Becca Eckersley
Universidad George Washington
7 de abril de 2011
Diez meses antes de su muerte
Todos los alumnos de la clase de Milford Morton tuvieron que repetir el examen. La decisión provocó protestas por parte de los estudiantes inocentes y unos pocos que se mostraron más beligerantes consiguieron librarse del compromiso sin que se supiera. Los docentes sabían que quienes más reclamaban y conseguían que sus padres se involucraran seguramente eran inocentes, mientras que aquellos que no protestaban demasiado y no habían hablado del asunto con sus padres, obviamente, eran culpables.
Jack obtuvo un aplazo y no se le permitió repetir el examen. Esa, también, fue una decisión estratégica de los profesores, quienes al revisar minuciosamente su expediente académico comprobaron que Jack había cursado más horas de las requeridas durante los primeros dos años de estudios; en consecuencia, un aplazo en el examen de Derecho Comercial de Milford Morton no le impediría reunir los requisitos para graduarse. Ese mismo aplazo, sin embargo, sería una mancha en su expediente y bajaría su promedio a un nivel mediocre, algo que podría complicar su vida luego de graduarse. Pero aún más importante era que demostraría que había sido castigado, permitiendo a la vez que la universidad no disminuyera la cantidad de estudiantes becados que se graduaban, lo que evitaría llamar la atención de grupos que se lanzarían al ataque de manera pública si se expulsaba a un chico pobre de Wisconsin meses antes de que se graduara, cuando todos sabían que la mayoría de los alumnos había copiado el examen.
Jack no sabía con exactitud qué consecuencias tendría este castigo sobre su admisión en Harvard y decidió no investigar la situación durante unos días después de recibir el veredicto. Cuando regresó de la biblioteca al anochecer, tres semanas después de la reunión con el presidente, encontró a Brad en la mesa de la cocina con un sobre abierto y una carta plegada en tres partes frente a él. Jack aminoró el paso al entrar. Comprendió lo que había sucedido en cuanto vio la expresión de Brad, pero no podía dejar de preguntar.
—¿Y?
Brad forzó una sonrisa.
—¡Rechazado! —La voz extraña con que lo dijo tenía como propósito ocultar su tristeza, pero logró el efecto contrario—. Como siempre en mi vida —murmuró para sí.
—¡Puta madre! ¿La Universidad de Pennsylvania?
Brad asintió.
—A la mierda con Penn —dijo Jack—. Tienes otras opciones todavía.
Brad frunció los labios y se puso de pie.
—No, Jackie-Jack. Era la última. Todas las otras de la Ivy League también me rechazaron. —Abrió grandes los ojos, fingiendo entusiasmo—. ¡Ah, pero logré ingresar en la Universidad de Maryland! No veo la hora de escuchar a mi padre diciendo “¡Qué bien, hijito!”. Se sentirá muy orgulloso de que su hijo se eduque en la universidad estatal. Seré un éxito rotundo en sus putas fiestas de sociedad y delante de sus malditos amigos del poder judicial.
Jack preguntó en voz baja.
—¿Ninguna te aceptó?
—Es un día de orgullo para la familia Reynolds.
—¿Por qué no me lo contaste?
—Has estado un poquito desconectado, Jack. Becca también.
Jack no respondió al comentario. Ni mencionó que haberse inmolado por el grupo a causa de la aventura de ambos tal vez le costaría la posibilidad de ingresar becado en Harvard.
—Bueno, pues tómate un año sabático, consíguete una pasantía —dijo en cambio. Sus palabras quedaron flotando en el aire, intactas, inadvertidas—. Pensé que la Universidad de Maryland tenía una buena facultad de Derecho, y por eso habías solicitado ingresar allí.
—Era la opción segura y lo hice solamente porque mi orientador me obligó a presentar la solicitud. —Pasó el brazo por las correas de la mochila y miró a Jack—. En realidad, la facultad de Derecho es pésima y a mi padre le dará un infarto si estudio allí.
Jack se quedó mirando a Brad mientras salía despacio, sin siquiera cerrar la puerta. Escuchó que descendía mecánicamente por la escalera. Tomó el teléfono y marcó el número de Becca.
—Hola, la cosa está complicada por aquí.
—¿Qué sucede?
—Al parecer, a Brad no lo aceptó ninguna universidad de las que eligió, salvo Maryland. No se lo ha contado a nadie, a menos que tú y Gail estén enteradas.
—Conmigo hace dos meses que no habla, y estoy segura de que Gail tampoco sabe nada. —Hizo una pausa—. ¿Ninguna?
—Ninguna de las de la Ivy League.
—Y nosotros festejando nuestras admisiones.
—No parecía muy preocupado por la posibilidad de que anulen mi admisión. De cualquier manera, alguien tiene que hablar con él, está destruido.
—Voy hacia allí.
—Se ha ido.
—¿Adónde?
—No tengo idea. Se colgó la mochila al hombro y salió.
—Lo llamaré al móvil —dijo Becca—. Y, si no quiere hablarme, le pediré a Gail que lo llame.
—Mantenme al tanto.
Gail y Becca estaban sentadas de un lado y Jack, del otro. Sobre la mesa había hamburguesas y refrescos. Se trataba de una reunión estratégica para decidir cómo podían ayudar a su amigo; estaban seguros de que debía sentir que el mundo le había caído encima.
—Vayamos a tu apartamento y esperémoslo allí —propuso Gail—. En algún momento tendrá que regresar. No importa si es a medianoche o a las dos de la mañana. Nos quedaremos despiertos a esperarlo.
—No creo que le guste la emboscada —dijo Jack—. ¿Ha hablado contigo últimamente? —preguntó, dirigiéndose a Gail.
—Sí.
—¿No te tiene bloqueada como a nosotros?
Gail sonrió.
—No está enfadado conmigo, y hasta hoy, cada vez que lo he llamado me ha respondido. Últimamente lo he notado algo distante, y supuse que tendría que ver con…, pues ya saben, con ustedes. Pero ahora comprendo que es porque ha estado cargando con este asunto sin contárselo a nadie. —Gail revolvió la Coca-Cola—. Pensé que tenía un contacto en la Universidad de Pennsylvania, por su padre o alguien.
—Recuerdo haberlo escuchado decir algo al respecto —comentó Jack—. Supongo que no resultó.
—Intenta llamarlo otra vez —sugirió Becca.
—Le he enviado tres mensajes en una hora. Sabe que lo estoy buscando.
—Bueno —dijo Becca—. Esperamos en el apartamento y luego ¿qué?
—Luego ponemos toda esta mierda sobre la mesa —respondió Gail—. ¡Qué estupidez es todo esto! Hace unos meses éramos mejores amigos y ahora ya nadie habla con nadie.
—No todo es culpa nuestra —dijo Becca.
—No —coincidió Jack—. Pero en parte, sí lo es. Y Gail tiene razón, tenemos que sincerarnos y hablar sobre el tema. Después tenemos que apoyar a Brad; cree que su vida acaba de terminar. Y en gran parte se siente así por el imbécil de su padre, que lo presiona de forma insostenible. Y lo más loco es que Brad lo odia, pero a la vez no soporta la idea de defraudarlo. —Jack meneó la cabeza—. En fin, vayamos a esperarlo.
Pagaron la cuenta y salieron del restaurante. Caminaron hacia el apartamento de Jack; era una noche fresca de abril y el viento proveniente del Potomac traía aroma a cangrejo y a salmón. El teléfono que Jack llevaba en el bolsillo vibró con un mensaje de texto. Estaban al pie de la escalera que llevaba a su apartamento.
Las chicas comenzaron a subir mientras Jack extraía el móvil del bolsillo. El mensaje de texto era de Brad.
Tú me la quitaste, Jack.
Aunque creo que nunca fue realmente mía.
—¿Es de Brad? —pregunto Becca desde arriba de la escalera.
Jack vaciló un segundo y luego negó con la cabeza.
—No, es un mensaje grupal de un profesor por una tarea para la próxima semana.
Las chicas permanecieron en la cima de la escalera mientras Jack releía el mensaje. Tras un minuto, comenzaron a inquietarse.
—Ey, Jackie —dijo Gail desde el descansillo frente al apartamento—. Date prisa, nos estamos congelando aquí.
Jack volvió a leer el texto una vez más antes guardar el teléfono en el bolsillo. Quería responderle algo a su amigo. Algunas palabras que reconocieran el dolor de Brad o su supuesta traición. Subió la escalera despacio, pensando en cómo responder. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. En ese momento, una serie de imágenes fragmentadas vinieron a su mente, como en una película en blanco y negro. La expresión en los ojos de Brad al salir del apartamento. La carta con las malas noticias sobre la mesa. Sus palabras: “¡Rechazado! Como siempre en mi vida”. Antes de que la puerta se abriera por completo, Jack supo lo que encontraría del otro lado. No sería posible responder al mensaje de su amigo.
Becca gritó. Jack se quedó inmóvil como una estatua en el umbral. En ningún momento miró la cara de Brad y, si lo hizo, su cerebro logró bloquear esa imagen enrojecida e hinchada de su memoria. Pero dos cosas quedaron grabadas para siempre en la mente de Jack: los pies de su amigo, inertes, girando lentamente a treinta centímetros de altura, y la silla volcada y quieta en el suelo.