Capítulo λη´ |38|
Άφροδίτη | Afrodíti | Afrodita
Al día siguiente decidí tomar un descanso de lo que sea que estaba ocurriendo a mi alrededor. Tenía incesantes dolores de cabeza, por los motivos que tenía que seguir a toda costa ocultando. Sin embargo, ¡qué día el de ayer! ¡Y qué noche inesperada la mía!
El recuerdo de encontrar a Aglaya en mi dormitorio, acostada en mi cama, susurrando palabras incoherentes en medio de sueños. Aunque antes de que se levantara asustada, sí hubo una palabra que llegué a comprender: «Hefesto…».
Cuando Aglaya salió del palacio con pasos apresurados y mejillas a punto de estallar tras ser descubierta, cerré todo e intenté quitarme el cinturón que ya pesaba más que mis culpas. Luego la irrupción de nada más y nada menos que mi marido.
Nunca me creyó. Pensaba que solo estaba imaginando cosas después que me preguntara por qué Aglaya había salido de esa manera del palacio. Dijo que tal vez ella estaba tan cansada que se quedó dormida.
Yo no contesté, me acosté en la cama sin tener el menor interés en preguntarle por qué había venido mucho antes de lo habitual y sin recibir visitas nocturnas.
—¿Todo bien? —preguntaron detrás de mí atrayéndome al presente.
Le sonreí a Hefesto para mostrarle que estaba bien y le agradecí por la copa de néctar que me entregaba.
—Las Cárites dejaron de la ambrosía que hicieron ayer, por si quieres.
—Gracias.
Dejó el cuenco de ambrosía en la mesa y trajo otro cuenco lleno de frutas.
Tomó asiento en la mesa donde estaba y se inclinó hacia el frente.
—Tengo una pregunta para ti.
Lo que faltaba…
—Claro —dije antes de llevarme una manzana a la boca.
El pedazo que mordí humedeció mis labios y los ojos del dios viajaron de mis ojos hacia mi boca siendo relamida por mi lengua. Esperé su respuesta y no recibí ninguna, sino una inspección de su parte a cómo estaba presentada.
Estaba recién bañada, por lo que la túnica púrpura que llevaba puesta estaba pegada a mi húmedo cuerpo. Al igual que mi cabello. El que me vistiera así daba a entender que no quería ser vista, por si Helios aparecía repentinamente podía notar que no estaba de buen humor para visitas, dado que él y Hefesto eran ahora los más cercanos.
Enarqué una ceja inquisitiva y él lo notó aclarando su garganta.
—¿Por qué dijiste eso de Aglaya anoche?
—Porque es verdad —contesté—. Dime, ¿qué gano con mentirte sobre ello?
—No quiero que la conversación termine irritándote como ayer. —A mí sin duda ya me estaba exasperando—. Solo quería saber si reflexionaste antes de volverla a acusar.
Resoplé.
—No he acusado a nadie y tampoco necesito reflexionar sobre nada, lo que dije es lo que pasó. Quién debe reflexionar sobre ese asunto eres tú. Fue tu nombre el que dijo mientras dormitaba. No el mío, señor de las forjas.
—Suenas celosa.
Esta vez resoplé una risa.
—Lo que tu digas.
Me arrebató la manzana de las manos.
—Bien, gracias por decírmelo.
Le dio un mordisco a la manzana antes de desaparecer por la puerta principal, dejándome con la misma mano donde sostenía la manzana en el aire y vacía. Misma mano que estaba cerrándose en un puño.
¿Qué demonios acababa de pasar?
Ω
No sabía qué pretendía Hefesto con esa actitud o a dónde quería llegar, pero se estaba comportando como un descarado y su actitud… no me gustaba para nada. Y su manera de tratarme no era la de siempre, aunque debía mencionar que yo tampoco había reaccionado de la mejor manera. Me obligué a no salir a ningún lugar y a permanecer en el palacio para esperarle hasta que tuviéramos una plática justa, porque claramente algo no estaba bien con él.
Mi cuerpo de pronto se sintió pesado y me recosté en el diván del balcón y tomé una siesta para recuperar lo que me estaba quitando la gestación.
—¿Por qué tan seria?
Di un respingo y casi di un golpe en el aire cuando Apolo me tomó por la muñeca, deteniéndome y provocando que de mi alma saliera un suspiro.
—¡Me asustaste!
—Perdón.
Se echó a reír y fruncí el ceño cuando me incorporé hasta estar sentada.
—¿Qué haces aquí?
No me contestó y se sentó a mi lado, colocando su brazo por encima de mi hombro, atrayéndome a sí con una sonrisa despampanante en su rostro.
—Vine a ver que estuvieras bien. —Hizo un ademán hacia la mesa—. Y corroborar que recibieras la ambrosía.
Entrecerré los ojos hacia él.
—Fuiste tú.
—Se la ofrecí a Talia… —Su mirada estaba un poco perdida, pero resopló cuando regresó a nosotros y a su explicación—, por supuesto que me rechazó al instante, pero Eufrosine la convenció.
Entonces Eufrosine era su próxima admiradora. Él también lo sabía, así que no era necesario que lo mencionara.
Le agradecí el gesto, aunque sabía que, aparte de ayudarme, lo tomaba como excusa para saber cómo estaba. De cómo seguía mi estado, y aparte de la preocupación, quería saber si había cambiado de parecer. Al ver que todo continuaba igual, no insistió. No había nada más que hablar sobre ese tema.
—Hefesto está actuando verdaderamente extraño.
Apolo frunció el ceño y rascó su suave barbilla, pensativo.
—Tal vez sepa por qué.
Enarqué una ceja que sin duda él pudo interpretar muy bien cómo: «¿por qué?».
—Helios se está comportando como un imbécil…
—¿Cuándo no?
—Lo cierto es que no para de visitar a Hefesto, cada vez que doy unos cuantos pasos y decido adentrarme al Gran Templo él está de salida, o de entrada. El otro día cuando fui a visitar a Hefesto para un trabajo que le tenía, el titán estaba presente y le insinuó a tu esposo no estar cuidando bien de ti. —Me sostuvo la mirada, pareciendo un poco frustrado—. Se enteró de lo mal que estabas y de quienes estaban involucrados.
»Además de eso —añadió—, comenzó a insinuar sobre, no solo mi presencia, sino la de Ares también. Y como era de esperarse, fue extraño. Hefesto mencionó que él sentía afecto sobre ti por el tiempo que pasaron juntos en la infancia y supe que Helios había anotado eso en su mente. El titán continuó con sus palabrerías y de una cosa a otra, le mencionó la cura para su cicatriz por un rayo. Ahora eso, querida mía, dijo mucho para mí.
—Entonces…
—Deja que tu mente dé rienda suelta a la imaginación cuando me vaya.
Asentí, aunque ya había atado los cabos sueltos.
—El día anterior —recordé—, Hefesto tenía visitas y se le notaba un poco alterado. Me había regalado el cinturón y luego quería que me acostara con él.
—No dudo de que haya sido el vlákas34 de Helios quien le aconsejó hacer eso.
Llevé mis dedos a mis ojos, hundiéndolos y resoplé unas cuantas maldiciones.
—Me temo que vas a tener que andarte con cuidado y seguir recibiendo tu visita a la luz que te permita Selene.
Me desperté en mitad de la noche recostada en un duro torso. Y desnudo. Cálido y desnudo. Sonreí plenamente al inspirar el aroma de su piel antes de escucharlo suspirar de manera placentera.
—No tenemos mucho tiempo antes de que venga ya sabes quién.
Me ignoró con una sonrisa traviesa en su rostro y dijo:
—Suenas como si no me hubieras extrañado.
—Sabes la respuesta a eso mejor que nadie.
—Así es… —Llevó sus dedos hacia mi labio inferior, haciéndome abrir la boca lentamente—. Pero quiero escucharlo de tus preciosos labios.
Un calor me recorrió todo el cuerpo, pero no estaba segura si era por las acumuladas ganas de hacerle el amor, por haberme dicho aquellas cálidas palabras de te amo luego de darme un rápido beso o por las dos. Me decidí por ambas…
Ares sonrió provocativamente cuando de manera inesperada decidí sentarme encima de él. Metió sus pulgares en la hendidura debajo de mis pechos mientras me sostenía de los costados. Una mirada suya hizo que me detuviera, advirtiéndome con no moverme o esto no acabaría nada bien para nosotros.
—Traías demasiada ropa antes. —Se quejó y frunció el ceño—. Veo que no estabas de buen humor.
—Hefesto sospecha… —Hice una breve pausa antes de continuar—. Resulta que Helios se ha enterado de mis tratos hacia ustedes dos, el día en que…
—¿Ustedes dos?
—Apolo y tú. El caso es que ahora, más que nunca, Helios está más atento que de costumbre.
Enarcó una ceja y su semblante se tornó oscuro por la seriedad que tomó.
—Bien. Hefesto creía que podía venir aquí —señaló—, tomar su título como si nada hubiera pasado para luego casarse contigo y esperar que estés a sus pies solo por ese mero hecho de que… sea tu esposo y no posea el deseo agonizante de querer tocarte todo el tiempo y hacerte el ser más apreciado en la cama.
—Según tú quisiste desde un principio.
—Afrodita, fuiste tú la que decidiste que las cosas se quedaran así.
—Por ahora.
—Y durante eso, confío en que Hefesto no hará nada para hacerte daño si descubre lo nuestro.
Entrecerré mis ojos, esas palabras ocultaban algo.
—¿Qué fue lo que hiciste, Ares?
—Nada que no sea más que advertirle que si te ponía una mano encima, debía declararse muerto. Inexistente de estos mundos. Nada que no hayas hecho tú en el pasado…
—Afí…35
Ladeó una sonrisa antes de ascender sus manos por mi cuerpo. Era mi permiso para poder moverme con libertad y él jadeó en respuesta. Alejé todo pensamiento de preocupación mientras Ares se introducía en mí.
Hefesto podía malditamente esperar.
Ω
Hefesto entró silenciosamente, como si no quisiera despertarme, o peor: me evitaba. Pero yo ya lo estaba esperando recostada en los cojines del recibidor, sin ninguna vela encendida. No estaba todo en total oscuridad, debido a que pronto estaría amaneciendo. Sin embargo, la luz de la luna aún se filtraba en diversas siluetas desde el balcón. Y nada de estrellas esta noche.
Se detuvo cuando me escuchó decir:
—Día largo, esposo.
Hefesto, aunque no podía verme bien, sin duda podría, al menos, divisar la silueta de mi cuerpo. Una silueta tan oscura como se me podía permitir gracias al peso de la seriedad que esta conversación iba a tener.
—¿Afrodita? —Entrecerró los ojos tratando de agudizar la visión—. ¿Qué haces despierta?
Respiré hondo antes de contestarle:
—Te estaba esperando. ¿O pensaste que te librarías de lo que tenemos que hablar? —Observé cómo la silueta de Hefesto se movía poco a poco, alejándose de la entrada, y antes de que me dijera alguna excusa, añadí rápidamente—: Puedes prender una vela ahora, Hefesto. No hay razón ahora de esconderse.
Cuando encendió algunas pocas velas, las suficientes para poder ver sin problema en la tenuidad, se acercó.
—Toma asiento, esposo mío —pedí con fingida delicadeza.
—Afrodita…
—Siéntate —demandé con un tono más agudo, relajé mis facciones y volví a sonreír de manera abrupta—, querido.
Se dejó caer en el cojín delante de mí.
Tomé varias respiraciones antes de preguntarle de qué se trataba su pregunta e interés, pero sobre todo su actitud con todo esto.
—Ahora cuéntame, ¿qué es lo que sucede contigo?
Él suspiró.
—Recibí rumores de que has tenido algunas cercanías con otros seres. Insinuaron que buscabas el afecto en ellos porque yo no te lo estaba dando. No pensaba de esa manera hasta que pasó lo de las amazonas…
—Amazonomaquia, Hefesto —le corregí, interrumpiéndole.
—Esos rumores me hicieron pensar después en algunas ideas para hacerte sentir bien. —Movió las manos en el aire mientras continuaba—. De ahí el hecho de querer darte más obsequios y tratar de atender tus necesidades.
—Nuestro matrimonio, Hefesto, fue un arreglo. Lo sabes bien.
—¿Crees que no lo sé? —Se inclinó optando una postura más recta—. Sé lo que es este matrimonio. Solo pensé que si seguíamos con esto como debía de ser, no habría ningún problema. A menos que llegáramos a una conclusión.
—¿Llegar a qué conclusión?
—Para anular el matrimonio, Afrodita. Si me dices la verdad de que sí se consumó la noche de la ceremonia, no habría que hacer nada, pero si no lo fue, entonces… Me debes eso al menos. La verdad.
El silencio reinó por pocos momentos hasta que decidí hablar con más libertad. Aunque sí me estaba debatiendo sobre cuán libremente debía de expresarme ahora con él. Si Hefesto estaba siendo manipulado por alguien superior a él, debía de convencerle de que había más opciones.
—No, Hefesto —dije finalmente—, esa noche no ocurrió nada y Apolo me ayudó a que pensaras lo contrario. Pero, Hefesto, que no se te olvide que sí sucedió después.
Frunció el ceño y le di tiempo para que asimilase la verdad hasta que volviera a contestarme.
—¿Y entonces, cómo podemos continuar con esto sin problemas?
—Hefesto, tú y yo no nos amamos… Debes entender eso primero y todo lo demás llegará después.
—Pero podemos intentarlo.
Él se levantó. Esperé para que se fuera, queriendo dar la conversación por finalizada, pero no lo hizo y comenzó a caminar de un lugar para otro. Decía cosas incoherentes, hasta que recordé lo que Apolo me había comentado antes de marcharse. Hasta que vi la cicatriz en su costado.
—¿A qué le temes?
Se detuvo y me lanzó una mirada terrorífica. Parpadeé y quedé estupefacta, decidí levantarme para ponerme a su nivel, aunque él fuera más alto que yo.
—Zeus te ha amenazado.
—Afrodita…
—¡Una mierda! —Me acerqué. Si él quería ahora ocultarlo ya era muy tarde, su reacción me lo había confirmado. Ahora era él quien parecía estar asombrado por mi estallido, pero aproveché toda su atención cuando decidí recomponerme.
—¿Por qué Zeus te ha amenazado, Hefesto?
—¡Porque le pedí la mano de Atenea!
Hefesto, molesto ahora, tragó saliva. Si creía que por un segundo yo me compadecería de él por eso, estaba equivocado. No lo haría, porque era para mí nada más que un cobarde, alguien conforme con lo que no merecía, alguien que parecía más mortal que dios.
Yo estaba furiosa.
—¡¿Y por qué katára me eligió a mí para el casamiento y sin consultarlo?! Te recuerdo que estoy aquí obligada contra mi maldita voluntad. Desde que apareciste no ha habido más que problemas aquí y disgustos.
—Al menos yo no hui como una cobarde…
El ruido de un golpe se escuchó más fuerte de lo que hubiera creído y luego nos quedamos en silencio. Hasta que sus ojos avellana se oscurecieron y su cuerpo comenzó a temblar de ira antes de lanzarse sobre mí.
Ω
Mi mejilla aún estaba sobre el frío suelo de mármol, conté uno por uno mi respiración y el martilleo en mi cabeza queriendo hacerme trizas, pero manteniéndome inmovilizada. Estaba débil y desorientada. El anillo…
Eso era. El puto anillo y el lazo matrimonial me mantenían sumisa ante el intento de rechazar la unión. Hefesto había actuado en contra de su pacto matrimonial ante la más cruel de las influencias que pude experimentar. Ya fuera a sabiendas o no. Me mantuvo contra mi voluntad tirada en el suelo. Los cojines estaban a mi alrededor y desordenados. Cualquiera que pudiera ver eso, sabría perfectamente lo que había sucedido. Solo se necesitaba ser adivino para entender si lo ocurrido era un acto de bienaventuranza o no.
Entonces sentí cómo su cuerpo se apartaba del mío, de mi espalda y le escuché resoplar cuando decidí insultarle, dándose a justificar de que estábamos casados. Si él tenía que tomar las riendas del lazo matrimonial para no tener a Zeus encima de él, que así fuese.
—Yo jamás podría llegar a amarte, más bien lo contrario. Espero que entiendas, Hefesto, que así jamás recibirás el aprecio que tanto estás buscando.
Cuando pude incorporarme sin tambalearme, caminé hacia mi habitación a paso apresurado, pero antes de entrar en el dormitorio para sostener mi vientre y calmar el dolor, me detuve para dejarle saber a Hefesto cuán molesta estaba y que iba en serio con eso.
—Espero que tú tengas muy en claro mis palabras cuando te digo que jamás se te ocurra acercarte o tocarme con la intención de unirnos nuevamente, porque de lo contrario verás cuán capaz seré. Fuiste tú quién eligió ser despreciable, Hefesto, no el anillo.
—Entonces —dijo rápidamente— espero por tu bien que no te acerques a nadie para buscar afecto mientras estemos casados. Si no quieres el mío, no puedes tener el de nadie. Por ti, por tu propio bien, Afrodita.
Ahora era yo quién resoplaba con total disgusto antes de cerrar la puerta en un terrible golpazo que, sin duda, todos escucharían.
Estaría todo el maldito tiempo en el cuarto de baño, no saldría hasta que sus rastros desaparecieran de mí y de mi mente.