El análisis de la coyuntura desde la perspectiva de una economía para la vida
Los contenidos de este capítulo deben verse y valorarse como parte de un esfuerzo —en proceso— que busca elaborar una metodología interdisciplinaria y un enfoque teórico integrado para el seguimiento y análisis de la coyuntura de una economía nacional, y en realidad lo presentamos como un borrador preliminar para la discusión. Nuestra pretensión es articular el análisis de “lo económico”, “lo social” y “lo ambiental” con base en el método teórico suministrado por la economía política crítica (heredera de la crítica de la economía política), en cuanto que Economía para la Vida. Es, por tanto, un enfoque crítico a partir de “lo económico” (de la estructura y la dinámica económica capitalista), constituido en punto focal de articulación de lo social y lo ambiental, tal como esta articulación se constituye, dinámica y contradictoria, desde la estructura socioeconómica capitalista. Se trata, en resumen, de una articulación a partir de “las contradicciones del capitalismo”, pero no como estas han sido entendidas tradicionalmente por la economía política de tradición marxista (en función de una serie de categorías objetivadas, en especial la tasa de ganancia), sino por sus efectos (directos e indirectos, intencionales y no intencionales) sobre la vida humana y la naturaleza (medio ambiente, ecosistemas).
No se trata de una metodología que presumimos válida en general (un determinado tipo de “economismo”); sino simplemente, de aquella que consideramos como la más adecuada para analizar los desequilibrios económicos, sociales y ecológicos surgidos de la actividad económica capitalista y de sus tendencias hacia la irracionalidad, con particular énfasis en las sociedades capitalistas subdesarrolladas.
Claramente, el enfoque metodológico sugerido exige un trabajo multidisciplinario e interdisciplinario, y pretende evitar una indebida segmentación del objeto de estudio (la economía como ciencia de las condiciones materiales de la reproducción social y de la vida humana en general). Lo anterior puede lograrse en la medida en que se disponga de un marco teórico común y se practique una permanente actividad de retroalimentación y autocrítica.
El análisis de lo económico propiamente dicho (en su sentido tradicional: la producción global y sectorial, el nivel y la composición del gasto macroeconómico, la distribución del ingreso, la estructura y dinámica del empleo, los usos y efectos de las tecnologías, los impactos de la política económica, entre otros), deberá a su vez articularse a partir de las tendencias hacia la irracionalidad del sistema (tendencias que abreviadamente llamamos “contradicciones” o “desequilibrios”).
Estas tendencias están asociadas con la lógica económica capitalista y sus efectos directos e indirectos (intencionales o no intencionales), ya sea sobre las mismas condiciones de la producción (efectos sobre el ser humano en cuanto sujeto productor y sobre el medio ambiente y los ecosistemas, en cuanto base biofísica de toda actividad productiva), sobre la distribución de los ingresos (la tendencia a maximizar la desigualdad), y sobre el consumo (efectos deformadores sobre la libertad del consumidor y los patrones de consumo); así como de las políticas públicas correspondientes (productiva, social, ambiental, etc.). La especificidad del subdesarrollo se considera tanto en la forma de abordar estos distintos ejes de análisis, como en la incorporación de un eje especial en torno a los mecanismos del desarrollo desigual a nivel internacional y regional.
En resumen, más que un análisis de la coyuntura desde “lo económico” o desde “lo social”, se trata de uno desde los efectos (directos e indirectos), que las tendencias hacia la irracionalidad de la dinámica socioeconómica capitalista provocan sobre el ser humano y el medio ambiente: las relaciones humanas, el empleo, la distribución, el consumo, la personalidad, la subjetividad, el desarrollo desigual, la sustentabilidad ambiental, las amenazas globales.
Tal como se desarrolló en los distintos capítulos de la Parte II y en el marco de la valorización mercantil capitalista de los factores de la producción, la sociedad capitalista produce una serie de “desequilibrios fundamentales” (tendencias acumulativas hacia la irracionalidad —irracionalidad de lo racionalizado), producto del cálculo monetario fragmentario efectuado por las empresas individuales (sean estas sociedades anónimas, empresas estatales, cooperativas o grandes transnacionales); sin que estas puedan prevenir (y muchas veces ni siquiera percibir) los efectos negativos de su acción (fuerzas compulsivas que actúan a espaldas de los actores).
Muchos de estos desequilibrios se han analizado en los capítulos anteriores, por lo que ahora nada más indicamos, en líneas muy generales, las contradicciones surgidas del cálculo monetario de las empresas capitalistas, de la lógica de maximización de la ganancia privada y del producto total (tasa de crecimiento), y de los efectos indirectos (intencionales o no) de las acciones directas; contradicciones que socavan y destruyen las condiciones de reproducción y desarrollo de la vida humana, incluyendo a la naturaleza. Estos desequilibrios los listamos a continuación, sin pretender ser exhaustivos, y sirven de guía para el análisis de la coyuntura que proponemos: uno que se centre en los efectos de la dinámica socioeconómica sobre el ser humano y la naturaleza.
A) Lo económico propiamente dicho
El análisis de lo económico propiamente dicho incluye a la producción global y sectorial, y sus desequilibrios (sectoriales y regionales); el nivel y la composición del gasto (consumo, inversión, exportaciones, importaciones), el nivel y la distribución de los ingresos (por estratos y regiones), la disponibilidad y calidad del empleo, el diseño y los impactos de la política económica; y deberá articularse con el estudio de las tendencias hacia a la irracionalidad del sistema (que abreviadamente llamamos “desequilibrios”). El análisis de las políticas macroeconómicas deberá tener en cuenta no sólo sus efectos sobre la estabilidad macroeconómica, énfasis del enfoque neoliberal, sino además, sus impactos esperados en los resortes del crecimiento económico, y en la equidad.
B) Los desequilibrios fundamentales en el espacio de la división social del trabajo:
1. Las distintas formas de desempleo, subempleo y, en general, exclusión de trabajadores y productores potenciales (desempleo estructural), o su empleo mediante medios de producción atrasados o incompatibles con la sustentabilidad. Esta subutilización estructural de la fuerza de trabajo se corresponde con un producto potencial no producido y por lo común se acompaña de marcadas diferencias regionales y locales (mucho más pronunciadas en los países periféricos y subdesarrollados).
2. Lo anterior se explica, en gran medida, por la coexistencia de tecnologías modernas y atrasadas, al nivel intra e intersectorial, lo que conlleva a este producto potencial no producido (“heterogeneidad tecnológica estructural” en la terminología de la CEPAL). Estas asimetrías tecnológicas causan los desequilibrios en el espacio que conducen al desarrollo desigual.
3. La ausencia de niveles de capacitación y habilidad de la mano de obra, adecuados al empleo de una tecnología moderna. Las habilidades de la mano de obra se desarrollan en función de una determinada tecnología, y esta, en función de las habilidades laborales, lo que conduce a un círculo vicioso en el subdesarrollo.
Estos tres desequilibrios se complementan e implican mutuamente, conllevando la renuncia a una productividad del trabajo objetivamente posible y, por ende, a un producto potencial posible. La existencia de una tecnología atrasada acarrea como consecuencia el subempleo estructural y la subutilización de las capacidades y habilidades de la fuerza de trabajo y, por consiguiente, el derroche de un producto potencial no producido. Claramente, se trata de un fenómeno atribuible a la praxis humana, a una determinada acción humana, y no es el resultado de ciertas características de la naturaleza (como la “dotación de factores” en la teoría neoclásica del comercio internacional).
C) Los desequilibrios resultantes de la orientación que el cálculo monetario de la empresa capitalista da a los valores de uso, tanto a nivel de las tecnologías, las materias primas, el proceso de trabajo y los productos finales:
1. Contradicciones entre los tiempos de reproducción de la naturaleza y del proceso de valorización capitalista de las materias primas (expoliación de la naturaleza: extracción de petróleo, de oro a cielo abierto, de acuíferos y manantiales, generación de hidroelectricidad, explotación del bosque, etc.).
2. El particularismo tecnológico o el uso fragmentario de la tecnología y sus efectos sobre el medio ambiente (“desastres naturales”, “externalidades negativas”, contaminación del medio biótico y abiótico, emisión de gases de efecto invernadero, erosión y uso irracional del suelo).
3. La ineficiencia de un crecimiento meramente cuantitativo de los bienes materiales cuyo consumo se generaliza (consumismo, consumo artificial, problemas de “calidad de vida”).
4. Los problemas asociados a la dialéctica reproducción/sustitución de la fuerza de trabajo: i) condiciones de trabajo (seguridad y salubridad laboral, “riesgos del trabajo”), ii) estabilidad del empleo, iii) estrés laboral y, iv) condiciones materiales de vida (salario real, seguridad social, seguro de desempleo).
5. La sobreexplotación de seres humanos: trabajo infantil, discriminación por género, ausencia de salarios mínimos, trato a inmigrantes, trabajo forzado, esclavitud.
6. Las negativas consecuencias sociales y humanas del “crecimiento económico” (y de la falta de ese crecimiento): prostitución, drogadicción, delincuencia, criminalidad, violencia familiar.
D) Los desequilibrios resultantes de las decisiones sobre la aplicación de nuevas tecnologías, la destrucción de la producción tradicional y el "libre comercio"
Estos desequilibrios se deben al hecho de que las nuevas tecnologías pueden reemplazar más puestos de trabajo que aquellos que el proceso de acumulación del capital es capaz de crear, y en los países periféricos están muy asociadas a la dinámica de la división internacional del trabajo y del capital transnacional. Mencionemos los siguientes:
1. Las crisis de las inversiones en los centros capitalistas y sus efectos en los países del Sur (impactos productivos, laborales, comerciales y financieros).
2. El desempleo estructural en los centros (desempleo tecnológico) y su impacto en los países subdesarrollados.
3. La destrucción de las producciones tradicionales (“no-competitivas”) en la periferia como consecuencia de los “ajustes estructurales”, la penetración de la inversión extranjera, los procesos de apertura comercial y el “libre comercio”.
E) Las interferencias, limitaciones y deformaciones de la libertad del consumidor
Como vimos en el capítulo XIV, la libertad del sujeto en cuanto consumidor consiste en una libre especificación de las necesidades a partir de los valores de uso, de manera tal que las relaciones de producción (en sentido amplio) interfieran y coarten lo menos posible la espontaneidad del ser humano en cuanto consumidor, dentro del marco de factibilidad que permita la producción material.
Las relaciones mercantiles capitalistas interfieren en la espontaneidad del consumidor, conformándola y deformándola. Reemplazan la orientación por los valores de uso por otra basada en los valores de cambio y la ganancia353, perdiendo así el consumidor su libertad. Reivindicarla significa interpelar, enfrentar y supeditar a las mismas relaciones mercantiles, en la medida en que se comporten como destructoras de la espontaneidad y, por tanto, de la libertad. Podemos agrupar en tres categorías estos efectos deformadores de las relaciones mercantiles sobre la libertad del consumidor:
1. En relación con la personalidad del consumidor. No hay duda de que la moda (fashion){308}, la estética mercantil (stylish), el carácter seductor del producto artificial, la veloz obsolescencia de los productos manufacturados, la cultura de productos desechables y de los junk food (comida chatarra), entre otros, en gran parte son el resultado de las relaciones capitalistas de producción y restringen la espontaneidad del consumidor, quien sufre el derroche y la superficialidad como un halo de goce y disfrute. La personalidad del consumidor occidental está formada de una manera tal, que siente esta represión por el consumo y el derroche como su realización como ser humano; la llama libertad y la define como tal. No obstante, indudablemente no se trata de un goce de valores de uso, sino más bien, del goce de su destrucción consumptiva, lo más rápido y voraz posible (consumismo).
2. El desarrollo del sistema de satisfactores puede empobrecer al sujeto, cuando lo vuelve progresivamente dependiente del consumo especializado de los productos artificiales. Cuando ocurre eso, la propia eficiencia en la satisfacción se estanca o declina. Mencionemos algunos ejemplos:
• Los sistemas de transporte llegan a un punto en que producen embotellamientos que ya no logran aumentar la velocidad media de tránsito del viajero ni bajar el tiempo dedicado al transporte. Esto sobre todo en las medianas y grandes ciudades. Concomitantemente, crece la polución ambiental.
• La medicina tradicional deja de incrementar la esperanza de vida, y más bien incrementa el tiempo de espera de la muerte (crecimiento de enfermedades degenerativas).
• La educación ya no consigue (no se propone) acrecentar el nivel general de los conocimientos y la cultura, sino simplemente los títulos formales por adquirir.
• La producción alimentaria crecientemente envenena las bases sobre las cuales existe (uso de químicos en la agricultura), o los mismos alimentos se transforman en medios de muerte (cancerígenos, obesidad, enfermedades del corazón, enfermedades degenerativas).
• El consumo desbordado y la falta de responsabilidad por el medio ambiente tornan inmanejable o insalubre el volumen creciente de desechos sólidos.
• Las ciudades como lugares para vivir se vuelven insoportables; el crecimiento urbano incontrolado disminuye la calidad de vida, etc.
3. El sujeto consumidor pierde su espontaneidad activa y por ende se entrega al consumo de satisfactores contrarios a la satisfacción (drogas, promiscuidad sexual, alcoholismo, medicamentos superficiales, comida chatarra, modas, entre otros). Este problema “psicosocial” es al mismo tiempo un problema de las relaciones mercantiles, en la medida en que surge de la orientación unilateral de las acciones humanas por el provecho cuantitativo individual.
F) Los desequilibrios a nivel de la distribución
Como también vimos en el capítulo XIV, el punto de partida de la teoría de la distribución es la construcción del consenso, o la libre determinación de la distribución del ingreso a nivel social. Una distribución es racional siempre y cuando la generalidad de los individuos la acepten, vale decir, siempre y cuando se funde sobre el consenso entre los sujetos.
Luego, en las relaciones sociales de distribución, el acuerdo es la base de la racionalidad, como lo es la espontaneidad en el caso del individuo; y los conflictos distributivos son un indicador de los desequilibrios en este plano de las relaciones sociales. Para seguir la pista de estos conflictos, nos basta acá con recordar algunos de los más conocidos criterios de desigualdad y sus expresiones más habituales.
1. Desigualdad en los poderes políticos: existencia de relaciones de dominación y explotación.
2. Desigualdad socioeconómica: desigualdad de ingresos, acceso desigual a los medios de producción, la pobreza como fenómeno estructural, etc.
3. Desigualdades regionales: en términos de ingresos, infraestructura, empleo/desempleo, acceso a servicios públicos, desarrollo desigual entre regiones.
4. Desigualdades de género: con respecto a los salarios, las condiciones de trabajo, las oportunidades de desarrollo humano, etc.
5. Desigualdades generacionales: niño-adulto, joven-adulto, anciano- adulto, etc.
G) Los mecanismos del desarrollo desigual en la economía mundial
En el marco de la economía mundial capitalista, una zona periférica no necesariamente se convierte en una zona subdesarrollada. Ahora bien, si su participación en la división internacional del trabajo, ya sea como productora de materias primas o de bienes de consumo, no asegura el pleno empleo de la fuerza de trabajo en un nivel tecnológico comparable al nivel de los centros, y, por consiguiente, con salarios similares a los que rigen en estos centros, una zona periférica se convierte en una zona periférica desequilibrada. Si en esta situación de desequilibrio no se produce una industrialización, y si más aún, existen impedimentos para tal industrialización, la zona periférica continúa en situación de desequilibrio y ajusta las estructuras de la sociedad entera para que esta sobreviva en tal situación. La sociedad se subdesarrolla.
Así pues, el problema del “desarrollo desigual” no se reduce a que el país subdesarrollado exporte materias primas y bienes de consumo de bajo valor agregado a los centros desarrollados, sino que lo hace así, aun existiendo el potencial para aumentar la producción y apropiación de este valor agregado en su provecho propio. Sin embargo, incluso en el caso de que dicho potencial no exista en una industria determinada (maquila de alta tecnología, por ejemplo), siempre habrá que juzgar si tal especialización es “inevitable”, o si más bien obedece a una decisión que se corresponde con intereses particulares y no con la búsqueda del desarrollo nacional y el interés general. Podemos mencionar entonces los siguientes indicadores.
Indicadores de desarrollo desigual (explotación de una zona periférica desequilibrada con desempleo estructural, por parte de los centros industrializados):
i) Volumen y porcentaje de exportaciones no elaboradas, con potencial de industrialización o de incorporación de alto “valor agregado” (maquila de prendas de vestir, materias primas tradicionales, bienes agrícolas, materias primas especializadas —material genético para la industria farmacéutica, por ejemplo—, etc.).
ii) Esta explotación económica efectiva por parte de los centros, conduce a un producto potencial no producido, que constituye el indicador principal de explotación económica como resultado del desarrollo desigual{309}.
iii) También podemos mencionar, adicionalmente, el intercambio ecológicamente desigual y la deuda ecológica.
Indicadores parciales de explotación económica: se incluye en este caso, i) la extracción de excedentes (ganancias, intereses y amortizaciones transferidas), ii) el control de las empresas transnacionales sobre los procesos de transporte y la comercialización de los bienes exportados (banano, piña, etc.). Estos indicadores dan cuenta de la parte extraída del producto realmente producido{310}.
Indicadores de desequilibrio en el espacio económico y la división internacional del trabajo: el más importante se refiere a las diferencias en la productividad del trabajo derivadas de los desniveles tecnológicos estructurales.
Indicadores de dependencia: i) la brecha comercial (bienes y servicios),
ii) los términos del intercambio y, iii) las salidas netas de capital. Se trata de una dependencia económica que emana del desarrollo desigual de una zona periférica subdesarrollada. La dependencia no explica el subdesarrollo, al contrario, es consecuencia de este.
H) Las amenazas globales
Se trata aquí de las amenazas globales sobre la existencia misma del planeta y la sobrevivencia de los seres humanos surgidas con la “globalización” de la relación mercantil, su racionalidad medio-fin y su eficiencia abstracta: i) la exclusión social a nivel internacional, ii) la subversión de las relaciones sociales, iii) la destrucción global del medio ambiente y, iv) la amenaza siempre latente de una aniquilación nuclear.
Nos hemos limitado a bosquejar los desequilibrios más importantes, sin desarrollarlos, si bien algunos de ellos fueron analizados en capítulos previos. Se trata apenas de indicar las líneas generales por las cuales se produce la contradicción entre el cálculo monetario de la empresa capitalista y la maximización del producto total. Existiendo estas contradicciones, y sin poderlas negar, algunas ideologías conservadoras descubren de repente, que la maximización del producto no es tan buena ni tan importante como profesan los economistas, y que hay valores humanos mucho más elevados que la producción máxima de bienes materiales, la competitividad o la eficiencia. Desarrollo y crecimiento parecen ser, en sí mismas, metas equivocadas. Se predica entonces, a los países subdesarrollados, que la vida de antaño es la vida buena, con aire limpio, poca basura y sin contaminantes químicos en el suelo y la atmósfera.
Sin embargo, este argumento presenta dos debilidades:
1. Que estos apreciados valores, más allá de la producción de bienes materiales, no se realizan (no al menos necesariamente) mediante la renuncia a la maximización del producto total, sino que serían posibilitados al efectuar tal maximización sobre la base de una jornada de trabajo siempre más corta, que permita al ser humano desarrollarse a partir de su tiempo libre. La “buena vida” no es la vida primitiva sino la vida agradable, plena. A estos altos valores se llega dominando y poniendo la tecnología moderna al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas, no destruyéndola. Cuando la sociedad moderna predica de nuevo las bondades de la vida primitiva, lo hace porque se sabe incapaz de asegurar una vida plena.
2. Que a los efectos negativos del desarrollo que la sociedad capitalista ha impulsado, es posible oponerle otro tipo de desarrollo, que se encuentra más allá de los limites de lo permitido por las relaciones sociales capitalistas de producción. La utopía de “otros mundos posibles” seguirá teniendo como punto de partida la crítica de las condiciones presentes, y como horizonte, la esperanza de un mundo mejor.