[Fragmento de la Memoria sobre educación pública o
Tratado teórico-práctico de enseñanza]
Todas las máximas prescritas para este estudio son aplicables al de la poética. Nada hay que decir de su doctrina teórica, de que tanto se ha escrito desde Aristóteles a Horacio, desde Horacio al Pinciano, y desde el Pinciano a Luzán. Pero no callaré que faltan todavía a nuestra lengua dos trataditos muy necesarios para completar esta enseñanza: uno de gramática y otro de prosodia poética. El primero debería determinar las verdaderas calidades del estilo y buena dicción con referencia a los varios estilos que requieren nuestros poemas; y el segundo determinar la construcción mecánica que constituye la dulzura, el número y la armonía poética, con relación a los varios metros castellanos. Esta doctrina, confirmada con muchos y escogidos ejemplos, haría que los niños entrasen a analizar con provecho nuestros mejores poetas, y los dirigirían en el ejercicio de composición.
Porque yo tengo para mí que éstos son los dos escollos en que más frecuentemente han peligrado nuestros ingenios. A cada paso damos con poemas en que el gusto destruye los esfuerzos del genio, y en que una dicción lánguida y prosaica, una frase sin colorido ni hermosura, hace frías y desmayadas las más sublimes sentencias; o bien, por el contrario, en que una frase hinchada, llena de rimbombos y palabrones, y adornada de figuras y metáforas atrevidas y descabelladas, aturde la razón y la imaginación del que lee, a las que no presenta ninguna idea juiciosa, ninguna imagen agradable, ni causa ninguna instrucción ni deleite. Y damos también en otros, en que la dicción más bella y escogida no satisface el gusto, no contenta al oído, por falta de número y de armonía. Los autores de los primeros no han conocido que en el lenguaje de la poesía la imaginación ocupa el lugar y ejerce los oficios de la razón; y aunque recibe de ésta el fondo de sus ideas, se encarga de colorirlas y de engalanarlas; no han conocido, que esta facultad sabe tomar de la naturaleza las bellezas de unos objetos para transportarlas a otros, y adornarlas, inventar formas e imágenes para representar las ideas más abstractas, y hacerlas reales y sensibles; no han conocido, en fin, que pues en este lenguaje la imaginación habla a la imaginación, el estilo debe ser siempre gráfico, aun en los poemas didácticos, y que la poesía que no pinta, jamás será digna, de este nombre.
Pero los de los segundos, arrastrados por esta facultad, han olvidado que no basta que la poesía pinte a la imaginación, si no canta al oído, ni basta que su estilo sea gráfico, si no es al mismo, tiempo dulce y armonioso. El lenguaje de la poesía es, verdaderamente musical, y sus notas se señalan en el sonido de todos los elementos de la palabra. El de las consonantes y vocales, y el contraste de unas con otras; la cantidad y el número de las sílabas que componen cada palabra y el lugar conveniente dado a cada una; la colocación del acento principal, que marca la armonía con una especie de cesura,[246] y su juego con los acentos subalternos de cada verso; el juego de unos versos con otros, así en la colocación de los acentos como en las pausas mayores a que obliga la terminación de la sentencia, ya en el verso, ya en el hemistiquio;[247] y por último, la onomatopeya o conveniencia de los sonidos con las imágenes que representan: he aquí lo que constituye el canto de la poesía, y he aquí la armonía musical, sin la cual la más bella dicción poética será siempre lánguida e insonora.
¿Cómo, pues, se evitarán estos escollos? Primero, enseñando a los jóvenes a leer bien los versos; esto es, no solo con buen sentido, sino también con recta expresión, marcando en ella el valor de cada sílaba, los acentos principales y subalternos de los versos, y las pausas mayores y menores de los períodos y finales de las sentencias, y sobre todo, levantando esta expresión al tono de los sentimientos y las pasiones de que está siempre lleno el idioma del entusiasmo; segundo, dirigiéndoles en el análisis de los modelos escogidos a buscar, así las propiedades de la frase y locución poética, como las del número y armonía de los versos; tercero, haciéndoles primero componer en prosa poética (pues que el metro no es de esencia de la poesía), para acostumbrarlos y encastarlos[248] en la buena dicción; cuarto, ejercitándolos en el verso blanco, para que libres de la sujeción de la rima, puedan formar mejor idea de la armonía métrica, pues es bien sabido que si de una parte la gracia y sonsonete de la rima cubre muchos defectos de la locución y armonía, de otra el verso blanco sólo puede agradar y sostenerse por estas dotes; quinto, y sobre todo, dirigiéndose al estudio de la naturaleza y del corazón humano, donde están los tipos primitivos de todas las bellezas físicas y sentimentales. En ellos se formaron Homero[249] y Eurípides,[250] en ellos se perfeccionaron Horacio[251] y Virgilio,[252] y Milton[253] y Pope,[254] y Boileau[255] y Racine,[256] y en ellos también Meléndez y Moratín,[257] Cienfuegos[258] y Quintana,[259] que podemos citar sin vergüenza al lado de aquellos modelos.