CAPÍTULO 28

Kelsey Castle

Summit Lake

15 de marzo de 2012

Día 11

El sol era una bola anaranjada justo por encima del horizonte, cuyos bordes se veían afilados en una hora tan temprana; el reflejo se desparramaba como mermelada sobre Summit Lake. La luz asomaba entre las cortinas de la ventana de la sala de Peter y caía suavemente sobre la cara de Kelsey. Ella trató de abrir los ojos, pero la luz era demasiado intensa. Sentía dolor en el cuello por la posición incómoda en la que estaba y, cuando se incorporó, se dio cuenta de en dónde se encontraba. Peter dormía a su lado, con el brazo flexionado detrás de la nuca de Kelsey y la pierna apoyada sobre la mesa de café.

La noche anterior, tras encontrar el diario de Becca dentro de la carpeta de recetas de Millie, habían regresado a casa de Peter. Juntos lo habían leído de la primera página a la última y se habían enterado de los nombres de los amigos de Becca y de la dinámica de sus relaciones. Becca estaba enamorada de Jack y Kelsey sospechaba que había un problema en su relación con el mejor amigo de Jack, Brad. Kelsey leyó la pulcra letra cursiva durante tres horas; tomó apuntes y fue armando los detalles en su mente hasta que se le cerraron los ojos y el diario cayó sobre su pecho. Peter estaba sentado a su lado y ambos se quedaron dormidos.

De mañana ya, con el resplandor del sol en los ojos, Kelsey se incorporó. Había estado durmiendo con la cabeza sobre el pecho de Peter; ambos estaban tendidos en el sofá de la sala. Sin prestar atención al dolor de cuello, miró a su alrededor.

—Disculpa. —Se frotó la cara—. Me quedé dormida.

—Yo también —dijo Peter con voz seca y áspera—. ¡Ay! —se quejó mientras quitaba la pierna de la mesa de café.

Kelsey se puso de pie y se pasó una mano por el pelo.

—¿Qué hora es?

Peter miró su reloj.

—Apenas pasadas las seis.

—Debo de haber caído desmayada anoche.

—Yo también. Suele suceder después de una inyección de adrenalina como la que tuvimos.

—¿Puedo… puedo pasar al baño?

—Por supuesto —respondió Peter. Señaló la puerta que estaba al final del pasillo—. Hay un paquete de cepillos de dientes en la primera gaveta, puedes tomar uno.

—Gracias. —Kelsey se dirigió al baño y cerró la puerta—. ¡Santo Dios! —exclamó cuando vio su imagen en el espejo. El lado izquierdo de su cabeza era un nido de pelo enmarañado y su mejilla estaba cubierta por un mapa rojo de arrugas, con una marcada depresión donde había estado el botón del bolsillo de la camisa de Peter.

Se lavó la cara, se cepilló los dientes y se pasó un peine por el pelo. Su mente jugaba al juego de tirar la cuerda en direcciones opuestas: una parte deseaba recordar el casi beso que había compartido con Peter; la otra, más analítica, quería regresar al diario de Becca y estudiar el elenco de personajes que figuraban en él.

Salió del baño tras unos minutos, con aspecto más pulcro. Llevaba el pelo atado en una coleta y en la boca sentía el sabor mentolado de la pasta de dientes. Peter se dirigió al baño, y ambos sonrieron, algo incómodos, cuando intercambiaron lugares. Peter cerró la puerta; Kelsey meneó la cabeza.

—¿Qué estoy haciendo, por Dios? —se preguntó.

Peter asomó la cabeza por la puerta del baño.

—¿Cómo dices?

Ella le hizo un ademán con la mano para que regresara dentro.

—Nada.

Se dirigió al sofá y hojeó el diario de Becca. Instantes más tarde, Peter salió del baño, también con aspecto más presentable.

—¿Quieres ir a desayunar? —preguntó.

—Sí, claro. —Kelsey sonrió.

Fuera, el cielo absorbía como una esponja los colores del amanecer. Los brotes de los árboles parecían haberse convertido en hojas durante la noche. El aire estaba limpio y fresco y la temperatura comenzaba a ascender a medida que se elevaba el sol. La mañana olía a hogares de leña y pinos. La primavera había llegado a Summit Lake.

Caminaron por la calle Maple y giraron por la avenida Nokomis, donde encontraron un sitio para desayunar. Pidieron crepas y huevos. La incomodidad de haberse despertado uno junto al otro se disipó rápidamente mientras tomaban café y recordaban la aventura de la noche anterior.

—Me quedé dormido en la parte en que Becca iba a pasar la Navidad a su casa con Jack.

—Lo terminé —dijo Kelsey.

—¿Y?

—Becca era una chica interesante, no hay dudas. Queda claro que estaba enamorada de Jack y ahora sabemos que se casó con él tras descubrir que estaba embarazada. Pero había otros hombres en su vida.

—Brad, cierto. ¿Un amigo de la universidad?

—Sí, y leyendo entre líneas imagino que tal vez Brad imaginaba que su relación con Becca era más que platónica. Pero eso no es todo. También mencionaba a otros hombres. Un profesor con el que tuvo una relación en secreto.

—¿Se acostaba con él?

—No, por lo menos no dice eso en el diario. Pero lo menciona muchas veces, así que es un candidato que vale la pena rastrear. Y también hay un ex novio por allí. Un chico del bachillerato que estaba en Harvard e iba a menudo a la Universidad George Washington. También me gustaría hablar con él.

—¿Y el esposo, Jack? ¿No deberías hablar con él primero?

—Hablar con él, sí, sin duda. Pero no antes que con los otros. Quiero averiguar quiénes eran estos otros hombres y ver si pueden aportar información sobre Becca y la relación que tenían con ella. Luego quiero ver qué saben de Jack. Una vez que tenga todo eso, pasaré a hacerle una visita.

—¿No crees que la policía ya se habrá puesto en contacto con todos ellos?

—No sé cuánta información tiene la policía. Según el comandante Ferguson, los investigadores estatales insisten en la teoría de que fue un asalto que salió mal.

—Pero esa teoría tiene que estar construida sobre alguna base. Alguna prueba que hayan encontrado.

—El bolso de Becca había desaparecido. Nada más. Por lo menos, eso es todo lo que sabe el comandante Ferguson sobre el motivo por el que insisten en que fue un asalto.

—¿Y tú no les crees?

—De ninguna manera. Con ayuda del comandante Ferguson, deduzco que la persona que mató a Becca no solo la conocía, sino que tal vez tenía una estrecha relación con ella.

—¿Alguien que estaba enamorado de ella?

—Es posible. Pero lo primero que voy a hacer es buscar a estos sujetos y hablar con ellos. Tengo que darme prisa.

—¿Por dónde comenzamos, entonces? Quiero ayudarte.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo. Con lo que necesites.

—La visita que me hizo el detective Madison la otra noche me ha dejado con la impresión de que no tenemos mucho tiempo. Lo primero que debemos hacer es identificar a las personas que Becca menciona en el diario. Releí la información de anoche y no encuentro un solo apellido de ninguno de sus amigos. Así que comencemos por allí. —Kelsey buscó sus notas—. Jack vive en Green Bay, Brad en Maryland. O al menos son oriundos de esos sitios. Quién sabe dónde estarán ahora. Entiendo que la compañera de apartamento, Gail, vive en Florida, pero estudia en Stanford.

Kelsey tomó una servilleta y escribió con letras mayúsculas: JACK Y GAIL. Deslizó la servilleta por encima de la mesa.

—Si quieres ayudar —dijo, mirando a Peter a los ojos— y no te inquietan los problemas en los que podemos habernos metido por entrar en el edificio del condado, entonces, te pediría que averigües quién es Gail y la llames. Averigua qué sabe sobre Becca y Jack. Consígueme el apellido de Jack y cualquier información que Gail esté dispuesta a darte. Si te resulta fácil conversar con ella, si estableces una buena relación, cuéntale mi teoría sobre lo que pudo haber pasado entre Becca y Jack y fíjate cómo reacciona.

Peter puso la mano sobre la servilleta y comenzó a acercarla hacia él. Kelsey cubrió la mano de él con la suya y detuvo el avance de la servilleta.

—Peter, si te preocupa meterte en un lío por esto, entonces, ahora es el momento de dejarlo. Estoy segura de que puedes escudarte tras algún tipo de inmunidad médica por haber mirado esa autopsia y haber entrado en el edificio. En este preciso momento, seguramente tienes menos problemas que yo. Si quieres dejar las cosas como están, lo entiendo.

Peter le sostuvo la mirada y liberó su mano y la servilleta de los dedos de Kelsey.

—Buscaré a la compañera de Becca y hablaré con ella. Te haré saber lo que averigüe.

—Gracias.

—De nada. ¿Y cuál es tu plan? ¿Localizar a los otros hombres de su vida?

—Exacto.

—Pues comencemos —dijo Peter—. Tenemos trabajo que hacer.