Becca Eckersley
Summit Lake
17 de febrero de 2012
La noche de su muerte
Becca se dirigió a la puerta con una sonrisa en la cara. Encendió la luz exterior y corrió las cortinas. Lo que vio la dejó anonadada. Se acercó un poco más, entornó los ojos, sonrió otra vez y rio.
—¡Ay, por Dios!
Brad Reynolds se hallaba de pie en el umbral de la puerta. Llevaba un gorro de lana gruesa encajado hasta las cejas y de su cara cubierta de barba brotaba una nube de vapor en el frío de la noche. Apenas si pudo reconocerlo.
A lo largo de varios meses, Becca se había preguntado con frecuencia si volvería a ver a su amigo alguna vez. La última imagen que tenía de él era la de su cuerpo colgando de la viga de la cocina del apartamento que compartía con Jack. Aquella noche, Jack corrió a sostenerlo de la cintura para poder aflojarle la presión en el cuello tras un minuto sin oxígeno. Les llevó otro minuto deshacer el nudo del lazo y, cuando llegaron los paramédicos, Brad ya estaba consciente y en condiciones de hablar. Destruido emocionalmente por haber fracasado en su intento de suicidio, pasó la noche en el hospital hasta que sus padres se lo llevaron a casa a la mañana siguiente. Becca trató muchas veces de ponerse en contacto con él, pero Brad estaba bien protegido por su madre y su padre, que, sin sutileza alguna, culparon a Becca y a Jack por lo sucedido.
Conmovida y emocionada por verlo allí, pulsó el código de la alarma hasta que la luz cambió de rojo a verde, luego quitó el cerrojo, corrió la cadena y finalmente abrió la puerta. Brad entró inmediatamente. Había cambiado desde la última vez que estuvo con él, casi un año atrás. Llevaba el cabello largo y grasiento, algo extraño en él, que siempre lo usaba corto, cuidado y peinado con gel. Y con la barba tupida y espesa parecía un estudiante universitario rebelde, igual a todos los que tienen la esperanza de destacarse porque llevan barba y pelo largo.
—¿Qué haces aquí? —dijo Becca, envolviéndolo en un abrazo.
Brad la abrazó con fuerza.
—Vine a verte —dijo.
Ella se separó ligeramente, sin quitar las manos de los hombros de él.
—Te ves… bien, pero diferente. —Becca sonrió—. Has optado por un aspecto más rústico. —Brad se mantenía imperturbable—. Pero ¿qué has estado haciendo? —preguntó—. ¿Sabes que te llamé muchísimas veces? Tu madre me dijo…, bueno, que no insistiera hasta que tuvieras deseos de hablar.
—Sí —dijo Brad; miraba por encima de ella con expresión perdida—. Me dijo que habías llamado. Yo estaba mal y avergonzado… No quería hablar con nadie.
—Pensaba volver a llamarte, pero no quería ser pesada. Ven, resguárdate del frío.
Él dio unos pasos dentro del recibidor y ella cerró la puerta.
—Vamos a la cocina —dijo Becca—. Me enteré de que la universidad decidió que podrías terminar el semestre.
Brad negó con la cabeza.
—Nah, ya no quiero saber nada de estudiar.
Becca levantó las cejas.
—Bueno, date un tiempo para pensarlo, podrías cambiar de opinión. —Se encontraban en la cocina, donde la música del iPod era casi inaudible de fondo—. No puedo creer que estés aquí. ¡Qué locura todo esto! ¿Qué haces aquí? Es decir, ¿cómo sabías que yo estaba en la casa?
—He estado viviendo en la cabaña de caza de mi padre, creo que hace como un año ya, no lo sé.
Becca hizo una pausa.
—¿En plena montaña?
—Sí, necesitaba escapar.
—¿En serio? ¿Todo el año? No hay electricidad allí, ¿verdad?
—Sí, hay. Con un generador de propano.
—¿Es la cabaña donde tu padre organizaba la convención de abogados? ¿Donde estuvo mi padre invitado hace un par de años?
—Sí, es esa. El viejo canceló la convención este año. Supongo que no quería que tuviera que irme. Debió de temer que volviera a su casa. —Soltó una risa incómoda.
Becca sonrió y se quedó mirando a su viejo amigo, tan distinto de como lo recordaba.
—A veces es bueno escapar.
Se hizo una larga pausa y ambos quedaron de pie en la cocina.
—Bueno —dijo Becca—, vamos, forastero. Pongámonos al día sobre nuestras vidas.