Kelsey Castle
Miami, Florida
11 de mayo de 2012
Tres meses después de la muerte de Becca
el cielo matutino estaba salpicado de nubes cuando Kelsey salió de su casa. Vestía una camiseta sin mangas Under Armor y pantalones cortos. Los calcetines pequeños y ajustados resultaban invisibles debajo de las zapatillas de deporte. Corrió a lo largo de la playa durante un par de kilómetros, oliendo el aire salado; su cuerpo relucía por la humedad. Tardó unos diez minutos en llegar a su antiguo sendero, por el que continuó otros quinientos metros hasta el extremo del bosque. El corazón le galopaba. En parte por el ejercicio, pero mucho más por la ansiedad.
Contempló el bosque y el sendero en sombras; la luz del sol goteaba por entre el follaje. No había corredores ni ciclistas. Le vino a la mente la idea de volverse y retomar el camino por la playa hacia su casa. Sería un recorrido aceptable de cuatro kilómetros, pero daría por tierra con su propósito de esa mañana. Hacía meses que no corría por ese sendero. Cuatro largos meses habían pasado desde la última vez que había estado allí, enseñándole a la policía dónde había sucedido y cómo. Había transcurrido una vida desde el comienzo de ese viaje. Y por fin, en el día de la publicación del artículo sobre Becca, Kelsey estaba lista para terminar con ese capítulo de su vida. Para escribir la última frase y dejarlo ir.
Sintió unas gotas de lluvia sobre los hombros y levantó la mirada hacia el cielo. Era una mezcla de sol distante y nubes cercanas. Comenzó a llover con más fuerza. Se colocó los auriculares en los oídos y comenzó a correr por el sendero sombrío del bosque; el denso follaje la protegía de la llovizna. Tras siete minutos, llegó a El Sitio. No miró hacia el bosque ni permitió que sus pensamientos se dispararan sin control. En cambio, siguió corriendo sin detenerse. Sus piernas largas y musculosas la alejaron de esa parte del bosque y de su vida, paso a paso, hasta que El Sitio quedó detrás, lejos.
Recorrió cuatro kilómetros hasta que vio la salida más adelante, una curva donde terminaba el bosque. La claridad la atraía. La llamaba. Aceleró la marcha, levantando las rodillas con paso de corredora, impactando el suelo solamente con el tercio anterior de los pies. Sus brazos se balanceaban con movimientos controlados, mientras el sudor le caía por las muñecas hasta las manos abiertas y desde los dedos al suelo. A medida que se acercaba a la salida del bosque, Kelsey vio que la calle estaba bañada en la luz del sol, que se reflejaba en los charcos que se habían formado, haciendo resaltar los árboles mojados.
Una tormenta con sol.