Kelsey Castle
Summit Lake
15 de marzo de 2012
Día 11
—El pueblo está infestado de policías estatales —dijo Rae, y cruzó la cocina. Se dirigió a una ventana del apartamento y miró abajo hacia la calle Maple—. O sea, están por todas partes. Hay otro coche aparcado en la acera de enfrente.
—¿Todo esto es por mí? —preguntó Kelsey.
—Y por tu amigo el médico.
—¿Qué te dijo el detective Madison en el café?
—No mucho. Le pregunté por qué te buscaba y me dijo que era un asunto policial. Quería saber si conocía al doctor Ambrose.
—¿Qué le dijiste?
—Que no, porque en realidad no lo conozco, solo he oído hablar de él. Así que no le he mentido a la policía, ¿verdad? —Rae se quedó pensando un momento—. ¿Dónde está tu coche?
—En el Winchester.
—Seguramente lo habrán encontrado ya, así que saben que sigues aquí. No te puedes ir a pie de la montaña. Y en este pueblo no hay muchos sitios donde esconderse.
Kelsey abrió las palmas de las manos.
—Estoy escribiendo un artículo para una revista, ¿qué demonios les pasa? —Kelsey fue hasta la ventana donde estaba Rae y juntas observaron desde detrás de las cortinas la actividad en la calle. Los policías uniformados recorrían la calle Maple, entrando y saliendo de los comercios—. Ojalá se hubieran tomado este mismo trabajo cuando mataron a Becca. Tal vez ya habrían descubierto algo, a estas alturas.
—A propósito, ¿encontraste el diario?
Kelsey había olvidado que tenía el diario en el bolso. Asintió.
—En la carpeta de recetas de Millie.
—Es lógico. ¿Leíste algo?
—Sí, lo leí todo. Anoche, antes de quedarme dormida.
—¿Dónde? Anoche, tras dejar a Millie en su casa y quedarme a tomar té dulce en la cocina para asegurarme de que no hubieras dejado un desorden que ameritara que ella llamara a la policía, fui al Winchester, pero no respondías.
—Ah, no, fui a casa de Peter y… pasé la noche allí.
—¿En serio?
—Me quedé dormida sobre el sofá.
—¿Algo más?
—¿Tengo a la policía buscándome en cada esquina del pueblo y tú te interesas por mi vida amorosa?
—Me intereso por la vida amorosa de todo el mundo. No podrías creer lo que me cuenta la gente cuando se toma un café.
Kelsey la miró y meneó la cabeza.
—De momento, me interesa que ninguno de ustedes dos vaya a parar a la cárcel. —Kelsey le dio la espalda a Rae para volver a mirar por la ventana del frente—. Tengo que averiguar si se encuentra bien.
—Llámalo.
—No responde. —Cerró las cortinas—. ¿Cómo haré para salir de aquí?
—Entraste sin permiso en un edificio. Eso no amerita cadena perpetua. Apuesto a que ni siquiera es un delito punible con cárcel.
—Entonces ¿por qué está toda la policía aquí? —preguntó Kelsey, haciendo un ademán hacia la ventana.
—Por Becca, seguramente. Como sospechabas, su padre quiere controlar la información que surja del crimen. No quiere que la controles tú. ¿Qué descubriste en el diario?
—Los nombres de los amigos de Becca. Incluso el del chico con el que se casó. Y los de un par de otros hombres que formaban parte de su vida.
—¿En qué sentido?
—Resulta que era muy sociable. Creo que manipulaba un poco a los hombres. Es difícil saberlo solo por el diario. Pero tenía relaciones con varios hombres en el momento de su muerte.
—Entiendo por qué el padre no querría que eso se supiera. ¿Cuál es el plan, entonces?
—El diario no contiene apellidos, así que tengo que hacer bastante trabajo de investigación para identificar a los hombres que estaban en la vida de Becca. Peter está rastreando a su antigua compañera de apartamento para ver qué sabe sobre ella y el chico con el que se casó. Yo iba a empezar a investigar a los otros hombres. —Kelsey volvió a observar la actividad policial por la ventana—. No sé si tendré tiempo de encontrarlos a todos.
—No digas disparates. No llegaste hasta aquí para darte por vencida ahora —la alentó Rae—. Aquí tenemos dos computadoras, acceso a internet y café. Es lo único que se necesita para rastrear a un grupo de universitarios y muchachos de fraternidades.
Kelsey sonrió. Tomó su MacBook y se dirigió al dormitorio con Rae, que se sentó delante de su computadora. Kelsey se sentó junto a ella, con su portátil. Colocó el diario de Becca sobre el escritorio, entre ambas, y buscó sus apuntes.
—Tres hombres: Brad, Richard, Thom. Amigo de la universidad, novio del bachillerato, profesor de la UGW.
Rae comenzó a teclear.
—Comencemos a hurgar. Yo me quedo con Brad. Tú encárgate del profesor.