CAPÍTULO 35

Becca Eckersley

Summit Lake

17 de febrero de 2012

El día de su muerte

Becca faltó a su clase del viernes por la mañana y ni se preocupó por la sesión de estudio de la tarde. Había cargado el coche la noche anterior con todo aquello que no pudiera congelarse y a las ocho de la mañana emprendió el viaje. Serían cinco horas hasta las montañas y una más hasta Summit Lake. Habló con Jack antes de salir. Milt Ward le había ofrecido todo el tiempo que necesitara y Jack pensaba comprar un pasaje de avión para el sábado por la mañana, por lo que llegaría a Summit Lake ya entrada la tarde. Pidió cuatro días libres, calculados cuidadosamente para incluir dos en Summit Lake —el sábado y el domingo—, uno en Greensboro para la tan demorada charla con los padres de Becca y uno más para regresar a Washington antes de retomar la gira con el senador Ward. Ese fue el plan que le propuso a Becca y ella lo aceptó con mucha ilusión.

Becca llamó a sus padres por el camino para hacerles saber cómo iba el viaje y prometió llamarlos otra vez al llegar. Debido a las paradas adicionales necesarias para ir al baño, el viaje duró siete horas. Eran casi las tres de la tarde cuando detuvo el coche en la pequeña entrada frente a la casa del lago.

Arrastró la maleta y la dejó en el dormitorio, luego corrió fuera para traer las provisiones que había comprado la noche anterior. Una vez que se hubo instalado en la casa y fijó el termostato en una temperatura agradable, se puso su abrigo grueso, se colgó la mochila del hombro y se dirigió a su lugar favorito. Para cuando regresara, la casa estaría cálida y acogedora.

Puso la alarma, cerró la puerta con llave y echó a andar hacia el pueblo. El Café de Millie estaba a dos calles de distancia. Livvy Houston era amiga de la familia y, con el paso de los años, Becca se había encariñado con el local, el café y en especial con el té dulce, receta secreta que Livvy había heredado de su madre. Era viernes por la tarde y el lugar se hallaba bastante vacío. Becca encontró una mesa cerca de la ventana, no muy lejos del calor de la chimenea. Un café con leche la mantendría despierta, pero como hacía cuatro meses que no consumía cafeína, prefirió pedir el té dulce, aunque era tan azucarado que sin duda podría competir con el café. Abrió sus libros y sus notas y media hora después se hallaba inmersa en el Derecho Constitucional y en la complejidad de varios fallos de la Corte Suprema. Cuanto más leía, más apuntes tomaba. Comenzó a extraer material de estudio de su bolso y muy pronto la pequeña mesa del Café de Millie se convirtió en un desorden de papeles. Hasta en la silla junto a ella había páginas con las esquinas dobladas y un libro de investigación de tapas blandas.

Becca trabajó durante dos horas y consumió un par de tés dulces, entre múltiples idas al baño, antes de reclinarse finalmente en la silla y estirar las piernas. Necesitaba un descanso. Buscó en el bolso un pequeño diario de tapas duras. No siempre había escrito con asiduidad en un diario. Los pensamientos, los deseos y los miedos que anotaba allí eran privados y no los compartía con nadie. Ni siquiera con Gail, y por cierto no los publicaba en blogs como los que solía leer. Becca no hacía una crónica de su vida, a diferencia de otras chicas que utilizaban internet para compartir sus escritos. Pero a partir del primer año de la universidad se volvió más constante y comenzó a escribir todos los días o día por medio. Algunas anotaciones eran largas descripciones de su vida y de sus sentimientos, otras eran breves ocurrencias sobre el amor y la vida de una estudiante universitaria. Esa tarde, en el Café de Millie, hizo una crónica de los últimos días vividos: escribió sobre la reciente visita a la doctora, sobre el temor de que el parto se adelantara y sobre la manera en la que Jack había logrado calmarla como siempre lo hacía. Escribió sobre su viaje inesperado a Summit Lake y sobre el fin de semana que esperaba pasar con el hombre que amaba. Ya había completado dos páginas cuando Livvy hizo su aparición desde la parte trasera del café.

—Hola, Becca—dijo Livvy.

Becca levantó la mirada del diario y esbozó una gran sonrisa. Se puso de pie y abrazó a su antigua niñera.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Livvy y se sentó a la mesa frente a ella.

—El estudio, lamentablemente. —Becca también se sentó—. Tengo un examen importante la semana próxima y necesitaba escapar para poder estudiar tranquila.

Por temor a que Livvy preguntara por su diario, lo deslizó bajo la mesa y lo colocó sobre la silla vacía que estaba a su lado.

—¿Tus padres están contigo?

—No, mi padre tiene un juicio la semana que viene, así que ha estado súper ocupado. Me dijeron que tendría toda la casa para mí.

—O sea que tienes una casa grande y tranquila donde estudiar ¿y terminas viniendo aquí?

Becca sonrió.

—Amo este lugar. Es perfecto para estudiar. Pero ya me vuelvo a casa, casi he terminado.

—¿Qué tal la universidad?

—Bien. —Becca asintió—. Bueno, ya sabes cómo es el Derecho. Algunas cosas son interesantes y otras, muy aburridas.

Livvy señaló los papeles sobre la mesa.

—¿Y esto?

Becca se encogió de hombros.

—Derecho Constitucional. Es pasable, pero no es lo que más me gusta. Creo que es por eso que estoy aquí. Para asegurarme de entenderlo bien.

—Hablé con tu madre la semana pasada y me contó que estás saliendo con un joven brillante y muy educado, que trabaja para un senador.

Becca sonrió. Su madre y Livvy eran grandes amigas. Recordaba haber pasado muchas horas en casa de los Houston durante su infancia. Ella y Jenny Houston se llevaban un año de diferencia y habían sido muy amigas en la escuela primaria. Pero siempre se había sentido muy cercana a Livvy. Ambas tenían una relación especial, que Becca suponía había comenzado el día en que, a los diez años, se orinó en los pantalones cuando visitaron el zoológico con la familia Houston. El paseo duraba casi una hora, y cuando Becca le informó a Livvy sobre la inminente emergencia, ya no había tiempo para llegar a un baño. Livvy manejó una experiencia potencialmente humillante con gran celeridad: llevó a Becca hasta el aparcamiento, la vistió con un par de vaqueros extra que tenía en la camioneta familiar y escondió las pruebas hasta que estuvieron lavadas y dobladas al día siguiente, logrando no solamente que los demás niños no se enteraran sino también que Becca no tuviera que contárselo a sus padres.

Los pequeños ocultamientos continuaron hasta la adolescencia de Becca. Livvy reparó una farola sin que los Eckersley se enteraran y levantó los contenedores de basura después de que Becca les pasó por encima con el coche cuando estaba aprendiendo a girar en la curva pronunciada de la entrada de la casa. Habló con ella tras encontrar latas vacías de cerveza en la habitación de Jenny cuando Becca había pasado la noche allí, pero no les dijo nada a sus padres. Por lo tanto, no era extraño que tras treinta minutos de conversación con Livvy, Becca se sintiera muy cómoda revelándole algunos detalles sobre Jack. Todos los secretos de su vida aguardaban, silenciosos, dentro del diario que tenía junto a ella, y Becca se sintió tentada de abrirlo en la página uno y comenzar a leerlo. Ansiaba contarle a alguien sobre el hombre al que amaba, sobre su matrimonio, sobre el bebé que crecía en su vientre. Anhelaba revelar los secretos que había guardado tan celosamente en el último año que, por momentos, se preguntaba si eran reales. Quería abrir la boca y dejarlos fluir desde sus cuerdas vocales y levantar esa ancla que pesaba sobre su vida.

—Parece que es serio lo tuyo con este joven —dijo Livvy.

—Es serio. No estamos saliendo y nada más, ¿sabes?

Livvy hizo una pausa.

—No entiendo bien. ¿Qué quieres decir? ¿Es una relación formal?

Becca meneó la cabeza

—Más que eso.

Livvy abrió mucho los ojos.

—Becca Eckersley, ¿estás comprometida?

Becca sonrió, tragó saliva y negó con la cabeza.

—Entonces, ¿qué? ¿Están por comprometerse?

Becca respiró hondo y exhaló lentamente.

—¿Recuerdas cuando de pequeña me hice pis en los pantalones en el zoológico?

Livvy pensó por un segundo y luego asintió.

—¿Recuerdas que guardaste el secreto?

Asintió de nuevo.

—Esto es lo mismo, ¿de acuerdo? —dijo Becca—. No puedes contárselo a nadie.

—¿Qué es?

Otra inspiración profunda.

—Me he casado.

—¡Rebecca Alice Eckersley! ¡Tu madre no me dijo una palabra cuando hablamos!

Becca sonrió, algo avergonzada.

—Lo que sucede es que ella aún no lo sabe.