Brad Reynolds
Summit Lake
17 de febrero de 2012
La noche de la muerte de Becca
Brad se quedó de pie junto al cuerpo inmóvil de Becca; el pecho le palpitaba como si fuese asmático. Permaneció así mientras pasaban los minutos y trató de recuperar el aliento; no sabía bien qué había hecho ni qué debería hacer después. Echó una rápida mirada a la casa, que era un reguero de objetos desparramados desde el recibidor y la cocina hasta la sala de estar, donde se encontraba él. Parecía que un pequeño tornado hubiera arrasado todo a su paso.
Corrió a la cocina y recogió del suelo el bolso Coach de Becca. Junto a él había un sobre y también lo tomó. Tendría que hacer algunas cosas más, como dejar abierta una puerta o romper una ventana o subir y llevarse joyas de la madre de ella, pero los pensamientos se precipitaron sobre él en una avalancha de pánico. En cambio, corrió hasta la puerta de cristal con el bolso de Becca en la mano y, tras dirigir una última mirada al cuerpo desnudo e inmóvil de ella, abrió la puerta y escapó en la noche. El aire frío del invierno entró en sus pulmones y le hizo arder los ojos.
Había aparcado la camioneta en una calle lateral que daba a Maple. Corrió sin detenerse a lo largo del muelle y, cuando llegó al final de la fila de casas, se detuvo y comenzó a caminar. Lo que menos necesitaba era que alguien recordara haber visto a un hombre corriendo por las calles esa noche. Llegó hasta su camioneta y, con la mano sobre la manija de la puerta, miró hacia ambos lados de la calle. Estaba solo. Abrió, subió y dejó caer el bolso en el asiento del acompañante.
Con la respiración más controlada, encendió el motor y puso la camioneta en marcha. Cinco minutos más tarde, abandonaba el centro del pueblo y se adentraba en los caminos oscuros que lo llevarían de regreso a la cabaña de caza de su padre. Encendió las luces altas y su mente quedó en blanco. Sin conciencia de sus acciones y sin poder recordar nada del viaje de una hora, Brad tomó la última curva; las luces del coche iluminaron su llegada a la cabaña.
Con la mirada fija, sin parpadear, apagó el motor. Estuvo sentado unos cuantos minutos mientras la camioneta perdía temperatura en la noche helada y emitía pequeños ruidos de vez en cuando. Por último, tomó el bolso de Becca del asiento del acompañante, caminó a través del haz de las luces delanteras de la camioneta y entró en la cabaña. Dejó la puerta abierta y las luces del coche iluminaron la sala mientras él se sentaba en el sofá.
Sujetó con fuerza el bolso de Becca contra el pecho, como un niño abraza su oso de peluche. Parpadeó y, por fin, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Delante de él, sobre una mesa baja, se hallaban los objetos que había estado venerando antes de tomar la decisión de ir al pueblo a verla. Imágenes de Becca en la universidad, con jeans cortados y una camiseta de la UGW atada a un lado con una banda elástica. Una fotografía de ellos dos en un partido de béisbol del equipo Orioles de Baltimore cuando Becca lo visitó en el verano posterior al primer año. Las notas que ella le dejaba en la mesa de noche cuando se quedaba a dormir y se marchaba antes de que él se despertara. Había docenas de ellas.
B: Nos vemos esta noche en el Diecinueve. Eres adorable cuando roncas. B
Sobre la mesa también se hallaba el examen robado de Derecho Empresarial. En muchos sentidos, ese robo había provocado que su vida cayera en espiral. Tenía que saber la verdad. Si ella realmente necesitaba que lo robara o si todo había sido un juego. Había ido a la casa del lago solamente para hacer esa simple pregunta. Nada más. Solo quería saber la verdad.
Soltó el bolso de Becca y lo abrió para mirar dentro. Ese bolso con sus pertenencias era ella. Era Becca. Una parte de ella. Tenía su olor y su ser. Revolvió el contenido y halló el bálsamo labial en el fondo. Lo destapó, cerró los ojos y lo olió. Aún podía evocar en su mente el sabor de ese bálsamo la noche en que él y Becca se besaron. Extrajo la tarjeta de identificación de la facultad de Derecho. Al mirar la imagen de Becca, quiso hacerle a esa muchacha amada mil preguntas más. Quiso volver el tiempo atrás, visitarla otra vez y llegar a un final diferente.
Finalmente, arrojó el bálsamo labial y la tarjeta dentro del bolso y lo dejó caer sobre una mesa lateral. Cuando rasgó el sobre que había encontrado en la casa del lago, encontró la hoja de papel y reconoció de inmediato la letra cursiva de ella. Era la carta de Becca para su bebé por nacer. Con el pecho como un yunque y la respiración agitada otra vez, Brad comenzó a leer. Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras leía la carta, sentado en el sofá. Las luces delanteras de la camioneta iluminaban la cabaña a través de la puerta abierta. En el sillón, Brad se mecía. Adelante y atrás. Adelante y atrás.