CAPÍTULO 22

Kelsey Castle

Summit Lake

13 de marzo de 2012

Día 9

—Me dijo usted que averiguara por qué su secreto era un secreto, así que lo hice —dijo Kelsey, sentada con el comandante Ferguson en un pequeño sitio para desayunar sobre el lago—. Sé por qué se casó Becca.

Estaban junto a la barra, tomando café amargo; el comandante picoteaba una dona rancia.

—La escucho.

—Estaba embarazada.

El comandante dejó la dona, paseó la mirada por la cafetería para asegurarse de que nadie les estuviera prestando atención y dijo:

—¿Y de dónde obtuvo esta teoría?

—No es una teoría —respondió Kelsey en un susurro—. Según Michelle Maddox, la médica forense del condado que realizó la autopsia, es un hecho. Encontraron presencia de hCG, la hormona que se produce durante el embarazo, en la sangre de Becca. —Kelsey extrajo una hoja impresa del bolso y la desplegó sobre la barra delante del comandante Ferguson. Era una página del informe de la autopsia que describía el examen interno y el feto femenino de aproximadamente cinco meses de gestación que había descubierto la doctora Maddox.

—Mierda —dijo el comandante Ferguson; levantó el papel y leyó el texto con ojos entornados.

Miró a Kelsey con los párpados pesados y el rostro congestionado de un hombre que bebía y fumaba demasiado.

—¿Debería tomarme la molestia de preguntarle cómo consiguió un informe de autopsia que yo todavía no he visto?

Kelsey bebió su café.

—No, no debería hacerlo.

El comandante meneó ligeramente la cabeza y reprimió una sonrisa. Tras unos instantes, su cara se relajó y se tornó inexpresiva mientras sopesaba esa nueva información.

—Bien, entonces, tras quedar embarazada, ¿enseguida se casó con el sujeto en cuestión?

—Es posible. Podría explicar por qué la familia está tratando de ocultar todo. Un padre distinguido, con un bufete de abogados famoso y que piensa postularse para juez no quiere que se sepa que a su hija soltera y embarazada la violaron.

—Pero me acaba de decir que estaba casada.

—Sí, pero en secreto. Lo que tal vez sea peor para un abogado exitoso es que su hija se haya casado en secreto. Pero necesito ayuda. Estas son todas piezas importantes del rompecabezas, pero solas no me llevan a saber quién entró por la fuerza en la casa de los Eckersley aquella noche.

—Bien —dijo el comandante, haciendo girar su taza de café sobre la barra—, en primer lugar, debe recordar que nadie entró por la fuerza en esa casa. No hubo indicios de que forzaran la entrada, lo que significa que una reciente graduada y actual estudiante de Derecho era tan ignorante que no sabía que no hay que abrirle la puerta a un desconocido cuando está sola en la casa de vacaciones de sus padres, o que conocía a la persona y le permitió entrar libremente en la casa.

—De acuerdo —dijo Kelsey—. Entonces Becca desconecta la alarma y le abre la puerta. ¿A quién? Estaba casada y embarazada, pero ¿quién demonios la mató?

—Se me ocurren un par de cosas —dijo el comandante Ferguson; bebió un trago de café y luego volvió a mirar a su alrededor. La cafetería estaba casi vacía—. Puede que su fuente se haya equivocado respecto del matrimonio. O puede que Becca Eckersley se haya equivocado respecto de las intenciones del sujeto. Tal vez ella deseaba casarse y pensaba que el que la había dejado embarazada también lo deseaba. Se lo cuenta a todos, o al menos se lo cuenta a esa fuente que se lo contó a usted. ¿Cuál es el único problema? Que el tipo no quiere casarse con ella. Tampoco quiere un hijo. Y hay una sola forma de resolver ese problema.

Kelsey levantó la barbilla. Había imaginado una situación similar, aunque no la había puesto en palabras tan directas. Era una buena teoría, pero le faltaban personajes. Además, estaban abordando la situación al revés. Primero se buscaba un sospechoso y luego el motivo, no a la inversa.

El comandante Ferguson soltó una de sus risotadas como relinchos al verla debatirse entre las posibilidades.

—Nadie dijo que esto iba a ser fácil de desenredar. Pero, a medida que avance con el caso, quiero que recuerde algo.

—¿Qué cosa?

—Según mi experiencia, a las personas que le hacen algo así a una bella joven se las puede dividir en dos categorías: la primera es alguien que detestaba a la víctima.

—Lo he pensado —respondió Kelsey—. Y hasta ahora no he dado con nadie que pueda haber odiado a Kelsey. La chica no tenía enemigos.

—Así que eso nos deja con la única otra categoría de persona que podría hacer una cosa así.

—¿Y cuál es?

—Alguien que la amaba.

Más tarde esa noche, tras su encuentro con el comandante Ferguson, Kelsey se puso a escribir en la computadora, sentada en la suite del Hotel Winchester. Se encontraba delante de la pequeña mesa de comedor que estaba cubierta de papeles relacionados con el caso Eckersley. Sobre una silla había una pizarra decorada con fotos de la casa de los Eckersley y gráficos que Kelsey había hecho a mano y detallaban los movimientos de Becca el día de su muerte: desde el campus de la universidad por la mañana, a través de las montañas hasta Summit Lake, luego al Café de Millie y finalmente a la casa del lago. En cada sitio había anotado las horas para tener la información clara en la mente.

Repasó el expediente que le había dado el comandante Ferguson. Al cabo de una hora, las otras sillas terminaron cubiertas de montañas de papeles ordenados según un sistema que resultaba coherente solo para ella. Encontró información sobre viajes de Becca: un detalle de sus movimientos en los seis meses anteriores a su muerte. Becca había comenzado a estudiar Derecho en agosto, seis meses antes de morir, y la policía tenía información de solamente tres viajes hechos fuera de la ciudad de Washington. El primero había sido en noviembre, cuando fue a Greensboro, probablemente para el Día de Acción de Gracias. Otro mostraba registros de un viaje en avión a Green Bay, en el estado de Wisconsin, para Navidad. El último viaje fuera de Washington había sido a Summit Lake, el día que la mataron.

Kelsey comenzó por Greensboro; cruzó la información de los recibos de la tarjeta de crédito y los cajeros automáticos con la dirección de la casa de los Eckersley. No quedaban dudas de que Becca había viajado allí a festejar el Día de Acción de Gracias. De allí pasó al viaje a Green Bay. ¿Qué había en Green Bay que llevara a Becca allí para Navidad? Un hombre, concluyó. ¿Qué otra cosa alejaría a una estudiante de veintidós años de su familia durante las vacaciones de Navidad?

Pasó otra hora revisando los registros telefónicos de Becca, buscando llamadas realizadas a Wisconsin. Ninguna. Aunque durante tres días alrededor de Navidad descubrió una llamada por día a la casa de los Eckersley en Greensboro, tomada por una torre en Green Bay. Estaba cerca, pero necesitaba un nombre o un número telefónico o una dirección, algo que rastrear.

En la computadora, buscó la lista de primer año de Derecho en la universidad: casi cien nombres. Borró todas las mujeres y quedó con cincuenta y dos estudiantes varones que cursaban Derecho con Becca Eckersley. Una investigación minuciosa le informó que solamente tres de ellos provenían de Wisconsin, y ninguno de Green Bay. Trabajó durante otras tres horas e investigó a los otros estudiantes del segundo y tercer año de Derecho. Ninguno era de Green Bay. Hasta leyó los perfiles de los abogados del bufete de William Eckersley, siguiendo por un momento la teoría del grupo de chismosos que aseguraba que Becca había estado involucrada con algún colega de su padre. Ninguno era oriundo de Wisconsin.

Hizo a un lado sus notas sobre la facultad de Derecho y siguió leyendo el expediente del comandante Ferguson. Durante el verano en que terminó sus estudios de grado, antes de ingresar en Derecho, Becca había viajado en un avión privado perteneciente a Milt Ward, un senador de Maryland. Kelsey se humedeció el dedo con la lengua y hojeó las notas. Milt Ward había salido en todos los medios.

—¿Por qué un senador de Maryland te llevaba de viaje en su avión privado?

Intuyendo que había descubierto algo, tomó otro fajo de papeles y comenzó a investigar. Pero un golpecito a la puerta interrumpió su trabajo. Miró el reloj. Las 23.18.

A través de la mirilla vio a un hombre con traje y con la corbata floja y torcida.

—Señorita Castle —dijo el hombre, y volvió a golpear—. Soy el detective Madison. Vi luz y supuse que estaba despierta.

Kelsey abrió la puerta hasta donde la cadena lo permitía.

—¿Sí?

—Qué bien —dijo el detective—. Está levantada. ¿Podemos hablar?

—¿Sobre qué?

—Becca Eckersley.

—¿Puedo ver sus credenciales?

—Por supuesto.

El detective se quitó la placa de la cadera y se la alcanzó por entre la puerta y el marco. También le ofreció su licencia de conducir.

—No tengo problemas en conversar abajo en la recepción si se siente más cómoda allí.

Kelsey estudió la placa y se dio cuenta de que era auténtica. Había hablado con el comandante Ferguson sobre este hombre. Madison era uno de los detectives estatales que le habían quitado el caso a la policía de Summit Lake.

—¿Qué es tan importante como para que golpee a mi puerta a las once de la noche?

—Ha habido una novedad relevante.

Kelsey cerró la puerta y desenganchó la cadena.

—Aquí tiene —dijo cuando volvió a abrir la puerta y le entregó la placa y la licencia—. ¿Algo sobre Becca?

—¿Puedo pasar?

—Sí, claro —respondió Kelsey—. Está todo patas arriba.

El detective Madison entró en la suite y paseó la mirada por el material de investigación que cubría la mesa y las sillas.

—Veo que ha estado realmente ocupada.

—Estoy aquí por trabajo.

—Eso escuché. —Se dirigió a la mesa y pasó el dedo por sobre unas páginas.

—Por favor, no toque mis cosas, detective —dijo Kelsey—. A menos que tenga una orden de allanamiento, claro.

—No, no la tengo —respondió el detective. Se volvió hacia ella—. ¿Qué es lo que está haciendo, exactamente?

—Escribo un artículo sobre Becca Eckersley.

Él miró la mesa y las sillas abarrotadas de papeles.

—¿Un artículo o un libro?

Kelsey se mantuvo impávida.

—Un artículo.

—¿Por qué tanta investigación para un simple artículo?

—La historia de Becca es complicada.

—En eso tiene razón.

—¿Cuál es la novedad que lo ha traído aquí tan tarde?

El detective sonrió.

—Le agradecería si dejara de husmear en sitios donde no le corresponde husmear.

—Soy periodista y estoy escribiendo una historia, detective Madison. Husmear es mi trabajo. Y, dado que ustedes no revelan ninguna información sobre el caso, he tenido que atar cabos poco a poco.

—Ate todos los cabos que quiera, pero si quebranta la ley, pagará el precio.

—Hacer preguntas en Summit Lake no es quebrantar la ley.

—Estoy de acuerdo. Pero entrar en un edificio público sí lo es.

Kelsey no vaciló.

—¿Quién entró en un edificio público?

El detective Madison volvió a sonreír.

—Estoy trabajando en eso, créame. Las cámaras de vigilancia muestran que la otra noche dos individuos con una tarjeta de acceso robada entraron en el Centro de Gobierno del Condado de Buchanan. La misma tarjeta se utilizó después para ingresar en un despacho privado y acceder a documentos clasificados.

Esta vez fue Kelsey la que sonrió.

—¿Clasificados? ¿No me diga que el Condado de Buchanan, metido aquí en las montañas, es parte de un programa nuclear secreto?

—Muy graciosa. ¿Dónde estaba hace dos noches?

—Detective, por favor, no venga a mi habitación de hotel a tratar de intimidarme.

—Simplemente le estoy haciendo una pregunta.

—Que sugiere que de algún modo entré en este edificio del que habla.

—¿Y lo hizo?

—Si quiere interrogarme, arrésteme y hágalo en la comisaría de policía.

El detective Madison frunció pensativamente el labio inferior.

—¿Cuándo regresa a Miami?

—Cuando termine el artículo.

—Ah —El detective se rio y meneó la cabeza—. No creo que llegue a ese momento. Una vez que sepa con certeza que la que aparece en la grabación de seguridad es usted, la arrestaré, si es que sigue en Summit Lake. Y también arrestaré a la persona que estaba con usted. ¿Me ha entendido?

—En realidad, no, porque no tengo idea de lo que está hablando.

El detective señaló detrás de su hombro con un pulgar.

—Y vi que parte de su material de investigación lleva el sello del Departamento de Policía de Summit Lake. ¿Eso también lo robó?

Kelsey no respondió.

—No —dijo el detective—. Apuesto a que no tuvo que hacerlo. Stan Ferguson seguramente se lo dio porque no ha sido otra cosa que un dolor de huevos desde que se le requirió que diera un paso a un lado. Filtrar información a los medios sobre una investigación en curso es algo que no se hace. No, no. —El detective meneó la cabeza mientras se dirigía a la puerta—. Que pase una buena noche, señorita Castle.

Cerró la puerta al salir y Kelsey corrió hasta la mirilla para ver cómo se alejaba por el pasillo y entraba en el elevador. Tomó el celular y llamó a Penn Courtney. Atendió el contestador y le dejó un mensaje para que la llamara. También le envió un mensaje de texto y dejó el mismo mensaje en el contestador de su casa. Tomó su abrigo de camino hacia la puerta. Caminó a toda prisa hasta el café, que sabía que estaría cerrado a esa hora. Levantó la mirada hasta el primer piso. Las ventanas estaban a oscuras. Kelsey dio la vuelta, subió la escalera y llamó a la puerta con suavidad. Al no obtener respuesta, golpeó con más fuerza. Finalmente, la luz de la cocina se encendió. Las cortinas se movieron y la puerta se abrió.

—¿Qué sucede? —preguntó Rae.

—Necesito tu ayuda.

—Pasa —dijo Rae. Enfundada en un pantalón de pijama, una camiseta sin mangas y pantuflas, Rae atravesó la cocina—. ¿Qué ocurre?

—El detective a cargo de la investigación del caso Eckersley acaba de hacerme una visita.

Con ojos soñolientos, Rae miró el reloj de la pared.

—¿Qué hora es?

—Casi medianoche.

—¿Por qué estaba la policía en tu habitación de hotel a medianoche?

—Porque creo que estoy en problemas. El tipo se llama Madison y quería saber por qué estaba haciendo tantas averiguaciones.

—Pues dile que estás escribiendo un artículo. Es perfectamente legal.

—Claro. Salvo que la otra noche entré de manera ilegal en un edificio público con Peter y accedimos a un informe de autopsia que no era público.

—Pensé que eso era secreto.

—Sí, bueno, no tanto, parece —dijo Kelsey—. Me grabó la cámara de seguridad delante del edificio.

—Ay, mierda.

—Exacto.

—Los mejores periodistas son los peores delincuentes, ¿no es así el dicho?

Kelsey meneó la cabeza.

—Bien; no enloquezcas todavía. ¿Qué quiere el tipo?

—Que me largue de Summit Lake.

—¿Cómo vas con el artículo sobre Becca?

—Bastante avanzada. —Hubo un largo silencio en el que Kelsey se encogió de hombros—. Al menos tengo varias ideas que no concuerdan con nada de lo que está investigando la policía. Solo necesito algo de tiempo para armar todo. El comandante Ferguson dice que los estatales sostienen la teoría de que un desconocido que vagaba por el pueblo aquella noche entró por azar en la casa de los Eckersley.

—Y tú no estás de acuerdo, obviamente.

—De ningún modo. A Becca la mató alguien que ella conocía.

—¿Quién?

—No lo sé. Estoy a punto de averiguarlo, pero no tengo los recursos que necesito. En circunstancias normales, hablaría con la familia para obtener una fotografía de su vida. Para entender a esta chica. Averiguaría quiénes eran sus amigos, con quién salía. Pero no tengo posibilidades de hablar con la familia.

—¿Y qué me dices de sus amigos?

—No sé quiénes eran sus amigos. No tengo acceso a su correo electrónico y han cerrado su cuenta de Facebook. Lo requirió el fiscal de distrito y no tengo forma de acceder a ella. Podría ir a Washington y husmear en la universidad hasta que alguien me cuente algo útil, pero me da la sensación, por la visita del detective Madison, de que ir a husmear a Washington no va a ser una opción.

—Entonces, ¿cuál es tu plan?

Kelsey respiró hondo.

—Tú y yo vamos a casa de Millie y conseguimos ese diario personal.

Rae rio.

—No nos adelantemos.

—Pero eso es lo que piensas, ¿no? Que Millie tiene el diario.

—Lo he pensado, sí, pero no tengo la certeza de que sea realmente así.

—Entonces, averigüémoslo. Necesito saber cómo era la vida de Becca para luego poder armar las piezas y elaborar la teoría de quién la mató. No puedo hablar con su familia ni tengo tiempo de rastrear a sus amigos. Ahora mismo, el diario de Becca es mi única esperanza. De otro modo, pierdo la historia. —Kelsey miró a Rae y se acercó ligeramente a ella—. Necesito que me ayudes con esto.

Rae meneó la cabeza y levantó la mirada hacia el techo mientras pensaba.

—De acuerdo. Pero si es cierto que Millie tiene el diario y se lo ha ocultado a la policía hasta ahora, no nos lo entregará a nosotras.

—Claro que no. Entonces, ¿cuál es el plan?

Rae sonrió.

—No tengo un plan. Esto fue idea tuya.

—Basta. Sabes muy bien que pensamos igual.

Rae asintió lentamente.

—Es cierto.

—Entonces, ¿cómo hacemos para conseguir ese diario? —preguntó Kelsey.

—Nos ponemos creativas.