CAPÍTULO 29

Becca Eckersley

Universidad George Washington

21 de diciembre de 2011

Dos meses antes de su muerte

El plan era esperar hasta el segundo trimestre para hablar con los padres de ambos, con la excusa de asegurarse de que el embarazo no tuviera ninguna complicación y que el bebé estuviera sano. En verdad, eso les daba un poco de tiempo para acomodarse. Tendrían dos meses para resolver varias cosas y preparar el terreno para que todo eso no pareciera una locura. Si las cosas marchaban según su endeble estrategia, Jack y Becca se sentarían a la mesa del Día de Acción de Gracias en Greensboro y les comunicarían a los Eckersley que serían abuelos.

Jack se esforzaba mucho para mantener la calma, pero Becca dudaba de su constante optimismo sobre que, una vez que se asentara la polvareda que levantaría la noticia, todo saldría bien con sus padres y ellos se sentirían felices. Ella visualizaba la escena en el momento de arrojar la bomba y, por mucho que lo intentara, le resultaba difícil ver a su padre emocionado ante la realidad de tener una hija de veintidós años, embarazada y soltera. Su padre era un hombre poderoso en Carolina del Norte. Era influyente y prestigioso. Tenía intenciones de transferirles el bufete al hermano de Becca y a otros socios para iniciar su carrera judicial. Ella sabía que una transición de esa magnitud requería de antecedentes impecables. No solo de su padre, sino de toda la familia. Una hija embarazada, soltera, que abandona los estudios de Derecho no iba a ayudar a que su padre lograra el nombramiento.

Ese último pensamiento los condujo a presentarse en el juzgado de Washington. Becca tenía claro que organizar una boda formal, en su situación, sería algo imposible. Por ese motivo, contrajeron matrimonio ante un juez de paz en una ceremonia íntima. No fue como lo habían planeado ni como habrían imaginado el curso de su vida. Pero si algo habían aprendido Jack y ella el año anterior era que el camino de la existencia tenía muchos desvíos y que, en ocasiones, un recorrido más largo termina transformándose en un atajo.

Una vez que el juez los hubo declarado marido y mujer, se besaron y se sentaron detrás de un escritorio en la oficina de procesamiento para llenar formularios. Se les informó que debían completar el trámite de su certificado de matrimonio y les entregaron una copia con las instrucciones correspondientes.

Pasaron una sola noche en el hotel Four Seasons de Washington, donde celebraron con una cena costosa y una buena botella de vino de la que Becca robó pequeños tragos. El sábado fue tranquilo para los dos en el apartamento de Becca; el domingo Jack tomaría un vuelo a Nueva York y ella comenzaría a estudiar para un examen. Habían iniciado el fin de semana como novios y lo finalizaron como marido y mujer.

En las semanas siguientes se acostumbraron a la rutina de ser una pareja casada en secreto con un bebé en camino de cuya existencia nadie estaba enterado. Y cuando finalmente llegó el Día de Acción de Gracias, fecha acordada para hablar con los padres de Becca, los invadió el desasosiego. Ninguno de los dos pudo encontrar la manera de abordar el tema, por lo que las dos noches en casa de los Eckersley en Greensboro transcurrieron entre ansiedades y susurros. Regresaron a Washington el sábado siguiente a la cena de Acción de Gracias. Jack tenía su agenda completa hasta Navidad y luego una semana libre, que coincidía en parte con el receso de Becca. Planeaban viajar a Green Bay para que ella conociera a los padres de él. La presentación de Becca como su esposa y el anuncio a sus padres de que pronto serían abuelos le aseguraban a Jack que esa sería una Navidad inolvidable.

Becca completó su semana con exámenes finales de Procedimiento Civil y Contratos y se sintió inmensamente aliviada. Envió un mensaje de texto a Jack en cuanto estuvo libre.

¡Acabo de terminar! Celebraré por mi cuenta en O’Reilly’s. Brindaré por ti.

Era media tarde y O’Reilly’s estaba bastante lleno de estudiantes de Derecho y gente de negocios que terminaban la semana y también el semestre. Jack estaba de viaje con el senador Ward y no regresaría hasta la Nochebuena, para la que faltaban dos días.

El médico había completado los cálculos y había determinado que el bebé había sido concebido a principios del año lectivo, a finales del verano, cuando estuvieron juntos y se olvidaron del mundo. La fecha probable de parto se estableció oficialmente para el 18 de mayo, dos semanas después de los finales. No era lo ideal, pero podría haber sido peor, más aún si el nacimiento se adelantaba y le impedía presentarse a los exámenes. No obstante, Becca se sentía optimista de que el bebé nacería en una ventana estrecha de tiempo que le permitiría finalizar sus cursos y organizarse como para poder retomar los estudios en el otoño. Evaluaron las opciones de tomarse un año libre y retomar más adelante en horario completo o cambiar a media jornada y graduarse más tarde de lo esperado. En cualquier caso, con cuatro meses de embarazo, Becca tenía opciones.

Al observarse detenidamente frente al espejo del baño, vio que su vientre no delataba la presencia de un bebé en su interior, ni siquiera de perfil. De momento, mantuvo el secreto para sí. Con excepción de unos pocos compañeros de estudio, Becca no se había hecho amigos cercanos durante el primer semestre de clases, y con Gail en el otro extremo del país, no temía que nadie descubriera su secreto antes de que ella decidiera revelarlo.

En O’Reilly’s pidió una ensalada y una Sprite; sentía que sus hombros se habían liberado del peso del semestre. Contaba con dos semanas para relajarse. Sacó el iPhone del bolso y revisó los emails con la ilusión de ver alguno de Gail. Habían prometido escribirse cuando terminaran sus exámenes. Cuando se disponía a abrir la bandeja de entrada, alguien arrastró una banqueta hasta la mesa y se sentó con ella.

Becca levantó la mirada, sorprendida primero y luego feliz de ver a su viejo amigo Thom Jorgensen, su antiguo profesor de lógica, que había dejado la Universidad George Washington por un trabajo en Cornell.

—¡Thom! ¿Qué haces aquí?

—Hola, Becca Eckersley —dijo él.

—¡Pero, mírate! —Becca se pasó la mano por la cara—. Te has convertido en un miembro de la Ivy League. Me sorprende que permitan a los profesores llevar barba. Pensé que era solo para los estudiantes.

Thom Jorgensen sonrió.

—De hecho, nos alientan a dejárnosla crecer. ¿Qué opinas?

Becca frunció los labios.

—Muy guapo. ¿Qué tal el trabajo nuevo?

—Bien, podría ser mejor.

—¿Mejor? ¿No te contentas con estar en la cima de la cadena alimentaria?

—No, no. El trabajo es increíble, la universidad es de primera y nunca había formado parte de una institución de tanta excelencia.

Becca entornó los ojos.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Thom se encogió de hombros.

—Todavía no entiendo por qué rechazaste ingresar en Cornell.

Ella se quedó muda durante unos segundos.

—¿Cómo supiste que lo rechacé?

—Becca, moví muchos hilos para que te aceptaran en el programa de Derecho. Me jugué el pellejo como nunca antes lo había hecho y en una posición en la que todavía no piso fuerte. Les dije a todas las personas con poder de decisión que tú serías una excelente incorporación. Y me devuelves el favor diciendo que no.

—Thom, no sabía que habías hecho todo eso por mí. La UGW fue la primera en aceptarme y es la universidad a la que asistió mi padre. Nunca consideré ir a otro lugar, a menos que la UGW me rechazara.

—¿Qué quedó de lo que hablamos sobre poder pasar más tiempo juntos finalmente?

—Bueno —dijo Becca—, creo que habríamos estado en la misma situación si yo hubiera sido estudiante en la universidad donde trabajas.

—Pero ¿por qué no he tenido noticias tuyas?

—Estuve ocupada con mis estudios y, además, vivimos a cientos de kilómetros de distancia.

—Comprendo: soy el idiota que malinterpretó nuestra amistad.

—No, no fue una mala interpretación. Por mera logística, se hace difícil juntarnos a tomar un café si vivimos en distintos estados.

—Me habría gustado que consideraras Cornell más en serio. Es una gran oportunidad y estaríamos más cerca.

Becca miró a su antiguo profesor; se sentía confundida y triste por él. Antes de que ella pudiera responder, entró una mujer y se encaminó directamente hacia ellos.

—¡Eres un hijo de puta!

Thom Jorgensen levantó la mirada y luego cerró los ojos.

—Por Dios, Elaine, ¿qué haces?

—¿Qué hago? No, ya no tienes derecho a preguntarme. —Se dirigió a Becca—. ¿Cuántos años tienes?

Becca levantó las palmas de las manos.

—¿Quién es usted?

—Ay, perdona, soy Elaine Jorgensen, la esposa de Thom.

Becca miró a Thom.

—¡¿Qué demonios…?!

—Elaine —dijo Thom—, vayamos afuera.

—Claro, ahora que te he descubierto, por fin quieres hablar.

—Escuche —dijo Becca—. Nunca me dijo que estuviera casado y no hay nada entre nosotros. Hace un año que no lo veo, desde que se marchó de aquí.

—Pero ahora te encuentras cómodamente almorzando con mi esposo.

—No, estaba almorzando sola y su esposo me interrumpió.

—Thom —dijo Elaine—. Levántate. Nos vamos.

El profesor Jorgensen se puso de pie como un perro que obedece la orden del amo.

Elaine miró a Becca y la señaló con el dedo directo a la cara.

—No te acerques a mi esposo.

Tomó a Thom por el brazo y lo empujó por la puerta.

Becca tragó saliva y, sin mover la cabeza, miró a su alrededor y vio que todos la miraban. Poco a poco, la gente volvió a concentrarse en comer y beber.

—¡Mierda, Eckersley! Tú sí que sabes montar una escena.

Becca miró por encima de su hombro y vio a Richard Walker, su novio del bachillerato, de pie junto a ella.

—¿Primero un campesino del interior y ahora un baboso que engaña a su mujer?

Seguía alterada y le temblaban las manos, pero Becca se puso de pie con rapidez y abrazó a Richard. Lo había visto por última vez un año atrás, cuando ella y Jack pasaron Navidad juntos en Summit Lake.

—Yo también me alegro de verte —dijo Richard, abrazándola con fuerza—. ¿Qué sucede?

Becca meneó la cabeza y retiró los brazos de los hombros de él.

—Ay, solo estoy un poco alterada, nada más.

—¿Por el profesor Bolas Tristes? —Richard señaló la puerta—. ¿Qué le pasa? ¿Necesitas que le dé un puñetazo?

—Es un antiguo profesor mío que era un poco demandante. Nunca supe que estaba casado y ahora… —Becca meneó nuevamente la cabeza—. Su mujer está convencida de que tenemos una relación.

Richard frunció la cara en una mueca.

—¡Tu universidad se ha desbarrancado! ¿Primero, ignorantes de Wisconsin, y ahora, profesores acosadores? —Richard ladeó la cabeza—. ¿O sea que no te acuestas con él?

Becca le dio una palmada en el hombro.

—No, todo esto es muy incómodo. Acompáñame mientras almuerzo. ¿Qué estás haciendo por aquí?

—Terminé con los finales. Me voy a casa dos semanas. Tú también, ¿no es así?

—Mañana, sí.

Se sentaron.

—Hace un tiempo que no nos vemos —dijo Richard.

—Sí, mucho tiempo.

Se hizo un silencio.

—¿Te sigues viendo con ese tipo?

Becca asintió de nuevo.

—Qué mal.

—Ya basta.

—¿Va en serio?

—Sí.

Richard permaneció mirándola durante un minuto.

—¿En serio, como quien dice “Contigo hasta el fin del mundo”?

Becca lo miró directo a los ojos.

—Sí, Richard, con él hasta el fin del mundo.

Richard respiró hondo.

—Tendría que haberme esforzado más —dijo.

—¿De qué hablas?

—Para recuperarte; te visité un par de veces durante el primer año, pero en aquel entonces era demasiado tonto como para darme cuenta de lo que me perdía. Debería haberme esforzado más. Tal vez, tú y yo estaríamos celebrando juntos ahora el final de los exámenes.

Ella movió el índice en un gesto que los abarcaba a ambos.

—Lo estamos haciendo.

—Solo por casualidad.

Becca sonrió.

—Lo que necesito ahora es un amigo. No quiero sermones ni llanto.

—¡Guau! —dijo Richard—. Serás una excelente abogada: careces de toda sensibilidad.

Ella le tocó la mano para disculparse.

—De acuerdo —dijo él—. Amigos, entonces. Cuéntame lo horrible que fue tu primer semestre.