5. LA BATALLA POR EUROPA (1939-1945)

 

 

 

 

1. LA CONQUISTA DE EUROPA POR HITLER

 

A mediados de los años treinta, la tensión internacional había ido en aumento de manera constante, ello se evidenciaba en los frecuentes y, a menudo, frenéticos intentos de los países europeos para forjar acuerdos, precarias alianzas y pactos en busca de seguridad. El incremento de los presupuestos de defensa de casi todos los países europeos en respuesta a la escalada militar de la Alemania nazi, de la Unión Soviética y, en menor medida, de Japón, también era un reflejo de ello. Para hallarse en un período de paz, los aprovisionamientos de defensa de los dos primeros países eran excepcionales. Entre 1933 y 1938, ambos países gastaron en defensa más del triple del monto desembolsado por Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, y a finales de los años treinta Gran Bretaña y los Estados Unidos producían alrededor del 13 por 100 de las armas que acababan en Alemania. El gasto militar alemán total aumentó en no menos de 23 veces entre 1933-1934 y 1938-1939 y, en esta última fecha, el desembolso en el sector militar representó alrededor del 29 por 100 del producto nacional total y el 17 por 100 en el caso de la Unión Soviética. La magnitud de este suministro se hace patente si nos fijamos en las cifras de gastos de defensa en vísperas de la primera guerra mundial, cuando el gasto militar ruso era inferior al 5 por 100 del producto nacional y en Alemania representaba un mero 3 por 100. En la década de 1960, durante el apogeo de la guerra fría, las potencias occidentales asignaban alrededor de un 6 por 100 de sus ingresos nacionales para fines militares (véase Overy, 2004, pp. 422-423 y 452-453).

Sin duda, el mayor peligro era la creciente amenaza de la Alemania nazi dirigida por Adolf Hitler, aunque la situación se mantuvo fluida hasta el verano de 1939, porque siempre existía la esperanza de que la postura belicista de Hitler podría ser apaciguada a través de la negociación y de algunas concesiones territoriales en Europa. Desconocemos si, en ese momento, Hitler estaba realmente preparado para una guerra europea a gran escala. Una fecha más tardía le hubiera convenido más, pues sin duda esperaba haber arrancado más concesiones de las naciones apaciguadoras mientras alcanzaba una posición invencible sobre la capacidad militar de Gran Bretaña y Francia. A pesar del ritmo de rearme en los años treinta, Alemania no estaba preparada para una guerra como la que finalmente se desencadenó, y tampoco sabemos si psicológicamente el propio Hitler sintonizaba con una larga guerra de desgaste. De hecho, deseaba evitar una repetición de la Gran Guerra, cuando el bloqueo naval británico provocó en la retaguardia.[6] Por desgracia para él, con el ataque a Polonia fue demasiado lejos, porque lo llevó a la guerra, el 3 de septiembre de 1939, con las potencias occidentales (Gran Bretaña y Francia).

Resulta tentador argumentar que, de haber sido por la garantía inglesa y francesa de apoyar a Polonia en caso de que su independencia estuviera amenazada —como anunció el primer ministro británico Neville Chamberlain en la Cámara de los Comunes el 31 de marzo de 1939—, el alcance y los contornos del conflicto podrían haber sido diferentes. Al final, la garantía polaca resultó inútil pues Gran Bretaña y Francia eran impotentes para defenderla y simplemente asistieron impotentes a la embestida alemana que hizo pedazos el país en cuestión de semanas y, a continuación, procedió a su partición con la Unión Soviética de acuerdo con los términos del pacto secreto nazi-soviético de no agresión. La ignominia se acrecentaba, pues Gran Bretaña y Francia vieron cómo, en menos de un año, las fuerzas alemanas ocupaban Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia, además la Fuerza Expedicionaria Británica se veía obligada a retornar bruscamente a casa. En otras palabras, Gran Bretaña y Francia nada pudieron hacer para frenar el ataque de Hitler en el oeste. Podría especularse, por tanto, que si Gran Bretaña hubiera hecho la vista gorda ante el destino de Polonia —como ya había sucedido en el caso de Austria y Checoslovaquia—,[7] la conflagración europea se podría haber contenido y Gran Bretaña podría haber evitado involucrarse en una guerra europea, ya que el interés principal de Hitler se encontraba en el este de Europa y en Rusia, donde buscó el lebensraum para la población alemana. Durante algún tiempo e incluso hasta la invasión de Rusia en junio de 1941, Hitler acariciaba la esperanza de llegar a un acuerdo con Gran Bretaña sobre la base de una división del espacio mundial y la promesa de garantizar la integridad del Imperio británico, y por su parte volver a tener las manos libres en el continente. Hasta ese momento, no se contemplaba una guerra a gran escala europea, pero la intervención de Gran Bretaña y Francia le proporcionó la oportunidad de capturar la Europa occidental de forma rápida y barata. El este de Europa, y especialmente Rusia, era lo que realmente importaba a Hitler y a los nazis. En realidad, la política oriental fue crucial para el objetivo nazi de garantizar la supremacía alemana sobre las razas eslavas y ello significaba que la Rusia europea debía ser exterminada pues su mera existencia constituía un anatema para los ideales nazis. Por lo tanto, la derrota del oeste podía ser vista como un paso preliminar respecto de la tarea principal: invadir y conquistar las tierras del este. Cómo hubiera tratado Hitler a los conquistados países occidentales a largo plazo en caso de haber concentrado sus miras en el este resulta un punto discutible, pero evidentemente el hecho es que una vez Gran Bretaña y Francia intervinieron, la guerra rápidamente se movió a una escala global.

Especulaciones aparte, los dos años siguientes al inicio de la guerra supusieron una notable transformación del mapa de Europa, ajado constantemente por el régimen nazi. El avance de Hitler en toda Europa, que había comenzado de forma preliminar antes de septiembre de 1939 con la anexión de Austria y Checoslovaquia, continuó prácticamente sin restricciones, y en 1942, el nuevo imperio alemán era casi sinónimo de la Europa continental. Se extendía desde las Islas del Canal y Bretaña en el oeste, hasta las montañas del Cáucaso en el este, y desde la punta del Ártico en Noruega hasta las costas del Mediterráneo. En su punto álgido, el imperio alemán cubría alrededor de un tercio de la superficie terrestre en Europa y albergaba casi la mitad de su población. De la noche a la mañana, desaparecieron los estados y territorios independientes bajo el imparable avance de Hitler, y sólo unos pocos países lograron mantener su autonomía, e incluso entonces no siempre de forma segura. Dichas naciones comprendían países neutrales como Portugal, España, Irlanda, Suiza, Suecia y Turquía, aunque ninguno de ellos podía declararse totalmente indiferente al régimen nazi. Además, Rumanía, Bulgaria y Hungría, y posiblemente Finlandia, que se habían deslizado desde la neutralidad hacia una casi alianza con Alemania, mantuvieron una apariencia de soberanía al unirse a Hitler como aliados militares, aunque en la práctica se convirtieron en satélites muy dependientes del Reich alemán. Italia, aparentemente en pie de igualdad en el ejercicio de la dominación europea, pronto se convirtió más bien en algo semejante a un país satélite, o secuaz, ya que su estructura económica y política y su capacidad militar no iban parejas a las alemanas. Así, con el tiempo, Italia se convirtió en un lastre, al igual que otros países que aparentemente apoyaban a las potencias del Eje. De hecho, los esfuerzos de Mussolini para librar una guerra paralela, sin el apoyo alemán, solamente condujo a desastres militares.

 

 

2. EL CONTROL DEL NUEVO IMPERIO

 

¿Cómo se controlaba y administraba un imperio tan vasto? El nuevo imperio nazi consistía en una colección variopinta de territorios en diferentes etapas de desarrollo y con una desconcertante variedad de filiaciones étnicas y religiosas, la mayoría ajenos al credo nazi. Su adquisición había sido poco metódica y las formas de gobierno diversas. «El Tercer Reich cubría la nueva Europa con un mosaico de regímenes más o menos provisionales» (Mazower, 1999, p. 149). En la práctica, a medida que se adquirían territorios, Hitler les asignaba, ad hoc, el tipo de gobierno que parecía menos probable amenazase la seguridad militar del Reich. Por otra parte, Hitler no pretendía establecer sistemas uniformes de gobernanza en los territorios ocupados, que pudieran servir para crear bases de poder que rivalizasen con el suyo. Hubo también algún intento, al menos inicialmente, para asignar formas de administración adecuadas al lugar final previsto dentro de la concepción nazi del Nuevo Orden en Europa. Se concebía la formación de una sola comunidad económica para el conjunto del continente, bajo dirección alemana y con el Reich como centro industrial del sistema (véase más abajo). La reestructuración fue tanto política como económica —y podría añadirse una dimensión social— para tener en cuenta las duras políticas raciales del régimen.

El «mosaico de jurisdicciones» impuesto en la Europa dominada por los nazis dificultaba encajar los sistemas de control en categorías claras. El tipo de control administrativo variaba muchísimo y el sistema se mantuvo extremadamente fluido dependiendo del curso de los acontecimientos. En un principio, los territorios ocupados fueron administrados por las autoridades militares de ocupación, pero, por lo general, fueron reemplazadas en su momento por administradores civiles que, a su vez, se apoyaron en gran medida en la burocracia civil local para mantener las cosas en funcionamiento y economizar el uso de mano de obra alemana. El grado de supervisión alemana variaba mucho: tendió a ser relativamente mucho más superficial en el oeste, especialmente en países como Dinamarca y las Islas del Canal, pero mucho más estricta y rigurosa en los territorios del este. Por supuesto, esto era congruente con las creencias raciales nazis, que reconocían ciertas afinidades con los civilizados países occidentales, pero no con las poblaciones de los territorios orientales, clasificadas como infrahumanas e incivilizadas. Para intentar poner un poco de orden en el caos y facilitar el seguimiento del lector, se exponen a continuación las siguientes agrupaciones:

 

1. Los países o territorios incorporados —o anexados excepto por el nombre— como parte del gran Reich alemán. Esto incluía: Austria, Alsacia-Lorena, Luxemburgo, los Sudetes, Memel, Danzig, Bohemia-Moravia (en virtud de un protectorado especial), el norte de Eslovenia, partes del norte de Bélgica y Francia y las provincias recuperadas de Polonia, incluida la Alta Silesia. Algunos de estos países o regiones, como Luxemburgo y Alsacia-Lorena, junto con los estados bálticos, estaban a punto para ser anexionados formalmente en una fecha futura, pero para todos los efectos, a mitad de la guerra, se encontraban completamente integrados en el sistema económico alemán. Estas áreas —incluida la propia Alemania— constituían el núcleo del cinturón industrial del país y se hallaban asimiladas en la economía del gran Reich. Eran principalmente las regiones con industria pesada, esenciales para el esfuerzo de guerra alemán, y para culminar el objetivo a largo plazo de convertir Alemania en el corazón industrial de Europa. En su mayor parte, sus poblaciones se ajustaban al ideal nórdico alemán, y por tanto no necesitaban ser germanizadas.

2. Los países occidentales, es decir el norte de Francia, Bélgica, Noruega, Dinamarca y Holanda. Se convirtieron por lo general en administraciones civiles, tras un inicial control militar, y se gestionaban con diversos grados de rigor. Noruega se distinguió del resto, al tener instalado un líder fascista nativo. Aunque contaban con una posición más favorable que los territorios orientales, fueron explotados despiadadamente para servir a la máquina de guerra alemana. El nivel y grado de control varió muchísimo. Por ejemplo, Francia estuvo estrechamente controlada, con el 40 o 50 por 100 de su producción industrial desviada hacia objetivos alemanes en otoño de 1943, aunque la proporción de alemanes respecto de funcionarios locales fue modesta en comparación con Noruega y el protectorado de Bohemia-Moravia. Noruega también fue explotada intensivamente. Por el contrario, Dinamarca padeció un control más suave, con menos de cien o doscientos alemanes presentes en el país.[8] De hecho, Dinamarca mantuvo su propio gobierno, funcionando bajo la constitución anterior: una pseudo-democracia. Avanzada la guerra, sin embargo, los daneses estuvieron sujetos a un control más riguroso por parte de las autoridades alemanas. Lo mismo sería aplicable en gran medida a las Islas del Canal, descrita como una ocupación modélica, aunque es dudoso que sus habitantes y menos aún los trabajadores extranjeros la consideraran en dichos términos. Para muchas de las tropas alemanas estacionadas en las islas, era como disfrutar de unas largas vacaciones. Teniendo en cuenta el escaso valor estratégico de las islas, el número de tropas alemanas estacionadas fue enorme.[9]

3. La Europa del Este ocupada incluía Polonia, Yugoslavia, el norte de Grecia, Rusia y los países bálticos. Este grupo formado por los llamados territorios «coloniales», habitados por lo que los nazis consideraban razas inferiores o untermenschen, comprendía el gobierno general de Polonia, los estados bálticos,[10] y las partes ocupadas de la Unión Soviética y del sudeste europeo. Las razas menores debían ser subordinadas económica y socialmente a la raza superior nórdico-germánica. En dichas regiones se impuso el control directo de la actividad económica por parte de Alemania para asegurarse el mejor uso posible de sus recursos y producir aquello que el Reich requería. Fueron explotados sin piedad, sin preocuparse por el bienestar de sus ciudadanos, pues la mayoría, especialmente las razas eslavas, eran considerados como subhumanos.

4. Una cuarta categoría incluía a los gobiernos títeres o estados clientelares de Croacia, Eslovaquia y la Francia de Vichy, administraciones semiautónomas, dependientes o al servicio de la voluntad de Alemania. La Francia de Vichy fue una especie de anomalía, pues disfrutó de un estatus en buena medida independiente y no beligerante hasta su ocupación por los alemanes en noviembre de 1942 tras la invasión aliada de Túnez.

5. Por último, encontramos los países satélites o aliados de Alemania, concretamente Italia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. Nominalmente independientes, apoyaron la causa nazi con diversos grados de compromiso. Los tres últimos se convirtieron en miembros auxiliares del Pacto Tripartito, formado originalmente en septiembre de 1940 por Alemania, Italia y Japón, para apoyarse mutuamente en caso de un ataque externo.

 

La complejidad del sistema de control queda bien ilustrada en el caso de Centroeuropa. Aunque, de un modo u otro, la mayoría de la región quedó incluida en la órbita alemana y una gran parte se consideró como territorios coloniales; el formato del sistema de control varió mucho y se produjo una cierta transferencia de territorios. Hungría, Rumanía y Bulgaria —países con inclinaciones proalemanas— pasaron de la neutralidad inicial a una casi alianza con Alemania. A pesar que en la práctica se convirtieron en satélites dependientes del Tercer Reich, mantuvieron una apariencia de soberanía uniéndose ostensiblemente a Hitler como aliados militares. En el otro extremo del espectro, el destino de aquellos países con fuertes simpatías prooccidentales (Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia) fue menos favorable. Los tres fueron invadidos y desmembrados entre 1938 y 1941. Checoslovaquia abrió la lista en octubre de 1938 cuando perdió los Sudetes, que fueron ocupados por Alemania. En marzo del año siguiente, invadió el resto del país y procedió a diseccionarlo: el sur de Eslovaquia, Rutenia occidental y la Ucrania subcarpática fue para Hungría; Bohemia y Moravia se convirtieron en un protectorado del Reich; mientras que el resto de Eslovaquia se estableció como un estado nominalmente independiente. El turno de Polonia llegó en septiembre de 1939. Su zona oeste, incluyendo la ciudad libre de Danzig, fue incorporada a Alemania, mientras que el centro se convirtió en un protectorado bajo el Gobierno General de Polonia. La mayoría del resto del país fue absorbido por la Unión Soviética en virtud de los términos del pacto nazi-soviético de agosto de 1939. Los acuerdos económicos o comerciales suplementarios cerrados entre los dos países en octubre de 1939, enero de 1940 y febrero 1941 preveían la provisión de suministros alimentarios y de materias primas a Alemania por parte de la Unión Soviética.[11] Sin embargo, tras la invasión de verano de 1941, los territorios polacos rusos fueron ocupados por Alemania. En cuanto a las partes ocupadas del oeste de Rusia tras las áreas bajo administración militar,[12] es decir Bielorrusia (o Rutenia Blanca, adquirida por la Unión Soviética en el marco del pacto nazi-soviético) y Ucrania, fueron sometidas bajo dos Reichcommissariats —o Comisariatos del Reich— (Ostland —Territorio del Este— y Ucrania, respectivamente) dentro del Ministerio del Reich para los territorios ocupados del Este dirigido por el alemán del Báltico, Alfred Rosenberg. Los estados bálticos también se incorporaron en Ostland, mientras que Ucrania comprendía todas las tierras habitadas por ciudadanos ucranianos, incluyendo una gran área que había pertenecido a Polonia hasta 1939.[13]

Por último, en abril de 1941, se jugó la suerte de Yugoslavia y Grecia. El primero, un país formado por una gran variedad de grupos étnicos y religiosos sin una verdadera identidad nacional, estaba a punto para la disgregación. El norte de Eslovenia y la mayor parte de Serbia fueron absorbidos por Alemania como territorios coloniales; el sur de Eslovenia y gran parte de la costa de Dalmacia fueron a Italia, que también adquirió Montenegro como protectorado. Otras partes de Yugoslavia se distribuyeron entre Hungría, Bulgaria Albania e Italia, mientras que Croacia, junto con Bosnia y Herzegovina, se convirtieron en estados nominalmente independientes bajo influencia militar alemana e italiana. Además, Rumanía —uno de los principales beneficiarios por el acuerdo de paz tras la primera guerra mundial— perdió una gran parte de su territorio a manos de Rusia (Besarabia y el norte de Bucovina), de Hungría (la parte norte de Transilvania) y de Bulgaria (el sur de Dobruja). La derrota de Yugoslavia facilitó la toma de Grecia junto con Creta, que los alemanes procedieron a ocupar durante la primavera de 1941. De hecho, Grecia había entrado en la guerra en octubre de 1940, cuando se negó a facilitar el acceso a su país de tropas italianas. Repelieron a los italianos en Albania y ello llevó a la invasión alemana del país a través de Yugoslavia y a la imposición, con la colaboración de italianos y búlgaros —que habían capturado partes de Macedonia y Tracia—, de un gobierno títere.

Estos acuerdos territoriales y gubernamentales, con algunos pequeños ajustes y cambios de vez en cuando, se mantuvieron más o menos intactos hasta la segunda mitad de la guerra, cuando la hegemonía de Alemania se encontraba en decadencia y el imperio alemán en Europa empezaba a desmoronarse.

 

 

3. EL NUEVO ORDEN PARA EUROPA

 

Resulta difícil discernir un plan consistente y coherente en los patrones de control y administración de los territorios conquistados. En realidad, su administración no elaboró nunca ningún plan sistemático. Las estructuras de control se impusieron en base al ensayo y error, con variaciones considerables en el formato de control. Entonces, ¿qué pasó con la tan cacareada idea de un Nuevo Orden en Europa? Al principio de la guerra, las perspectivas de un nuevo orden para Europa que emergiese de las ruinas de los acuerdos de Versalles parecía una posibilidad real —e incluso se saludaba con aprobación por algunos no fascistas—. La cuestión se debatió ampliamente en los círculos de las clases dirigentes durante los primeros años de guerra, aunque sea dudoso que se formulase algún plan detallado y coherente sobre ello. Lo más cercano a una declaración oficial, estuvo protagonizada el 25 de julio de 1940 por Walther Funk, ministro del Reich de Economía, a quien Göring encargó formular las bases para el Nuevo Orden. El contexto más amplio política e internacionalmente tuvo su sustanciación más concreta con la firma del Pacto Tripartito el 27 de septiembre de 1940 entre Alemania, Italia y Japón, que trazó las esferas de influencia en los hemisferios euro-afro-asiático. A partir de estas y otras declaraciones oficiales de los ministros del Reich y también del propio Hitler, es posible reconstruir los rasgos principales de los planes nazis para Europa.

La idea del Nuevo Orden tiene paralelos en otras partes. Se le han visto similitudes con el Imperio austro-húngaro y con el Mercado Común europeo, y se remonta a épocas anteriores cuando la influencia germánica en Europa era muy amplia. También pueden dibujarse paralelos con el Imperio romano. Una inspiración alternativa, absorbida por Hitler, fueron las hazañas imperialistas de las potencias occidentales en el siglo XIX, especialmente los británicos, con sus grandes territorios y poblaciones en Asia y África. Así, la visión de Hitler sobre los territorios coloniales conquistados en el este estuvo en parte modelada por el pasado imperial occidental. Admiraba sobre todo la administración británica de la India, donde alrededor de 200.000 funcionarios y personal militar administraban un continente con millones de habitantes. Calificaba a la Rusia europea cómo «nuestra India». Para la mayor parte del oeste europeo, se planificó una zona libre de aranceles, junto con la integración entre los intereses manufactureros y los de la zona central situados en el propio Reich. Para las regiones menos desarrolladas en el este, se prescribió su desindustrialización parcial, para poder concentrarse en el suministro de productos alimenticios y materias primas para el Reich. El mismo Funk reconoció que su interés esencial era la explotación económica de Europa, mientras que el comisario del Reich Erich Koch declaró querer bombear Ucrania.

En esencia, el Nuevo Orden contemplaba una comunidad económica única para Europa, una zona en gran parte libre de aranceles y un movimiento de recursos transfronterizos. Un grupo de trabajo del Ministerio de Economía, a principios de la guerra, planteó una comunidad económica unificada en Europa, con libres flujos de capital, aranceles comunes sobre las importaciones, una moneda unificada y un sistema de transporte bajo liderazgo alemán. Pero no iba a ser una comunidad de iguales. El grado de libertad permitido estaba limitado. Producción, comercio y moneda debían ser enérgicamente controlados, con el objetivo principal de convertir a Europa en autosuficiente respecto de los intercambios con el resto del mundo. También se contempló un amplio control estatal y la propiedad estatal de la actividad económica. La industria de toda Europa debía ser ampliamente reestructurada y Göring, personalmente, preparaba entre 1940 y 1942 los planes de posguerra para la racionalización y la integración de diversas industrias —incluyendo textiles, metalúrgicas, químicas y petrolíferas—. Era también evidente que el régimen no planteaba una asociación de naciones en términos de igualdad. En efecto, el objetivo fundamental de Hitler era transformar Europa en un imperio alemán, una Europa unificada pero dominada por Alemania donde los territorios atípicos atenderían las necesidades del pueblo alemán. De hecho, guardaba más cercanía con el imperialismo del siglo XIX que con las modernas uniones económicas. El Nuevo Orden podía ser visto como sinónimo de la explotación imperialista. Como escribió un historiador: «Lo que se estaba tramando era un imperialismo económico anticuado, con un núcleo de desarrollo industrial rodeado por un periferia productora de alimentos y materias primas, en la misma tónica de la relación existente entre Gran Bretaña y su imperio» (Burleigh 2001, p. 424).

A pesar de que los planes a largo plazo para la reestructuración de Europa —aunque vagamente preconcebidos— nunca fueron en realidad abandonados, el Nuevo Orden no tuvo una forma concreta durante la guerra. Algunos aspectos del Nuevo Orden llegaron de hecho a aflorar, como que todos los acuerdos internacionales se concretasen en marcos alemanes, pero mayoritariamente Hitler no estaba dispuesto a comprometerse en detalle anticipadamente, y se mostraba mucho más interesado en sus edificios grandiosos y esquemas arquitectónicos para el Reich que en cuestiones arancelarias y monetarias que consideraba asuntos mundanos. En cualquier caso, los problemas más acuciantes finalmente se imponían, aunque en parte algunos de ellos, como la explotación de los territorios no alemanes, podían ser vistos en relación a su lugar final en la nueva Europa. En la práctica, por lo tanto, aparte de ésta y de la centralización de los asuntos financieros en Berlín (con el uso del marco alemán como la principal unidad de estabilidad en los territorios dominados por Alemania), poco se avanzó en el Nuevo Orden, a pesar de la considerable propaganda sobre el tema en 1940. Conservó una existencia sombría pues la discusión sobre el tema disminuyó a ritmo constante en cuanto las perspectivas de victoria retrocedieron, y en el invierno de 1942-1943 la prensa alemana había dejado caer el silencio sobre ella; en este punto, el nuevo imperio alemán se hallaba lejos de constituir una estructura económica coherente y eficiente. No hubo una planificación coherente para la futura estructura de la economía europea. Efectivamente, el nuevo imperio se componía de una más bien abigarrada multitud de territorios adquiridos de una manera algo azarosa y gobernados o controlados de modos diferentes ¿Por qué fracasó Alemania a la hora de consolidar la hegemonía tan rápidamente alcanzada entre 1938 y 1941 y llevar a cabo la ambición de una Europa más unida, racionalizada e integrada?

Las razones del fracaso en esta línea no son difíciles de discernir. Por un lado, los nazis nunca tuvieron una idea muy clara de lo que implicaba el establecimiento del Nuevo Orden. Nunca se publicó ningún plan completo y global para la reestructuración de Europa, de manera que el concepto siguió siendo vago y confuso, basándose en gran medida en las afirmaciones contradictorias que de vez en cuando hacían los ministros del Reich. No sabemos si el propio Hitler tenía una idea clara de lo que implicaba la creación de una nueva estructura para Europa, aunque albergaba ambiciones respecto a los territorios orientales (véase más abajo); y resulta aún más dudoso considerar que él se viera como un idealista europeo en terminología actual. Mientras imaginaba una Europa más autosuficiente tras la guerra, es dudoso que ese concepto fuera más allá de la dominación alemana y la limpieza étnica —por lo que a él concernía, librar a Europa de los judíos y los untermenschen era su prioridad número uno—. A finales de 1941, con Rusia aún invicta, América implicándose en la guerra y Gran Bretaña resistiendo, consideró que la cuestión debía dejarse en suspenso hasta que la dominación de Europa se hubiera completado.

En segundo lugar, en los dos primeros años de hostilidades la velocidad de la conquista militar fue mayor que la del plan del régimen para un nuevo imperio. El éxito de las campañas de Hitler superó incluso las expectativas más optimistas y como consecuencia de la rápida adquisición de nuevos territorios el régimen nazi estuvo ocupado en la tarea inmediata de administración. Entonces, precisamente en la época en que el Reich habría estado en situación de prestar más atención a esta idea, ya que era dueño de la mayor parte de Europa, las cosas empezaron a desmoronarse. En particular, la incapacidad para dominar al gigante ruso y la unión de las potencias aliadas bajo el liderazgo de Estados Unidos alteró significativamente la situación. Hitler se enfrentó con una larga campaña de desgaste, justo aquello que él había tratado de evitar, y requería la total movilización y la plena explotación de todos los recursos bajo control alemán. Ello sólo podía significar una cosa: una lucha por la supervivencia, que implicaba un desplazamiento hacia objetivos militares inmediatos y la suspensión de cualquier tarea relativa a la nueva Europa. Al llegar al último año de la guerra, cuando todo iba mal, el régimen nazi estaba más preocupado por impulsar a toda costa la producción de armas que por la planificación de la futura estructura de la economía europea.

Así, una vez que la guerra se volvió en contra de Hitler y Alemania se enfrentaba a un largo y costoso conflicto, inevitablemente el foco de atención se volvió hacia el máximo aprovechamiento de sus conquistas para dar servicio a la máquina de guerra. La urgencia de la situación se veía agravada por la deficiente dirección de la economía doméstica alemana bajo Göring. La falta de una planificación coordinada, la multiplicidad de organismos de control, y las frecuentes discusiones y disputas competenciales entre las diferentes agencias y ministerios y entre el partido y los funcionarios estatales fueron algunos de los factores que explican por qué la economía no produjo en mayor cantidad durante 1939 y 1942. Hitler, por supuesto, no había previsto una guerra larga o generalizada, al menos no tan pronto, por tanto la economía no estaba completamente preparada para dicha eventualidad. Se podía hacer frente a cortas campañas relámpago que comportasen victorias rápidas, pero no a una larga guerra de desgaste contra iguales como la Gran Bretaña y la Rusia soviética. La estrategia blitzkrieg había representado una racha ininterrumpida de victorias impresionantes sobre Polonia, los Países Bajos, Francia, Yugoslavia y Grecia, pero entonces topó con el barro y la nieve de la Rusia soviética y la prevista campaña de seis semanas se convirtió en parálisis. Así, la renuencia de Hitler a contemplar una reducción drástica del consumo interno y la postergación de la aprobación de la movilización total, al menos hasta el invierno de 1942-1943, añadieron una presión adicional para complementar los recursos nacionales más allá de Alemania. Para entonces Alemania estaba empezando a sufrir los efectos de los bombardeos de los aliados (Estados Unidos atacaba durante el día y la Real Fuerza Aérea británica [RAF] por la noche) y ello hacía aún más urgente reubicar la actividad industrial y extraer de los territorios coloniales tanto como fuera posible. De hecho, fueron saqueados sin piedad, y sobre todo ineficientemente. No existía un plan sistemático para la extracción, sino que consistía más bien en una gigantesca «operación de saqueo» sin orden ni concierto.

Incluso si los territorios ocupados hubieran sido explotados de forma más eficiente y humana, es dudoso que ello hubiera salvado a Alemania de la derrota. El elemento decisivo era que Alemania se hallaba en seria desventaja en comparación con los aliados: en energía, en materias primas estratégicas y en recursos materiales en general. El factor realmente crítico era el energético, y aquí el escollo fue la limitación petrolera más que los recursos carboníferos, estos últimos abundantes. De hecho, dadas las escasas reservas de petróleo del país al comienzo de la guerra, difícilmente una guerra larga era factible. La campaña de 1942 en la Rusia soviética se diseñó para aprovechar los campos petrolíferos del Cáucaso para sostener el esfuerzo de guerra alemán e inmovilizar a las fuerzas soviéticas, pero se fue a pique en Stalingrado. Incluso con el desarrollo de combustibles sintéticos y el acceso al petróleo de Rumanía hasta mediados de 1944, cuando los bombarderos estadounidenses barrieron todas las refinerías de Ploiesti, el abastecimiento de fuel fue siempre escaso. En el otoño de 1944, las reservas de combustible para la Luftwaffe se redujeron a niveles mínimos, una de las razones de la debilidad de la defensa aérea alemana en las últimas etapas de la guerra.[14] Que Alemania fuese capaz de mantener tanto tiempo el esfuerzo bélico se debió a la ausencia de otro frente importante tras el colapso de la Unión Soviética en 1941 y por la incompetencia de la respuesta aliada. Éstos retrasaron su mayor golpe hasta 1944 y, entonces, en lugar de concentrarse en los centros energéticos alemanes, tales como plantas de petróleo y centrales eléctricas, lanzaron masivos ataques bombarderos contra los centros industriales y urbanos, lo que hizo muy poco para incapacitar a Alemania de continuar la guerra, mientras que al mismo tiempo fortalecía la determinación de la población para continuar la resistencia. Como señala Jensen, los aliados tardaron en comprender que «la supremacía de energía en la guerra no venía dada por la mano de obra, sino por la potencia de los motores de combustible, que constituían el arma decisiva de guerra» (Jensen 1968, p. 554).

Respecto de las materias primas y de los minerales, los aliados también tenía la sartén por el mango. En el punto álgido de actividad bélica, el Imperio británico y los Estados Unidos tenían el control o el acceso a aproximadamente el 60 o 70 por 100 del valor de la producción minera mundial, mientras que Alemania podría en el mejor de los casos reunir alrededor del 14 por 100. Las vastas conexiones del Imperio británico entraron en juego en este momento. El continente africano produjo una rica cosecha de minerales estratégicos. En su punto máximo de producción durante la guerra, África representó, en porcentaje respecto de la producción mundial: el 50 por 100 del oro, el 19 de manganeso, el 30 de cromita, el 24 de vanadio, el 17 de cobre, el 22 de estaño, el 13 de platino, el 90 de cobalto, y casi todo el uranio y los diamantes industriales, así como pequeñas cantidades de otros materiales (Dumett, 1985, p. 382). Aún más crucial, dada la dependencia de la guerra moderna del combustible líquido, fue el hecho de que Estados Unidos y la URSS sumaran alrededor del 77 por 100 de la producción mundial de petróleo, mientras que el acceso al petróleo de Alemania era limitado. A lo sumo, Alemania tuvo acceso a un 2 o 3 por 100 del petróleo mundial, la mayoría procedente de Rumanía. Como señala Mazower, Alemania no estaba en condiciones reales para una larga guerra moderna, que dependía del transporte mecanizado y del combustible y no ya del carbón y los caballos (Mazower, 2009, p. 291).

Considerando todo esto (es decir, mano de obra, energía, materias primas y capacidad productiva), los aliados disponían, en la segunda mitad de la guerra, de una abrumadora superioridad sobre las potencias del Eje.

Finalmente, por supuesto, las cuestiones raciales enturbiaron la situación. La ideología racial prevaleció, a menudo, sobre la racionalidad económica, y aunque el Nuevo Orden fracasó a la hora de configurarse, sí que proporcionó una útil cortina de humo para legitimar las creencias ideológicas más extremas de la jerarquía nazi, posiblemente en detrimento del propio régimen, pues alienaba a muchos pueblos de los territorios ocupados. Como señala Rothschild:

 

Si el «nuevo orden» de Hitler no hubiera sido tan descaradamente una pantalla transparente para el imperialismo racial, la explotación y genocidio, si hubiera ofrecido algún tipo de condición y papel digno a los pueblos de Europa del Este bajo su hegemonía, podría haber evitado los movimientos de resistencia, potenciado un apoyo local sostenido y, posiblemente, consolidado dichas conquistas como una muralla contra la Unión Soviética (Rothschild, 1989, p. 26).

 

Sin embargo, se destinó mucho tiempo y energía a poner en funcionamiento la gigantesca operación de limpieza étnica, que implicó el desplazamiento, reasentamiento y exterminio de millones de personas, mediante la construcción de una vasta red de centros de concentración y exterminio, de campos de trabajo y de guetos de todo tipo por toda Europa.

El régimen nazi apenas previó un sistema integrado o unificado para Europa. De hecho, en algunos aspectos, la Europa controlada por los alemanes estaba más fragmentada que antes. Se plantearon bien pocas ideas o instituciones unificadoras, y en algunos de los territorios vencidos, como por ejemplo Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia y Francia, aún se fragmentaron en unidades gubernamentales o administrativas más pequeñas, perdiendo además parte de su territorio a favor de los países vecinos. Incluso en aquellos no anexionados o incorporados al Gran Reich alemán, se impusieron diferentes formas de control administrativo. Uno de los pocos elementos unificadores de este vasto complejo administrativo era la autoridad de Hitler, efectivo punto de apoyo y de poder de todas las decisiones políticas. Posiblemente, la otra característica consistente del Nuevo Orden fue la cuestión racial e ideológica, principalmente, aunque no de forma exclusiva, la cuestión judía, blanco del régimen desde sus inicios. Rich considera que la base del propio Nuevo Orden era perjudicial a su propio éxito: «La manera en que el Nuevo Orden se constituyó, contribuyó sin duda al debilitamiento del imperio de Hitler, incluso pudo haber sido el factor decisivo de su derrota» (Rich, 1973, p. 249).

Una cosa es cierta, sin embargo: si el Tercer Reich hubiera sobrevivido, difícilmente el Nuevo Orden de posguerra hubiera considerado un continente integrado sobre la base de la igualdad entre naciones. Las declaraciones de los diversos líderes nazis apuntaban, más bien, hacia una Europa en la que Alemania hubiera ejercido el poder hegemónico y subordinado gran parte del continente a un estatus colonial o semicolonial. Esto habría acontecido especialmente en la zona oriental del continente, ya que era donde se centraba la atención de Hitler respecto de proporcionar el lebensraum de Alemania, un punto de partida conveniente para lidiar con los untermenschen y como fuente de productos alimentarios y materias primas. La colonización del Este (y aquí Hitler pensaba principalmente en las vastas tierras rusas) representaba una excelente oportunidad para solventar la cuestión de los pueblos inferiores: no sólo judíos, sino también polacos, checos y razas eslavas. Hitler ambicionaba una futura Alemania en que soldados granjeros se asentarían en el Este y ayudarían a proporcionar los recursos necesarios para el Reich, mientras contendrían a la población indígena que quedaría relegada a la esclavitud. La colonización requería diferentes tratos con la población: germanización, esclavitud o exterminio, e incluía la destrucción de las ciudades. Claramente, se trataba de un plan a largo plazo, que sólo podría aplicarse plenamente cuando se alcanzase la victoria. De hecho, a mitad de la guerra, se tuvo más o menos que frenar la planificación para el futuro de la Europa en paz.

Sin embargo, nunca Heinrich Himmler, jefe de las SS, perdió de vista la estrategia a largo plazo de colonizar Europa y librar al continente de los judíos. Su ideología nórdica probablemente superaba incluso a la de Hitler; creía que el volk alemán debía reinar de forma suprema sobre Europa, relegando a los untermenschen a razas sometidas. En particular, los rusos debían ser empujados con el tiempo más allá de los Urales y hacia Asia. Luego se erigiría una muralla china con trabajo eslavo para evitar su filtración de nuevo hacia el oeste. Los pueblos del oriente se consideraban únicamente como mano de obra esclava y, por lo tanto, debían ser movilizados para la construcción de ciudades, aldeas y granjas alemanas, donde asentar a alemanes étnicos y ofrecerles un mejor nivel de vida que el de la población autóctona. A estos últimos no se les permitía mezclarse con los auténticos alemanes, pues esto debilitaría y diluiría la raza superior. «Ésta es la tarea [anunció Himmler en junio de 1942]: explotarlos para Alemania, para mantenerlos débiles de manera que nunca podrán derrotarnos o hacernos daño, y para que, a su debido tiempo, podamos expulsarlos e instalar alemanes en su lugar.»

En mayo de 1942, la Oficina de Planificación de las SS de Himmler elaboró un informe titulado Un plan general para el Este, que recibió la aprobación de Hitler. Éste preveía una mayor limpieza y programa de reasentamiento en el oeste de Rusia, Polonia y los estados bálticos, que implicaban el traslado por la fuerza de la mayoría de las poblaciones autóctonas hacia el este, hasta Siberia, para ganar espacio para el asentamiento de los alemanes étnicos. A lo largo de la guerra, el programa de reasentamiento no progresó mucho, unos 400.000 alemanes étnicos fueron reubicados en las provincias anexionadas de Polonia como Warthegau, pero un número aún mayor de refugiados se habían visto desplazados y transferidos de sus hogares en Hungría, Eslovaquia, Rumanía y parte de Yugoslavia. Los pocos que se establecieron en Ucrania y Bielorrusia fueron obligados a regresar hacia el oeste entre 1943 y 1944, siguiendo la retirada de las fuerzas alemanas, mientras que el mismo destino esperaba a los alemanes étnicos asentados en la región de la costa del Mar Negro, liberados en su momento por las tropas alemanas. Aunque el programa de reasentamiento se planteara a largo plazo y su consecución completa se previera para después del éxito bélico, Himmler descubrió, irónicamente, la dificultad de persuadir a los alemanes nativos de participar en el esquema de la colonización; los alemanes del Reich en particular no estaban dispuestos a desplazarse a las regiones apartadas del nuevo imperio. El contingente principal de alemanes del Reich, quizás medio millón en total, que emigró a las provincias de Polonia y en menor medida hasta el oeste de Rusia, no eran los soldados campesinos idealizados por los nazis, sino urbanitas no dispuestos ciertamente a defender el régimen de las hordas euroasiáticas. También ellos vivieron una corta transición, ya que fueron obligados a regresar al Reich, cuando el Ejército Rojo marchó hacia el oeste (Bullock, 1993, pp. 871, 897-898).

Dos citas de los discursos de Hitler y Göring evidenciaban que los alemanes arios iban a constituir los seres supremos del nuevo sistema. El objetivo principal de Hitler era explotar las ventajas de la hegemonía continental para el beneficio de la raza «dominante»:

 

El colono alemán [declaró Hitler a finales de septiembre de 1941] debe vivir en granjas bellas y espaciosas. Los servicios alemanes se alojarán en edificios maravillosos, los gobernadores en palacios [...] Alrededor de la ciudad, a una distancia de treinta a cuarenta kilómetros, tendremos un cinturón de bellos pueblos unidos por las mejores carreteras. Lo que exista más allá será otro mundo, donde los rusos vivirán como gusten. Es evidente, que deberemos gobernarlos (citado en Bullock, 1962, p. 657).

 

Göring era aún más desdeñoso sobre el destino de los pueblos autóctonos de los territorios ocupados. En una conversación con el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores italiano y yerno de Mussolini, a finales de 1941, se mostró brutalmente indiferente respecto de los untermenschen:

 

No podemos preocuparnos demasiado por el hambre de los griegos. Es una desgracia que golpeará a muchos otros pueblos además de ellos. En los campamentos, los presos rusos han empezado a comerse unos a otros. Este año, entre veinte y treinta millones de personas morirán de hambre en Rusia. Quizás deba ser así, porque algunas naciones deben ser diezmadas. Pero incluso si no fuera inevitable, nada se puede hacer al respecto. Es obvio que si la humanidad está condenada a morir de hambre, los últimos en morir serán nuestros dos pueblos (citado en Bullock, 1962, pp. 657, 659-660).

 

El trato alemán a los pueblos conquistados fue un error costoso, por el cual posiblemente Hitler perdió la guerra. La doctrina racial se antepuso a los intereses estratégicos en la visión de Hitler. La alienación y el exterminio de tantos pueblos hizo que Alemania malgastase un esfuerzo valioso. Después de todo, en algunas regiones como Ucrania, la población dio una auténtica bienvenida a las tropas alemanas inicialmente, para después volverse contra ellos cuando las SS y la Wehrmacht perpetraron atrocidades inspiradas en el decreto de Hitler de que se trataba de una guerra de aniquilación. La eliminación en masa de los judíos —una obsesión de Hitler— privó a Alemania de algunos de los más creativos y cualificados científicos e ingenieros, algunos de los cuales pasaron a beneficiar a los aliados.

Tales cuestiones son ahora puramente académicas, pues el Nuevo Orden nunca se concretó. En lugar de crear una nueva Europa, Hitler dejó la antigua en ruinas, más débil que en 1918 y a merced de las dos superpotencias. Antes de abordar estos temas debemos centrarnos en algunas cuestiones de la guerra.

Los acontecimientos de la segunda guerra mundial han sido narrados con demasiada frecuencia y sería inútil repetirlos con detalle en este lugar. Sin embargo, hay algunos de los aspectos económicos menos conocidos del esfuerzo bélico, y una o dos preguntas de carácter general que vale la pena considerar con mayor detalle: 1) ¿cómo fue que un país pudo invadir el continente europeo en un espacio de tiempo tan corto?; 2) ¿por qué, dada la extensión del poder y del control de Hitler en 1942, su régimen se hundió con el tiempo?, y 3) ¿por qué, en vista de los recursos mucho mayores de las potencias aliadas, tardó tanto en producirse la victoria de su causa?

 

 

4. LA VELOCIDAD DE LA CONQUISTA

 

La primera de estas preguntas no puede contestarse simplemente en términos del mayor potencial militar y económico de Alemania antes de la guerra, aunque, como veremos, esto no fue en absoluto un factor irrelevante. Ante todo debe reconocerse que la ejecución del tratado de paz después de la primera guerra mundial había dejado un vacío de poder en Europa oriental y central. Había creado varios estados independientes, todos ellos relativamente pequeños y débiles, tanto política como económicamente, comparados con sus vecinos del Este y del Oeste. Por tanto, se convirtieron en un objetivo evidente para naciones depredadoras más grandes, especialmente Alemania y Rusia, una vez que estas últimas potencias se hubieron recuperado del impacto de la primera guerra mundial. A finales de los años treinta ambos países estaban concebiblemente en situación de ampliar sus esferas de influencia en Europa y el hecho de que Alemania se anticipara puede atribuirse a que la mayor fuerza del país y las ambiciones políticas bajo Hitler se juntaron con el hecho de que la Unión Soviética estaba todavía en medio de las dificultades de su propio proceso de desarrollo, lo que Stalin llamaba «el socialismo en un único país». Pero lo importante es que la estructura de Europa la hacía vulnerable al ataque de cualquier gran potencia en los años treinta, siendo los dos candidatos más evidentes Alemania y Rusia. Además, no existía ningún baluarte efectivo para evitar que esto sucediera. Francia era débil económicamente, inestable políticamente, derrotista y, a pesar de la línea Maginot,[15] abierta a la invasión, circunstancia puesta de manifiesto por su precipitado hundimiento en 1940.[16] Gran Bretaña, en virtud de su equívoca actitud hacia Alemania en los años treinta y por su visión del continente como un conjunto, vacilaba entre la pacificación y el rearme, y finalmente terminó la década sin estar en situación de evitar la embestida alemana. La única potencia que plausiblemente habría sido capaz de hacer justicia a la situación, Estados Unidos, se había retirado al aislamiento después de 1920 y en la época en que la guerra estalló de nuevo su potencial militar estaba lejos de poder contrarrestar el ataque alemán.

Los éxitos iniciales de Hitler se derivaron en gran medida de la estrategia empleada para conquistar Europa. La estrategia de la blitzkrieg evitó cualquier compromiso de una guerra muy prolongada que implicase armamento en profundidad. Suponía más bien un ataque rápido sobre objetivos específicos pero limitados, método que cogió a sus adversarios por sorpresa y les dejó discutiendo si cada nueva conquista sería la última. La clave de las arrolladoras victorias de Alemania descansa en su capacidad de respaldar sus amenazas con la fuerza, junto con la ausencia de una seria oposición, y esto fue capaz de hacerlo a causa de su mayor concentración militar antes de la guerra. El gasto de las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) en armamentos en el período 1934-1938 aumentó al doble, tan deprisa como el del Reino Unido, la Unión Soviética y Francia juntos, y representó el 52 por 100 de todo el gasto bélico de treinta naciones en 1938, frente al 35 por 100 en 1934. Los países que se enfrentaron a Alemania en septiembre de 1939 —Francia, Polonia, Gran Bretaña, India y los dominios beligerantes de la Commonwealth— habían presupuestado el año anterior un gasto total en armamento algo superior a la tercera parte del de Alemania. Polonia y Francia, por supuesto, cayeron rápidamente, mientras que Rusia, aunque se había armado muy deprisa inmediatamente antes de la guerra, no pudo unirse a la causa aliada hasta 1941. Estados Unidos, por otra parte, mantuvo su neutralidad al principio y, en cualquier caso, su gasto en armamento fue poco mayor que el de Francia. Así, dada la debilidad de la situación aliada, junto con la dispersión geográfica de los países que se enfrentaron con las potencias del Eje, apenas puede sorprender que Hitler los barriera a todos en la primera fase de la guerra.

Aunque se había intentado minimizar el alcance de los preparativos militares de Alemania antes de la guerra, parece haber pocas dudas de que Alemania tuviera una superioridad inicial en términos de potencial militar y económico. El punto importante que considerar, sin embargo, es que su preparación militar se diseñó primariamente para una serie de guerras cortas con certidumbre de victoria. Debe subrayarse de nuevo que Hitler nunca tuvo la menor intención de comprometerse en batallas muy largas para las que el país no estaba en absoluto preparado, y este punto se confirmó por el hecho de que el principio de la guerra no produjo ningún cambio significativo de las prioridades económicas y militares de Alemania. En su mayor parte, ya se había hecho una preparación suficiente para llevar a cabo el tipo de guerra contemplado por la Alemania nazi. Sólo cuando Alemania se vio obligada a abandonar sus tácticas «relámpago» y cambió a la lucha de campañas defensivas y de retaguardia de duración indeterminada, las limitaciones de sus preparativos militares se hicieron evidentes. Fue desafortunado, al menos en lo que se refiere a la causa aliada, que Gran Bretaña en particular equivocara la naturaleza de los planes bélicos alemanes. Gran Bretaña había supuesto que Alemania había estado armándose intensamente durante años, para efectuar un ataque masivo y prolongado y, por tanto, concluyó que era poco lo que se podía hacer a corto plazo, excepto defenderse contra la invasión hasta el momento en que se forjara su propio potencial militar. Por tanto, se dio prioridad al armamento en profundidad a largo plazo, cuya consecuencia fue dejar a Alemania las manos relativamente libres en Europa durante los dos primeros años de guerra.

Se previó también que la Luftwaffe intentaría un golpe de gracia contra Gran Bretaña desde el aire. En consecuencia, se dio prioridad al esquema de defensa aérea, que demostró su valía en la batalla de Gran Bretaña cuando los cazas monoplanos aliados (Spitfires y Hurricanes) junto con el sistema de rádar de alerta temprana, se impusieron sobre una fuerza aérea alemana que, de hecho, se había desarrollado principalmente como un brazo de apoyo para la Wehrmacht, más que como una fuerza de bombardeo estratégico. Sin embargo, esto significó dejar a Gran Bretaña con una fuerza expedicionaria minúscula y la privó de un medio eficaz de disuasión o intervención. La leva general no se introdujo hasta abril de 1939, reflejando la mayor prioridad otorgada a la Armada Real y a la RAF. Esta situación convenció a Hitler de ir a por todas en septiembre de 1939.

El transcurso de estos dos años dejó a Alemania en lo que parecía ser una situación invencible. Con todo, durante el curso del año siguiente cambió la tendencia contra el Reich y en el invierno de 1942-1943 el Reich empezaba a menguar. Aunque habían de pasar otros dos años o más antes de que el país fuera derrotado, las semillas de la decadencia estaban sembradas antes de que el conflicto llegase a la mitad de su duración.

 

 

5. EL COLAPSO DEL TERCER REICH

 

Pueden aducirse varios factores para explicar la muerte del Reich, a pesar de su aparentemente insuperable situación en la cumbre de sus conquistas. Uno de los primeros e importantes errores de Hitler fue embarcarse en el ataque contra Rusia (junio de 1941).[17] Esto fue en una época en la que todavía estaba ocupado en el frente occidental con Gran Bretaña, acción que se mostró costosa y que no tuvo demasiado éxito. Gran Bretaña siempre fue un objetivo difícil de atacar y derrotar, dada la supremacía de la RAF en el sur de Inglaterra y el dominio sobre el Canal de la Armada Real, que convertían en precario cualquier intento de invasión por mar, dada la necesidad de transportar tropas y equipos con barcazas y otras embarcaciones lentas. El motivo de atacar Rusia fue la insatisfacción con que Hitler consideraba a un aliado que no colaboraba y que no era digno de confianza, lo que le llevó a la convicción de que debía enfrentarse a él sin demora, antes de que fuese más fuerte. La conquista de la Unión Soviética también formaba parte del plan más a largo plazo de Hitler para proporcionar espacio vital en el Este, como parte de sus planes grandiosos para la remodelación de Europa que proporcionarían a Alemania productos alimenticios y materias primas, así como un depósito conveniente para los untermenschen o pueblos racialmente inferiores. También temía la arremetida soviética en Rumanía —el principal proveedor de petróleo a Alemania— , de ahí su preocupación para adquirir los suministros petroleros soviéticos de Ucrania que, posteriormente, dio lugar a una desviación, que iba a resultar fatal, del Grupo de Ejércitos Centro desde su unidad en Moscú.

Para Hitler, la conquista de Rusia no era sólo una cuestión de espacio físico o lebensraum. También se trataba de suministrar materias primas estratégicas. A pesar de las conquistas en el oeste y en el este de Europa que habían mejorado la situación económica de Alemania, el país todavía padecía seriamente de escasez de materias primas fundamentales y de combustible líquido. En este contexto, el valor de Rusia no era únicamente por su papel como principal suministrador externo de materias primas a Alemania, sino como controlador del acceso a muchas de las rutas de abastecimiento, que podían cortar en cualquier momento. El razonamiento lógico de Hitler era que la anulación del gigante ruso no sólo proporcionaría a Alemania libre acceso a los ricos recursos del país, sino que también eliminaría la amenaza extranjera a líneas vitales económicamente para Alemania, entre las más importantes los campos petrolíferos rumanos. Un factor adicional era poder acabar con la amenaza del bolchevismo. Además, estaba convencido de que la razón última para que Gran Bretaña se negase a aceptar la paz era la Unión Soviética

Al mismo tiempo, Hitler creía erróneamente que la guerra en el oeste estaba virtualmente ganada, e incluso en esta última etapa no había abandonado del todo la idea de la posibilidad de atraer a Gran Bretaña al lado del Eje. Además, nunca pensó que Rusia pudiera representarle ningún problema. Las purgas del Alto Mando en los años treinta habían dejado al Ejército Rojo sumido en el caos, una imagen que la lucha para imponerse a Finlandia durante la «Guerra de Invierno» de 1939-1940 parecía confirmar. Y, efectivamente, el comienzo de la campaña rusa fue bueno y de nuevo parecía que la estrategia de Hitler era correcta. En cinco meses había sido conquistada un área unas cinco veces mayor que la de Alemania y parecía sólo cuestión de tiempo que el gigante ruso fuera sometido. Por desgracia, sencillamente Rusia rechazó «hundirse en el momento previsto»; las fuerzas rusas opusieron una resistencia tenaz y en el otoño de 1942 las tropas alemanas tuvieron que afrontar el barro y la nieve en el peor invierno en cincuenta años. La defensa sostenida de las tropas rusas evidenció que había pasado la fase de la blitzkrieg. Hitler había quedado estupefacto ante la resistencia de las fuerzas rusas y su capacidad para lanzar más divisiones a la refriega. Lo que ni Hitler, ni la inteligencia alemana —la Abwehr— entendieron, fue que Rusia, lejos de quedar reducida a un estado de servidumbre, todavía disponía de grandes reservas a donde recurrir. La mano de obra no escaseaba y la región alrededor de los Urales, y más allá, contenía suficientes materias primas y recursos para hacer posible una reconstitución del esfuerzo bélico ruso, incluso si caía Moscú (como ya hizo con Napoleón en 1812); la capacidad de la Rusia soviética para el contraataque hubiera prevalecido, sobre todo por la voluntad de Stalin de aguantar a pesar de las grandes pérdidas y de la capacidad de su régimen totalitario para soportarlas. El principal error de cálculo de Hitler, provocado en parte por la defectuosa información de la inteligencia alemana sobre la situación rusa, fue creer que la Unión Soviética podría ser tomada de forma rápida y temprana. En resumen, toda la operación se planificó mal, provocando la escasez de alimentos, ropa, equipo y municiones para las tropas avanzadas, mientras que un tercio de las divisiones operativas permanecían todavía en el frente oeste. La campaña de Rusia constituyó probablemente el mayor error de Hitler.

Mientras tanto, Estados Unidos había sido arrastrado a la guerra por el ataque japonés a Pearl Harbor (diciembre de 1941). Hitler cometió entonces otra crasa metedura de pata al declararles la guerra en apoyo de su aliado japonés. Esto al principio se mostró como un movimiento útil de diversión desde el punto de vista de Hitler, pero era sólo cuestión de tiempo que Estados Unidos volviera su atención hacia Europa. Hitler creyó erróneamente que los estadounidenses estarían ocupados con Japón y no anticipó una amenaza grave de aquel acantonamiento hasta mucho más tarde. De hecho, Estados Unidos adoptó la estrategia política de «primero Alemania» y preparó su economía civil para producir armamento. Prácticamente toda la capacidad de la industria automovilística se transformó en producción de guerra y la Ford Motor Company acabó produciendo más armamento que toda Italia.

Vista en retrospectiva, la decisión de invadir la Unión Soviética constituyó el mayor error de Hitler y, en última instancia, condujo a la caída de Alemania. Al final, la campaña rusa absorbió una cantidad desproporcionada de recursos nacionales, a costa de otros escenarios bélicos.[18] A corto plazo, la decisión de atacar Rusia estuvo motivada por la desconfianza hacia su aliado. Una desconfianza innata de que podría atacar primero, pero también de temor a que Gran Bretaña intentase buscar una alianza con la Unión Soviética. Y aún más importante, la conquista del Este encajaba con la estrategia declarada respecto del futuro del Reich, cuando habría espacio para vivir en las ricas tierras de Polonia y Ucrania, mientras que los territorios euroasiáticos podrían ser utilizados como un vertedero para eslavos y otras poblaciones que no cumplieran con las exigentes pruebas de calidad racial de Hitler.

Desafortunadamente, Hitler no tuvo en cuenta la magnitud de la tarea de matar al gigante ruso, pero una vez dado el primer paso, ya no había vuelta atrás. Las primeras victorias sobre el Ejército Rojo tranquilizaron a Hitler con una falsa sensación de seguridad y de perspectivas de una rápida victoria. Pero una vez atascadas las fuerzas alemanas en un terreno vasto e inhóspito, no quiso aprobar una retirada y reagrupación ordenadas, sino que insistió en mantener una defensa firme in situ. Esto regaló a la Unión Soviética un espacio valioso para respirar, reorganizar sus fuerzas y técnicas de combate, y recuperarse económicamente tras la devastación de su economía a manos de las fuerzas invasoras alemanas. Hitler juzgó erróneamente la capacidad soviética de contraataque, creyendo que el país estaba al borde del colapso a finales de 1941. Dos factores principales fueron los responsables del vuelco de la suerte. En primer lugar, el Ejército Rojo, a través de una mejor organización y de unas técnicas de combate más eficientes y efectivas, logró mantener a raya a los alemanes, evitando que pudieran capturar las principales ciudades —Moscú y Stalingrado— y encerrándolos en una lucha sin fin por Leningrado, durante el sitio más largo de la historia. En segundo lugar, a pesar de las severas mermas de recursos y de la pérdida de mucha capacidad productiva como consecuencia de la ocupación alemana, la economía soviética fue capaz de organizar una recuperación notable en los últimos años de la guerra gracias al traslado de instalaciones de producción hacia el Este, los métodos de producción centralizados y la producción masiva de equipamiento militar. Entre diez y doce millones de trabajadores industriales, cientos de empresas y una gran cantidad de maquinaria y equipos fueron transferidos a las regiones orientales de la Unión Soviética en lo que sólo puede ser descrito como un logro notable de la deslocalización industrial, en tan corto espacio de tiempo. Esta transformación fue crucial para el éxito final del Ejército Rojo, ya que en la última parte de la guerra, la Unión Soviética estaba produciendo para el frente más armas que Alemania. Armas alemanas que, aunque técnicamente superiores, a menudo se producían en lotes pequeños para satisfacer los requisitos técnicos del ejército. Por ejemplo, en un momento concreto había al menos 151 tipos de camiones en producción. Rusia, siguiendo en cierta medida la práctica americana, rehuyó la calidad en la producción a favor de la cantidad, lo que finalmente dio sus frutos. Si Alemania hubiera seguido el mismo camino y hubiera explotado sus vastos recursos en el Reich, los territorios ocupados y los países del Eje con mayor eficiencia y humanidad, quizás el resultado de la guerra en el frente oriental podría haber sido diferente.

La primera mitad de 1942, por tanto, marcó un punto de inflexión decisivo en la segunda guerra mundial. Cada vez era más evidente que el régimen había acaparado demasiado: las fuerzas alemanas estaban involucradas en los Balcanes, en África del Norte, contra los británicos por mar y aire, y contra la Unión Soviética. Unas operaciones tan masivas y extensivas habían sobrepasado la capacidad de suministro de la economía y, a su vez, evidenciaban el fracaso a la hora de movilizarla plenamente. Göring también admitió que la economía se hallaba destrozada por la confusión y los desperdicios, aunque él mismo había contribuido a ello y, sin embargo, poco hizo para rectificar la situación. Ello significó el final de la estrategia de la blitzkrieg, sobre la que descansaba decisivamente todo el plan de campaña de Alemania, y supuso, en cambio, que el régimen se viera obligado a comprometerse a una lucha larga para la que no estaba preparado ni militar ni anímicamente. En efecto, la guerra se convirtió ahora en una lucha entre potenciales económicos que decantó fuertemente la superioridad en favor de los aliados. Sólo Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética representaban un 60 por 100 de la producción manufacturera mundial en 1936-1938, frente a un 17 por 100 para las principales potencias del Eje. Es cierto que estas últimas también podían utilizar los recursos de los territorios conquistados, pero a su vez los principales aliados podían utilizar los recursos de un área todavía más amplia, más allá de Europa. Alemania había sido vencida por una coalición de tres grandes potencias en la primera guerra mundial y correría la misma suerte de nuevo a manos de la Gran Alianza.

El compromiso de una guerra total en el lado aliado movió a una masiva concentración de fuerza armamentista y una extensa movilización de la mano de obra y de los recursos económicos. También llevó a un sistema más extenso de planificación y control que el de la primera guerra mundial. Así, desde principios de 1942 la producción de armas en los países aliados aumentó rápidamente hasta alcanzar un máximo en 1944. En el lado del Eje fue evidente una tendencia semejante, pero la obligación de un esfuerzo máximo llegó más tarde y fue perseguida con menos energía. De hecho, tan tarde como en septiembre de 1941, Hitler había cometido el error fatal de reducir el ritmo de la producción de guerra, suponiendo que la guerra estaba virtualmente ganada, orden que iba a mostrarse costosa en términos de equipamientos militares en 1942. Aun entonces Hitler seguía siendo reacio a decidir algo parecido a una movilización general de la fuerza laboral y de los recursos, porque todavía creía equivocadamente que podía ganarse la guerra por medio de sus anteriores tácticas «relámpago». De este modo, aunque la producción de armas aumentó en 1942, en gran medida gracias a los esfuerzos de Albert Speer para mejorar la utilización de los recursos, siguió siendo inadecuada, y el fracaso de la movilización total significó una constante escasez de trabajo, tanto para las finalidades de defensa como de producción. En su lugar, el régimen se contentó con aliviar en alguna medida la escasez de trabajo, obligando a los trabajadores de los territorios ocupados. Sin embargo, el trabajo esclavo estaba lejos de ser el ideal, pues les faltaba el entreno y el espíritu patriótico de los trabajadores nativos.

Sin embargo, el desastre de Stalingrado a fines de 1942, con el fracaso de la campaña final de la blitzkrieg, cuando el Sexto Ejército se rindió, puso en evidencia que se necesitaban cambios fundamentales en la dirección de la economía de guerra alemana. Antes de este acontecimiento, en febrero de 1942, Albert Speer había sido designado ministro de Armamento y Municiones, y durante el curso de aquel año había conseguido algunos resultados notables impulsando la producción en unas condiciones que distaban mucho de ser las más favorables. Pero hasta septiembre de 1943 no hubo una autoridad única para dirigir el conjunto de la economía de guerra alemana, cuando Speer fue nombrado ministro de Armamento y Producción Bélica, con poderes tanto sobre los sectores militares como sobre los civiles de la economía. Aunque Speer llevó a cabo espectaculares hazañas contra fuerzas abrumadoras, dado que Hitler continuaba poco dispuesto a dejar que la producción de bienes civiles disminuyera de modo apreciable, se habían perdido las principales oportunidades para reestructurar la economía. A causa del retraso inicial de Alemania en la movilización total, los aliados se adelantaron en el armamento, en profundidad, aparte del hecho de que su fuerza unida era infinitamente mayor (véase Cuadro 5.1).

 

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Así, cuando con el tiempo se advirtió claramente que era necesario un cambio de dirección, era demasiado tarde para que Alemania intentara una revisión radical de su economía de guerra con vistas a ampliar su base industrial. En 1944, la producción bélica alemana triplicaba la de 1941, pero ese resurgimiento llegaba tres años tarde. Alemania estaba ahora a la defensiva y, por tanto, las necesidades inmediatas eran primordiales; el trabajo y los materiales ya no podían perderse en proyectos que no proporcionaran rendimientos inmediatos. En otras palabras, Alemania se veía obligada ahora a concentrar su energía todo lo que pudiera en impulsar la producción de armas, utilizando en la mayor medida posible los suministros de trabajo y materiales de la Europa ocupada. Con el tiempo, estos suministros empezaron a interrumpirse y en 1944 la creciente escasez de fuerza laboral y materias primas estaba obstaculizando seriamente el esfuerzo bélico. En el otoño del mismo año se veía cada vez con más claridad que Alemania no tenía suficientes recursos para continuar la guerra durante mucho tiempo. Sin embargo, aun en esta última fase, Alemania no había explotado completamente sus propias reservas; la movilización de las mujeres, por ejemplo, podía haberse intensificado, mientras que el trabajo esclavo podría haber sido más productivo si hubiera sido utilizado de forma más humana. En la primavera de 1942, Hitler había rechazado abiertamente el reclutamiento de mujeres para trabajar en la producción de guerra, y en septiembre de 1944 tan sólo se habían incrementado en 271.000 las mujeres con empleo respecto de mayo de 1939. Aun así, como resultado de la leva masculina para el ejército, el componente masculino se estaba reduciendo por lo que la proporción de mujeres alemanas trabajadoras aumentó de un 37 a 51 por 100, una proporción mayor que en Gran Bretaña o Estados Unidos. La agricultura dependía en gran medida de la mano de obra femenina, que constituía más de la mitad del total empleado. Del mismo modo, la selección de civiles para prestar servicio en las fuerzas armadas no fue tan rigurosa como podría haber sido. Este descuido puede atribuirse de nuevo a la concepción original que Hitler tenía de la guerra, que le hizo reacio a disponer un esfuerzo máximo en la medida que estuviese implicada la movilización. Por otra parte, una gran proporción de los que servían en el ejército alemán no habían participado de forma efectiva en el frente de batalla, sino en tareas de ocupación y administrativas. Otra oportunidad perdida para explotar los recursos de mano de obra existentes fue la política de exterminio en masa de judíos y prisioneros de guerra. En el invierno de 1941, por ejemplo, cerca de tres millones de prisioneros de guerra fueron eliminados, obligando a lanzar una frenética leva a lo largo del continente en 1942. De hecho, Alemania contaba con una gran reserva de mano de obra para hacerlo en el Reich, los territorios ocupados y los países aliados, como Finlandia, Hungría, Rumanía y Eslovaquia.

El Cuadro 5.2 proporciona una instantánea de la situación general con respecto a la reserva de trabajo alemana. Como consecuencia del drenaje hacia las fuerzas armadas —11,2 millones 1943—, la fuerza de trabajo autóctona declinó dramáticamente, sin poder ser cubierta plenamente con la extranjera, por lo que en 1944 había un poco más de tres millones de trabajadores menos empleados en la economía nacional. Además, no se produjo un significativo aumento de la productividad para compensar el déficit. De hecho, en algunos sectores, la productividad disminuyó debido a las largas horas, la alimentación insuficiente y los problemas para cubrir las necesidades básicas, mientras que la eficiencia de los trabajadores exteriores era inferior a la alemana.

 

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La política adoptada con respecto a los territorios conquistados tampoco fue satisfactoria en cuanto a asegurar el potencial máximo para las finalidades bélicas. El régimen nazi no trató nunca de convencer a ninguno de los aliados nominales o de los países conquistados de que sus intereses eran idénticos a los de los pueblos germánicos. En su mayoría, Hitler trató a todos los países no germánicos de Europa de la misma manera, esto es, como territorios que había que explotar para servir a las necesidades alemanas. Esta política tuvo dos consecuencias desgraciadas en lo que se refería a Alemania. En primer lugar, eliminó la posibilidad de asegurar el apoyo voluntario de los no alemanes al esfuerzo bélico de Hitler. Es una cuestión discutida hasta qué punto esto puede haber sido así, pero ciertamente el tratamiento inferior a los no alemanes hizo poco para estimular su apoyo y a menudo produjo una hostilidad latente. En segundo lugar, la abierta explotación de los territorios ocupados, como oposición a la construcción de su propio potencial productivo, con el tiempo fue contraproducente. Es verdad que Alemania obtuvo considerables recursos de los dominios que gobernó —estimaciones aproximadas sugieren que la contribución extranjera al producto nacional bruto de Alemania en el período bélico fue del orden del 20 por 100—, pero es más que probable que la contribución hubiera sido aún mayor si se hubiera adoptado una actitud más humana y constructiva hacia estos territorios. En particular, si no se les hubiera debilitado seriamente mediante una política de explotación, su contribución en las últimas fases de la guerra podría haber sido decisiva para el esfuerzo final de Alemania.

En otro aspecto también puede argumentarse que Alemania cometió un serio error al no asegurarse la cooperación de los países ocupados, porque hacia la fase central de la guerra sus principales aliados, Italia y Japón, estaban resultando una pesadilla. Italia era un país débil, a pesar de los denodados intentos de Mussolini para imitar al Führer, y el país proporcionaba escaso apoyo efectivo al esfuerzo bélico alemán. Italia contaba con pocos minerales y materias primas para ofrecer, y su destreza bélica no coincidía con la alemana. Para empeorar las cosas, Mussolini tenía ambiciones independientes, sobre todo en África y los Balcanes, mientras que las desastrosas realizaciones bélicas de la economía italiana significaron que Alemania se vio virtualmente obligada a sostener el país hasta que se hundió el experimento fascista. Las realizaciones de Japón fueron mejores, e inicialmente se mostró como un aliado útil en el esfuerzo por desviar de Europa a Estados Unidos. Pero Japón fracasó en bloquear a Estados Unidos y cuando a continuación desarrolló ambiciones más amplias en el área del Pacífico, su utilidad estratégica para Hitler disminuyó. De hecho, la decisión de apoyar a su aliado japonés y declarar la guerra a Estados Unidos le perseguiría. Los japoneses no intentaron interceptar los suministros de Préstamo y Arriendo americanos que llegaban a Rusia vía Vladivostok, temiendo provocar a los soviéticos. Tampoco hubo una adecuada coordinación en el pacto tripartito. Por ejemplo, Hitler invadió Rusia y Rumanía, sin consultar a Mussolini, mientras que, a su vez, éste envió a sus fuerzas a Grecia desafiando los deseos alemanes de no perturbar los Balcanes, ya que proporcionaban importantes materias primas y minerales. Del mismo modo, Japón firmó un pacto de no agresión con la Unión Soviética en abril de 1941, priorizando girar hacia el sur para ir contra los intereses británicos y estadounidenses en el sudeste de Asia, en lugar de hacerlo hacia el norte contra la Rusia asiática. Ello evitó una guerra de dos frentes y permitió a Stalin transferir las divisiones de Siberia para defender Moscú. De nuevo, el ataque japonés a Pearl Harbor fue una sorpresa tanto para Hitler como para el presidente americano.

Finalmente, debe observarse que el propio régimen alemán estuvo lejos de la unidad. Las agrias disputas internas entre los nazis y las luchas por el poder continuaron a lo largo de toda la guerra y sirvieron para debilitar el esfuerzo administrativo y de organización del Tercer Reich. Los efectos se vieron en la relativamente ineficiente organización de los territorios conquistados, donde había «una desconcertante superposición de autoridad entre los diversos organismos administrativos alemanes y una competencia feroz por el poder» (Rich 1974, p. 203). Se creó un increíble laberinto superpuesto de oficinas y agencias del partido, y organizaciones estatales y privadas, descritas en el caso de Francia como «un caos impenetrable de competencias», convirtiendo en increíble que cualquier cosa pudiera seguir adelante entre la confusión. Existían también frecuentes disputas sobre la dirección de la propia economía de guerra alemana. En una u otra época, cada miembro conspicuo del entorno de Hitler se permitió pelearse con sus adversarios inmediatos, práctica que Hitler prefirió ignorar en gran medida por razones personales. Este «divide y vencerás» protegía su propia base de poder, pero la fragmentación del mando resultante causaba un daño irreversible al liderazgo militar, sobre todo porque el propio Hitler tomaba todas las decisiones, muchas de ellas erróneas pues nunca estaba dispuesto a escuchar consejos. Así, el fracaso de Alemania fue en parte debido a la ausencia de liderazgo eficiente. Como observó un historiador: «Cuatro años después de la victoria blitzkrieg sobre Francia, el sistema de mando alemán se hallaba en un estado caótico» (Roberts, 2003, p. 142). Esta guerra intestina entre subordinados poco ayudó a la planificación y organización del esfuerzo bélico y puede muy bien haber dado a los adversarios de Hitler una oportunidad para quebrar la hegemonía alemana. Según Höhne, la seña de identidad del régimen nazi fue la ausencia de sistema y de jerarquía estructurada: «Sin sentido, caótica y sin estructura, la selva servía como sistema de gobierno en el estado del Führer» (Höhne, 1969, p. 340). Bullock (1962, p. 676) es igualmente crítico con las deficiencias de la máquina nazi:

 

La cacareada organización totalitaria del Estado Nacional Socialista estuvo, en la práctica, plagada de corrupción y ineficiencia bajo el patrocinio de los jefes nazis, desde hombres como Göring y Himmler hasta llegar a los gauleiters y las pequeñas mafias locales de cada ciudad alemana. En todos los niveles existían conflictos de autoridad, una lucha por el poder y el botín, y la típica guarnición de la actuación mafiosa: «protección», trapicheos y «comisiones». Los nazis no cambiaron su naturaleza cuando llegaron al poder y siguieron actuando como lo que eran —gángsters, vividores y matones—, pero ahora bajo el control de los poderes de un gran Estado.

 

Que Alemania no se arruinase completamente a causa del control nazi, Bullock lo atribuye a la capacidad de organización de los funcionarios de la administración pública y los gobiernos locales y de los líderes de la industria, que siguieron funcionando lo mejor que pudieron en un entorno hostil.

Los comentarios anteriores proporcionan algunas de las razones por las que el Eje sucumbió finalmente a la derrota. La hipótesis contrafactual sería: ¿podría haber ganado la guerra Alemania? Desafortunadamente, este ejercicio especulativo no se puede introducir aquí, pero quien tenga interés puede dirigirse al libro de Andrew Roberts The Storm of War, dónde hallará algunos interesantes puntos de vista sobre este asunto.

 

 

6. EL RETRASO ALIADO

 

A principios de 1944, Alemania debería haber estado prácticamente acabada, tras los desastres en el este y el norte de África, el colapso de Italia, la guerra aérea sobre su país y los preparativos para el desembarco occidentales. Dadas las debilidades y los errores del régimen nazi y su potencial inferior, comparado con sus adversarios, puede parecer sorprendente que les costase tanto tiempo a las potencias aliadas asegurar la victoria. La provisión general de bienes y servicios para la guerra solamente en Gran Bretaña y Estados Unidos superó probablemente la disponible en Alemania en 1944 en un 75 por 100, mientras que en la producción de varios tipos de municiones la ventaja aliada era substancial (véase Cuadro 5.1). También, a principios de 1941, la superioridad aérea era claramente evidente y así quedó demostrado posteriormente en el frente occidental.

Hay varias razones para explicar este retraso. En primer lugar, después de la entrada de Estados Unidos en la guerra, los aliados se enfrentaron durante un tiempo con la tarea de mantener una operación de resistencia hasta el momento en que pudieran construir su fuerza militar en una medida en que pudieran embarcarse en un ataque a gran escala contra Alemania. En el verano de 1940, Estados Unidos no estaba en condiciones de implicarse en un conflicto importante, pues sólo podía poner sobre el terreno un tercio del número de divisiones respecto a las que podía recurrir Bélgica. La capacitación defensiva aliada llevó algún tiempo, especialmente la instrumentación de las operaciones requeridas por los métodos norteamericanos de producción en masa, mientras que las elevadas pérdidas de buques a consecuencia de la actividad submarina alemana hicieron estragos en el movimiento de suministros. La división sobre cuándo abrir un segundo frente contra Alemania en el oeste de Europa también fue un factor. En 1942-1943, Churchill convenció a los estadounidenses para respaldar una estrategia mediterránea, que culminó con la derrota de la Italia fascista, pero también retrasó la acumulación de fuerzas en el sur de Inglaterra para invadir Francia. Stalin había estado presionando a sus aliados para poner en marcha un desembarco occidental a partir de 1942 pero, muy a su disgusto, éste no se materializó hasta 1944. Además, la guerra en el frente del este absorbió una gran proporción de recursos, especialmente norteamericanos, reduciendo por esta razón el esfuerzo europeo. Durante un tiempo, también la fuerza de choque rusa fue seriamente debilitada como consecuencia de las victorias iniciales de Hitler. La Unión Soviética también había perdido una gran parte de sus recursos industriales en favor de Alemania, y no fue hasta que se hubo creado una nueva base industrial en los Urales y más allá del Volga que aquélla estuvo en situación de embarcarse en un ataque efectivo desde el este. También es posible que los aliados subestimasen el potencial de producción bélico de Alemania después de la blitzkrieg. A pesar de las crecientes dificultades, la producción de municiones aumentó rápidamente y en la primera mitad de 1944, en cuya época la superioridad aliada era claramente evidente, Alemania fue capaz de hacer un último esfuerzo y en el proceso consiguió aumentar la producción de algunos armamentos vitales más deprisa que los aliados. Finalmente, la estrategia de bombardeo aliada, más bien ineficiente, contribuyó a retrasar la victoria.

Parte de la culpa de la demora aliada puede atribuirse, sin duda, al despilfarro e ineficiencia de la campaña de bombardeos aliados. Especialmente en el caso del mando bombardero de la RAF en 1943, cuando se desataron intensos e indiscriminados bombardeos nocturnos sobre las ciudades alemanas en lugar de concentrarse en centros industriales claves. Aunque la RAF había repetido las incursiones en la cuenca del Ruhr durante el 1943, estas incursiones periódicas sólo habían tenido un impacto moderado sobre la capacidad industrial de la región. Muchos civiles murieron o quedaron heridos en lo que se llamó un «error trágico operativo» y el fracaso en la consecución de la victoria le dio a Alemania la oportunidad de lanzar un último esfuerzo. Poco mayor fue el acierto de los estadounidenses en sus incursiones diurnas desde las bases aéreas inglesas y, proporcionalmente, sufrieron mayores pérdidas. Lejos de volver a la población civil contra el régimen nazi, los bombardeos aliados reforzaron su apoyo. Incluso cuando la campaña de bombardeos aliados se centró más en los mandos militares y las instalaciones industriales, su impacto sobre la capacidad de Alemania para producir, en parte debido a una reubicación de las instalaciones estratégicas de producción militar, fue limitado. Sin embargo, hubo al menos un efecto beneficioso desde el punto de vista aliado. Los ataques aéreos intensivos obligaron a Alemania a trasladar una gran parte de sus recursos aéreos desde el este para cubrir el frente occidental. En la primavera de 1943, el 70 por 100 de los cazas alemanes participaban en el escenario bélico occidental, lo que exponía a las fuerzas de infantería alemanas en el frente ruso al ataque aéreo enemigo.

La resistencia alemana durante tanto tiempo sólo puede explicarse, en parte, por una capacidad de lucha superior de sus fuerzas. Los aliados no pudieron igualar la destreza bélica de las tropas alemanas o japonesas, ni contaban con mejores equipos. Sin embargo, producían más y, al final, fue la cantidad y no la calidad lo que logró la victoria para el bando aliado. Como en la primera guerra mundial, fue necesario el esfuerzo combinado de las tres grandes potencias para someter a Alemania. Después de mediados de 1944, sin embargo, la derrota de Alemania era sólo cuestión de tiempo. Hasta entonces, la producción bélica de Alemania no se había visto tampoco impedida seriamente por una escasez de recursos. Después la situación se deterioró rápidamente. Los desembarcos en Normandía, en el verano de 1944, junto con los intensos bombardeos, pusieron a Alemania en estado de sitio. Durante el último año de guerra, los aliados se impusieron por aire en todos los frentes. El suministro de materias primas se redujo cada vez más, a medida que iba disminuyendo el área bajo control alemán, mientras que los fuertes bombardeos aliados reducían la capacidad productiva de las potencias del Eje y sus territorios ocupados. Por ejemplo, los continuos ataques aéreos de mayo de 1944 sobre los recursos petrolíferos alemanes tuvieron un gran éxito; redujeron el volumen del carburante disponible en un 90 por 100 y por esta razón hicieron inoperantes los nuevos carros de combate y aviones a reacción. La creciente escasez de recursos tuvo un serio impacto sobre la producción en la última mitad del año. De esta manera, con unas reservas rápidamente menguantes y una producción en declive, Alemania se enfrentó con un violento ataque combinado de las naciones aliadas en todos los frentes. Su mayor fuerza económica y militar lo estaba anunciando. En la primavera de 1945 la situación se había hecho desesperada y el 7 de mayo se rindió Alemania. «Los hechos crueles del poder económico, expresados en forma del equipo militar y de los hombres que los manejaron, al final aplastaron [a Hitler] y a Alemania» (Wright, 1968).

 

 

7. ASPECTOS ECONÓMICOS DEL ESFUERZO BÉLICO

 

En el invierno de 1943-1944, la economía mundial estaba más movilizada para la guerra que en cualquier otra época anterior, incluyendo el período de la primera guerra mundial. La planificación y el control de los recursos económicos fueron mucho más intensos y detallados de lo que habían sido en 1914-1918, mientras que la proporción del producto dedicada a finalidades bélicas también era mayor. En el punto máximo de la actividad, más de una tercera parte del producto neto mundial se destinaba a la guerra. El gasto militar, por supuesto, se concentraba fuertemente en un pequeño número de países. Los principales beligerantes, incluyendo los dominios británicos, estaban gastando de 36.000 a 38.000 millones de libras al año en guerra o defensa, mientras que el resto del mundo tenía un presupuesto anual a lo sumo de 1.500 millones de libras para una finalidad semejante. Al mismo tiempo, las principales fuerzas en combate, estaban sacando de 3.000 a 36.500 millones de libras del resto del mundo en forma de impuestos, exacciones y préstamos.

La distribución de los gastos bélicos entre los principales participantes varió considerablemente. Contando sobre la base de la responsabilidad presupuestaria para los bienes y servicios bélicos, puede darse por supuesto que Estados Unidos encabezaba con facilidad la lista, representando su participación un 30 por 100 del total mundial. El siguiente país por orden de gasto fue la Gran Alemania, con un 25 por 100, que incluye exacciones e impuestos a los territorios ocupados. La Unión Soviética y el Reino Unido representaban una séptima y una octava parte, respectivamente, mientras que la participación de Japón era aproximadamente de una catorceava parte. Estos cinco países representaban once doceavos del total del gasto bélico mundial, aunque su participación conjunta en el producto mundial en 1943-1944 estaba justo por debajo del 70 por 100. Las proporciones varían algo si se basan en los países cuyos gobiernos podían disponer finalmente de bienes y servicios.

Además de ser el principal gastador, los Estados Unidos también proporcionaron una asistencia inestimable a los combatientes aliados. En el marco del programa de Préstamo y Arriendo aprobado por el Congreso en marzo de 1941, Estados Unidos fue capaz de proporcionar a los países aliados en guerra materiales, equipo y provisiones. En total, a lo largo de todo el período de hostilidades, unos 50.000 millones de dólares —bajo el programa de Préstamo y Arriendo— a no menos de 38 países, aunque la mayor parte fue a manos de Gran Bretaña y la Unión Soviética. El esfuerzo de la guerra en estos dos países pudo mantenerse, literalmente, gracias a la ayuda occidental, que entre 1943 y 1944 constituía el 10 por 100 de la campaña soviética.

El esfuerzo bélico fue sostenido por tres factores principales: una producción creciente, una disminución del consumo y un agotamiento del capital. Durante el curso de la guerra el producto neto mundial aumentó probablemente entre un 15 y un 25 por 100, aunque las cifras de los diversos países variaron enormemente, produciéndose los mayores progresos en Norteamérica. El alcance de la reducción de los recursos de capital es mucho más difícil de estimar con cierta precisión, pero puede situarse aproximadamente en un 2 por 100 del producto total anual. Es probable que el consumo global también descendiera, pero no existen cifras fiables de las magnitudes implicadas. Sin embargo, el impacto de cada uno de estos factores varió considerablemente de un país a otro. La mayor parte de los principales beligerantes consiguió aumentar el producto en alguna medida, al menos durante una parte del tiempo, aunque a menudo fue a costa del consumo. Las realizaciones más importantes tuvieron lugar en Estados Unidos y, en menor medida, en los dominios. Los primeros fueron indudablemente el principal beneficiario de la guerra, porque la economía norteamericana era mucho más fuerte en 1945 de lo que había sido en la época de su entrada en la guerra. La producción industrial aumentó a una tasa anual de un 15 por 100, mientras que las nuevas inversiones aumentaban la capacidad de la economía aproximadamente en un 50 por 100. La producción de guerra, que representaba una proporción irrelevante del producto total en 1939, aumentó al 40 por 100 en 1943. Un aumento de la renta real de más del 70 por 100 fue suficiente para cubrir este desembolso y dejar algo para una mejora de los niveles de vida. Al mismo tiempo, Estados Unidos se convirtió en el salvavidas de las potencias aliadas, proporcionando unos 50.000 millones de dólares en préstamos y arrendamiento de bienes entre 1941 y 1945 (aproximadamente el 5 por 100 de la renta nacional norteamericana en este período), la mayor parte de los cuales fue a Gran Bretaña y a la Unión Soviética. Esta generosidad fue fundamental para mantener a los ingleses a flote durante la guerra y corregir las deficiencias de los equipos del Ejército Rojo (tales como aparatos de radio, jeeps, camiones y prendas de vestir) que, en última instancia, le permitió culminar con éxito su propia forma de blitzkrieg para empujar a la Wehrmacht de vuelta a Berlín. Dicho esto, no debe subestimarse la espectacular reubicación y regeneración de la base industrial soviética tras el revés sufrido con la invasión alemana.

En otras palabras, la guerra estimuló el crecimiento y condujo a una mejora de los niveles de vida de Estados Unidos, y lo mismo puede decirse de algunos de los dominios. En otras partes no fue éste el caso. Aunque muchos de los beligerantes lograron aumentar su producto, éste por lo general fue insuficiente para satisfacer las demandas de la guerra y por ello tuvo que padecer algún otro sector. El producto neto del Reino Unido, por ejemplo, aumentó un 22 por 100 entre 1938 y 1944, pero esto no bastó para atender las exigencias del esfuerzo bélico, que absorbían más del 50 por 100 de la renta total cuando ésta alcanzó su nivel más alto. La diferencia tuvo, por tanto, que compensarse mediante disposición de activos extranjeros, acumulación de deuda, disminución de capital y un descenso del 22 por 100 en el consumo personal. Japón sufrió también una reducción del consumo, a pesar de un considerable aumento del producto neto y una ampliación del capital de equipo.

El rendimiento del Eje no podía competir con el de Estados Unidos, una de las razones por la que los aliados finalmente se impusieron. En el continente europeo fue Alemania, bastante irónicamente, la que probablemente lo pasó mejor, al menos hasta las etapas finales de la guerra. Esto puede explicarse en gran parte por el hecho de que Alemania pudo mantenerse mediante la exacción de grandes contribuciones en los territorios ocupados y, en consecuencia, la población sólo padeció inconvenientes moderados. El producto nacional de Alemania, al estallar la guerra, aumentó muy modestamente, el 14 por 100 entre 1939 y 1944, aunque había habido un gran incremento inmediatamente antes de la guerra. Sin embargo, los recursos totales de que disponía el Reich eran mucho mayores de lo que indica esta cifra, porque las contribuciones e impuestos extranjeros supusieron un 14 por 100 del producto interior de Alemania entre 1940 y 1944, mientras que si se incluye la contribución del trabajo extranjero, la adición total a los recursos interiores fue del orden de una cuarta parte. Los trabajadores extranjeros representaron, sin duda, una contribución sustancial al cómputo total de recursos laborales en Alemania. En 1944, había cerca de ocho millones de trabajadores extranjeros en el Tercer Reich, más del 20 por 100 de la mano de obra alemana (en su punto más alto, posiblemente se acercó a una cuarta parte), aunque esto apenas compensó la disminución de mano de obra nacional a causa de las pérdidas de las fuerzas armadas. En la agricultura, el 46 por 100 de la fuerza de trabajo era extranjera y, de manera similar, más de un tercio de los trabajadores en el sector del armamento y alrededor de un tercio en el de la construcción y la minería, mientras que en algunas plantas las proporciones eran mucho más altas. Gran parte de la mano de obra extranjera fue reclutada forzosamente en ordinarias cacerías humanas en los territorios administrados por Alemania y sólo una pequeña proporción llegó voluntariamente. La fuente principal fue la Unión Soviética y Polonia, con alrededor de la mitad de los trabajadores extranjeros reclutados en estos dos países. Speer declaraba, en julio de 1944, que hasta aquella fecha entre el 25 y el 30 por 100 de la producción bélica de Alemania había sido proporcionada por los territorios occidentales ocupados e Italia, aunque probablemente exageraba la contribución de la última. De hecho, después de 1939 gran parte del aumento del producto disponible por parte de Alemania procedió de las contribuciones extranjeras, incluyendo el trabajo extranjero en Alemania, lo que suponía más de una quinta parte de la fuerza de trabajo civil en las últimas etapas de la guerra. «Como una gigantesca bomba, el Reich alemán absorbía los recursos de Europa y de la población trabajadora» (Kulischer, 1948). Así, a pesar del hecho de que la participación estatal en el producto total llegó a ser del 63 por 100 en su nivel máximo, los niveles de consumo se mantuvieron satisfactoriamente bien hasta cerca del fin de la campaña. Las requisas de capital de equipo fueron sustanciales, aunque por lo general se ha sobreestimado el alcance del agotamiento.

Italia, por otra parte, experimentó una gran decepción a causa de Hitler, y en más de una forma. Desde el punto de vista económico, la guerra fue un desastre para Italia. Incluso durante el período de victorias, el producto de Italia no consiguió aumentar, mientras que a partir de 1942 disminuyó fuertemente, regresando en 1945 a un nivel cercano al de la primera década del siglo. El consumo se redujo fuertemente, mientras que la inflación alcanzaba graves dimensiones. Rusia proporciona un contraste interesante, porque para ser un país pobre dedicó una elevada proporción de recursos a las actividades militares. El país fue devastado gravemente por la invasión alemana, perdiendo aproximadamente la mitad de su capacidad industrial; como consecuencia de ello, la producción descendió a un nivel bajo en 1942 y el nivel de vida descendió seriamente a partir de niveles ya bajos para los patrones occidentales. Sin embargo, los rusos se mostraron increíblemente resistentes e ingeniosos; emprendieron una relocalización masiva de la industria y de los trabajadores en los Urales y más allá, fuera del alcance de la Luftwaffe. La hazaña sólo puede calificarse como extraordinaria: entre 10 y 12 millones de trabajadores industriales, cientos de empresas y una gran cantidad de plantas, maquinaria y equipos fueron trasladados a las regiones orientales rusas, con el resultado de que en 1944 la producción industrial se situaba un 38 por 100 por encima del nivel de 1938, aunque cayó drásticamente al año siguiente.

El impacto de la guerra en todas las zonas de Europa fue muy variado, dependiendo de la intensidad de los combates y del grado de explotación llevado a cabo por los alemanes. Los países aliados de Alemania y nominalmente independientes, como Finlandia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, no lo hicieron demasiado mal, aunque sus niveles de vida disminuyeron a medida que iban siendo cada vez más dependientes del servicio a la máquina de guerra alemana. Lo peor cayó sobre los países ocupados, cuyas consecuencias estuvieron a menudo cerca del desastre. El principal objetivo de la política alemana fue extraer el máximo beneficio de los territorios ocupados, sin considerar los intereses de los países en cuestión. Así, la imposición de pesadas exacciones, el saqueo, el traslado de plantas industriales y trabajadores, junto con la devastación general que siguió a las operaciones militares, llevaron a una caída del producto y a un declive general de los niveles de vida a una gran área de Europa. Alemania se asignó una proporción siempre creciente del producto total de los países implicados y las prácticas financieras del Reich aumentaron en gran manera las formas de pagos, creando por este motivo una situación muy inflacionista. Un gran aumento de la oferta de la moneda de ocupación, junto con una disminución de la oferta de bienes, condujo a una fuga del dinero y a la difusión de operaciones del mercado negro; aunque sólo en unos pocos países, especialmente Grecia, se produjo una crisis financiera completa. Las prácticas seguidas no sólo aumentaron los recursos disponibles para el Reich, sino que también ayudaron a amortiguar el potencial inflacionista en Alemania. Entre 1942 y 1943, la Europa ocupada suministraba a Alemania más de una quinta parte de su grano, una cuarta parte de las grasas y casi el 30 por 100 de sus necesidades de carne, y contribuía significativamente con recursos industriales y laborales (especialmente con entregas de carbón y acero). Mayor éxito logró en el oeste que en el este. Francia, por ejemplo, abasteció de tanta comida a Alemania como los soviéticos, mientras que las contribuciones industriales de Francia, Bélgica, Países Bajos, Noruega, Bohemia y Moravia fueron sustanciales. De hecho, sólo Francia contribuyó con alrededor del 42 por 100 del total de las contribuciones extranjeras a la economía de guerra alemana. Aun así, la explotación a menudo se quedó corta respecto del verdadero potencial debido a la gestión ineficiente, la competición entre organismos y la alienación de la mano de obra local como resultado de los métodos de control alemán. Un buen ejemplo de ello es la industria aeronáutica francesa que, en 1940, tenía la capacidad de producir alrededor de 5.000 aviones al año. En el período de la guerra, entre 1940 y 1945, los alemanes fabricaron un total de 2.516 máquinas, en su mayoría aviones de entrenamiento, que representaban sólo una décima parte de su capacidad industrial. Sería interesante saber hasta qué punto los alemanes no supieron explotar todo el potencial de los territorios ocupados en general, y lo que dicha diferencia representaba respecto de su esfuerzo total de guerra.

Los costes de ocupación y financieros se convirtieron en una pesada carga para Francia, los Países Bajos y Noruega. Todos los países ocupados fueron obligados a pagar impuestos para sufragar los costes de la ocupación, así como a entregar alimentos, materias primas y productos manufacturados para el Reich. Los gravámenes a menudo eran excesivamente inflados, mientras que los precios y tipos de cambio se fijaban a favor de Alemania. El pago por los bienes recibidos se realizaba en créditos bloqueados que debían ser resueltos, quizás, en una fecha futura. Para el tercer trimestre de 1944, la deuda comercial pendiente alemana ascendía a unos 42.000 millones de marcos, alrededor de la mitad adeudados a Francia, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. En términos proporcionales, Francia probablemente se llevó la mayor carga. En total, los pagos franceses a Alemania representaron cerca de la mitad de todo el gasto público francés entre 1940 y 1942 y un 60 por 100 en 1943, cuando se estimaba que Alemania estaba usando el 40 por 100 de los recursos franceses. En 1943, alrededor de la mitad de la fuerza de trabajo francesa estaba contribuyendo, directa o indirectamente, al esfuerzo de guerra alemán, mientras que hasta un tercio de la renta nacional francesa estaba siendo drenada para beneficio alemán (véase Mazower, 2009, pp. 261-262). El proceso de extracción no fue tan exitoso en el este de Europa, y en particular Ucrania resultó no ser El Dorado previsto. En buena medida, ello se debió a que la mayor parte de los alimentos era consumidos en el acto por las fuerzas de ocupación y nunca llegaron a Alemania. Irónicamente, el sistema de entrega del pacto nazi-soviético funcionó mejor para los alemanes.

La contribución total de los territorios ocupados, tanto del este como del oeste, a la economía alemana durante toda la guerra se situó probablemente entre el 20 y el 25 por 100 del global. Sin duda fue una contribución significativa, aunque hubiera podido ser superior con una política de extracción más eficiente y humana que la puesta en práctica. Desde el punto de vista económico, la máquina de guerra alemana fue más exitosa en el oeste que en el este, en parte debido a un cierto grado de cooperación capitalista entre las empresas alemanas y extranjeras y, en algunos casos, a un régimen administrativo relativamente tolerante. En el este, la explotación más brutal, sin importar el coste humano, no facilitó que la población autóctona se congraciara con la causa nazi. Sin embargo, por muy eficiente que hubiera sido el proceso de extracción, la base total de recursos de Alemania no hubiera sido capaz de igualar los recursos combinados de Estados Unidos, la Unión Soviética y el Imperio británico.

Los peores efectos de la ocupación se dejaron sentir en Grecia, Polonia, Francia, Bélgica, Países Bajos y las partes ocupadas de la Unión Soviética. En todos estos países el producto cayó fuertemente, el capital fue gravemente agotado o dañado, los recursos laborales fueron explotados y los niveles de vida descendieron, en algunos casos, hasta niveles de subsistencia. Los daños extensos y generales también se produjeron en los países en los que tuvieron lugar los combates más duros. Durante la ocupación Francia quedó especialmente afectada, las exacciones absorbieron alrededor de un tercio de su producción total y entre el 40 y el 50 por 100 de su producción industrial, en 1944 su producción había caído a la mitad respecto de antes de la guerra y el consumo interno fue aún menor. En Bélgica y Países Bajos la experiencia fue similar, aunque no tan severa. Más al este la situación era todavía peor; el producto disminuyó a niveles muy bajos y muchos consumidores tuvieron que vérselas con raciones de subsistencia o menos, muriendo algunos de hambre y desnutrición. En Polonia, el último año de la guerra muchos habitantes de las ciudades sólo recibían la mitad de las cantidades de alimentos que recibían sus homólogos alemanes, mientras que en la región de Atenas-El Pireo la cantidad diaria de alimentos admitida para la mayoría de la población descendió entre 600 y 800 calorías en 1941 y 1942. En contraste con ello, Noruega y Dinamarca lo pasaron mejor. Dinamarca no padeció privaciones graves, mientras que en Noruega la caída del producto fue ligera, pero el coste de las tropas de ocupación absorbió una gran proporción de la renta, reduciendo por ello el nivel de vida de la población del país. Una estimación al alza, seguramente incorrecta, sugiere que el coste de la ocupación alemana a Noruega ascendió a unas tres cuartas partes de la renta nacional del país. Tomando Europa en su conjunto, se ve que uno de cada dos consumidores obtenía sólo de dos a tres cuartas partes de la ración alimentaria admitida antes de la guerra durante bastantes años; muchos recibían aún menos y en consecuencia un número sustancial falleció de inanición.

Aunque la política alemana en los territorios ocupados creó fuertes presiones inflacionistas, la inflación de precios fue generalmente menos grave de lo que había sido en la primera guerra mundial. A pesar de los enormes gastos de la guerra, que implicaban un gran endeudamiento y grandes aumentos de la oferta monetaria, la tasa de inflación en la mayoría de los países occidentales, aparte de Bélgica, Francia e Italia, fue muy modesta para las circunstancias. Las mejoras en el control monetario y fiscal, con una mayor proporción del gasto bélico financiado mediante impuestos que en 1914-1918, fueron en parte responsables del mejor resultado. Pero la principal razón fue el empleo intensivo de los controles de precios y del racionamiento, que se aplicaron con más efectividad que en la experiencia anterior. Sólo en países con gobiernos débiles o bajo ocupación enemiga, por ejemplo, Francia, Hungría, Portugal, Grecia y China, alcanzó proporciones alarmantes. En la segunda guerra mundial les tocó a los países balcánicos y de Oriente Próximo sufrir una inflación comparable a la experimentada por algunos de los principales beligerantes en 1914-1918, y sólo Grecia y China habían sufrido al final de la guerra una suerte similar a la que les correspondió a los países derrotados después de 1919. Por otra parte, el mayor éxito en frenar la inflación por medio de controles creó dificultades en tiempo de paz, porque significaba la instrumentación de un amplio potencial inflacionista. Afortunadamente, las políticas gubernamentales en el período de la inmediata posguerra mantuvieron este potencial dentro de unos límites y sólo en uno o dos países, Hungría y Alemania, por ejemplo, la inflación y los problemas monetarios representaron realmente una amenaza seria.

Debe mencionarse una última cuestión: la pérdida de vidas a causa de la guerra y la brutalidad nazi. Su escala fue mucho mayor que durante la primera guerra mundial. La pérdida de vidas estimada, incluyendo civiles, durante la segunda guerra mundial se eleva a alrededor de 40 millones, con Polonia, la Unión Soviética, Yugoslavia y Alemania como los países más afectados. En comparación, menos de ocho millones perecieron durante la primera guerra mundial. La brutalidad racial impulsada por los nazis supone alrededor de 18 millones de muertes, incluyendo a casi seis millones de judíos y varios millones de prisioneros de guerra, muchos de los cuales provenientes de los antiguos territorios de Polonia y la Unión Soviética. De hecho, la primera mitad del siglo XX fue probablemente una de las más brutales en la historia de Europa. Si añadimos a las pérdidas de las dos grandes guerras las muertes en las guerras civiles rusa y española así como las de las diversas purgas vividas en la Rusia de Stalin, entonces el número total de muertos innecesariamente suma más de 75 millones.

 

 

PREGUNTAS PARA DEBATIR

 

1. ¿Cómo logró Hitler dominar el continente europeo?

2. ¿Por qué prefería campañas militares cortas a las prolongadas luchas sin cuartel por la supremacía?

3. ¿Qué contribución hicieron los factores económicos a la derrota final de los nazis?

4. Analice el concepto del Nuevo Orden en Europa y evalúe qué eficacia tuvo en la práctica.

5. Dado el mayor potencial de recursos de los países aliados, ¿por qué tardaron tanto tiempo en derrotar a las potencias del Eje?