CARTA A CÁNDIDO MARÍA TRIGUEROS [100]

 

Madrid, 20 de julio de 1784.

 

Mi estimado amigo y señor: No puedo ponderar a usted el gusto que me ha dado con su última carta de 13 del corriente, y creo que no le tendrá menor el señor Llaguno,[101] a quien he buscado esta misma mañana para leérsela, aunque sin fruto, y a quien voy a escribir una esquela incluyéndosela y recomendándole de nuevo las instancias, porque se va mañana al Sitio[102] y tal vez no nos veremos más aquí. Este amigo y yo esperamos de usted tantas cosas buenas, que nos dolía mucho el verle distraído a otras, que aunque lo sean, no ofrecen tanta utilidad al público, y por lo mismo queríamos convertirle enteramente a las que sin duda lo son. Gracias, pues, muy rendidas por esta deferencia, y siga usted sin desmayar los buenos propósitos.

Yo quisiera ciertamente tener un influjo menos estéril, para que los pasos dados y que diere en su favor fructificasen más oportuna y abundantemente. Sin embargo, no desconfío de que mis clamores, ayudados de los de nuestro amigo, produzcan el efecto deseado.

Aunque las memorias para la historia del comercio, etc. de la Bética deban comprender todas las épocas conocidas, me parece que en cuanto a las primeras se deberá tratar la materia con menos profundidad. En la Historia del comercio del Huet, en el Periplo, en las Disertaciones de los Mohedanos, y en nuestras obras de historia y geografia, hay recogidas bastantes noticias, que reunió el señor Bara en su Bética antigua y moderna, que existe manuscrita, y de que se halla un extracto, formado a mi instancia, en las Memorias impresas de esa Sociedad Económica. En Zúñiga, Caro y demás historiadores de Sevilla, y en el Repartimiento hay muchas noticias conducentes a la época media. Como ésta comprende el dominio de los árabes, contemplo yo que nada será tan difícil como dar una idea exacta del estado de la agricultura, artes y comercio durante sus reinados; pero creo también que nadie tiene más proporción para fijar estas ideas que usted, y que en Sevilla hallará muchos auxilios para este objeto. Nada hay que despreciar en la materia. Las crónicas, las Cortes, los fueros, las ordenanzas antiguas originales que existirán en los archivos, y en fin, otros varios monumentos, darán bastantes rayos de luz para que un talento penetrante y combinador pueda fijar el estado de la agricultura, industria y comercio, y descubrir las causas que influyeron en la prosperidad y decadencia; pero sobre todo es preciso poner en claro la última época, que podrá tomarse desde los Reyes Católicos hasta nosotros; tiempo el más importante, el más lleno, el más glorioso, y el más miserable de esa historia. Yo he discurrido alguna vez en estas materias, y ofrezco dar a usted tal cual especie, que acaso no le será inútil.

Vamos a otra cosa. Supongo que la villa habrá enviado a usted algunos ejemplares de la comedia,[103] que ya corre muy bien impresa, aunque algo se han descuidado en la puntuación. Supongo también que habrán enviado a usted algún ejemplar de Las bodas de Camacho,[104] pero por si no, le aviso que en este correo dirijo uno para don Miguel Maestre, en cuyo poder podrá usted verle.

La suerte de ambas en el teatro no ha podido ser peor. Han sido diabólicamente estropeadas. No se puede dar una representación más fría. Sólo el papel de Pitanzos ha sido decentemente ejecutado por Mariano Querol,[105] y tal cual el de Rafa por el Mayorito; pero todos los demás se han salido del cuadro, o no han hecho más que necedades. Sobre todo el Alcalde de Corte, cuyas finas y oportunas ironías son como el alma del drama, descubren toda la ridiculez de los tres caracteres, tan bellos y bien contrastados, como son el de Cortines, el de Pitanzos y el de Rafa, y finalmente animan la acción, amenizan el diálogo y reparten aquella escogida y laudable moralidad que hace el principal mérito de esta pieza; este papel, digo, se encargó a un borrachón de Satanás, que diciendo sus versos sin énfasis, sin armonía, y sin el menor sentido, hizo un efecto enteramente contrario, y en mi opinión llenó de hielo y desaliento a todos los demás. Otro que tal sucedió a Las bodas: sólo Sancho Panza las sostiene y aunque don Quijote lo hace poco más o menos como allá el Alcalde, con todo, su extraordinaria figura y sus extravagantes ademanes hacen reír al populacho, con lo cual, y con la belleza de la dicción, se ha hecho esta comedia más tolerable, se va a ella con preferencia y se oye con menos disgusto.

De aquí ha nacido un clamor extraordinario contra los que hemos adjudicado el premio, porque los poetas no premiados (que sólo en Madrid pasarán de cuarenta) se han aprovechado de la ocasión para poner en descrédito nuestro juicio.

Yo lo oigo con indiferencia, porque sé que el público imparcial de la nación nos ha de hacer justicia como a ustedes, pues creo de entrambas piezas que agradarán leídas, y agradarán bien representadas, a cuantos tengan alguna, aunque pequeña, tintura de buen gusto.

Como quiero que usted lo sepa todo, le digo también que se ha esparcido por aquí la voz de que esta comedia es una sátira contra la nobleza, a cuya idea, por más que sea disparatada, han dado asenso muchos de los señores que tienen tanto talento como Pitanzos.

Finalmente, corre una miserable sátira, atribuida a don Vicente de la Huerta,[106] de que si puedo incluiré copia. Este hombre, acostumbrado a ser tenido por el oráculo de este Parnaso, no puede sufrir que otros poetas sobresalgan. Recientemente ha escrito un romancillo contra Iriarte y Samaniego, autores de las fábulas que usted conocerá; ahora sale con esta patochada, y dicen que está escribiendo contra Los Menestrales. No importa: venga en buena hora, que con el garrote de Pitanzos y el escudo de don Quijote, ya se podrán rechazar sus golpes. No hay más tiempo. Cuídese usted, y mande a su afectísimo

 

Jovellanos