Capítulo lδ´ |34|
Άρηζ | Áris | Ares
Una multitud de hombres estaba frente a nosotros esperando el mensaje que los inspirase. Rostros poco animados de mentes con un propósito desequilibrado. Sin embargo, fuera lo que fuese, era ahora momento de Ulises alimentarlos con las posibilidades y las esperanzas del deber de combatir con los aliados, de que esto tenía que pasar por una razón, porque los dioses así lo querían.
Al menos, de manera física no estaría tomando las riendas, pero sí que los guiaría bajo mi mano y sería mi bendición tan sublime como ese cuerpo me permitiera.
—¡Hoplitas! —gritó Ulises—. ¡Hoplitas unidos en alianza! ¡He aquí nuestro momento de actuar para lo que realmente nos entrenaron! Para pelear por nuestros derechos a decidir, para luchar por lo que creemos y defender a aquellos que no se pueden defender por ellos mismos…
Andábamos en caballos junto a Eudor y Ulises. Orión hizo un ademán hacia Ulises.
—No sabía que podía esperar un mensaje tan inspirador de Ulises estando sobrio.
—A decir verdad —dijo Eudor—, tampoco lo esperaba.
—Por algo le mandé a dar el discurso.
Ambos me miraron para corroborar si de verdad hablaba en serio.
—Sí, pero ¿quién le bendijo esa boca? —preguntó Eudor.
—Es un misterio.
Elevé ambas comisuras de mis labios ante las sornas palabras de Orión.
—Es la hora de la verdad, sin flaqueo —continuó Ulises—. ¡Por esta y más victorias!
Todos gritaron en conjunto y Orión compartió una mirada un poco ansiosa. Con un movimiento de cabeza asentí para tranquilizarlo.
«Recuerda por qué estás aquí.»
Respiré hondo antes de ponernos en marcha a la batalla. Le pedí a Orión que anduviera a mi lado para poder conversar un poco más en privado. Después de tener aquella plática sobre identidades y las verdades a medias la otra noche, Orión contó haberse interesado en retomar la caza. Una labor hereditaria. Sin embargo, el motivo era que había encontrado un tratado de caza al que seguir fielmente. Justo al acabar con sus últimos días como hoplita volvería al legado familiar. Todo bajo su decisión. A diferencia de Eudor…
—Recuerda que solo te daremos la dicha de una última batalla.
—Lo sé —le interrumpió Eudor culminando el sermoneo de Orión.
—Tienes mi palabra —se dirigió a mí—, Eygan.
Le di un breve asentimiento con la cabeza.
—Te agradezco. —Le miré con el ceño fruncido—. Por darme una última oportunidad para luchar en esta causa. Aunque sea la última, sabes que siempre te seré leal hasta después del fin de mis días.
—¡Que así sea, hermano! —contestó Orión.
A Eudor le había… le habíamos dejado entrar en esta batalla porque sería la última de ese nivel de riesgo. Si quería una vida normal, debía pensar en Ametista y el niño en camino. Si continuaba peleando batallas entre manos divinas, tenía que entender que la familia mortal pagaba por sus acciones. Siempre pagaban. A sabiendas o no.
Le di un breve asentimiento antes de ser interrumpido por Orión.
Un hoplita cabalgaba hacia nosotros avisándonos de nuestro posible destino, para ser más específico. Se suponía que iríamos primero al pueblo antes de que los helenos lo hicieran para evitar una masacre y ponerle fin sin que se perdiera una sola vida.
—Ares —dijo Orión—, se rumorea la presencia de al menos cuatro sacerdotisas. Todas sirviendo de manera independiente.
Sabía que Mausela estaría en la batalla, fue Hipoalia quién me había dicho lo que sucedía, que era posible que Atenea y Artemisa estuvieran presentes, como se rumoreaba desde hacía mucho. Quizás eran ellas las sacerdotisas que Orión mencionaba, pero, si ese era el caso, ¿quiénes eran las otras dos?
—Hay algo más que puede que no te guste. —Le lancé una mirada confusa—. Se dice que fue un disturbio creado por algún ciudadano de Creta, o que al menos estuvo allí hablando con las reinas amazónicas antes de la invasión.
Orión corrió con su caballo como un vendaval tras un acuerdo de llegar primero al pueblo y darme tiempo, mientras yo me colocaba detrás del ejército.
Levanté la mano a la espera de que la primera ave se acercase. Algo prudente viendo de quiénes estaba rodeado y, sin embargo, en necesidad de toda caricia, la primera ave aterrizó en mi mano. Caricias que llevaban el mensaje en busca de Alectrión.
—Ve.
El ave zarpó al sentirse lista expandiendo sus alas hacia la Ciudad Ilustre.
Mi vista se nubló de rojo como la sangre antes de que un rayo cayera cerca de un árbol partiéndolo en dos, haciendo que el semental que montaba se levantara en dos patas hasta dejarme caer. Y mi nombre tronó entre las paredes de mi cabeza cuando chocó esta con el duro suelo terroso justo antes de desaparecer entre los ojos mortales.
Ω
Zeus se encontraba de espalda con sus brazos cruzados. El solemne movimiento de los músculos en su espalda a lo poco que dejaba ver su ropaje. Lo que era de esperarse si se enteraba de lo que estaba pasando, pero lo que no me esperaba era encontrarme a Eris a su lado. Sus labios rojos y oscuros se torcieron hacia un lado de su rostro en una delgada sonrisa ansiosa, lo que nunca era así. Y temí solo por ello, porque sabía a lo que se dedicaba ahora.
—Hola, hermano.
—Eris —escupí—, ¿qué hiciste?
Zeus nos interrumpió girando levemente su cabeza hacia nosotros, haciéndonos con ese movimiento callar. Eris encogió uno de sus hombros cuando Zeus se volteó mostrando un rostro sumamente sereno. Definitivamente había que temer por lo que podría salir de esto.
—Eris —comenzó—, puedes retirarte.
Eris parpadeó sin entender, pero se retiró no sin antes darme una mirada enteramente seria. Sus ojos giraron con aborrecimiento antes de desaparecer.
Me mantuve en silencio y llevé la vista al suelo. Estábamos en el último piso de su templo y su trono estaba a la vista. Al igual que el pilar a medio ligustro sosteniendo la concavidad de la theïkó máti31.
—Lo que sea que dijo, puedo explicarlo —dije rápidamente—. Apenas me acabo de enterar de que ellas participarán en esto. Sabes mejor que yo por quién hago esto, pero las amazonas son parte de mí. No puedes pretender que no haga mi trabajo.
Zeus entrecerró los ojos después de estar en silencio por más tiempo del que pudiera analizar. Dada la situación, solo me estaba poniendo a prueba.
—Percibo que dices la verdad —asintió para sí—, pero no toda. —Apreté mi mandíbula fuertemente—. Así que, cuando todo esto termine, quiero que cada uno me cuente qué es lo que está sucediendo —suspiró.
Zeus suspiró y era la primera vez que el suelo bajo mis pies había temblado. De pronto el lugar comenzó a oscurecerse.
—Irás allá y le dirás a Atenea que la estaré esperando.
Alcé por primera vez la mirada hacia él, sus cejas arqueadas después de fruncirlas en una intensa y terrible mirada antes de lanzarme al mundo mortal.
—Los esperaré a todos.
31 Theïkó máti: «ojo divino» en griego.