Capítulo XVII

Economía para la vida y teoría del valor

El análisis del capitalismo a través de la teoría marxiana del valor y sus limitaciones

La teoría marxiana del valor capta de forma adecuada las características básicas de la sociedad capitalista y su dinámica de acumulación fundada en el valor de cambio y la plusvalía:

1. Reconoce la abstracción que el mercado realiza del valor de uso.

2. Capta la homogeneización que la producción mercantil realiza del mundo de la vida real en general y del mundo del trabajo en particular (el trabajo abstracto).

3. Advierte que los objetos y medios de trabajo son “medios de producción”, en tanto que solamente el trabajo humano es creador de un nuevo valor.

4. Descubre que en el marco de las relaciones mercantiles, “el trabajo” y los “medios de producción” son valorizados a partir de sus “costos de extracción”, no de sus costos de reproducción (valoración monetaria). El valor es siempre el valor del producto producido, sin tomar en cuenta las condiciones de la reproducción de riqueza en su conjunto.

No obstante, aunque Marx también advierte que un proceso de valorización está presente a nivel del proceso de trabajo en general y del proceso simple de trabajo, no lo analiza, con lo cual queda oculta una doble transformación fundamental: la de la vida en el “trabajo” y la de la naturaleza en “tierra”, esto es, en “factores de la producción”, en mercancías. En este capítulo queremos exponer estas y otras limitaciones que a nuestro parecer contiene la teoría marxiana del valor, así como sugerir algunas líneas de desarrollo.

Marx introduce el análisis del proceso de valorización de la siguiente manera, en la segunda parte del capítulo V del tomo I de El Capital:

Hasta aquí, nos hemos limitado a estudiar un aspecto del proceso, pues se trata de la producción de mercancías. Y así como la mercancía es unidad de valor de uso y valor, su proceso de producción tiene necesariamente que ser la unidad de un proceso de trabajo y un proceso de creación de valor (1973, t. I: 138).

Un aspecto notable de este procedimiento es que Marx deriva el desdoblamiento del proceso de producción en un proceso de trabajo y un proceso de creación de valor, a partir de la misma producción mercantil, dando por sentada su existencia, pero no antes de ese momento del análisis. Por esta razón, creemos, el paso teórico queda necesariamente oscurecido. Por un lado, el proceso de trabajo, tal como Marx lo ha analizado previamente, resulta de la abstracción de las relaciones sociales entre los productores (“no hemos tenido necesidad de presentar al trabajador en relación con otros”, ibid., p. 136), sin embargo, al introducir el proceso de producción (unidad del proceso de trabajo y del proceso de valorización), sí incluye estas relaciones sociales en cuanto relaciones mercantiles o capitalistas. Haciendo esta inclusión del proceso de producción a partir de la mercancía, hace surgir las relaciones sociales de producción del hecho de que la producción se presente como producción mercantil, lo cual evidentemente carece de sentido.

Queda por tanto sin contestar la pregunta, ¿cómo en una sociedad sin producción mercantil se efectúa la transformación del proceso de trabajo en proceso de producción, o cómo se desarrolla la constitución del proceso de trabajo en una totalidad de producción? En este tránsito teórico tendría que preguntarse sobre la posibilidad de determinar las condiciones materiales de la reproducción social en general, en relación a las cuales la ley del valor que rige en un mundo de productores mercantiles sería apenas una forma históricamente específica de esta determinación, y con plena vigencia en la economía capitalista. Estas condiciones generales de la reproducción social se ubicarían en el mismo espacio teórico del “proceso de trabajo en general”, o más específicamente, del sistema de coordinación de la división social del trabajo.

En el marco de la ley del valor, podríamos entonces llegar a la determinación del trabajo abstracto como aquella sustancia que permite cuantificar el costo relativo de todos los productos en tiempo de “trabajo socialmente necesario” {256}. Aun así queda pendiente la tarea de si es posible plantear, para el proceso de trabajo en general, un “valor-en-general” más allá del “valor-trabajo” correspondiente a la producción mercantil, y que sirva de criterio para evaluar las condiciones de la reproducción social en general.

Como es sabido, el concepto de trabajo abstracto es clave para la teoría de la mercancía en Marx. Con todo, para analizar de manera coherente el paso del proceso de trabajo al proceso de producción, tendría que entenderse como categoría específica expresada en el trabajo socialmente necesario, y que en la forma valor/valor de cambio es índice de orientación para la acción de los productores mercantiles{257}.

Esta limitación en el análisis de Marx tiene importantes consecuencias, pues una clara definición del trabajo abstracto obligaría a una revisión de toda la teoría de la mercancía, el valor y la plusvalía. Pero el punto que ahora más nos interesa resaltar, es que ello pondría en duda el punto de partida de El Capital a partir de la mercancía en cuanto categoría simple y “célula económica”. Tal como vimos en el capítulo V (La coordinación social del trabajo y sus criterios de evaluación), el proceso de trabajo en general, el proceso simple de trabajo y el sistema de división social del trabajo tendrían que ser el nuevo punto de partida, y su forma mercantil un paso posterior del análisis.

El proceso de valorización (en la producción mercantil)

Este proceso de valorización lo podemos describir con las palabras del propio Marx:

Este trabajo ha de ser enfocado ahora desde un punto de vista totalmente distinto de aquel en que nos situábamos para analizar el proceso de trabajo. En el proceso de trabajo todo gira en torno a una actividad encaminada a un fin: la de convertir el algodón en hilado. Cuanto más apto para su fin sea el trabajo, tanto mejor será el hilado suponiendo que todas las demás circunstancias no varíen... En cambio, enfocado como fuente de valor, el trabajo del hilandero no se distingue absolutamente en nada del trabajo de perforador de cañones, ni, para no salirnos demasiado del campo de nuestro ejemplo, de los trabajos del plantador de algodón y del fabricante de husos, materializado en los medios de producción del hilado. Esta identidad es la que permite que el plantar algodón, el fabricar husos y el hilar sean otras tantas partes solo cuantitativamente distintas del mismo valor total, o sea, del valor del hilo. Aquí, ya no se trata de la calidad, de la naturaleza y el contenido del trabajo, sino pura y exclusivamente de su cantidad. Y esta se calculó por una sencilla operación aritmética. Para ello, suponemos que el trabajo de hilar es trabajo simple, trabajo social medio (ibid., 140-41).

Lo que Marx de hecho describe en este pasaje, es un proceso de socialización del trabajo (que por ahora sólo presupone) que conduce a su progresiva homogeneización, y que ocurre tanto en la producción mercantil como en otras, si bien es la producción específicamente capitalista la que lo lleva a sus extremos.{258}

A lo largo del proceso de trabajo, este se trueca constantemente de inquietud en ser, de movimiento en materialidad. Al final de una hora de trabajo, las manipulaciones del hilandero se traducen en una determinada cantidad de hilado, o, lo que es lo mismo, una determinada cantidad de trabajo, una hora de trabajo se materializa en el algodón. Decimos hora de trabajo, o lo que tanto vale, inversión de las fuerzas vitales del hilandero durante una hora, porque aquí el trabajo del hilandero sólo interesa en cuanto inversión de fuerza de trabajo, y no como la modalidad específica de trabajo que supone el hilar (ibid., 141).

Con todo, sólo cuando Marx pasa a discutir el concepto de trabajo socialmente necesario, logra determinar la especificidad de la producción mercantil con relación a la división social del trabajo en general.

Ahora bien, es de una importancia extraordinaria, decisiva, el que, mientras dura el proceso de transformación del algodón en hilados, este proceso no absorba más que el tiempo de trabajo socialmente necesario... Sólo el tiempo de trabajo socialmente necesario cuenta como fuente de valor (ídem).

Este concepto ya implica la valorización en la forma de precios monetarios —valores de cambio—, y será por ende central para la discusión del proceso de producción en su forma mercantil.{259}

Para seguir profundizando, analicemos ahora el concepto de Marx del trabajo abstracto y del doble carácter de la mercancía, para ver después la valorización de todos los elementos del proceso de trabajo con base en el trabajo abstracto. Esto nos obliga a volver a la discusión de la primera sección de El Capital.

Valor de uso y valor, trabajo concreto y trabajo abstracto

Marx parte de la mercancía como forma elemental del cúmulo de mercancías que representa la riqueza en la sociedad con modo de producción capitalista.

La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos. Ni interesa tampoco, desde este punto de vista, cómo el objeto satisface las necesidades humanas, sea directamente como medio de vida, es decir, como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción (ibid., 3).

En cuanto se la considera en este sentido, la mercancía es valor de uso.

La utilidad de un objeto lo convierte en valor de uso... El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo de los objetos (ibid., 3-4).

Este valor de uso se presenta bajo un aspecto cualitativo y uno cuantitativo. Visto por su aspecto cualitativo, tenemos que:

Cada objeto de estos representa un conjunto de las más diversas propiedades y puede emplearse, por tanto, en los más diversos aspectos (ibid., 3).

Pero esta utilidad de los objetos no flota en el aire. Es algo que está condicionado por las cualidades materiales de las mercancías y que no puede existir sin ellas. Lo que constituye un valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad de la mercancía misma, el hierro, el trigo, el diamante, etc. Y este carácter de la mercancía no depende de que la apropiación de sus cualidades útiles cueste al hombre mucho o poco trabajo (ibid., 3-4){260}.

Sin embargo, los diversos aspectos de las cosas, que permiten utilizarlas como valores de uso, se descubren por “actos históricos” (ver nota al pie número 3 en la página 3 del capítulo primero de El Capital). Un objeto es valor de uso o puede ser transformado en valor de uso, según que sus cualidades o potencias sean descubiertas por el ser humano para ponerlas a su servicio. Un objeto, como por ejemplo el carbón, no es de por sí un valor de uso. Lo es únicamente en el grado en el cual el ser humano descubre cómo le puede servir para satisfacer sus necesidades específicas (por ejemplo, de calefacción o de cocido de los alimentos) y en la medida en que es efectivamente usado para tal efecto.

Este descubrimiento y su uso correspondiente hacen que una cosa sea un valor de uso o un bien. Igualmente significa, que tiene sentido producirlo como producto. Ahora bien, como valor de uso no tienen nada más una calidad. También tienen siempre un aspecto cuantitativo.

Al apreciar un valor de uso, se le supone siempre concretado en una cantidad, v. gr. una docena de relojes, una vara de lienzo, una tonelada de hierro, etc. (ibid., 4).

Otro tanto acontece con la invención de las medidas sociales para expresar la cantidad de los objetos útiles. Unas veces, la diversidad que se advierte en las medidas de las mercancías responde a la diversa naturaleza de los objetos que se trata de medir, otras veces, es fruto de la convención (ibid., 3).

Como tal, los valores de uso no son el objeto de la economía política.

Los valores de uso suministran los materiales para una disciplina especial: la del conocimiento pericial de las mercancías (ibid., 4).

Esta posición de Marx resulta extraña, ya que de igual modo podría añadir: como todo el desarrollo tecnológico se refiere a los valores de uso y al descubrimiento de las cualidades que los objetos potencialmente tienen, tampoco es objeto de la economía política, lo que resulta claramente absurdo pues se trata de un tema que Marx aborda de manera explícita, aunque nunca apenas desde una óptica técnica.

Pero literalmente, de acuerdo con Marx, los valores de uso no son objeto de la economía política, aun cuando las estructuras sociales que sí son objeto de esta ciencia tienen una influencia sobre la determinación de los valores de uso: ¿cuáles potencialidades se van a buscar, descubrir o aprovechar?, ¿cuáles satisfactores se van a producir? No obstante, este aspecto, sólo en parte indirecto, Marx lo deja totalmente de lado, mientras durante todo el siglo XX fue adquiriendo una importancia creciente.

Si bien Marx define inicialmente el valor de uso a partir de la mercancía, lo concibe con claridad como una categoría más amplia que la producción mercantil.

Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de esta (ibid., 4).

Claramente, los valores de uso se corresponden por consiguiente con el concepto del proceso de trabajo en general. El proceso de trabajo crea valores de uso, aunque el valor de uso no sea necesariamente producto de un proceso de trabajo{261}.

De esta manera, Marx descubre como “cuerpo material” de la mercancía la categoría del valor de uso, que no se limita a la producción mercantil. Con todo, detrás de la mercancía y del valor de cambio descubre otra categoría, de la cual él deriva el concepto del doble carácter de la mercancía: el valor. La mercancía es la unidad de valor de uso y valor, y la expresión del valor es necesariamente mercantil.

En el curso de nuestra investigación volveremos de nuevo al valor de cambio, como expresión o forma obligada de manifestarse el valor, que por ahora estudiamos independientemente de esta forma (ibid., 6).

A primera vista, por tanto, la categoría del valor parece tener para Marx otro grado de generalidad —más restrictivo— que la del valor de uso. Siendo el valor de cambio la expresión necesaria del valor, la categoría del valor parece restringida a la producción mercantil, no existiendo como tal en producciones no mercantiles.{262}

Ahora bien, es indudable que Marx reserva la palabra valor para analizar relaciones mercantiles de producción{263}. Por consiguiente, veamos primero cómo llega a la categoría valor. Marx parte del valor de cambio, y comienza con el análisis de lo que parece ser el valor de cambio.

A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la proporción en que se cambian los valores de uso de una clase por valores de uso de otra, relación que varía constantemente con los lugares y tiempos. Parece pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y relativo, como si por tanto, fuese una contradictio in adjecto la existencia de un valor de cambio interno, inmanente a la mercancía (valeur intrinseque) (ibid., 4).

Sin embargo, para Marx, eso es nada más lo aparente; y acto seguido empieza a desarrollar un argumento a favor de su teoría del valor, que consiste intrínsecamente en una deducción conceptual; la cual, no obstante partir de una descripción de los hechos, no por ello deja de ser puramente conceptual.

Una determinada mercancía, un quarter de trigo, por ejemplo, se cambia en las más diversas proporciones por otras mercancías, por ejemplo, por x betún, por y seda, por z oro, etc. Tienen que ser necesariamente valores de cambio permutables los unos por los otros o iguales entre sí. De donde se sigue: primero, que los diversos valores de cambio de la misma mercancía expresan todos ellos algo igual, segundo, que el valor de cambio no es ni puede ser más que la expresión de un contenido diferenciable de él, su “forma de manifestarse” (ibid., 4).

Por eso, los valores de cambio de las mercancías “hay que reducirlos necesariamente a un algo común respecto al cual representar un más o un menos” (ibid., 5). Y que se trata de una deducción puramente conceptual se reafirma con el ejemplo geométrico que utiliza para aclarar su argumento{264}. Marx se propone entonces determinar lo que es este “algo común”.

Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o química, ni en ninguna otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades materiales de las cosas sólo interesan cuando las consideramos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de sus valores de uso respectivos (ídem.)

Entonces, este algo común no puede encontrarse en el plano de los valores de uso. De eso concluye:

Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías estas solo conservan una cualidad: la de ser productos del trabajo (ídem.){265}.

Hecha esta constatación, Marx discute su distinción entre trabajo concreto y trabajo abstracto. Si las mercancías son producto del trabajo, teniendo eso en común, entonces se impone un análisis de lo que es el trabajo. Por un lado, es la actividad básica que impulsa el proceso de trabajo. Como tal, usa determinada técnica, se encamina a la satisfacción de una necesidad determinada y tiene como resultado un producto determinado. Este trabajo Marx lo llama trabajo concreto, que por lo visto no puede ser la base y el denominador común del intercambio de las mercancías. Pero como productos del trabajo abstracto, las mercancías no son resultado

...de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Dejarán de ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades materiales se habrán evaporado. Dejarán de ser también productos del trabajo del ebanista, del carpintero, del tejedor o de otro trabajo productivo cualquiera (ibid., 5).

Y Marx concluye:

Con el carácter útil de los productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán también, por tanto, las diversasformas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto...Pues bien, considerados como cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos son valores, valores- mercancías (ibid., 5-6).

De eso se sigue que el algo común de las mercancías visto como cristalización, es su valor, y que este valor, visto como proceso, es trabajo humano abstracto. Visto en el movimiento de su nacer, las mercancías tienen el trabajo humano abstracto como su sustancia común, y visto desde el resultado del proceso de su producción, son valores, cristalización de este trabajo abstracto. Los valores por su parte se manifiestan en los valores de cambio, sin ser idénticos a estos. Con todo, Marx aclara que todavía no se va a preocupar de los valores de cambio, o de la forma como los valores se manifiestan en los valores de cambio, pues primero es necesario investigar más a fondo qué es el valor, “que por ahora estudiaremos independientemente de esta forma” (ibid., 6). Marx se pregunta en seguida por la posibilidad de cuantificación de esta sustancia que es el trabajo abstracto{266}.

Por tanto, un valor de uso, un bien, solo encierra un valor por ser encarnación o materialización del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de sustancia creadora de valor, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc. (ibid., 6).

Con eso Marx ha regresado de nuevo a la realidad empírica. Partió de la mercancía, como apariencia caótica, y volvió a la mercancía, teniendo ahora el instrumento para entenderla como cualidad y cantidad. Aun así, se trata apenas de una primera ronda de un largo y complejo proceso de abstracción y concreción. Todavía queda por demostrar cómo los valores se convierten en precios, o cómo el valor se manifiesta en los valores de cambio. Su vuelta a la empiria es totalmente incipiente aún, y todo el resto de El Capital está dedicado al análisis de las maneras de manifestarse el valor en los valores de cambio, a la transformación de los valores en precios, precios monetarios. Su primera aproximación a este problema la presenta ya en el apartado 3 del capítulo I de El Capital.

Este análisis de Marx jamás debe entenderse como la explicación “del” valor de cambio o “del” precio mismo, como si se tratara de un precio de “equilibrio”. El valor de cambio siempre contiene un componente de casualidad, o mejor dicho, de contingencia, que Marx no pretende en modo alguno deducir, explicar, predecir o eliminar. De allí la idea tan común de que Marx no explica los precios relativos de equilibrio. En verdad, lo que él sostiene es que no se puede explicar los precios relativos de manera determinista. Lo que sí se puede explicar son los límites o marcos de variación de los precios relativos, y estos límites están dados por los movimientos del valor.

Su método por tanto, consiste en desarrollar la forma del valor en la dirección necesaria para poder explicar los marcos de variación —o las leyes— del movimiento de los precios. Sin embargo, antes de dedicarse al desarrollo de la forma del valor, Marx se preocupa, en el apartado sobre el trabajo concreto y el trabajo abstracto, por ubicar históricamente el trabajo humano abstracto y analizar su vinculación con el trabajo concreto, “eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política” (ibid., 9). Partamos de la definición dada por Marx de la mercancía en relación al valor de uso al final del primer apartado del capítulo I (p. 8). Formula allí las condiciones para que un valor de uso sea mercancía:

1. “Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor. Así acontece cuando la utilidad que ese objeto encierra para el hombre no se debe al trabajo. Es el caso del aire, de la tierra virgen, de las praderas naturales, de los bosques silvestres, etc.”.

2. “...ningún objeto puede ser un valor sin ser a la vez objeto útil. Si es inútil, lo será también el trabajo que éste encierra, no contará como trabajo ni representará por tanto, un valor”.

3. “Y puede... un objeto ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Los productos del trabajo destinados a satisfacer las necesidades personales de quien los crea son, indudablemente, valores de uso, pero no mercancías”.

4. “Para producir mercancías, no basta producir valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros, valores de uso sociales”{267}.

Estas cuatro condiciones, aunque necesarias, no son suficientes. Engels añade una quinta condición que es suficiente, y que Marx desarrolla en el apartado sobre el doble carácter del trabajo.

5. “Y no sólo para otros pura y simplemente. El labriego de la Edad Media producía el trigo del tributo para el señor feudal y el trigo del diezmo para el cura; y sin embargo, a pesar de producirlo para otros, ni el trigo del tributo ni el trigo del diezmo son mercancías. Para ser mercancía, el producto ha de pasar a manos de otro, para quien sirve de valor de uso, por medio del acto de cambio” (ibid., 8){268}.

Luego, puede haber valores de uso que no son mercancías, pero no puede haber mercancías que no sean valores de uso. Para ser mercancía el valor de uso tiene que ser producto del trabajo, sin que necesariamente cada producto del trabajo sea mercancía. El valor de uso tiene que ser producto del trabajo para otro, sin que todo producto de trabajo para otro sea mercancía. Mercancía es un valor de uso que es producto del trabajo para otro, y que pasa por medio de un intercambio voluntario de equivalentes a manos de otro.

En cuanto la mercancía es valor de uso, es un producto resultante del proceso de trabajo. En cuanto es un trabajo para otros, es resultado de un proceso de trabajo insertado en una división social del trabajo. Esta es condición necesaria de la producción de mercancías, no obstante no es condición suficiente.

Así por ejemplo, la comunidad de la India antigua, supone una división del trabajo, a pesar de lo cual los productos no se convierten allí en mercancías. O, para poner otro ejemplo más cercano a nosotros: en toda fábrica reina una división sistemática del trabajo, pero esta división no se basa en el hecho de que los obreros cambien entre sí sus productos individuales (ibid., 9).

Únicamente una determinada forma de la división social del trabajo desemboca en la producción mercantil:

Sólo los productos de trabajos privados independientes los unos de los otros pueden revestir en sus relaciones mutuas el carácter de mercancías (ídem).

Los trabajos deben ser por consiguiente, privados, autónomos e independientes los unos de los otros, para que la producción de valores de uso dentro de una división social del trabajo resulte en producción de mercancías. Nuestra definición de la mercancía puede ser entonces reformulada{304B}:

Mercancías son valores de uso producidos en una división social del trabajo y resultantes de trabajos privados, autónomos e independientes los unos de los otros, con el resultado de que sea necesario intercambiarlos. Se trata de un trabajo social en forma de un trabajo privado.

Siendo en este sentido los trabajos privados, autónomos e independientes los unos de los otros, sólo es posible vincularlos a través del intercambio. Frente a este intercambio son trabajo abstracto, pero no lo son porque se intercambien, sino que se intercambian porque en el sistema de división social del trabajo ya son trabajo abstracto. El intercambio realiza este hecho, porque los trabajos son privados, autónomos e independientes unos de los otros. Ahora, la división social del trabajo específicamente mercantil hace que los diversos trabajos concretos sean visiblemente trabajos humanos abstractos.

El trabajo del sastre y el del tejedor, aun representando actividades productivas cualitativamente distintas, tienen en común el ser un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo, etc., por tanto, en este sentido, ambos son trabajo humano... claro está, que para poder aplicarse bajo tal o cual forma, es necesario que la fuerza humana de trabajo adquiera un grado mayor o menor de desarrollo. Pero, de suyo, el valor de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano puro y simplemente (ibid., 11).

Eso le permite a Marx llegar a la siguiente conclusión de este apartado 2 del capítulo I, que sin el detallado análisis anterior podría parecer confuso:

Todo trabajo es, de una parte, gasto de la fuerza humana de trabajo en el sentido fisiológico y, como tal, como trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, forma el valor de la mercancía. Pero todo trabajo es, de otra parte, gasto de fuerza humana de trabajo bajo una forma especial y encaminada a un fin, y como tal, como trabajo concreto y útil, produce los valores de uso (ibid., 13-14).

Todo trabajo es trabajo concreto, específico; pero también todo trabajo es trabajo humano, general. La forma mercancía sería una forma específica de este trabajo humano, el trabajo abstracto. Pocas veces Marx dice esto claramente, sin embargo lo dice. Refiriéndose a la “industria rural y patriarcal de una familia campesina”, escribe:

Pero aquí, el gasto de las fuerzas individuales de trabajo, graduado por su duración en el tiempo, reviste la forma lógica y natural de un trabajo determinado socialmente ya que en este régimen las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan de por sí como órganos de la fuerza colectiva de trabajo de la familia (ibid., 43).

El hecho de que la fuerza de trabajo sea de por sí, directamente, una “fuerza colectiva de trabajo”, hace que el trabajo humano no se ponga en contradicción con el trabajo concreto. Su carácter social es evidente y transparente, no realiza una mediación a través del intercambio.

De manera parecida Marx se pronuncia sobre la sociedad socialista:

De otra parte y simultáneamente el tiempo de trabajo serviría para graduar la parte individual del productor en el trabajo colectivo, y por tanto, en la parte del producto también colectivo destinado al consumo. Como se ve, aquí las relaciones sociales de los hombres con su trabajo y los productos de su trabajo son perfectamente claras y sencillas, tanto en lo tocante a la producción como en lo que se refiere a la distribución (ídem).

En resumen: proceso de trabajo, trabajo concreto, producto y valor de uso son categorías que acompañan cualquier producción humana, de igual modo que cualquier producción humana tiene el otro aspecto de ser gasto de trabajo humano en general, gasto de una fuerza colectiva de trabajo, y, en este sentido, el proceso de producción es siempre un proceso desdoblado.

Ahora bien, este desdoblamiento del proceso de producción únicamente se hace explícito y contradictorio, cuando surge el proceso de creación de valor (valor-trabajo) como un proceso independiente del proceso de trabajo, a la vez que se superpone sobre él, haciendo emerger la producción mercantil. Marx reserva sólo para este caso la categoría valor, valor cristalizado, valor-trabajo, valor-mercancía, y por eso nada más en relación a la producción mercantil habla del desdoblamiento del proceso de producción.

Tenemos entonces el siguiente resultado contradictorio. En la secuencia histórica, Marx reconoce un proceso de producción en el cual los procesos de trabajo se conectan en un uso transparente de la fuerza colectiva, social del trabajo, al que sigue un proceso de producción en el cual el valor mercantil introduce una contradicción entre el proceso de trabajo y el proceso de creación de valor. Para el análisis teórico, en cambio, no utiliza esta misma secuencia, lo que introduce cierta ambigüedad en su argumentación. En el plano teórico sencillamente contrapone un proceso de trabajo al proceso de creación de valor, en vez de contraponer un proceso de trabajo, que idealmente es al mismo tiempo un proceso de empleo colectivo de la fuerza de trabajo social, a un proceso de creación de valor, que es un proceso real y donde el trabajo social sólo de forma indirecta se reconoce como tal.

La contradicción, no analizada por Marx, se daría en este caso entre un “valor- condición-general-de-vida-humana” y un “valor-trabajo-mercancía”{269}.

Trataremos de desarrollar los esquemas de Marx en este sentido. Por un lado, un proceso de trabajo que es empleo directamente colectivo de la fuerza de trabajo social, y en el cual se asigna un “valor-vida-humana”, tanto al objeto de trabajo como a los medios de trabajo (los medios de producción), así como a los productos del proceso de trabajo. Por otro lado, un proceso de creación de valor que es gasto indirecto de la fuerza colectiva de trabajo, y en el cual se asigna valor de cambio a los productos (valor-mercancía){270}.

Hacia una teoría del valor-vida-humana: el sujeto de necesidades

Incursionar en este desarrollo implica en primer lugar una discusión de las necesidades, de la determinación del sujeto de las necesidades y de sus esfuerzos para satisfacerlas por medio del trabajo (intercambio con la naturaleza) en cuanto actividad racional encaminada a la producción de valores de uso (“valor” de la vida humana).

Este último, como “valor-vida-humana” es la base de disposición del trabajo humano como una gran fuerza colectiva de trabajo, mientras como “valor-trabajo-mercancía” es un índice, un modo de orientación de los productores privados, autónomos e independientes unos de los otros. El valor en la producción mercantil aparece como una transformación (reducción) del valor-vida-humana en valor-trabajo-mercancía. En el valor-trabajo-mercancía se manifiesta el valor-vida-humana, y a su vez, el valor-trabajo-mercancía se manifiesta en el valor de cambio y en el precio. En el fondo, y englobando a ambos tipos de valor, se trata de la definición de lo que es la racionalidad económica.

Como vimos en el capítulo II, los sujetos del proceso económico son los que pronuncian sus necesidades, sin tratar todavía los canales institucionales a través de los cuales lo hacen. Como se excluye del análisis la opción de que estos sujetos consideren como una alternativa su propia eliminación, el proceso de producción se formula alrededor de estos sujetos del pronunciamiento de sus necesidades, sujetos necesitados, sujetos de necesidad. En función de estas necesidades es que su actividad de intercambio con la naturaleza, para satisfacer tales necesidades, es trabajo, trabajo productivo.

A partir de esta relación necesidad-trabajo (necesidad/actividad de intercambio con la naturaleza), se derivan los valores-vida-humana de los medios de producción y de los productos finales. Igualmente se determina que la racionalidad económica no puede jamás excluir a los sujetos productores, ni de la satisfacción de las necesidades, ni del trabajo en cuanto base del sustento de los productores.

Juzgado desde los valores-mercancía, esto es muy distinto. El proceso ya no se dirige hacia la satisfacción de necesidades, sino hacia la respuesta de la demanda efectiva, por lo que la relación mercantil puede eliminar del proceso a los sujetos sin demanda efectiva suficiente y cuya fuerza de trabajo no se emplea.

Luego, en la sociedad burguesa, la decisión de quienes son sujetos aparece como un “juicio de valor”. La ciencia burguesa lo toma así, definiendo la racionalidad económica como una relación entre demanda efectiva y factores empleables para satisfacerlas. Para esta ciencia, sujeto no es el que sea sujeto humano pura y llanamente, sino el que las relaciones de producción —la ley del valor— acepta como sujeto. La dicotomía necesidades-demanda es entonces a la vez una dicotomía sujetos humanos-sujetos mercantiles.

Y como no todos los sujetos humanos son necesariamente al mismo tiempo sujetos mercantiles, según la racionalidad burguesa se puede eliminar a aquellos que no logran convertirse de sujeto humano en sujeto mercantil. Y sólo razones no económicas —con base en los “juicios de valor” del humanismo burgués— son las que motivan dejarlos sobrevivir o preocuparse de su sobrevivencia.

Partir de las necesidades o partir de la demanda, significa por ende, constituir dos racionalidades económicas distintas. Partir de las necesidades significa que la propia razón económica incluya la sobrevivencia y el trabajo de todos. Partir en cambio de la demanda, significa necesitar razones extra- económicas para fundamentar una política de la sobrevivencia y del trabajo de todos. En muchos casos esto se lleva al extremo de considerar el pleno empleo como un asunto de justicia social, en vez de considerar el desempleo como una pérdida de riqueza potencial, individual y social; y algo parecido ocurre con respecto al subdesarrollo, que siendo en realidad una pérdida de riqueza potencial, se lo interpreta como una situación cuya solución se justifica por razones extra-económicas.

En este sentido, el propio desdoblamiento del proceso de trabajo es un desdoblamiento de las dos racionalidades económicas, la contradicción entre proceso de valorización y proceso de trabajo también es contradicción entre estas racionalidades. La explicación del proceso de producción, por tanto, llega a ser una explicación de la transformación de la racionalidad económica del proceso de trabajo —del valor-vida-humana— en racionalidad de valorización —en valor-trabajo, valor-precio, valor-mercancía—.Evidentemente, se trata de un problema más amplio que aquel al que tradicionalmente se refiere la discusión esquemática de la transformación de valores en precios. Por otro lado, en el propio proceso de esta explicación surge la discusión de las ideologías, y de la crítica de ellas{271}.

De la relación entre sujeto humano y sujeto mercantil, y las contradicciones entre los dos, se deriva el concepto del conflicto entre dos racionalidades (que incluye lucha de clases). Sujetos humanos llegan a ser aquellos que resisten, interpelan y actúan en contra de un sistema que tiende a la eliminación de quienes no llegan a transformarse en sujetos mercantiles. Es la reivindicación de la subjetividad de todos, por el simple hecho de ser seres humanos. Está presente en todos los planos sociales. Se hace efectiva no sólo en las acciones de lucha, sino igualmente en las acciones para la represión de tal lucha. Y como implica un juicio sobre dos racionalidades económicas contradictorias, implica un carácter contradictorio de esta misma lucha.

La defensa de este sujeto, que no está reconocido en su subjetividad, no es necesariamente una lucha de clases abierta. Hay reacciones totalmente irracionales que expresan de manera inorgánica la reivindicación de la subjetividad{308B}:

Es esta una de las razones que encarecen la producción basada en la esclavitud. Aquí, para emplear la feliz expresión de los antiguos, el obrero sólo se distingue del animal y de los instrumentos muertos en que el primero es un instrumentum vocale, mientras que el segundo es un instrumentum semivocale y el tercero un instrumentum mutuum. Por su parte, el obrero hace sentir al animal y a la herramienta que no es un igual suyo, sino un hombre. Se complace en la diferencia que les separa de ellos a fuerza de maltratarlos y destruirlos pasionalmente. Por eso en este régimen de producción impera el principio económico de no emplear más que herramientas toscas, pesadas, pero difíciles de destruir por razón de su misma tosquedad (ibid., 147, nota 18).

Una teoría del “valor-vida-humana” debe partir por consiguiente del sujeto de las necesidades. El “factor de producción” que expresa las necesidades debe ser a la vez el factor del cual se derivan los valores de todos los otros factores (objetos y medios de producción). No en términos de valor-trabajo, sino en términos de valor-vida-humana (que incluye a la naturaleza). La confrontación ocurre ahora entre este “valor-vida-humana” y los valores surgidos en el sistema mercantil. En el grado en que no se produce una coincidencia entre los dos, ocurre la alienación económica de los sujetos humanos en sus más diversas formas (explotación y sobreexplotación del asalariado, esclavitud, desocupación, enajenación, desarrollo desigual, entre otros).

Esta reorientación del análisis hacia el “valor-vida-humana”, que se contrapone al valor-trabajo-mercancía, a partir del proceso de trabajo como proceso de intercambio Ser Humano/Naturaleza, permite transformar la teoría del valor de Marx en una teoría operativa. Además, permite entender la teoría del valor-trabajo como un caso especial, aquel que ocurre en presencia de relaciones mercantiles generalizadas, a tal grado que el propio ser humano y la propia naturaleza son convertidos en mercancías (mercancías ficticias según nos advierte Polanyi).

Además, esta reorientación posibilita prescindir de la deducción conceptual del trabajo abstracto a partir de la mercancía. Esta deducción, si bien es irreprochable en sí misma, es al mismo tiempo redundante, por el simple hecho de que no se comprueba que el concepto del trabajo abstracto sea un elemento necesario para explicar el funcionamiento de algún modo de producción. Asimismo, de ningún mdo es hegeliana, como afirma Joan Robinson, sino precisa y expresamente aristotélica. Según Marx, fue Aristóteles el primero en analizar la forma valor (t. I, p. 25).

Ante todo, Aristóteles dice claramente que la forma-dinero de la mercancía no hace más que desarrollar la forma simple del valor, o lo que es lo mismo, la expresión del valor de una mercancía en otra cualquiera. He aquí sus palabras:

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Aristóteles advierte (prosigue Marx), además, que la relación de valor en que esta expresión de valor se contiene es, a su vez, una relación condicionada, pues la casa se equipara cualitativamente a los lechos, y si no mediase alguna igualdad sustancial, estos objetos corporalmente distintos no podrían relacionarse entre sí como magnitudes conmensurables.

“El cambio —dice Aristóteles— no podría existir sin la igualdad, ni esta sin la conmensurabilidad”. Mas al llegar aquí se detiene y renuncia a seguir analizando la forma del valor. “Pero en rigor —añade— es imposible que objetos tan distintos sean conmensurables”, o sea, cualitativamente iguales. Esta equiparación tiene que ser necesariamente algo ajeno a la verdadera naturaleza de las cosas, y por ende un simple “recurso para salir del paso ante las necesidades de la práctica” (ibid., 25-26).

Esta falla del análisis de Aristóteles, Marx la explica como estrechez del horizonte histórico.

“Lo que acredita precisamente el genio de Aristóteles, es el haber descubierto en la expresión de valor de las mercancías una relación de igualdad. Fue la limitación histórica de la sociedad de su tiempo, la que le impidió desentrañar en que consistía, ‘en rigor’ esta relación de igualdad’ (ibid., 26).

Luego, Aristóteles tropieza con la carencia de un concepto del valor. Este análisis revela una carencia de Aristóteles, sin duda. Pero revela igualmente una carencia de Marx, quien en la derivación del concepto del valor se queda en la deducción conceptual pura, sin vincularla con la comprensión del proceso de producción en su totalidad. La totalidad que él desarrolla en su análisis de la mercancía es especulativa, y el concepto de la conmensurabilidad es estático. Una totalidad hegeliana impuesta a una conmensurabilidad aristotélica.

La teoría burguesa desarrolló con posterioridad modelos para la explicación de este paso del proceso de trabajo al proceso de producción. Se trata de una importante gama de teorías de la asignación óptima de recursos, que en la forma de la teoría marginalista o neoclásica no tuvieron ninguna operacionalidad, y que apenas posteriormente alcanzaron formas operacionales con el análisis de insumo/producto de Leontief, con la programación lineal y los modelos de equilibrio general computable. En esta misma forma se efectuó una recepción de ellos en los antiguos países socialistas, en especial en la Unión Soviética.

Prácticamente no existe una crítica marxista de esos modelos. El vacío dejado por Marx en el análisis del paso del proceso de trabajo al proceso de producción, y que trata de superar con una deducción conceptual del valor, nunca se ha completado. Los marxistas se saltan el problema mediante un curioso regreso a la argumentación de Aristóteles, ya criticada por Marx. Así por ejemplo, refiriéndose a la utilización de modelos de asignación óptima de recursos por la Unión Soviética y a su rechazo a la integración de ellos en la propia economía política marxista, escribía Althusser:

Este rechazo no condena, por lo tanto, otros sentidos y otro uso de la categoría “modelo”, como precisamente el sentido que corresponde efectivamente al uso técnico de los “modelos”, como se puede observar en numerosas circunstancias en la práctica técnica de la planificación de los países socialistas. El “modelo” es entonces un medio técnico de composición de diferentes datos con vistas a la obtención de un fin determinado. El empirismo del “modelo” está entonces en su sitio, no en la teoría del conocimiento, sino en su aplicación práctica, es decir, en el orden de la técnica de realización de ciertos fines en función de ciertos datos, sobre la base de ciertos conocimientos aportados por la ciencia de la economía política. En una expresión célebre, que desgraciadamente no tuvo en la práctica el eco que merecía, Stalin prohibía que se confundiese la economía política con la política económica, la teoría con la aplicación técnica. La concepción empirista del modelo como ideología del conocimiento recibe, de la confusión entre el instrumento técnico que es efectivamente un modelo y el concepto del conocimiento, todas las apariencias necesarias para su impostura (Para Leer El Capital, 45, nota 23).

La confusión de este texto es evidente. Estos modelos en gran parte no se refieren a fines determinados, sino a la totalidad del proceso de trabajo, el elemento teórico que lo transforma en proceso de producción. Como tal, su integración en la economía política es posible y necesaria. Su integración sería una parte importante de la crítica de la economía burguesa de hoy; una tarea análoga a la que Marx realizó en su crítica de Ricardo. Althusser, en cambio, —y en su época él expresaba una opinión común—, renuncia a la integración, sustituyéndola por un simple “recurso para salir del paso ante las necesidades de la práctica”, vale decir, exactamente el mismo argumento que Aristóteles utilizó para eludir la necesidad de formular el concepto del valor. Marx explica tal escape por una limitación histórica de Aristóteles. Surge necesariamente la pregunta, de si no ha existido también un límite histórico tal que explique el hecho de que no se haya elaborado la teoría marxista del valor de modo que integre una teoría completa de la transformación del proceso de trabajo en proceso de producción309.

Efectuando tal integración, la teoría del valor se convierte en teoría operativa capaz de confrontar el valor-vida-humana como expresión cuantificable de la racionalidad económica al valor-trabajo-mercancía en sus tendencias hacia la irracionalidad económica. Si no se hace esto, la teoría del valor aparece como una teoría cualitativa, adicional a la teoría cuantitativa autosuficiente, que no recurre sino al análisis de los precios. La teoría cualitativa entonces no sería intrínsecamente necesaria para una teoría de los precios. Paul Sweezy (Teoría del Desarrollo Capitalista, capítulo VII, 6) sugiere esta salida; sin embargo, de manera más expresa lo retrató Mohl hace más de tres décadas:

La economía política de Marx no tiene como objeto la producción de bienes materiales sino las relaciones sociales entre los hombres. La teoría económica burguesa, en cambio, investiga la actividad del hombre al disponer de medios escasos, es decir, una relación entre el hombre y los objetos supuestamente invariable (Folgen Einer Theorie, p. 21, Frankfurt, 1967).

Hacia una teoría del valor-vida-humana: la reproducción de la vida y el trabajo humano

Reproducción del sistema de división social del trabajo y marcos de variación.

El punto de partida de la reflexión sobre el orden del mercado debe ser, no “el valor” ni el valor-trabajo, sino el reconocimiento de los marcos de variación dentro de los cuales es posible la reproducción de un sistema de división social del trabajo y, en última instancia, la reproducción de la vida humana (incluida la naturaleza). Sólo después aparece la necesidad de una teoría del valor y no al revés. Discutir la teoría del valor tiene que ser el resultado, no el presupuesto. Hay que analizar qué marcos de variación aparecen en el proceso de la coordinación social del trabajo, y qué límites circunscriben a estos marcos. En principio, estos se refieren a los límites de la reproducción de los sujetos productores, esto es, de los productores en sentido general, no en sentido clasista. Si vemos al ser humano como sujeto productor/ consumidor, este ante todo tiene que reproducirse, y esta reproducción de la vida de los productores establece la última instancia de los límites de tales marcos de variación.

Entonces, para cada productor individual aparece un límite inferior dado por la exigencia de su reproducción, es decir, en primer lugar, la subsistencia, la continuidad de la vida de este productor, en un sentido físico, biológico y antropológico. También aparece un límite superior, dado por la magnitud del producto social, que obviamente es limitado.

Si ahora nos ubicamos en el ámbito de dos productores, y en el intercambio (no necesariamente mercantil) establecido entre ambos, estos límites necesariamente se interrelacionan: si un productor se encuentra en el límite de su subsistencia, entonces, en una economía con excedente, el otro productor se encuentra en el límite superior, acaparando todo el excedente social. Y viceversa.

O sea, la subsistencia de uno es el límite máximo del otro, y viceversa. En este contexto (marco de variación) es posible concebir múltiples “equilibrios” en la relación de intercambio, siempre y cuando estos equilibrios garanticen la reproducción de ambos productores. Ciertamente, de igual modo es posible concebir un caso especial de “equilibrio”, en el cual ambos productores obtienen ingresos iguales. Podría incluso decirse que la distribución del excedente entre ambos productores gira alrededor de este “término medio” (equilibrio, centro de gravedad, atractor), aunque ello depende de factores extraeconómicos: sociales, políticos, culturales, militares. En el plano estrictamente económico, lo único que puede asegurarse es que la necesaria subsistencia de cada uno de los productores limita el máximo de producto que el otro productor puede obtener.

Para formalizar la argumentación anterior, partamos de un modelo simple de una economía que produce dos productos (producto “a” y producto “b”), producidos por dos productores especializados en la producción de sólo uno de ellos, y que en consecuencia los intercambian. Es fácil ver, entonces, cuál es el marco de variación posible de la respectiva “relación de intercambio”. La relación de intercambio del producto “a” (la cantidad de producto “b” recibida a cambio de una unidad de producto “a”) no puede bajar a cero, ni acercarse asintóticamente a cero, porque en este caso el productor de “a” no podría sobrevivir reproducir su existencia, ni como productor ni como ser humano. Una relación de intercambio cercana a cero puede darse de forma esporádica, como resultado de condiciones muy particulares y pasajeras, con todo no puede ser una situación normal económicamente viable, porque no permitiría constituir un proceso de producción.

Como cualquier relación de intercambio únicamente es posible, en cuanto sistema, si se integra en una relación de producción reproductiva (continua, sostenible), la relación de intercambio del producto “a” posee un límite inferior, dado por la subsistencia del productor de “a”; posee de igual modo un límite superior, dado por el máximo del producto social y por la necesaria subsistencia del productor de “b”. Un razonamiento idéntico es cierto para la relación de intercambio del producto “b”. Si la relación de intercambio del producto “a” baja a tal grado que el productor de “a” ya no consigue más que su subsistencia, entonces en este punto estará el máximo nivel de producto obtenido por el productor de “b”. Luego, en este punto el productor de “b” obtiene su ingreso máximo posible, acaparando para sí todo el excedente generado.

Fuera de este marco de variación no hay relaciones de intercambio posibles, excepto en casos esporádicos. Pero el punto es que todas las relaciones de intercambio dentro de este marco de variación, son posibles. Gráficamente:

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La reproducción del sistema y de los productores exige, por tanto, que la relación de intercambio entre los productos “a” y “b” se ubique dentro de este marco de variación. Más aun, si no se garantiza a cada productor al menos un nivel de producto que le permita su subsistencia, el otro productor dejaría de tener acceso a este producto, que él no produce. Luego, la subsistencia y reproducción del productor que produce un producto que el otro productor no produce, interesa a ambos. De lo contrario, el sistema no es sostenible.

Este es el marco de variación posible de la relación de intercambio cuando dos productores producen dos productos diferentes, vale decir, cuando se hallan insertos en un sistema de división social del trabajo. Los límites inferior y superior de la relación de intercambio están dados por la necesaria subsistencia y reproducción de ambos productores.

Así, las relaciones de intercambio a la izquierda de la línea superior (nivel de subsistencia del productor de b), o a la derecha de la línea inferior (nivel de subsistencia del productor de a), no son factibles, no son sostenibles. Si por la cantidad a: el productor de “a” obtiene menos que b:, no podría siquiera subsistir; y si obtiene más que b2, la subsistencia del productor de “b” no estaría garantizada.

Por consiguiente, es falso asegurar que la relación de intercambio (en este modelo simple) puede variar entre cero y un máximo arbitrario (incluso tender a infinito), sólo puede hacerlo dentro de un marco de variación determinado por la magnitud necesariamente finita del producto social, por la necesidad de subsistencia de los productores y, por ende, por la distribución entre ellos del producto social, que no puede ser aleatoria. Es asimismo una pista falsa, o al menos en extremo simplista, razonar en términos de razones de intercambio “de equilibrio” unívocas. El pensamiento científico es capaz de determinar con significativa precisión los marcos de variación correspondientes en cada momento y lugar, pero no de determinar, como intentan los economistas neoclásicos, “el precio de equilibrio” único del mercado. Dicho precio no sería más que el resultado de fijar y abstraer hasta el extremo, recurriendo a supuestos específicos también extremos, las condiciones propias de cada marco de variación y de los proyectos humanos de los productores involucrados. Analicemos este último punto con un poco de mayor detalle.

¿Equilibrio de mercado o proyectos humanos en cooperación y conflicto?

El equilibrio es un proyecto, un proyecto entre muchos alternativos. Tenemos un marco de variación factible, en nuestro ejemplo con dos límites, inferior y superior, para cada productor. Fuera de este marco de variación la reproducción del sistema y de los productores no es sostenible, si bien dentro de él son posibles muchos puntos intermedios. Dentro de este marco de factibilidad existen muchos “equilibrios” que permiten la reproducción de ambos productores, y de la naturaleza que les sirve de despensa y soporte de la vida. Se trata en realidad de proyectos, de visiones y actuaciones en procura de determinados objetivos, no generados por ningún automatismo, ni siquiera uno que garantice la continuidad de la vida. Los distintos proyectos pueden complementar o contradecirse, o ambas cosas en diverso grado.

Existen sociedades en las que el proyecto económico de cada productor es la subsistencia material, valorando en sumo grado la obtención de tiempo libre, tiempo para las ceremonias religiosas, el disfrute en comunión, el aprendizaje, etc. Y existen sociedades donde predominan los proyectos de “maximización del producto”. Entre estos extremos hay cabida para muchas posibilidades. Una de ellas podría ser otorgar prioridad a la equidad en la distribución del producto antes que a la maximización del mismo, siempre y cuando ello no ponga en peligro la eficiencia mínima requerida para la factibilidad del sistema. En fin, la humanización del sistema de división social del trabajo se debe realizar necesariamente entre estas posibilidades.

Estos proyectos no son por lo tanto, externamente impuestos (variables exógenas); surgen de las condiciones materiales de factibilidad, de los mecanismos que funcionan en la realidad, con base en lo cual son transformados en proyectos. No existe ningún equilibrio unívoco, sino la canalización de proyectos más o menos complementarios, más o menos contradictorios, cuyo desenlace puede en efecto conducir a un “equilibrio reproductivo”, siempre en movimiento, siempre cambiante, con tal que se ubique dentro del marco de variación que garantice la factibilidad del sistema.

No se trata tampoco de “leyes objetivas” fatídicamente determinadas, sino de marcos de variación que abren espacios para la acción social. Por supuesto, tampoco estos marcos de variación son estáticos, permanentes, pues pueden ser alterados y transformados por la acción humana.

Resumiendo, dentro de un marco de variación determinado, que define las condiciones materiales de reproducción en un espacio y un tiempo también determinados, hay cabida para muchos equilibrios, con tal de que el elegido o el resultante no ponga en peligro la reproducción de la sociedad en su conjunto. Incluso una organización mafiosa o una banda de ladrones que intenta maximizar los ingresos provenientes de sus actividades de fraude o de robo, toma en cuenta que para continuar robando en el futuro, no puede ignorar los marcos de variación que determinan la “capacidad de robo”. Si se llega al extremo de robar y matar indiscriminadamente, tarde o temprano no habrá nada más que robar, ni nadie más a quien extorsionar, sino es, entre ellos mismos{272}.

Igualmente al interior de la sociedad funciona lo que podemos llamar, un equilibrio de la coordinación social del trabajo, un equilibrio entre los extremos dados por el marco de variación vigente. Es factible imaginar un equilibrio extremo en el cual todos los productores son reducidos a un nivel mínimo de subsistencia, de manera que el déspota que los dirige o subyuga obtiene el máximo producto posible. Este proyecto es teórica y fácticamente posible; frente a él, con todo, habrá muchos proyectos alternativos{273}.

Luego, tampoco se trata de un “modelo”. El equilibrio reproductivo no es un modelo en el sentido de los economistas neoclásicos, es lo que rige efectivamente a la sociedad en su interior, como marco de variación dentro del cual ella puede funcionar. Lo único objetivo, lo único económicamente determinado, es el respeto de estos mínimos que garantizan la reproducción del sistema, de la naturaleza y los sujetos humanos.

Hacia una teoría del valor-vida-humana: tiempo de trabajo, tiempo de producción y tiempo de vida

Si 50 toneladas de carbón son extraídas por un grupo de obreros de una mina, su cuantificación en estos términos solamente indica una magnitud física, no representa una magnitud económica. Para trascender esta medida física debemos comenzar por responder la siguiente pregunta:

¿En cuánto tiempo han sido producidas estas 50 toneladas de carbón?

Si queremos medir la producción de un determinado producto, necesariamente tenemos que precisar: “50 toneladas de carbón en un determinado período de tiempo”. El tiempo es necesariamente parte de la medida de todo proceso económico de producción. Sin referencia al tiempo sólo tenemos magnitudes escalares, pero la medida de todo proceso de producción es necesariamente una magnitud vectorial{274}.

Ahora bien, ¿qué es este tiempo? ¿El tiempo de qué y el tiempo de quiénes? En primera instancia podemos decir: “el tiempo del proceso de producción”, no obstante es claro que el proceso de producción no se da en el vacío: siempre tiene un sujeto. El fin último del proceso de producción (en general) es el consumo, la satisfacción de necesidades humanas, la subsistencia y la reproducción del sujeto productor. De lo que estamos hablando, entonces, no es de algún tiempo cosmológico, sino específicamente del tiempo del sujeto humano productor.

Cuando se trata de un proceso de producción en el sentido económico, el sujeto de la producción es el productor, no los medios de producción, aunque sin el concurso de estos la producción no sea posible. Si se trata de un campesino que produce manzanas, el sujeto de la producción es el campesino, no el árbol, ni la tierra, a pesar de que el árbol y la tierra intervienen y sean estrictamente necesarios en el proceso productivo. Pero sin duda, el tiempo de la naturaleza también cuenta. El proceso de producción en el cual el campesino produce manzanas transcurre, digamos, en el lapso de un año, si ya tiene los manzanos produciendo, o en varios años, si primero debe plantarlos y esperar a que alcancen la edad en que estén aptos para la cosecha.

Así pues, en el proceso de producción hay, en primer lugar, dos tiempos involucrados. Primero, el tiempo natural del árbol (y su medio ambiente) y el tiempo del campesino como productor, que es un tiempo social e incluye el tiempo de trabajo. Por eso, cuando hablamos del tiempo de producción en un sentido social, no nos referimos al tiempo natural (del árbol, por ejemplo), sino al tiempo del sujeto productor.

Ahora bien, el tiempo natural en cierto sentido forma parte del tiempo de producción, ya que condiciona el tiempo social del sujeto productor propiamente dicho. Lo condiciona porque las condiciones naturales en que se desenvuelve la producción afectan la cantidad de producto que el productor puede obtener en un período determinado. En definitiva, el tiempo de producción es tiempo de trabajo y tiempo natural.

Con todo, queda claro que no es “el árbol” el que “produce” las manzanas, aun cuando nuestro lenguaje cotidiano emplee esta expresión (“este árbol produce tantas manzanas al año”). Un manzano silvestre da frutos, pero no produce manzanas. La producción, en sentido estricto, es un atributo de los sujetos productores en combinación con las fuerzas de la naturaleza; y toda producción involucra una dimensión de tiempo, que no es tiempo natural, sino tiempo social, tiempo de trabajo humano. El tiempo que el manzano necesita para la cosecha es una determinación del tiempo natural que condiciona la actividad de producción del campesino, el cual sabe que la producción de manzanas no es instantánea porque hay un tiempo natural implicado en el medio de producción que utiliza para producir manzanas, esto es, el árbol de manzano.

Tenemos por tanto un tiempo de producción condicionado por el tiempo natural, si bien no se reduce al tiempo natural. Este tiempo natural puede ser alterado por el productor, por ejemplo mediante cambios en la tecnología de siembra, aun así siempre existirá un tiempo natural que condiciona el tiempo de producción, y que es parte de este.

Debemos entonces diferenciar entre el tiempo de producción y el tiempo de trabajo. Este último se refiere exclusivamente al tiempo social del sujeto productor, mientras el primero incluye, además, el tiempo natural involucrado en el proceso de producción. Por lo general, el tiempo de producción es mayor que el tiempo de trabajo. La diferencia suele ser sustancial en actividades como la agricultura o la silvicultura, aunque en menor o mayor medida existe en todas las actividades productivas, en el grado en que la naturaleza necesariamente interviene, de manera directa o indirecta, en el proceso de producción.

Si ahora enfocamos el problema en términos dinámicos, es decir, en alusión a la continuidad del proceso productivo, observamos que este tiempo de producción es asimismo tiempo de reproducción del productor (y de la naturaleza). Este es un ser humano que para sobrevivir y trabajar debe alimentarse, protegerse de la intemperie, educarse, dormir, descansar, cuidar de su salud. Además debe garantizarse la reproducción de los medios de producción: la tierra del campesino no solamente debe ser preparada para la siembra, sino también asegurada su fertilidad.

De modo que en el caso de nuestro campesino, su reproducción como sujeto productor depende tanto de su tiempo de trabajo, como del tiempo (natural) que debe esperar para que la cosecha de manzanas se obtenga, de manera que el tiempo de producción (tiempo de trabajo y tiempo natural), en su continuidad, es también tiempo de reproducción del productor. Ambos son parte del tiempo de vida del productor, que incluye el tiempo libre del productor. Este es un ser humano vivo que ostenta un tiempo de vida, el cual incluye el tiempo de producción y el tiempo de reproducción, así como un tiempo libre que trasciende las necesidades reproductivas del productor. Resumiendo, tenemos los siguientes términos:

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Podemos ahora preguntarnos, en el plano de la producción en general:

¿Cuál es la medida de la eficacia económica de la cantidad de manzanas que el sujeto productor ha producido?

Hemos visto que su expresión en términos simplemente físicos (escalares) es incompleta, carente de sentido desde el punto de vista del proceso de producción. Ahora bien, para el productor de manzanas la medida de la eficacia de su producción es su tiempo de reproducción, y en última instancia, su tiempo de vida, aunque el significado de la vida no se reduce a esta medida. Un año de su trabajo se expresa en una determinada producción de manzanas, que es a la vez una representación del tiempo de reproducción del productor. Un año de su tiempo de vida se transforma en una determinada cantidad de manzanas. El tiempo de vida está necesariamente vinculado al proceso de producción de las manzanas, y su medida condiciona la eficacia de la producción.

El razonamiento anterior podemos ampliarlo a la sociedad. La sociedad produce manzanas, trigo, abrigos, instrumentos de trabajo, etc. Se obtiene así un producto social que permite la reproducción de la sociedad en su conjunto, en un período de tiempo determinado, digamos un año. Entonces, este período de un año es el tiempo de vida del conjunto de los productores, y también de la sociedad que se reproduce. De nuevo, la cuantificación del producto no puede ser únicamente física, y además debe tomar en cuenta que los tiempos de producción varían entre los distintos productos. Y también en este caso, el tiempo del proceso de producción incluye un tiempo natural y un tiempo social, de la misma forma que la producción es interacción entre el ser humano y la naturaleza.

Transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo

No todo el tiempo de vida es tiempo de trabajo. Es tiempo de producción y tiempo de reproducción, es asimismo tiempo libre. Sólo una parte del tiempo de vida es tiempo de trabajo. Después de una jornada en la fábrica o en la oficina, uno se retira a su casa, prepara su comida, se comunica con su familia, se entretiene con algún juego familiar o un programa de televisión, va a la universidad, practica algún deporte, lee un libro de poesía, asiste a una reunión de la comunidad, descansa y duerme durante la noche, etc., etc. Todo este tiempo es tiempo de vida, y es igualmente tiempo de reproducción, reproducción de la enorme diversidad de condiciones que posibilitan el estar vivo y que dan significado a la vida.

El problema con la economía de mercado es que intenta y requiere transformar (reducir) este tiempo de vida en (a) tiempo de trabajo, que por definición hemos visto son distintos. Karl Polanyi entendió con total claridad esta disyuntiva.

La producción es interacción entre el hombre y la naturaleza, para que este proceso se organice a través de un mecanismo autorregulador de trueque e intercambio [i. e. el mercado], el hombre y la naturaleza deberán ser atraídos a su órbita; deberán quedar sujetos a la oferta y la demanda, es decir, deberán ser tratados como mercancías, como bienes producidos para la venta.

Tal era precisamente el arreglo bajo un sistema de mercado. El hombre con la denominación de fuerza de trabajo, la naturaleza con la denominación de tierra, quedaban disponibles para su venta... (Polanyi, 1992: 137).

Aunque apenas una parte del tiempo de vida entre a la retorta del mercado, este genera fuerzas compulsivas cuya tendencia es transformar “la vida en el trabajo y la naturaleza en la tierra”, con los consiguientes efectos destructivos sobre el ser humano y la naturaleza.

Pero mientras la producción podía organizarse teóricamente en esta forma, la ficción de las mercancías omitía el hecho de que dejar la suerte del suelo y de las personas en manos del mercado equivaldría a liquidarlos (ibid.: 138).

La separación del trabajo de otras actividades de la vida y su sometimiento a las leyes del mercado equivalió a un aniquilamiento de todas las formas orgánicas de la existencia y su sustitución por un tipo de organización diferente, atomizado e individualista (ibid.: 168).

Lo que llamamos tierra es un elemento de naturaleza inextricablemente ligada a las instituciones humanas. Su aislamiento, para formar un mercado con ella, fue tal vez la más fantástica de todas las hazañas de nuestros ancestros.

La proposición es tan utópica respecto de la tierra como lo es respecto de la mano de obra. La función económica es sólo una de muchas funciones vitales de la tierra. Inviste de estabilidad a la vida del hombre, es el sitio de su habitación, es una condición de su seguridad física, es el paisaje y son las estaciones (ibid.: 182).

Los efectos destructivos del mercado sobre el ser humano y sobre la naturaleza quedan asegurados desde el momento en que el mercado autorregulado pretende y persigue abarcar a estas “mercancías ficticias”. Parafraseando a Polanyi, la función económica, en cuanto “factor de producción”, es sólo una de muchas funciones vitales de la naturaleza; de la misma manera que el trabajo, aunque forma parte de la vida, no se identifica con esta. La vida humana y la naturaleza forman un todo articulado, un “sistema interdependiente”. El mercado autorregulado (mercado total) es una organización del sistema económico que incluye y subsume a los mercados de los factores de la producción. Ahora bien, dado que estos factores son indistingibles de la vida del ser humano y de la naturaleza, la economía de mercado subordina las funciones sociales de estas instituciones a los requerimientos del proceso estrictamente económico mercantil.

En una economía mercantil desarrollada, esta transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo (que incluye la transformación del tiempo natural en tiempo improductivo) asume la forma social de tiempo de trabajo abstracto, el cual pasa a determinar la medida del valor de las mercancías, o sea, las relaciones de valor entre estas. El tiempo de trabajo abstracto es abstracto, precisamente porque hace abstracción del valor de uso y del tiempo de vida que no es tiempo de trabajo.

Ocurre una transformación de la vida en el trabajo y del tiempo de vida en tiempo de trabajo, y este trabajo es ahora subsumido por las leyes del intercambio mercantil, como tendencia inexorable de la lógica de la producción capitalista. Esta transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo hace que cada vez más y más actividades cotidianas de la vida sean llevadas a cabo en función del intercambio mercantil; desde la confección de la ropa, la preparación de los alimentos, la dotación de la vivienda, el cuidado de los niños y ancianos, la educación de los jóvenes, etc., etc. Progresivamente, más y más actividades de la vida se transforman en objetos de intercambio para la compra-venta en el mercado.

Surge aquí un problema: el trabajo abstracto como medida del valor ya es una transformación (reducción) del tiempo de vida en (a) trabajo abstracto, ahora medido en horas, minutos y segundos. Cuando preparo una comida con la intención de alimentarme con ella, puedo durar una hora u hora y media en prepararla; invierto desde luego tiempo en ella, si bien este tiempo no es tiempo de trabajo abstracto. Se trata de una actividad que permite mi reproducción y consume determinado tiempo, sin embargo su finalidad no es el intercambio, sino un producto concreto que posibilita que yo siga viviendo. Lo mismo cabe decir de otras actividades como ejercitarme o educarme.

No obstante, esta transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo abstracto por el mercado es tenida siempre, en última instancia, como medida de la eficacia económica reproductiva, el producto del año con un “valor” que es el tiempo de vida de los productores. No puede ser de otra forma y esa es su expresión cuantitativa. Si medimos la producción de un año, ese año es entonces el tiempo de vida de los productores, la referencia cuantitativa de su reproducción. Desde el punto de vista de la producción en general, y de la coordinación social del trabajo, el punto de partida no es el tiempo de trabajo, es el tiempo de vida.

Ahora bien, el tiempo de trabajo abstracto es únicamente una parte (y una parte transformada) del tiempo de vida, aunque se trate de una parte creciente. Si las relaciones entre los productores, que en cuanto relaciones de reproducción involucran el tiempo de vida de los productores, asumen la forma de relaciones de valor entre sus productos, el trabajo abstracto sólo capta este tiempo de trabajo convertido en trabajo abstracto, no capta, no toma en cuenta, el tiempo de vida en su totalidad. En lenguaje neoclásico, se trata de una externalidad, pero de una externalidad mayúscula que al ignorar el tiempo de vida que no es tiempo de trabajo, reprime y mutila la reproducción de la vida del productor (y de la naturaleza), ignorando las condiciones materiales para esta reproducción dadas por el valor de uso.

En última instancia, al nivel de la coordinación social del trabajo en general, el “valor” es una cierta medida de la eficacia reproductiva de un sistema económico, un concepto que alude a la reproducción de la vida humana en su conjunto, y por tanto, al tiempo de vida y al tiempo de reproducción; no al tiempo de trabajo. Justamente ese es el problema con la economía mercantil y con el mercado total: transforma (reduce) el tiempo de vida en (a) tiempo de trabajo, y específicamente, tiempo de trabajo abstracto, abstrayendo con ello una parte crucial de las condiciones materiales necesarias para garantizar la reproducción de la vida humana. Así por ejemplo, la reducción del medio ambiente natural a su función económica mercantil en cuanto factor de producción, desdeña y reprime las otras funciones igual o mayormente válidas para asegurar las condiciones materiales de reproducción de la vida humana: despensa, hogar, recreación, paisaje, belleza, bioviversidad, fijación de carbono, etc. La conversión de la naturaleza en “tierra” y de esta en “mercancía” (e incluso, en “capital natural”), intenta tratar estas funciones no económicas del medio natural dentro de una lógica de costo beneficio, o como se establece en el lenguaje técnico de los economistas, “internalizar” externalidades por medio del mecanismo del mercado.

Con respecto al trabajo escribió Polanyi:

El trabajo es sólo otro nombre para una actividad humana que va unida a la vida misma, la que a su vez no se produce para la venta sino por razones enteramente diferentes; ni puede separarse esa actividad del resto de la vida, almacenarse o movilizarse... La descripción de la mano de obra... como mercancía es enteramente ficticia.

La supuesta mercancía llamada “fuerza de trabajo” no puede ser manipulada, usada indiscriminadamente, o incluso dejarse ociosa, sin afectar también al individuo humano que sea el poseedor de esta mercancía peculiar. Al disponer la fuerza de trabajo de un hombre, el sistema dispondría incidentalmente de la entidad física, psicológica y moral que es el “hombre” al que se aplica ese título (ibid., 81-82).

Ya hemos visto que el tiempo de vida incluye el tiempo de trabajo, pero no se reduce a este. Esta transformación se da a través del sistema de división social del trabajo y, especialmente, de las relaciones mercantiles.

Tiempo de vida y valor de uso

El valor de uso debe ser entendido como condición material de posibilidad de la vida, es decir, el valor de uso como condición de satisfacción de necesidades, y esto en un sentido amplio, tanto el alimento que si no ingerimos morimos, como el perfume que la mujer (y el hombre) utilizan para agradar y sentirse bien. O sea, no estamos haciendo una distinción entre “necesidades básicas” y “necesidades superfluas”, y menos entre “canasta básica” y “artículos suntuarios”. Todo corresponde a una necesidad que debe ser satisfecha, material o no material. La reproducción del circuito de la vida de una determinada manera, y en una determinada cultura, determina social e históricamente lo que es necesario, circuito que además pasa inextricablemente por la relación entre el ser humano y la naturaleza.

Y en la transformación (reducción) del tiempo de vida en tiempo de trabajo, y de este en tiempo de trabajo abstracto, aparece la abstracción del valor de uso, hasta llegar a la idea de que el producto, en cuanto valor de uso, no se relaciona con las necesidades sino con las preferencias del individuo. ¿Por qué se da esta reducción bajo las relaciones mercantiles? ¿Por qué el trabajo abstracto se transforma en la medida del valor?

Si el sistema de coordinación social del trabajo se realiza dominantemente a través de relaciones mercantiles, los valores de uso (los productos del trabajo humano) son transformados en mercancías, el tiempo de vida de los sujetos productores en tiempo de trabajo, y este, en cuanto “trabajo humano general”, en “trabajo abstracto”; en el mismo proceso en que las relaciones entre los actores sociales son transformadas en “relaciones de valor” (Marx). Ahora bien, la transformación central en todo este proceso no es la del “trabajo humano general” y concreto en trabajo abstracto, sino, la transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo.

Marx entendió perfectamente esta doble transformación del “producto del trabajo” (valor de uso) en mercancía, y del trabajo concreto en trabajo abstracto; con todo, su análisis no es tan contundente en cuanto a la transformación fundamental, la del tiempo de vida en tiempo de trabajo, a pesar de que su teoría de valor la presupone.

Así, el desarrollo de las relaciones de valor exige el desarrollo de los valores de cambio y de la conmensurabilidad del trabajo. Bajo el predominio de las relaciones mercantiles, “el trabajo se representa en el valor” y “la medida del trabajo conforme a su duración se representa en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo” (Marx, 1981, I: 98), esto es, en el criterio básico orientador de la coordinación del tiempo social global.

Esta “representación” en el mercado del (proceso de) trabajo en el valor y de la magnitud del tiempo de trabajo en la magnitud del valor, necesita abstraer el valor de uso, pues se fundamenta, necesariamente, en la generalidad del trabajo y no en su particularidad (el trabajo concreto); se fundamenta, además, en el tiempo de trabajo y no en el tiempo de vida. De esta forma, la transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo es esencial para entender cómo “el trabajo se representa en el valor”; ent cambio, la transformación del trabajo humano general en trabajo abstracto es la clave para entender cómo “la medida del trabajo se representa en la magnitud de valor”.

En el mercado, los productos del trabajo, para poder ser transformados en mercancías, deben ser intercambiables, conmensurables, homogeneizados. En este proceso, el tiempo de vida es reducido a tiempo de trabajo, que a su vez es transformado en trabajo abstracto, homogéneo, común. Esta homogeneización borra, necesita borrar, toda cualidad, toda heterogeneidad, todo rasgo del valor de uso. Entonces, esta homogeneización es al mismo tiempo, la abstracción del valor de uso, y es también la abstracción del tiempo de vida y del tiempo de reproducción que no es tiempo de trabajo.

Durante el tiempo de vida que no es tiempo de trabajo, el ser humano produce valores de uso y “efectos útiles”, sin embargo no produce “valor” (trabajo abstracto). Similarmente, durante el tiempo natural la naturaleza crea un valor de uso (la semilla se convierte en una planta que luego da sus frutos), pero tampoco produce “valor”. Para el mercado, y en especial para el capital, el tiempo de vida que no es tiempo de trabajo es tiempo improductivo y el valor de uso es apenas “soporte material” del valor de cambio.

Al abstraer el valor de uso, esta doble “representación del trabajo” mide el costo de producción del producto producido a partir de los “factores de la producción” directamente empleados (fuerza de trabajo, medios de producción), sin tomar en cuenta los efectos indirectos de dicha producción sobre el producto potencial, ni sobre los conjuntos interdependientes de la división social del trabajo (seres humanos) y de la naturaleza (biosfera).

La magnitud de valor por el tiempo de trabajo, tal como es objetivado en la producción mercantil capitalista, no mide los verdaderos costos de reproducción de los objetos producidos, y menos aún los costos de la reproducción de las condiciones materiales necesarias para la reproducción de la vida. Es simplemente un costo de extracción que ignora los efectos destructores derivados de la producción material, efectos no tomados en cuenta en la producción capitalista (en el lenguaje neoclásico: externalidades negativas).

La producción mercantil reduce el tiempo de producción y de reproducción de los valores de uso, en cuanto condición material para la reproducción de la vida, al tiempo de producción de las mercancías, el cual no incluye el tiempo de reproducción de la vida que no es tiempo de trabajo. El tiempo de reproducción es abstraído y convertido en tiempo de trabajo abstracto.

Un ejemplo: si uno cocina en su casa, lleva a cabo un proceso de trabajo (creación de valores de uso), que si además gusta y entretiene, ni siquiera lo considera un “trabajo”. Es una actividad que forma parte del tiempo de reproducción y del tiempo de vida. Aun así, esta actividad definitivamente no ingresa en el ámbito de la abstracción incluida en el “proceso de trabajo abstracto”. Este valor de uso o este efecto útil se produce para la alimentación y/o el disfrute, no para el intercambio. Pero si ahora trabajamos en un restaurante y elaboramos comida para los clientes, entonces esta actividad nos remite a otra categoría, se trata ahora del tiempo de trabajo abstracto.

Con la transformación del tiempo de vida en tiempo de trabajo, la naturaleza a su vez es transformada en objeto abstracto, en “factor de producción”. Todo el tiempo de vida, incluido el tiempo natural involucrado en la producción de valores de uso, es transformado (reducido) en (a) tiempo de trabajo abstracto. Finalmente, con el desarrollo de la forma mercantil, este se representa en el dinero. “Time is money”.