Anexo 5.1

La renuncia de la teoría neoclásica a la teoría de la división social del trabajo y sus consecuencias metodológicas

Habiendo jugado un papel clave en la economía política clásica, la teoría de la división social del trabajo (el ámbito de la reproducción material de la vida real) pasó a ocupar un lugar marginal en la teoría económica neoclásica desde el surgimiento de la misma a mediados del siglo XIX, siendo por último transformada en una simple teoría del equilibrio formal de los mercados, o equilibrio formal de un sistema de precios idealizado; y consecuentemente, abandonando la confrontación de los resultados del funcionamiento de tales mercados con el análisis de la reproducción de la vida real. Surge así un nuevo marco conceptual, el de la teoría de la competencia perfecta, criterio de referencia y norma de evaluación de los mercados “reales” y de toda realidad percibida por la economía neoclásica.

La razón de esta renuncia a una teoría de la división social del trabajo no es tan difícil de encontrar, y la podemos entender desde dos ángulos diferentes. Por un lado, porque una teoría de la división social del trabajo desembocaba necesariamente en una teoría del excedente económico. Y ésta no puede ser elaborada sin aceptar la reproducción material de la vida humana, como última instancia de la posibilidad de tal división del trabajo. Por otro lado, una teoría de la división social del trabajo tiene que examinar los problemas de la coordinación de los distintos procesos del trabajo que integran el sistema del división social del trabajo y que permite que estos procesos del trabajo funcionen como un único proceso de producción. Eso implica una teoría del poder, de las clases sociales, del Estado y del sistema institucional en general. Cimentar la teoría económica en la división social del trabajo (reproducción material de la vida real), significa ir más allá de aquellos fenómenos a los que la teoría económica neoclásica restringe el análisis económico. La teoría económica, necesariamente tendría que insertarse en una teoría general de la sociedad, y sería muy difícil evitar que tal teoría se acerque al materialismo histórico. Veremos en este apartado las principales consecuencias teóricas de esta renuncia.

Para la formulación de una teoría económica del mercado y del capitalismo, las relaciones mercantiles son, sin duda, un elemento imprescindible y central para el análisis de la coordinación del trabajo social. Tienen una función claramente definida, y las mismas no surgen “en el aire”, apenas para superar las desventajas del trueque directo, o como resultado de un “instinto humano” de propensión al cambio{64}. Cuando se han generalizado dentro de una sociedad, las relaciones mercantiles tienen justo la función de coordinar el sistema de la división social del trabajo, aunque este hecho sea ignorado por la teoría neoclásica; y su eficacia como institución económica se debe medir por su capacidad de lograr de forma exitosa esta coordinación (en los planos de la consistencia formal y de la factibilidad material). Para hacer posible un juicio científico y no tautológico sobre ellas, deben por ende, responder ante una medida de su eficacia que se encuentre fuera de las relaciones mercantiles mismas.

No obstante, la teoría neoclásica ignora por completo esta doble condición y exigencia para el análisis científico de los mercados{65}. Ciertamente, busca asimismo una medida de la eficacia de las relaciones mercantiles (teoría de la eficiencia y el bienestar), pero cree hallarla en las propias relaciones mercantiles (eficiencia de la competencia perfecta), ignorando cualquier instancia anterior al mercado en función de la cual se analice y se juzgue al mercado. Erige al mercado como criterio y juez para analizar y juzgar al mismo mercado, con lo cual el procedimiento de análisis se vuelve evidentemente tautológico. Y más aún, como sólo el mercado puede juzgar sobre sí mismo, éste queda exento de toda responsabilidad frente a la sociedad, frente al ser humano y frente a la naturaleza. Los seres humanos, la sociedad y sus instituciones no mercantiles pueden distorsionar a los mercados, sin embargo éstos no distorsionan a la sociedad o a la naturaleza; y si lo hacen, es porque son “imperfectos” o “incompletos”. Se trata, en efecto, de una visión “mercado- céntrica”: el mercado es el centro del universo neoclásico; lo demás se reduce a “fallos del mercado”, distorsiones que no permiten que se alcance el estado de óptimo de Pareto{66}.

Una teoría crítica de la reproducción social, una teoría crítica de la “racionalidad reproductiva”, tiene que dar un giro decisivo en este sentido. Sin pretender la abolición del mercado ni verlo como un “mal necesario”, debe colocar en su centro al ser humano y a las condiciones que hacen posible su reproducción en cuanto que ser natural, corporal; viviente, vale decir, debe colocar en su centro al ser humano concreto y a la naturaleza{67}.

La teoría neoclásica incurre en esta flagrante tautología cuando construye su concepto más preciado, el modelo de la competencia perfecta, y su correspondiente noción de equilibrio económico. Dicho modelo consiste en una idealización “hasta el límite” de algunas características de los mercados reales, lo que resulta en una ficción imaginaria (platónica) sin referencia empírica alguna. Pretendiendo asumir el método de la física clásica (becerro sagrado de la economía neoclásica), se parte de una reflexión sobre los mercados reales, idealizándolos hasta el grado de liberar el análisis de todo tipo de “interferencias externas” o “fricciones”, como si se tratara de un péndulo matemático o de un experimento de caída libre. Con todo, en el experimento de la caída libre, un físico no hace abstracción de los cuerpos que caen, ni el concepto del péndulo matemático hace abstracción del péndulo real.

Pero la teoría de la competencia perfecta no sólo hace abstracción de tales “fricciones”, sino que también hace abstracción de los contenidos fundamentales de los mercados reales, y en particular, procede de este modo cuando renuncia a una teoría de la división social del trabajo{68}. No sólo hace abstracción de todas las instituciones sociales ajenas al mercado, sino también, de todas las relaciones reproductivas ajenas al sistema de precios, a las que nada más reconoce —cuando lo hace— como “efectos externos”. El problema de la teoría neoclásica no es que trabaje con abstracciones, ni siquiera que se trate de altísimas abstracciones, sino que lo haga con malas abstracciones{69}.

Tal método de idealización “hasta el límite” de ciertos aspectos de la realidad, anula todo criterio fáctico de la realidad, haciendo del equilibrio formal en mercados perfectos el único criterio de juicio sobre los mercados reales. Así, un mercado real es más o menos eficiente en términos de su comparación con el modelo de la competencia perfecta, un mercado real es más o menos competitivo en términos de una comparación similar, y así sucesivamente{70}.

La economía política clásica había elaborado el modelo de Robinson Crusoe como su marco de referencia para comprender la problemática del equilibrio económico (junto con su teoría del salario de subsistencia). La teoría neoclásica sustituye el modelo de Robinson por el de la competencia perfecta (y la teoría del salario de subsistencia por el supuesto de salarios flexibles o infinitamente variables). Ahora que, tanto el modelo de Robinson como el de competencia perfecta son conceptos límite de tipo trascendental, son instancias de referencia que hiper-simplifican su relación teórica con la realidad. Y frente a los problemas concretos que su visión no puede explicar, simplemente se preguntan ¿qué hubiese hecho Robinson en tal situación?, ¿qué pasaría si hubiese competencia perfecta? (¡Supongamos que...!). Una vez hecho este tipo de razonamiento, se vuelve a la realidad empírica con instrumentos teóricos más o menos refinados y formalizados; y la compleja y enorme riqueza de la realidad se transforma en pálida pobreza (empiria) frente al modelo idealizado.

En realidad, toda esta forma de proceder contiene una secularización de una referencia teórica e ideológica que aparece en la escolástica de la Edad Media, la cual de igual manera se hacía este tipo de preguntas: ¿Qué hubiese pasado en esta o aquella situación con Adán y Eva en el Paraíso? Para interpretar la propiedad privada, el intercambio mercantil, o el interés cobrado sobre el dinero de préstamo, esta escolástica se preguntaba: ¿Hubo propiedad privada, relaciones mercantiles o cobro de interés en el Paraíso? Si hubo propiedad privada en el Paraíso, ésta es buena y, por tanto, un derecho natural; si no la hubo, entonces es consecuencia del pecado y debe ser limitada o incluso abolida. El Paraíso es aquí referencia de juicio, como en los siglos XVIII y XIX lo fue el modelo de Robinson, y como desde el siglo XX lo ha sido el modelo de la competencia perfecta y del equilibrio general{71}.

Científicamente, habría que proceder precisamente a la inversa. Si tales contenidos reales no fueran eliminados de raíz, éstos podrían juzgar sobre la validez de la idealización de los mercados perfectos, tal como el movimiento de los cuerpos reales juzga sobre la validez de la idealización de la caída libre. Pero la teoría neoclásica, al eliminar los contenidos de los mercados reales (a los que denomina “imperfecciones”, “externalidades” o, “fallos del mercado”), renuncia a contar con un criterio empírico sobre la verdad científica de sus hipótesis{72}. Lo sustituye por la idealización imaginaria que construye, transformada en el principal, si no el único, criterio de verdad{73}, olvidando además que lo contingente no es necesariamente lo secundario, ni lo que se puede descartar con facilidad en un proceso de idealización teórica. El proceso de abstracción por el cual es derivada una situación ideal, abstrae de la contingencia del mundo, y por eso también de la conditio humana. Las situaciones ideales son conceptos del mundo que se consiguen abstrayendo de la contingencia de este mundo. De seguro todo el mundo es contingente, sin embargo no es contingente la contingencia del mundo. En cambio, la imaginación de una aproximación asintótica a la situación ideal de la realidad, trata a la contingencia del mundo como algo contingente.

Todos sabemos que la totalidad de los mercados reales son, en mayor o menor grado, “imperfectos”, hecho que reconoce plenamente la misma teoría neoclásica; no obstante, en el marco teórico neoclásico esta “imperfección” no se mide por su relación con la realidad que el mercado presenta o intenta representar. Se mide por su relación con la idealización imaginaria del mercado en el modelo de equilibrio general, con lo que las explicaciones tautológicas aparecen de nuevo. Los problemas económicos surgen porque los mercados son imperfectos. A su vez, los mercados no son prefectos porque hay información imperfecta, o porque hay competencia imperfecta, o porque los derechos de propiedad no están perfectamente definidos.

De esta visión neoliberal del mundo brota, en estrecha correspondencia, su concepto de eficiencia, de igual modo desprovisto de cualquier connotación real. Según este concepto, una acción es eficiente si la ganancia resultante es maximizada. Esto es en sí tautológico. Afirma que el mercado es eficiente si es un mercado libre, competitivo, perfecto; midiendo la eficiencia del mercado por el mercado mismo. Los efectos sobre la realidad no son considerados. Luego, la acción humana es eficiente si el mercado es total, excluyendo del juicio los posibles efectos destructores del mercado total sobre los seres humanos y la naturaleza. La consideración teórica de estos efectos se deja de lado en nombre de una metodología que denuncia cualquier llamado al respeto por las necesidades, sea de los seres humanos o de la naturaleza, como un “juicio de valor” que la ciencia, pretendidamente, no debe hacer.

Esta es la “explicación” que la teoría neoclásica ofrece para el desempleo, la inflación, la pobreza, el subdesarrollo económico, la contaminación ambiental, etc., etc. De ahí que no resulte extraño que su receta fundamentalista sea siempre la misma: ¡más mercado! Es la explicación tautológica (falacia) de la enfermedad por la imperfección de la medicina. Decir que si los mercados fuesen perfectos no habría desequilibrio en los mercados, es como decir que si la medicina fuese perfecta no habría enfermedad. Esta tautología no explica ningún desequilibrio, así como tampoco explica ninguna enfermedad. Que el mundo es imperfecto es algo que todos sabemos, pero afirmar que tales imperfecciones provienen de que no es perfecto, no es ningún tipo de explicación. ¿Cuáles son los elementos empíricos que explican tal imperfección?, ¿cuáles son las causas reales de tales imperfecciones?, ¿cuál es la verdadera causa de la enfermedad? Sobre esto, la teoría neoclásica no tiene nada que decir, y sostiene invariablemente que las imperfecciones del mercado y sus consecuencias se corrigen haciendo a los mercados más completos y más perfectos; lo cual no debe impedir reconocer que en determinadas situaciones ésta puede ser, en efecto, una alternativa adecuada.

Una respuesta no tautológica a éstas y otras preguntas similares tiene que trascender el ámbito del propio mercado, tiene que ubicarse en un ámbito externo al mercado. Este ámbito es el sistema de la división social del trabajo y la coordinación del trabajo social (la reproducción material de la vida real), por eso nuestro análisis parte de esta teorización. Para poder discernir, comparar y evaluar distintas formas de coordinación de la división social del trabajo, es necesario desarrollar un tertium comparationis, el cual debe ubicarse fuera del sistema institucional por evaluar. Este solamente puede ser el ser humano concreto, para el cual las instituciones son un medio de vida y de convivencia, no un fin. Los criterios de equilibrio del mercado no pueden ser, (al menos no sólo), criterios mercantiles (mercado idealizado, tautología), sino la satisfacción de las necesidades humanas, criterio último de la racionalidad económica.

Con todo, la teoría neoclásica falla justo en este punto. Elabora un concepto de equilibrio general en términos exclusivamente del equilibrio formal de los mercados o del sistema de precios. Al proceder de esta manera, tal concepto no puede servir como referencia para analizar el sistema de mercados en cuanto sistema particular de coordinación de la división social del trabajo, porque con anticipación ha hecho abstracción del mismo (la interdependencia directa entre los productores, por ejemplo, la que es introducida más tarde como una “externalidad”). En lugar de enmarcar el análisis del sistema de mercados dentro de un equilibrio sostenible de la división social del trabajo, concebido con independencia del sistema de precios y del mercado (ontológicamente precedente), la teoría neoclásica contrapone el sistema de mercados a una idealización imaginaria de los mercados y de la competencia, la competencia perfecta. Entonces, los mercados juzgan sobre los mercados, en un evidente círculo vicioso. Mediante este procedimiento, la teoría neoclásica pierde por completo de vista que el sistema de mercados es un sistema de coordinación de la división social del trabajo, por lo que debe ser analizado en cuanto tal.