó el resto del humo con la mano, pero era evidente que su mente estaba en otra parte—. No tiene ningún sentido —dijo por fin.
—¿Qué cosa?
—Que Becca se haya casado. Investigué su pasado con mucho detalle. En ningún momento me encontré con ningún documento que sugiriera algo así. Para casarse, se necesita una licencia de matrimonio. Después de la ceremonia, se emite un certificado que debe presentarse ante el condado para que el matrimonio sea legal. Es parte de nuestra fantástica burocracia, o sea, solo otra manera de dejar dinero en las arcas de los distintos condados, pero es lo que exige la ley. En algún momento encontré ese certificado.
Kelsey se quedó pensando en ello. Caminaron por la calle Maple hasta llegar a la avenida Minnehaha y se detuvieron delante de la comisaría de policía de Summit Lake. ¿Se habría equivocado Millie Mays? ¿Habría entendido mal el relato de la conversación de su hija con Becca? ¿Algún dejo de demencia senil habría exagerado la historia en la mente de Millie? Era posible, pensó Kelsey. Pero no probable. Kelsey había entrevistado a miles de fuentes de la misma manera en que lo había hecho con Millie, con indiferencia, sin presionarlas para obtener información detallada, y su instinto le advertía cuándo las personas exageraban lo que sabían. A veces adornaban las historias para sentirse más importantes y tal vez ver sus nombres publicados en una revista. En otras ocasiones, no tenían idea sobre lo que Kelsey estaba preguntando y no querían admitirlo, por lo que inventaban una historia de la nada. Millie no entraba en ninguna de estas categorías. Se había mostrado renuente a revelar el secreto que guardaba y seguramente no habría dicho nada si Kelsey no la hubiera manipulado.
—¿Y si se escaparon a Las Vegas y se casaron por capricho? —preguntó.
El comandante Ferguson meneó la cabeza.
—No importa si es en Las Vegas o en Jamaica. Hay que presentar el certificado de matrimonio y habría aparecido cuando buscamos la información en la base nacional de datos. Si este supuesto matrimonio ocurrió fuera de los Estados Unidos, el certificado tendría que presentarse en la embajada estadounidense en el país en cuestión, pero llegaría de todas maneras. Tal vez unas semanas después, por lo que podríamos suponer que todavía se está procesando. El problema con esa teoría es que no hay registros de que Becca haya salido del país. Así que, si se casó, fue aquí en los Estados Unidos, y no hay ningún registro de eso. Por lo tanto, o engañó al sistema, o está usted equivocada, señorita Castle. —El comandante Ferguson se pasó la mano sobre la barba—. ¿Dónde obtuvo esta información de que Becca se había casado?
Kelsey le sonrió, como para recordarle que sabía que no podía hacerle esa pregunta.
—De acuerdo —dijo él—. ¿Cuánta credibilidad tiene esta persona?
—Si es cierto lo del matrimonio, es muy creíble. Supongo que tendremos que hurgar un poco para averiguar la respuesta.
El comandante buscó el cigarrillo apagado en el bolsillo y lo devolvió a la vida. Se cuidó de que el humo no fuera hacia Kelsey.
—La única forma de que eso pueda ser verdad es si se casaron en secreto, de un día para el otro, sin que nadie lo supiera, y luego no presentaron el certificado, cosa que habrían tenido que hacer juntos.
—¿O sea que Becca murió antes de que presentarlo?
El comandante Ferguson le apuntó con el cigarrillo.
—Exacto. Esa es la única posibilidad.
Ambos permanecieron en silencio un rato.
—He revisado cuidadosamente la información que me dio —dijo Kelsey por fin.
—Yo también.
—¿Sabe algo sobre un diario de Becca?
—¿Qué tipo de diario?
—Ya sabe, un diario personal.
El comandante negó con la cabeza.
—No escuché nada al respecto. ¿Por qué? ¿Escribía en un diario?
—Así me han dicho.
—¿Dónde está? ¿En casa de sus padres?
—Lo dudo —dijo Kelsey—. Por lo que me contaron, estuvo escribiendo en él horas antes de que la mataran. Debería haber estado entre las pruebas que se recolectaron aquella noche en la casa del lago.
—No se encontró ningún diario aquella noche.
—Lo sé.
—¿Y dice que deberían haberlo encontrado?
—Digo que, si Becca estuvo escribiendo en un diario mientras estaba aquí en Summit Lake, tiene que estar en alguna parte.
—¿Y supongo que no estaba en ninguna de las gavetas ni de los armarios que estuvo revisando allí en la casa?
Kelsey negó con la cabeza.
—¿Quién recogió las pruebas aquella noche? ¿Quién hizo la lista de pruebas?
—Mis hombres —respondió el comandante—. Bajo mi supervisión.
—¿No fueron sus amigos de la policía estatal?
—No llegaron hasta muy tarde esa noche, después de que se hubieran documentado la mayoría de las pruebas. Si el diario hubiera estado en esa casa, lo habríamos encontrado.
—¿Y lo habrían documentado?
—Por supuesto.
Kelsey cerró los ojos y se masajeó las sienes.
—De todos modos, aunque sea cierto que Becca se casó, no nos ayuda demasiado —dijo el comandante.
Kelsey ladeó la cabeza.
—¿No? Usted me pidió que descubriera el secreto de Becca.
—Sí, es cierto —dijo el comandante Ferguson, mientras le succionaba la vida al cigarrillo—. Pero descubrir un secreto no es nunca la clave. Averiguar por qué es un secreto… —Movió el cigarrillo en el aire—. Eso sí que la llevará a alguna parte.