Capítulo ζ´ |7|
Έύγκαν | Évnkan | Eygan

Cuidar de un borracho mortal era pan comido, cuidar de un mortal hoplita y borracho era un dolor de cabeza. No sé por qué decidí romper algunas reglas divinas para interactuar en este mundo como un mortal si ya no me beneficiaba.

—¿Qué estoy haciendo? —balbucearon al lado mío en la barra.

—Pues estás bebiendo, Eudor. —Me acerqué a él y antes de palmear su espalda, añadí—: Y te estás embriagando a lo grande. —Eudor hizo un mohín y puso la barbilla en la mesa.

Había algo en él extremadamente extraño. Cuando llegué a la casa de los adámastos8 encontré a los hoplitas a un lado y uno de mis hombres arrinconado a modo solitario.

—¿Qué es lo que sucede? —pregunté, luego de suspirar. Nunca lo había visto tan desanimado desde que lo conocía.

—Ametista. Eso es… eso es lo que pasa —contestó antes de vaciar su copa de un solo trago.

—Ah. Problemas en el paraíso.

Señor… —arrastraba las palabras—, nunca he llegado ahí. —Giré los ojos—. Pero creo que la amo. —Cerré los ojos. Agarré el puente de mi nariz con mi pulgar e índice y negué la cabeza en desaprobación. De todos los tontos, Eudor se había ganado el premio del gran estúpido.

—Eudor, te lo advertí. —Se encogió de hombros—. ¡Por los cielos! Te lo dije.

—No me arrepiento. —Sonrió y frunció el cejo—. Me confesó lo que siente por mí.

—Entonces, el problema es…

—Su madre, su trabajo, sus principios. —Suspiró antes de añadir—: Ametista no cree en el matrimonio.

—¿Eudor, piensas casarte con ella sabiendo lo que es?

—Es una mujer. —Exasperado, me rasqué la cabeza y agarré luego su hombro para levantarlo—. ¿Adónde vamos, señor?

—A una misión.

Salí de la casa llevándome a Orión, Ulises, Leandro, Homer y Crisanto. Y arrastrando a Eudor. Orión y Ulises, de mi mayor confianza al igual que Eudor. Leandro y Homer, ambos hermanos, gemelos, para ser exacto. Combatieron en la guerra del gran fóvos9. Estuve presente y me quedé maravillado por sus empeños en determinar fin a su objetivo: quitar toda vida que fuera en contra de ellos. Y se ofrecieron a servir como hoplitas al saber quién los dirigía.

—¿Señor, cree que es demasiado? —preguntó Orión. Ulises tosió, interrumpiéndole.

—Se lo merece. —Ulises le dio una mirada al hombre que yacía en el suelo—. ¡Eudor, levántate, débil!

—Ulises —le reñí—. ¿Por qué no lo levantas tú? Fue tu idea que se enfrentara a Filiberto y sacara a Ametista, sabiendo que tiene sus propios hombres asegurando su tienda.

—Prefiero ver cómo lo hacen pedazos, señor.

Le di una sonrisa ladeada.

—Pues yo decidiré eso. Orión —me dirigí a este—: Ve y tráelo antes de que se mate por los escalones. —Luego miré a Ulises—: Irás con él.

Ulises asintió antes de salir corriendo con Orión.

—Señor, estamos para servirle —dijo Leandro luego de esperar que se retiraran lo bastante lejos y no escucharan.

—Lo sé. Por eso les llamé —miré cómo arrastraban a Eudor y lo sacaban de la casa de las hetairas—, pero sean pacientes, pronto sabrán por qué quiero que estén en mi compañía de ahora en adelante.

Leandro, Crisanto y Homer asintieron seguido de una pequeña reverencia. Si bien yo no participaría de ahora en adelante como un mortal, participaría como un dios. Y todos sabíamos que una guerra mayor se avecinaba. Mi trabajo por ahora era crear confianzas entre ellos y prepararlos para cuando no estuviera físicamente presente.

Cuando hube llegado al bosque aproveché la soledad y me acerqué al arroyo. Puse mis manos en forma de cuenco para llenarlas de agua para mojarme el rostro. Mi vista se había iluminado con bendecida fémina. Su cabello dorado era mi cadena perpetua…

—¿Sería capaz de dejar de adorarte y nunca más gozar de tu belleza? —pensaba en voz alta con todo el propósito del mundo.

—Eso lo respondería el tiempo. —La miré, hambriento por tocar su piel, aunque así fuera con una caricia. El deseo me llenaba y reprimía el pensamiento de que no merecía ser atendido con la pasión con la que sus ojos me atendían.

—Bueno, ojos enloquecedores… —Tomé en mis manos su larga melena rubia y el aroma se infundió en mis fosas nasales. «Cómo ha de bastarme su aroma, y al mismo tiempo, sentirme insatisfecho. Porque deseo más, lo quiero todo.»—. Tendremos toda la eternidad para averiguarlo. —Ella sonrió.

—Ares… —me advirtió cuando me acerqué a su encantador cuello. Su embriagador aroma, por supuesto.

Mmm… Solo un toque y nada más, lo prometo. Seguirás siendo pura.

Ella rio antes de decir:

—Lo sería aun si me entregara…

Ella se apartó, sin embargo, solo lo suficiente para tomar mi mano y llevarme al hueco acogedor de ramas cerca del gran árbol que cubría gran parte del bosque. Al poco tiempo de unas pláticas me había quedado dormido. Desperté varias horas después tras descansar en el suelo, sintiendo el solitario frío al despertar. Estaba solo.

—¿Afrodita? —Algo cercano al dolor llenó mi pecho—. Afrodita…

Me alarmé.

—Estoy aquí en las orquídeas —dijo, me levanté y fui hacia donde estaba. Con pasos meticulosos, un poco inseguro de cómo estaba su humor, preguntándome qué le pasaba por la mente.

Algo le preocupaba. Si estuviera bien estaría conmigo en brazos dejando que la cuidara. Sabía que era al revés, pero aun así ella descansaría junto a mí. Cuando sobé uno de sus hombros con el torso de mi mano, ella se volteó con una orquídea en la mano.

—Ten… —dijo antes de suspirar, entregándome la flor. Fruncí el ceño—. Para que dure lo que tenga que durar.

—Sabes que soy todo insulto de la Hélade menos inocente. Pero tú… —le acaricié la mejilla con delicadeza— eres pureza, mi perdición.

Sonrió al colocarle la orquídea blanca detrás de la oreja.

—Hermosa flor. —Se sonrojó, pero no apartó la mirada. Eso fue lo que más me gustó.

—Si no te conociera, solo los rumores, y luego me contaran que eres capaz de hablar encanto, no lo creería nunca. Al menos que sea de manera…

Le sonreí con ironía.

—Bueno, eres la única con pase especial. La única especial.

Arqueó ambas cejas.

—Vaya… —Acerqué mis labios a su mejilla y le rocé la piel hasta llegar a su cuello.

Ella se apartó quejándose de que le daba cosquillas y se volvió dándome la espalda para recoger otra flor.

No quisiera por nada de este y los siguientes mundos que ella se cansara de estar en ocultas visitas al bosque para estar conmigo a solas. De solo pensarlo… Arrancaría toda esperanza.


8 Adámastos: «indomables» en griego.

9 Fóvos: «temor» en griego.