Capítulo ιe´ |15|
Άφροδίτη | Afrodíti | Afrodita

La oscuridad abrazó a toda la tierra y como único sustento de luz estaba la luna. La noche estuvo en su llegada al continuo suspiro divino mientras mi corazón vagaba en agonía y en silencio. Todos hicieron lo que les era conveniente, sin discutir sobre lo que había ocurrido. Todos habían seguido el festejo y no pararon de comer, beber o bailar.

Nos sentaron juntos y por todo el tiempo que duró el receso del banquete pronto había seres levantándose para bailar. Apolo con su música hizo los honores con las ninfas para dispersarlos. Algo que agradecí con una breve mirada. Atenea permaneció inmóvil en su asiento casi de la misma manera que Hera, aunque las facciones de esta eran muy contrarias a las de Atenea. Deméter estaba retirándose hacia el centro del salón y con ella, amargamente, su hija. Poseidón las persiguió al poco tiempo. Hades ya se había ido como era de su ponerse. Artemisa fue al rastre de Apolo para acompañarlo. Y Ares se había esfumado hacía mucho…

Muchos se atrevieron a darnos sus deseos de felicidad. Hipócritas. Yo no debía estar en esa mesa con Hefesto. Un sabor amargo me llenó la boca al pensar siquiera en su nombre. Aquel ser no era más un cuerpo inmortal sin expresiones, con pensamientos en la nada. Parecía como si no hubiera un alma y solo hiciera lo que se le ordenase. Solo asentía ante todos los que se acercaban. Como si fuera una marioneta.

Yo no debía estar en aquella mesa con Hefesto. Yo… Me estaba ahogando en estúpida miseria. Yo no había pedido esto. Yo no debía estar aquí.

Dione se había acercado para felicitarnos, pero fueron sus palabras las que rociaron mi cara con estupor cuando nadie más veía:

—Haz lo que tengas que hacer —inclinó la cabeza acentuando las últimas palabras—, pero con prudencia.

La mirada de Zeus la siguió antes de que ella se retirara. Hasta que la diosa se detuvo como si sintiera dichos ojos en su cuerpo y continuó su camino en una invitación. Zeus con la mirada por encima de su esposa simplemente se había retirado sin avisar.

Aprovechando ese momento, hui de la festividad tan deprisa como el día, al punto de no recordar quienes me llamaban. No pude reconocer ninguna voz. El segundo día festivo había culminado. Al menos para mí.

Solo deseaba estar sola. A solas con…

—Tengo una propuesta para ti —comencé a decir, había llegado al balcón y me dirigía a quién se escondía entre las cortinas—. Me llevarás con tu señora, pero debes saber guardar el secreto, niña.

La joven niña salió de su escondite.

—Mi nombre es Mausela —dijo con irritación—. Ya lo había dicho.

—Y a partir de ahora —la interrumpí cuando me giré ante ella—, el mío será Aftonia.

Mi rostro se torció levemente hasta que mi cuerpo cambió de apariencia. Mi máscara mortal. Mausela no dijo nada, sin embargo, todo se podía ver en sus ojos, el brillo del asombro. Solo logró asentir en aprobación.

Se dirigió a la barandilla pasando por encima de esta y agarrándose de una gran enredadera de nubes. Dudé por un momento qué era lo que iba hacer…

—Hay otros métodos para salir de aquí, sabes.

—Este es del que nunca se dieron cuenta, y siguen sin hacerlo.

Resoplé ante su arrogancia.

—¡Vamos! —presionó—. No hay mucho tiempo.

Calló repentinamente cuando escuchamos voces en las cortinas detrás de mí. Y cuando estas se abrieron tras la intromisión de dos manos las risas retumbaban…

—Deberías no ser tan cruel a veces, Poseidón. —Vi entre las cortinas cómo Deméter aparecía—. Somos hermanos, debemos respetarnos.

—¡Por favor, Deméter! —dijo Poseidón, ahora a su lado—. ¡Deja de ser tan dramática! Hera está acostumbrada a que la humillen.

Por fortuna, el balcón era bastante amplio como para que quien deseara entrar no tropezara conmigo. Estaba dispuesta a seguir a lo largo de la cortina una vez que se voltearon dándome la espalda, pero…

—Madre, ¿no crees que estoy de más en esta plática? —La voz de Perséfone hizo que me detuviera en seco.

Ella se unió a la pareja, pero había apoyado la espalda hacia la barandilla, su mirada vagó por el cielo hasta que la bajó para encontrarme al final de la cortina, en la esquina de la barandilla. Me topé con unos ojos verdes, tan abiertos por sorpresa, y negué con la cabeza al borde de las lágrimas, suplicando silencio.

Ella finalmente parpadeó tras verme y reconocer el rostro que usaba cuando nos escapábamos al mundo mortal. Apretando los labios, se dirigió a su madre:

—Sabes, madre, deberíamos ir a la mesa de epidórpio, quisiera probar los polvorones de grato, no me dejaste probarlos para seguirte hasta aquí. —Perséfone, en medio de empujoncitos, se llevó a su madre y a Poseidón adentro. Las cortinas volvieron a cerrar la entrada, no sin antes ella dirigirme una mirada que claramente decía: «Tu secreto está a salvo conmigo».

—Debemos seguir… —murmuró Mausela cuando logramos bajar hasta el último piso.

Habíamos descendido enredadera de nube, una tras otra, balcón por balcón. Una vez que bajamos por el balcón Euche, debíamos bajar con más precaución que el primero. Aunque no hubiera nadie en los próximos niveles, siempre te podías encontrar con alguna ninfa o a Iris. Al igual que a Hermes…

Una vez fuera de peligro de que nos vieran, corrimos al sur del Olimpo, jurando por mis sandalias a que no se rompieran, pues eran más sencillas que las botas de cuero de Mausela. No necesitaba sandalias tan elaborabas siendo quien era. Nos adentramos a las oscuras garras del bosque que cubría el monte, el susurro de los llantos me desbalanceaba y hacía difícil seguir mi camino. Apenas podía ver a Mausela en la poca luz de la noche desde aquí abajo.

Los gritos fueron más martilleantes.

«Oh, diosa asustada; delicia en esta tierra», dijo una voz engañosamente confiada, pero no paraba de escuchar.

«Diosa asustada porque no sabe lo que quiere», dijo otra voz. «Yo digo que sí sabe lo que quiere, quiere ser reconocida como una cobarde que escapó de su responsabilidad», risas, las voces eran más de dos, «puedo decir que se la ve más tranquila sintiéndose un fracaso.»

«¿Por qué hace lo mejor que sabe hacer?»

Risas y más risas. El sonido chirriante me hizo parpadear.

Mausela arrastró la hoja de su cuchilla de forma nunca vista: de empuñadura de hierro, con curvas sobresalientes. Una hoja de doble filo.

—Juro por la tribu que me vio nacer —dijo Mausela—, que yo mataré por justicia. Yo creo mi propio destino.

Sentí las voces apaciguarse…

—¿A quién le hablabas?

—Debemos ir a paso apresurado —observó mi patente confusión, reflejada en mi rostro—. No les agradan los juramentos. Pocas personas lo saben. —Me dio una sonrisa considerada.

—Sabes que no soy persona. A mí no me afectan de esa manera.

Yo sabía de la existencia de esas voces que se reducían a un ser nada más, pero estaba muy lejos para confrontarlo y debíamos irnos en dirección contraria. Luego encontraría la manera de agarrarlo por los cuernos.

—Tú fuiste la que dijo que guardara el secreto de quien eras y tu nombre. Significa fingir tratándote como a una de este mundo, ¿no?

No contesté.

Mausela jadeaba al igual que yo mientras trataba de sacar cualquier obstáculo que se nos enfrentaba: ramas y telarañas; telarañas y ramas. Charcos de lodo, muchos charcos de lodo. La seguí sin preguntar nunca a qué próxima dirección ir, pero me preguntaba si esto era lo correcto.

«Estás haciendo lo correcto», me obligué a decirme. Debía creerlo o no podría seguir con el plan…

Cruzamos un pequeño puente y pudimos salir del bosque Vasanistírio, el cual como despedida nos había dado un grito suspirado con vientos escalofriantes.

—Ya… —exhaló— casi llegamos.

—Déjame adivinar —respiré profundamente—, cruzaremos las montañas.

—Sí —asintió con cierta confianza—, y las siguientes a estas, y para evitar el mar, lo rodearemos.

Perfecto, la niña era lista. Cruzar el mar significaba encontrar un barco y encontrar uno requería de navegantes y eso traía un costo. Sin mencionar, si es que encontrábamos uno solo para nosotras. Muy peligroso para una niña y una mujer sin óbolos o sales que dar a cambio. Y de ninguna manera permitiría pago carnal. Debíamos evitar la provocación.

No hubo más plática y nos dirigimos rumbo a las montañas siguiendo sus pasos.

Mi frente estaba empapada de sudor cuando estábamos en mitad de una aldea cerca al mar. Pudimos evitar las entradas a ciudades llenas de quisquillosos helenos. Al menos, esta aldea parecía abandonada. Para no perder el equilibrio caminábamos agachadas cuando entrabamos en los pequeños montes, agarrándonos de rocas para impulsarnos, pues las montañas eran algo espinadas. Mis brazos pronto se quejarían del esfuerzo.

—¿Segura que no quieres parar?

Habíamos caminado toda la noche y ya había amanecido. Sin comida o agua. Yo podía soportarlo, pero la niña…

—No.

—Debemos buscar un cuerpo de agua para que puedas hidratarte.

—No soy mortal.

—De eso ya me di cuenta dos días atrás. Nadie puede presenciar el Olimpo sin invitación antes de que se enteren todos. Los mortales están descartados en ese plano celestial.

Sí había una manera de que un mortal cruzara el Olimpo, pero era un detalle que no pensaba discutir en esa conversación.

—Aun siendo una inmortal necesitas recuperar un poco de lo que perdiste. Si no lo haces, nos atrasarás y no llegaremos en el momento que tienes planeado.

La niña siguió caminando y un leve crujir se escuchó en el suelo. Ella giró la cabeza observándome con ojos entrecerrados. Enarqué una ceja hacia ella y me mantuve así hasta que finalmente suspiró.

—Bien —claudicó antes de seguir caminando—. Después de esta montaña podemos buscar agua.

Salimos del monte sintiendo la tierra temblar otra vez, pero esta vez era más fuerte y Mausela se giró a verme de nuevo.

—No he sido yo —contesté llena de confusión.

El ruido de un animal llegó a mis oídos, pero no sabía de dónde prevenía. Aún. Mausela se detuvo en seco y su espalda se tensó.

No puede ser

Quería preguntarle qué sucedía, pero el chillido de una fémina me llenó al punto de tensarse mis oídos.

Luego más gritos, y más gritos.

—No te muevas —ordenó Mausela—. Si lo haces, te creerán una amenaza a distancia.

De pronto, la cima de la montaña estaba siendo arropada por una pequeña mano de sombra, no fue hasta que estuvieron demasiado cerca que deduje que eran mujeres. Mujeres cabalgando a caballo. No eran muchas, pero se sentían como si hubiera miles de ellas avanzando hacia nosotras.

Una de ellas alzó su mano y cuando estuvo frente a nosotras tiró del agarre en el rostro del animal, causando que el semental se detuviera casi al instante, relinchando. Mausela miró al semental de color como la tierra de manera tan apacible que no se inmutó, cuando este le resopló en la cara, antes de mirar a la mujer vestida de cuero y lanza en mano con el ceño ligeramente fruncido.

Todas las mujeres en los caballos llevaban cuero pegado a sus cuerpos, quitones del mismo material. Cada una llevaba alguna arma blanca a la vista y apostaba que estaban armadas hasta los dientes, aunque no lo dejaran ver a simple vista.

Tenía frente a mí a mujeres pertenecientes al ejército que comenzaba a hacer temblar la Hélade.

Ω

Si las historias helenísticas a contar se referían a un grupo, una pequeña aldea, estaban equivocadas. Esto era más que un simple grupo de mujeres queriendo hacer lo que fuera en contra del hombre heleno. Eran miles de ellas. Era algo que le encantaría a Atenea o a Artemisa, sin lugar a duda.

La mujer de piel morena y cabello oscuro mantuvo sus ojos marrones en mí, algo amenazantes, duros, pero no como si estuviera molesta. Durante el viaje jamás aflojó sus rasgos. Ni siquiera con Mausela. Así fue como supuse cómo era en realidad, de semblante serio.

Mausela estaba con la cabeza agachada, cual niña siendo regañada.

Su señora vestía lino de tonos verdosos y claros de mangas largas que le hacían ver esbelta y hermosa. En sus sienes yacía una pequeña corona de hinojo a juego con su vestido y hacía resaltar su ondulada, abundante y larga cabellera. Cuando sus ojos claros se fijaron en Mausela, se oscurecieron de enfado.

—No te tengo que decir qué hiciste mal —dijo con solemnidad hacia la niña—, cuando ya lo sabes. Irás con Hipoalia y tú serás la que te impongas tu propio castigo. —Ella suspiró y, antes de que se volteara, la mujer le advirtió con un dedo hacia ella—: No quiero trampas, Mausela.

La niña hizo una reverencia con la cabeza. La mujer morena asintió y dio un paso atrás aguardando para que la niña saliera primero de la tienda de telas. Acto seguido, la mujer se volteó a mirarme de manera fija. Una mirada de advertencia.

—Puedes retirarte con seguridad, Hipoalia.

La guerrera echó a andar con pasos ligeros hasta desaparecer. Y no fue hasta que estuvimos completamente solas…

—Solo para entrar en confianza —comenzó a decir mientras apoyaba sus posaderas en la mesa de madera detrás de ella—, sé lo que eres.

Resoplé.

—Por supuesto que lo sabes. Lo que deberías contestar es para qué me necesitas.

La mujer se cruzó de brazos.

—¿Y quién dijo que te necesitamos? —Enarqué una ceja—. Dime, ¿qué podrías hacer por ellas? ¿Enamorarlas? ¿Seducirlas? ¿Que aprendan a seducir a los hombres de la Hélade?

Estaba a punto de escupir al suelo, pero tuve que abstenerme, aún no sabía de lo que era capaz y tampoco quería arrepentirme luego. Si lo iba a hacer, debía ser cuando tuviera toda la información necesaria.

—No cabe duda de que la niña es hija suya —contesté—. De tal palo tal astilla, ¿no? —Ella me dio una pequeña sonrisa llena de socarronería.

Acercándome hacia ella con letal paciencia comencé a decir:

—Pero quisiera saber primero, ¿qué es lo que hace una Nýmfi21 en este pueblo?

Para cuando me acerqué lo suficiente hasta distinguir las chispas doradas en sus verdes ojos mis labios asimétricos se desvanecieron mostrando unos completamente ovalados y carnosos, por lo que no me pude resistir en lanzarle un beso con sorna obviedad. Hasta que los hoyuelos en mis mejillas aparecieron y mi verdadero rostro se mostró. La Ninfa se tensó, pero enarcó nuevamente una de sus curveadas cejas. Se enderezó para enfrentarme hasta quedar tan cerca que casi compartíamos el aliento.

—Eso supongo que no te incumbe.

—Oh… —interrumpí—. Debería, si no, ¿cómo podría ayudarlas?

Ella respiró hondo.

—Solo deberías entender que soy la madre protectora, yo creé este pueblo, así que cuando te dirijas a mí me gustaría que anduvieras con mucho cuidado. Serás diosa, pero sé que no llevas mucho con tu nombramiento.

Incliné un poco la cabeza hacia un lado.

Eso… —dije retándola—. ¿Qué más?

—Estás en mi tierra, que no se te olvide eso, Afrodita.

Dejé caer la cabeza cuando solté una carcajada. La ninfa parpadeó varias veces sin entender qué era lo graciosos. Y en realidad no tenía ni idea.

—Ay, Harmonía… —dije cuando mi risa cesó y ella levantó ligeramente su pecho, poniéndose a la defensiva—. Bien. Mucho mejor, ya estamos a nivel. Sé que tú hija se equivocó, pero es astuta, sabía que no podría convencer a otras. La despedazarían allí mismo como a una intrusa.

Me giré dándole la espalda para pasearme por la tienda.

—Este es un lugar bastante acogedor —observé.

—¿Qué es lo que quieres?

—Mmm… —Mi labio se torció en una sonrisa mientras fingía pensar—. ¿Quisiera hacer un trato? —La ninfa siseó, pero no dijo nada dejándome continuar—. Sé que necesitas una diosa que bendiga a tus guerreras. —Hice gesto de desdén con mi mano detrás de mí—. Yo soy una diosa que podía hacer un llamado a otras diosas que caerían como anillo al dedo para tu…

Chasqueé los dedos para tratar de acordarme de la palabra que ella había usado, Madre Protectora, obligándola a que ella me lo dijera.

—Protección —masculló entre dientes manteniéndolos a la vista cuando le aplaudí en aprobación.

—¿Ves?, tú tampoco eres tan fuerte para eso. —Suspiró apretando la mandíbula—. Yo podría hacerlo, pero no me interesa. Jamás subestimes a una diosa, por más mínimo que sea su poder. Te podrían sorprender, Harmonía. Terminaría necesitando de su ayuda, como ahora… —Revisé mis uñas, aunque sabía que estaban impecables y añadí—: Este es el trato, les haré el llamado, sin embargo, esperaré una semana antes de hacerlo. Necesito el tiempo para hacer creíble mi desaparición.

Antes de que ella pudiera aprovecharse de ese suceso, mostré mi mano izquierda haciendo centellear el anillo de oro.

—Me acaban de prometer a alguien sin consultarlo primero y se supone que debo parecer herida, necesitando todo el tiempo posible. En medio de eso haré el llamado, debo parecer necesitada y agradecida contigo. Sobre todo eso, agradecida contigo y tu pueblito. —Sonreí ampliamente—. ¿Trato?

Harmonía suspiró haciendo que sus fosas nasales se expandieran. Mi rostro se volvió a los rasgos donde se ocultaba no hacía mucho, antes de que pudiera aceptar el trato.

—Trato —replicó.

—Buena ninfa, Harmonía. Debes estar en gran necesidad para aceptar.

—Ni que lo digas.


21 Nýmfi: «ninfa» en griego.