[Gijón], 5 de mayo [de 1792]
Mi amado Magistral: Obedezco diciendo algo de los versos, como ofrecí en mi anterior.[150] Dije que eran bellos y sublimes, y daré la razón de uno y otro. Es muy bella la imagen contenida desde el fin del 13 hasta el 20, porque después de realzar el objeto de una comparación con otra, cierra admirablemente la segunda. Es sublime la idea que encierra la comparación que sigue hasta el verso 26, que tiene además una finísima alusión al amigo de que hablan los siguientes hasta el 30. La idea de éste sería infinitamente más fuerte si se quitase el hasta, y dijese solo, para denotar que todo sería impune menos la piedad. Del 30 al 40 se define bien el carácter de los cortesanos. Los seis versos que siguen estarían mejor si en la carrera del amor no se comparase la sabiduría sólo con el oro, sino también con la ignorancia, cuyo triunfo es más ordinario en la gente noble a que alude. Del 55 al 60 hay otra buena definición del Madrid actual, y el 60 es por sí solo muy sublime. En él empieza un bello trozo de poesía, y lo son particularmente los versos 67 y siguientes hasta el 75, y más particularmente hasta el 70. La expresión de la benevolencia pública expresada en tantas y tan ricas ideas desde el verso 82 hasta el 101, es también muy poética y llena de cosas bien pensadas. No les ceden los que siguen pintando las costumbres de Asturias y el carácter de sus gentes, y definiendo filosóficamente la poesía provincial, en que es rica la idea:
Llenos de mil verdades vencedoras
Como lo suele ser naturaleza.
Cuando vuelve a la comparación 123 y entra el amigo a expresar su sentimiento, y sobre todo cuando indican el sacrificio y absoluta resignación de la amistad, cierra el poeta su sublime composición tan magníficamente como la empezó, y muestra su ingenio para esta especie de composiciones, que tan bien desempeña.
Sólo advierto que los versos en general no son tan dulces y numerosos[151] como bellos y sublimes.
Non satis est pulchra esse poemata, dulcia sunto.
El verso blanco quiere mucho cuidado en esta parte, y sobre todo aborrece los versos aprosados.[152] Para esto es menester cuidar de la colocación de aquel acento principal, que hace como de cesura[153] en el endecasílabo. Por ejemplo este verso (8):
El vivo fuego todo lo destruye,
es más numeroso que éste (6):
Ocupando los altos capiteles,
y es más dulce y numeroso que este (9):
Tú, a quien la integridad caracteriza.
Y la razón es porque en el primero el acento principal está a la quinta sílaba,
El vivo fuego —todo lo destruye;
En el segundo a la séptima,
Ocupando los altos —capiteles;
y en el tercero, no porque está a la sexta, que es buena y sonora colocación del acento, sino porque hay dos cacofonías[154] en la primera parte, una en tú a quien, y otra la integridad; y también porque caracteriza es palabra dura, sobre todo poco poética, y está precedida de la palabra integridad, que aunque poética, es dura, y parece más dura por la vecindad.
Como creo que usted debe escribir siempre el verso blanco,[155] he puesto estas advertencias, hijas de mis observaciones, que he reducido a cánones en esta forma:
1.º La mejor colocación de los acentos es a la quinta o a la sexta sílaba. Si se busca una razón fısica, será porque representando este acento un descanso de la voz, parece más natural desearle a la mitad del camino; y siendo el verso de once sílabas, el descanso más natural es en alguna de las dos, por no tener mitad señalada.
2.º Pero como la misma terminación continuada por muchos versos seguidos cansaría, conviene alternar, no solo la colocación del acento entre la quinta y la sexta, sino también con otras, haciendo siempre que la mayor parte de versos la tengan en las dos dichas.
3.º Para esta colocación es muy ventajoso el uso de los esdrújulos, porque proporciona poner un acento a la sílaba quinta y otro a la octava, y esta colocación, siendo rara, es preferible a las dos primeras. La razón es, porque entonces aparecen en el verso dos acentos señalados, y dos descansos son más dulces que uno. Por ejemplo:
Déjame Arnesto, —déjame— que llore;
previniendo que el déjame se pronuncia como esdrújulo. Pero si siguiesen así muchos versos, cansarían demasiado.
4.º Hay otro modo de multiplicar los descansos, huyendo de las palabras sesquipedales,[156] que no por otra razón cansan, que porque destruyen el número.
Todo lo dicho pertenece sólo al número del verso.
5.º Para que un verso sea dulce, es preciso huir de las consonantes duras, siempre que no las pida la onomatopeya.
6.º Es preciso huir de las nasales, como la n, y de las sibilantes, como la s, cuando no las exija la misma onomatopeya.
7.º Es preciso que no superabunde una misma vocal en el verso.
8.º Es preciso que las vocales que forman los pies del verso, estén interpoladas, y no seguidas unas a otras. La palabra atarazana, por ejemplo, no podrá producir tan dulce efecto en el oído como la palabra alusivo, que tiene cuatro diferentes e interpoladas vocales.
Otras reglas pudiera añadir relativas no ya a la dulzura ni al número poético, sino simplemente a la dicción, considerada sin respecto a ellos, y aun sin respecto a la belleza y sublimidad de las sentencias; pero estoy de priesa, y aun va de priesa todo cuanto dicho, y es por lo mismo para usted solo. Quiso usted que hablase de los versos, y no me ha dejado tiempo para decir de otra cosa. Acabo con aconsejarle que no pierda por modesto la ocasión que le vino a la mano. Pida usted a Campomanes cosa determinada, y pídala una y muchas veces. Que le ayude Almodóvar, que quiere a usted; pero ¿quién tanto como su
Jovino?