Capítulo λ´ |30|
Άφροδίτη | Afrodíti | Afrodita

—¡Que vivan los recién casados! ¡Felicidades! ¡Bravo! —Esas eran las frases que todos en el Olimpo repetían una y otra y otra vez desde que Zeus cumplió su promesa. Desde que contraje matrimonio.

Suspiré recordando el momento exacto en que acepté esto. El anillo en mi dedo cambió de color en cuanto dijimos , de un oro pálido y simple a un color más brillante con las palabras talladas: Agní kai alithiní agápi24. Resoplé ante aquellas palabras, un amor puro y verdadero. Mi mala suerte debió ponerse ahí… Sabía sin duda que esto provenía de la cortesía del que un día había llamado padre. Hacía mucho, por supuesto.

Por menos desagradable estaban las Cárites. Dejaron el salón Exýpsosi impecable con guirnaldas de tulipanes blancos colocadas en las columnas y en las mesas del banquete. Podía decir con mucha certeza que las Tres Gracias estaban más felices que yo. Bueno, todo el mundo estaría más alegre que yo en ese día, sin duda.

—Intenta sonreír un poco —susurraron a mis espaldas—, o todos se darán cuenta de que eres infeliz.

Relamí mis labios con una simple sonrisa antes de contestar:

—Pero si falsa no es mi expresión.

Fue él quien ahora sonrió. Una sonrisa que no mostraba sus dientes.

—Y veo que tú tampoco lo estás.

Miró hacia la multitud que bailaba y bebía, e intentaba tararear el ritmo de la música tocada por Apolo y sus nueve musas creando extraordinario espectáculo. El primero en asistir al ritmo de la música y los aplausos había sido Poseidón, acompañado de Deméter y, claro, con Perséfone a su lado. Parecía casi petrificada. Artemisa se encontraba en la mesa comiendo de lo que había en su plato y sonriendo ante lo que parecían ser cumplidos de unos querubines que revoloteaban a su alrededor. Y a su lado, Atenea, quien trataba de comer y parecer contenta con la ceremonia…

Todos estaban tan metidos en sus propios goces y pensamientos, exceptuando a la novia de dicha ceremonia matrimonial.

—Espero que esto valga la pena —suspiré ante sus palabras—. Porque de no ser así, no me haré responsable de lo que suceda. —Tragué saliva.

—Lo será. Valdrá la pena.

Recordé los pasos a seguir para mantenerme serena en la celebración: mirada hacia el frente, espalda derecha y expresión intachablemente inexpresiva.

—Porque de no ser así, seré yo la responsable de todo aquello que ocurra, comenzando desde ahora.

Él se mantuvo en silencio por un par de segundos, tomó de lo último que contenía su copa y decidió marcharse luego de haber mencionado lo hermosa que me veía. A pesar de lo asombrada y satisfecha que estaba ante aquel cumplido, no contesté y dejé que se marchase.

Era lo mejor para ambos porque, de él permanecer más tiempo aquí, no llegaría a flaquear, sino que destruiría todo lo planeado. Y no debía permitirme hacer tal cosa. Ya lo hecho, hecho estaba. Y aquí los sentimientos no debían ser bienvenidos en ningún momento… No delante de testigos.

Atenea fue la primera en marcharse.

—Una conversación acalorada, ¿no crees? —Su tono de voz solo logró intensificar el mal humor del que estaba padeciendo en el día de hoy.

—¿Espiándome, Poseidón? —cuestioné al darle una sutil mirada. No estaba para sus juegos manipuladores. Él levantó sus hombros.

—Solo estoy haciendo mi parte del trato.

«¿Desde cuándo espiarme es parte de nuestro trato?»

Exactamente, se suponía que estaba bajo su protección. Luego de que rompiera alguna especie de lazo de confianza con mi madre al hacerme pasar por ella. Aunque ella jamás lo sabría. Era algo que se debía hacer para que mi Pélope se sintiera en paz con sus deseos.

No iba a ceder ante el chantaje de Poseidón, pero cuando visité a mi hermano en el monte Cilene y me contó sus sentimientos… ¿Por qué no podía hacer una mentira blanca? Después de todo, nadie tendría nada que perder en realidad. Además, era joven y un poco ingenuo respecto a sus sentimientos y si Dione lo aprobaría o no. Solo le aclaré los pensamientos revueltos y les evité posibles dolores tanto a Dione como a Pélope.

El dios se acercó a mí hasta quedar a mis espaldas. El muy atrevido cogió mechones de mi cabello y los retiró dejando mi cuello al completo descubierto.

—Debes tener más cuidado, ya que la hermosa diosa recién casada está siendo observada por estímulos dorados —susurró cerca de mi oído y detuve toda respiración y todo pensamiento para mirar a un Apolo sentado y brillando en sudor, tomando de su copa dorada mientras nos observaba… mientras me observaba—. Y alguien con pecho ardientico. —Detrás de Apolo, Helio. Maldije para mis adentros, no podía creer que me hubiera distraído—. Pero —añadió—, querida, no debes preocuparte, pues semillas de mentira acabo de sembrar en ellos. Solo ven a un dios más ofreciéndole una oferta de cortejo indecente a la diosa con mayor belleza en el Olimpo que, de seguro, debe tener cualidades ígneas.

Relamí mis labios sin quitarles los ojos a ambos dioses. Si era cierto lo que Poseidón decía, entonces no vendría mal dar un poco de crédito y certeza a lo que había dicho y hecho.

Mi respiración se entrecortó obligándome a mantener los labios separados y el pecho inquietante ante ojos deseosos. Calor brotaba desde mis mejillas que hacían patente la necesidad de sentir el toque de dedos cálidos en mi piel ungida con esencia de almendras.

Apolo. No me preocupaba por él. En absoluto. El dios bien podría arreglárselas siempre, conmigo o sin mí. Pero Helio… Tenía que hacer bien mi trabajo para que funcionara. No estaba llamando en nombre de nada, solo dejaba mi belleza y quizás deseo al descubierto de algunos ojos puestos en mí. Así lograría confundir hasta el punto de averiguarlo muy pronto.

No les había apartado la mirada hasta que giré mi cabeza hacia el dios del mar, susurrándole:

—Bien hecho. Excepto en Apolo, él es uno de los míos.

Enarqué una ceja y esbocé una sonrisa con cierto coqueteo cuando Poseidón giró su cabeza para mirar bien mi rostro. Deduje cierta duda en sus ojos, ¿acaso pensó que iba a exasperarme con todo esto?

—Deberías tener cuidado con la mención de Ares cerca de Hera. No queremos que haga un escándalo con sus irritantes celos de madre si llegase a enterarse de que estoy detrás de su hijo, como según lo pensaría.

El dios entró en una exagerada risa y con una suave caricia en su barba me alejé de él, regalando una sonrisa inocente e inquisidora a los dioses que me observaban de lejos.

Era algo que estaba practicando durante algún tiempo y, sin embargo, no dudaría lo suficiente si no encontraba un lugar para respirar y calmarme, porque de no hacerlo en cualquier momento podía vomitar. Así que cuando logré esconderme en una columna alejada de todo y todos solté el aire que aguantaba en mis pulmones.

—¿Qué fue eso?

Ahogué un grito, pero mi boca fue tapada en medio de este. Visualicé los oscuros ojos azules y me calmé enseguida. Pero… había algo en su mirada, algo oscuro además del color.

—¿Ares, qué estás…?

—¿Por… qué hiciste eso?

¿Se refería a las miradas que atraje?

—Solo utilicé un poco de mi poder. Estoy en todo mi derecho en hacer lo que sea con mi poder. Sabes perfectamente a qué se deben mis atributos. ¿Por qué he de ocultarlos?

Jamás lo había visto fruncir el ceño de esa manera. ¿Estaba furioso?

—Ellos no te merecen.

—¿Y tú sí?

Sé que no estaba contento con lo que supo que había hecho, pero eso no le daba derecho a dejarme a un lado cuando ya había aceptado lo que había entre nosotros. Incluso cuando le conté mis planes. Yo no nadaba contra la corriente si veía un atisbo de oportunidad en las situaciones menos deseadas.

El golpe de mi espalda contra la columna me dejó lo bastante sorprendida como para ser consciente del gemido que salió de mi boca. La protuberancia en su cuello bajó y subió con lentitud y un músculo cerca de su clavícula se tensó. Su cuerpo contra el mío apretujándome contra la dichosa columna. Su dura mirada bajó a mis labios hasta que se suavizó, aunque no mucho.

Mis labios se entreabrieron en una súplica silenciosa. Si lo deseaba tanto como yo, ¿por qué ahora quería que entendiera todo con acciones? Miré su mano libre sosteniendo la copa de antes mientras la otra se encontraba en mi cintura. ¿Cuánto había tomado del néctar?

El choque de labios y dientes ante el desesperado beso me dejó un poco desconcertada, luego se alejó repentinamente. Subió su mano para enredarla en mi cabello y luego tiró de él, haciéndome levantar la cabeza. Miró mi boca y con la mano que sostenía la copa llevó su dedo índice a mi mentón. Uno, dos golpecitos…

—Al menos yo quiero bien para ti.

Encontró el momento perfecto para hacerme jadear cuando su boca atacó mi cuello, lo lamió y perdí el control al gemir su nombre. Él se volvió a apartar ahora con una atractiva sonrisa que mostraba sus dientes antes de desaparecer. No, no desapareció, más bien se esfumó ante mis ojos. Y sentí el tirón en mi mente.

«Eso. Gracias por dejarme entrar.»

—Hijo de su…

Me hubiera gustado terminar la frase si no hubiera sido interrumpida.

—¡Ahí estás! Algunos ya se estaban preguntando a dónde habías ido y me ofrecí a buscarte… ¿Estás bien?

Apolo se acercó a mí preocupado. Y debía entenderle: estaba sola y agitada. Sin mencionar la palabra excitación para no abrumar mis pensamientos y no esparcirlos por el área. Solté una sonrisa socarrona antes de poder decir algo.

Ares quería una línea completa de conexión ya que yo no se lo permitía.

Sonreí esta vez con toda honestidad antes de dirigirme a Apolo y dejarle saber que estaba bien. Estaba lista para volver a este juego, porque ya era tiempo en el que esta diosa debía correr hacia los brazos de su, ahora, esposo

Ω

La tarde era la más horrenda de todas las que había tenido. Aunque mis tardes nunca habían sido tan… similares a esta. Es decir, las tardes en el balcón ómorfo eran más entretenidas con las féminas que me hacían compañía que esto. Suspiré. Qué mucho había pasado en el transcurso de estos tiempos. ¡Todo parecía como si hubiera pasado una eternidad en el Tártaro!

El sol estaba en su punto de apogeo y mi dolor de cabeza también junto al constante tintineo y martilleo de Hefesto. Se escuchaba por todos lados. Entendía lo que hacía, pero aun así… Masajeé mis sienes con la yema de mis dedos. No lo soportaba. Me detuve abruptamente en cuanto dejé de escuchar ruido, para luego escuchar una puerta cerrarse.

Hefesto comenzó a adentrarse en el balcón, acercándose a donde yo estaba. Andaba sin camisa y… completamente sudado y lleno de suciedad. Aparté los ojos antes de que se diera cuenta de cómo lo estaba mirando, así que fingí estar dándome masajes en las manos mientras miraba hacia el cielo frente a nosotros.

Ahora vivíamos en nuestra propia casa. De nosotros. Sentí un leve dolor en la palma de mi mano. Había cerrado las manos en puños hasta clavar mis uñas en las palmas al recordar todo: la ceremonia, Ares, la noche en la que compartimos por primera vez Hefesto y yo juntos y… Ares en mi cabeza. Resoplé.

—¿Todo bien? —preguntó Hefesto luego de haberse tomado una copa de vino. Lo miré, luego miré su copa. Él la miró también antes de voltear a verme mientras me contestaba apenado—: Es vino de día; agua de noche.

—Pero en días de trabajo no se debería beber, ¿o sí? —dije, pero no dejé que contestara, a cambio de eso, cambié el tema drásticamente contestando su pregunta de antes—. Estoy bien, solo un poco de migraña.

Giré mi cabeza hacia el cielo frente a nosotros, mirando las nubes pasar.

—Lo siento —dijo tan repentinamente que me tomó por sorpresa.

Le lancé una mirada, confusa. Ahora que me percataba, no había hecho contacto visual ni cuando entró ni ahora. Miraba mi rostro y cerca de este, un punto ciego, pero nunca llegó a hacer contacto visual conmigo.

—Quería decírtelo antes de que… —señaló detrás de sí— antes de que todo esto pasara. De verdad, lamento todo, Afrodita.

Parpadeé para no permitir que las lágrimas salieran. El nudo en mi garganta apareció haciéndome difícil tragar.

—Bueno… —comenzó a decir torpemente—. Me han encargado algo para hacer y entregar inmediatamente hoy.

—¿Qué cosa? —Agradecí el cambio de conversación.

—Un carruaje —contestó rápidamente.

Fruncí el ceño, ¿quién podía pedir semejante pedido para entregar el mismo día? Y más un carruaje. Hefesto vio la pregunta figurándose en mis expresiones y contestó:

—Helio.

«Ya.»

Negué con la cabeza. Por supuesto que Helio, si no, ¿quién más?

—¿No deberías darte un descanso? ¿Sabes? Estás recién casado, por lo general, todos se toman un pequeño receso.

Ahora era él quién fruncía su ceño y luego alzó sus cejas entendiéndolo, y simplemente aproveché la situación para tomar ventaja.

—Pero se nota que estás muy ocupado. Así que entiendo por qué no lo haces.

—No, yo…

Alguien le llamó, interrumpiéndole, y Hefesto le indicó dónde estaba antes de que el titán apareciera de manera abrupta.

—¡Hefesto, muchacho! —gritó Helio y le dio un par de fuertes palmadas a Hefesto. El titán no se percataba de cuán fuertes eran sus palmadas, ni siquiera cuando lo vio ensanchar los ojos.

Me levanté de la banca donde descansaba para atraer la atención de ambos, pero más para Helios.

—Cuidado, ¿es que planeas dejarme sin esposo?

Helio sonrió y le dio una rápida mirada a mi cuerpo. Casi podía leer lo que estaría pensando en respuesta. Algo como: «Yo podría ser tu nuevo esposo, si fuera el caso».

Mis prendas eran un poco transparentes, pero era un vestido largo y cómodo para esa tarde. El sol detrás de mí delataba mi piel, cintura y piernas. Daba gracias a que mi cabello tapaba mi busto, estaba suelto y sin peinar, pues hoy no estaba de humor para ser admirada. Aun así, el sol literalmente me estaba admirando.

—Afrodita… —aclaró su garganta antes de dirigirse a Hefesto—, tan radiante como siempre. Me temo que mi visita no es para felicitarlos.

«Ni que lo quisiera.»

Helio estaba por continuar cuando fue interrumpido por la llegada de más visitantes. Suspiré en agradecimiento al ver a una de las Cárites, una Aglaya sonriente. Saludó con una breve reverencia al titán y a Hefesto. Recibió la reverencia del dios con una sonrisa tímida. Aquello era algo lo bastante raro como para prestar mucha atención, pero Hefesto le regaló una sonrisa ladeada.

Antes de que el dios dijera algo hacia una de las Tres Gracias, Helio agarró a Hefesto por la nuca, llevándoselo hacia el Gran Templo. No sin que el titán echara un último vistazo hacia mí. Le di una sonrisa con el mayor deseo de que Hefesto lo metiera en la forja…

Rodé los ojos después de que él se diera la vuelta. Aglaya se me acercó avisándome de que sus demás hermanas estarían aquí en cualquier momento. Echó un vistazo a mi cabello.

—¿Deseas que peine tu cabello? Así adelantaríamos algunas cosas antes de que lleguen.

Lo había olvidado por completo. ¿Cómo era que podía olvidar por completo el motivo para que las Cárites vinieran aquí?

—Me encantaría, pero me temo que tengo un pequeño dolor de cabeza. —Señalé hacia el dormitorio—. Hefesto ha estado arreglando y añadiendo una especie de soportes a la cama…

Ella asintió, comprendiéndolo. Comprendiéndolo de verdad cuando sus mejillas tornaron un color más rosado de lo normal. Mantuvo su cabeza baja mirándose los pies.

—Igual puedes comprobar que el matrimonio no se ha consumido aún.

Aglaya levantó la cabeza rápidamente con sus ojos ensanchados. Así era. El matrimonio no había sido consumido. Se suponía que las Cárites, en mi caso, eran las únicas que podían corroborar si el matrimonio había llegado a su cometido dado que eran las madrinas de la ceremonia matrimonial y de la consumación de este.

Cuando llegaron sus hermanas Talia y Eufrosine se comportaron escépticas cuando Aglaya les contó. Revisaron la cama y las mantas con total escudriño mientras yo me recostaba en el diván del balcón.

Mi piel estaba un poco fría y decidí tomar un poco de sol, aunque no estuviera recibiendo el calor que verdaderamente necesitaba. Era una lástima no poder recibir el calor que me causaba él con sus manos, o su cuerpo sobre el mío. Suspiré ante el recuerdo.

Las Tres Gracias sonaron apenadas al escuchar mi no tan cierta verdad sobre lo que había ocurrido. Era cierto que no ocurrió nada, no era cierto que lamentara el hecho de que Hefesto estuviera tan ajetreado con sus encargos y demás proyectos que no pudiera atender aquel asunto. Finalmente se dispusieron a darme… a darnos al menos un par de días más antes de marcharse, ya que era Zeus el que más quería saber sobre esto.

Al poco tiempo de estar sola, me permití cerrar los ojos y recordarle. Anoche… Lo extrañaba y lo necesitaba, y sabía que estaba molesto. No lo culpaba, tenía que contenerse. Debía permitir que otro dios me tomara como esposa. Que otro gozara de mi cuerpo y entrega. Yo tampoco estaba para nada feliz y me dolió tanto como a él aceptar todo esto, pero debía hacerse.

—¿Tomando el sol, Afro?

Abrí mis ojos tan rápido como escuché su voz y tan pronto como pude girarme para verle. Él sonrió hasta el punto de enseñar aquellos hoyuelos que tanto me gustaban, haciendo que mi corazón se quisiera salir en persona y abrazarle. Torcí mis labios en un intento por no sonreír, pero es que era imposible.

—¿Qué haces aquí? —pregunté aún sonriendo.

Él tomó algunas uvas de un pequeño cuenco en la barra del recibidor cerca de los jarrones repletos de vino y agua.

—Pues Helio tenía dos opciones, trabajar con Poseidón o trabajar conmigo. Porque, bueno, sabemos a qué me estoy dedicando. Como sea, Helio quiere estar preparado con lo que sea que venga.

Se llevó una a sus labios mientras me observaba mirarle, curvó una comisura de estos antes de comérsela. Siguió cogiendo más uvas sin pedir permiso, claro, porque así era Ares. Descarado, desafiante y picarón. Y más importante: conmigo.

Era una noticia extraña, pero aun así fingí extremo interés. Asentí.

—Eso no fue lo que pregunté en realidad.

—Lo sé. —Se metió otra uva a la boca—. Tranquila, están muy distraídos hablando. —Se detuvo como si estuviera pensando lo que había dicho y añadió—: En realidad el que está hablando es Helio.

—Si quieres —dije con cierta ironía señalando las jarras. Le señalé la de agua, pero tomó la de vino—, sírvete algo de beber, pero no tomes mucho.

—El vino no me afecta.

«Ya. Pero el vino es de Hefesto.»

Sonrió. «¿Y eso a mí qué?»

«A él sí le hace efecto y puedo beneficiarme de ello.»

Sus ojos parpadearon sin comprender aquella expresión.

Asentí mientras contenía una sonrisa burlona, pero esta rápido abandonó mi rostro en cuanto él decidió acercarse copa en mano y con una uva que llevó hasta mis labios.

Su atrevimiento no tenía límites… y me encantaba, así que abrí mi boca aceptándola. Me trajo viejos recuerdos. Sin embargo, aquello no terminó ahí. Sus dedos se mantuvieron cerca de mis labios, a modo que me acerqué hasta meter su pulgar en mi boca. Después de sacarlo, él acarició levemente mi labio inferior con el mismo dedo. Su rostro era toda una poesía visual. Como las líricas que recitaba Erató, una de las musas de Apolo.

Él enarcó una ceja.

—Espero que hayan tenido una mala noche de boda.

Entrecerré mis ojos sin dejar de torcer mis labios en una sonrisa. Sus comisuras se enarcaron.

—¿Qué te parece no preguntar sobre lo que hacemos fuera de esto? —propuse señalándonos—. Lo que sea que tengamos.

«No ha pasado nada», dije en su mente.

Dejó de sonreír y parpadeó varias veces pareciendo sorprendido. Eso era cierto. Entre Hefesto y yo no había pasado nada.

Luego de buscar a mi esposo poco más de un rato y rendirme… Luego de haber llegado a la casa, lo encontré tirado en el suelo del recibidor completamente ebrio y dormido. Apolo lo había dejado, según había leído en la hoja flotante cerca de Hefesto. Había un de nada al final de aquella nota que tenía la esencia de que Apolo había sido el causante de haberlo embriagado y seducido a bailar hasta que el dios se cansara. Lógico para alguien que no acostumbraba a festejar.

Había seguido mi camino al dormitorio sin hacer demasiado ruido, aunque sabía que por más ruido que hiciera estaba tan ahogado de vino y néctar que apostaría a que ni todo el ruido del mundo podría despertarlo.

«Aún», dijo.

Eso también era cierto. Era cuestión de tiempo que eso ocurriera. Tenía a las Cárites y a Zeus encima de mí y de Hefesto.

El balcón pronto se hubo llenado de las carcajadas de Helio y, con sus ojos aún puestos en los míos, Ares puso distancia entre nosotros. Porque estaba claro que yo no podía hacerlo, no cuando lo tenía tan cerca… Tuve que obligarme a no mirarle por mucho tiempo, no cuando Helio y Hefesto entraban al balcón.

Hefesto lanzó una mirada a Ares y luego a la copa, luego a mí.

—Lo invité a entrar y le ofrecí una copa —ladeé la cabeza y me encogí de hombros fingiendo desinterés.

—Anda conmigo —dijo Helio—, Hefesto, incluso nos iba a acompañar Apolo, pero…

—Pero no quiso —dijo Ares interrumpiéndole—, en cuanto me vio.

Hefesto preguntó por qué quitándome las palabras de la boca. A lo que Helio le contestó:

—Apolo acusa a Ares de haberse robado alguna copa de oro anoche. Una de sus últimas creaciones. De eso y de haberse llevado a una de sus musas.

—¿A quién? —preguntamos Hefesto y yo al unísono.

El asombro de todos y la vergüenza de solo tres de nosotros corría por nuestras mejillas con fulgor. Yo tragué saliva, así como debí tragarme mi enojo.

—Calíope, escuché —contestó el titán.

—¿Y eso es cierto? —preguntó Hefesto.

Los tres esperábamos la respuesta de Ares, este se encogió de hombros y miró su copa.

—Posiblemente —bebió de ella antes de girarse hacia ellos nuevamente—, igual estaba ebrio. No sabría decirte con exactitud.

Helio se echó a reír mencionando que, de estar él ebrio, también hubiera hecho lo mismo y muchas cosas más… Que a nadie le importaría.

En ese momento ya la conversación se estaba poniendo monótona y retomaron la charla sobre el nuevo carruaje en la barra del recibidor. Ares no se unió a la conversación, solo escuchaba o lo fingía mientras de vez en cuando miraba disimuladamente al horizonte detrás de mí.

Y esa fue mi señal para huir de ahí.

—Bueno, los dejo para que puedan hablar tranquilamente. Daré un paseo mientras platican. —Miré a Hefesto—. No me esperes.

Este asintió mencionando que estaría trabajando y no sé qué más, dejé de escucharle.

Quería rodar los ojos, pero me contuve y le sonreí antes de salir. No tardaron en sumirse nuevamente a la plática.


24 Agní kai alithiní agápi: «amor puro y verdadero» en griego.