[Fragmento]
1. Amigo y señor: Hemos hecho con gran felicidad la primera parte de nuestro viaje, y ya nos tiene usted descansando en León. No sabré yo explicar bastante bien cuánto nos hemos divertido en el camino. Nuestro Comendador[108] contribuyó a ello cual ninguno, y vale un Perú para semejantes partidas. En medio de aquel aire circunspecto y aquella severidad de máximas que usted tanto celebra, tiene el mejor humor del mundo y el trato más franco y agradable que puede imaginarse. Así que, sus conversaciones nos han entretenido continuamente y sus ocurrencias sobre el carácter grosero y remolón de los carruajeros, la estrechez y desaliño de las posadas, la aridez y monotonía del país que atravesamos y otros objetos semejantes, fueron sobremanera oportunas y chistosas. Nadie mejor que él sabe sostener en la conversación aquel tono zumbón y ligero que tanto la sazona y hace tan dulces y agradables las compañías.
2. Pero ¿qué dirá usted cuando sepa que el caro y dulcísimo Batilo tuvo la buena humorada de venirnos a sorprender al camino, saliéndonos al paso entre Rapariegos y Montejo de Arévalo y al fin la de seguir con nosotros hasta Valladolid?[109] Usted podrá figurarse cuánto su venida habrá aumentado nuestro gusto y animado nuestras conversacıones, pues conoce, como yo, la reunión de prendas estimables que adornan su carácter, y sobre todo aquella índole dulce y suavísima que le hace ser amado de cuantos le conocen.
3. Después de la llegada de tan amable huésped, nuestro mayor placer fue oírle recitar algunos poemas compuestos después de nuestra última vista en esa corte. Su gusto actual está declarado por la poesía didascálica.[110] Cansado del género erótico que tanto y tan bien cultivó en sus primeros años, y que era tan propio de ellos como de su carácter tierno y sensible, ha creído que envilecería las musas si las tuviese por más tiempo entregadas a materias de amor, y sin dejarlas remontarse a objetos más grandes y sublimes. En consecuencia emprendió varias composiciones morales llenas de profunda y escogida filosofía, y adornadas al mismo tiempo con todos los encantos poéticos.[111] Aseguro a usted que se las oímos recitar no sin sorpresa, porque a pesar de la inmensa distancia que hay entre esta especie de poesía y aquélla en que antes se ejercitara, es increíble cuántos progresos ha hecho en ella y cuánto promete para lo sucesivo. El ensayo que incluyo hará ver a usted que no me engaño, y que el autor de La palomita, tan feliz imitador de Anacreonte y Villegas, podrá imitar algún día a Lucrecio y al amigo de Bolingbroke[112] con igual gloria.
4. Esta conversión de nuestro amigo a las musas graves nos dio lugar a reflexionar cuánto era reprensible el celo de aquellos ceñudos literatos, que, deseosos de ennoblecer la poesía, reprenden como indigna de ella toda composición en que tenga alguna parte el amor. Yo, sin aprobar los abusos a que conduce este género, que así como los demás tiene sus extravíos, creo que una nación no tendrá jamás poetas épicos ni didascálicos, si antes no los tuviese eróticos y líricos. Aetatis cujusque notandi sunt tibi mores, decía Horacio. El hombre siente en su primera juventud, proyecta y ambiciona en la edad robusta, y madura ya su razón en la declinación de la vida, se entra en la jurisdicción de la filosofía, busca con preferencia los conocimientos útiles y se alimenta con las altas verdades que pueden conducirle a la verdadera felicidad.
5. Esta misma graduación se nota en el gusto de la lectura. Anacreonte[113] y Catulo[114] son las delicias de un joven; Homero[115] y Virgilio[116] de un hombre hecho; y Eurípides[117] y Horacio[118] de un anciano. Es, pues, consiguiente que los amigos de las musas sigan este orden establecido por la naturaleza misma; que escriban de amores cuando la razón enmudece y el corazón sólo siente las arrebatadas impresiones de esta pasión halagüeña. Es natural que traten de guerras y conquistas, de grandes y estupendas revoluciones, cuando el deseo de mando y gloria enciende su imaginación, arrebata su espíritu, y le encarama a una esfera ideal llena de encantos y peligros. Y en fin, es natural que se entreguen del todo a la investigación de su origen y obligaciones y al conocimiento de las verdades universales y profundas de la metafísica y la moral, cuando sosegado el tumulto de las pasiones, sólo habla en su interior el conato de su existencia, sustituyendo al gusto de sentir y gozar los placeres, el de conocerlos y juzgarlos.
6. Ahora bien, el talento poético, así como todos los demás, se debe desenvolver y cultivar desde la juventud, y aún éste con mayor razón, no solo porque pide gran fuerza de imaginación, sino porque la poesía es un arte y sólo se puede perfeccionar con el hábito. Con que si usted vedase a los jóvenes la poesía erótica, los inhabilitaría sin remedio para los demás géneros; y si les prohibiese la lectura de Tibulo[119] y Villegas,[120] jamás logrará igualen a Persio[121] ni a León.[122] Fuera de que, siendo el amor una pasión universal, no hay quien no sea capaz de juzgar los poemas que le pertenecen. Acaso las mujeres podrían aspirar mejor a esta judicatura, por lo mismo que es mayor y más delicada su sensibilidad. Sea como fuere, de aquí nace la facilidad de censurar los poemas eróticos; de aquí la necesidad de corregirlos; y de aquí finalmente todos los estímulos que allanan la senda de la perfección y conducen a la fama, fuerte y poderoso cebo de las almas bien templadas.
7. Como quiera que sea, Batilo está ya en la encrucijada, y la copia adjunta hará conocer a usted hasta dónde podrá llegar echando por esta gloriosa cuanto difícil senda.
8. Disculpe usted, amigo mío, esta digresión en favor del cariño que profesamos a nuestro poeta, y vamos a otra cosa.
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